Foto: Juan Pablo Arbeláez/ La Silla Vacía.

Fue un año movido en la distribución del poder. Pasaron cosas inéditas, como el paro. Empezó la campaña presidencial del 2022 y se agotó la crisis de la pandemia. Viejos poderes van en descenso, como el uribismo, nuevos surgieron, como Rodolfo Hernández con su versión sorpresiva de populismo. 

Estas son nueve puntos claves en los que cambió el poder en Colombia en el 2021:

Estalló el poder de la protesta

Después del paro más prolongado y violento en, al menos, 50 años varios hechos revelan que la protesta social tiene un poder concreto que se manifestó este año. Por primera vez en la historia un Gobierno retira una reforma tributaria y pierde al ministro de Hacienda. La proclama de “resistencia” en todo el país sacudió al Gobierno de Iván Duque y lo dejó políticamente liquidado. Su respuesta al paro fue rechazada internacionalmente. En total hay denuncias de 63 personas muertas, entre ellas 28 a manos de la Policía, según la ONU.

La nueva reforma tributaria aprobada meses después, tras perder el grado de inversión, no tocó a la clase media, alargó subsidios a los más pobres, y los empresarios la pagaron. Y hace solo dos semanas se aprobó un aumento del salario mínimo de dos dígitos.

La protesta venía avisando. En el 2018 y 2019, estudiantes y ciudadanos habían salido a manifestarse contra el Gobierno Duque. Se desinfló en 2020, en medio del inicio de la pandemia. Pero volvió con más fuerza en 2021, incluso al mismo tiempo que el pico más mortal de covid.

Quién maneja ese poder es una pregunta aún abierta. Si bien la chispa la ha encendido el Comité del Paro, posteriormente, cuando intentó prolongarla para negociar con el Gobierno, o cuando buscó reiniciarla, fracasó. En medio del paro Gustavo Petro intentó sacar a un millón de personas a la calle, y también fracasó. En Cali y el suroccidente la protesta fue más intensa y duró mucho más que en el resto del país.

Si bien es claro que las manifestaciones han sido contra el Gobierno Duque y el uribismo, es un movimiento espontáneo, diverso, joven, temperamental y a veces violento. El uso de los bloqueos de vías causó desabastecimiento y crisis económica en varios sectores. Y la capacidad para enfrentar a la Policía de grupos barriales de primera línea ha ido en aumento y generó una ola de rechazo ciudadano. En ocasiones la protesta ha estado infiltrada por grupos ilegales, que lejos de ser organizadores, han buscado oportunidades para sumarse a la genuina insatisfacción.

No hay una respuesta a qué viene con la protesta social. ¿Será capitalizada en las urnas? Varios candidatos del Comité del Paro serán un termómetro. ¿Sus mayorías jóvenes se unirán a Petro? Se empezará a ver en la consulta de marzo. Pero como nunca antes, el movimiento de la calle cierra un año con el sabor del poder en la boca y sin un interlocutor que la haya podido saciar.

El uribismo en su peor momento

Después de dos décadas de hegemonía casi continua, el movimiento político liderado por Álvaro Uribe entró en un ocaso inequívoco. Uribe cumple 70 años el próximo año, y tuvo un año de desfavorabilidad sostenida ante la opinión pública, tras un desgaste prolongado por el caso de presunta manipulación de testigos. Vivió el 2021 alejado de Bogotá, estuvo poco presente en la campaña de sus precandidatos, y hasta su Twitter perdió la pólvora de otros días.

Por primera vez en décadas Uribe no tiene como objetivo lanzarse a algo. Su capital político está tan cuestionado que el Centro Democrático no ha sido invitado a la coalición presidencial de centro derecha. Y su partido se prepara para perder representación en el Congreso.

Después de que se afianzó con el manejo de la pandemia, el Gobierno de Iván Duque, el pupilo de Uribe, tuvo su peor año y fue el objetivo principal del rechazo del paro. Y ni una recuperación económica sobresaliente y una campaña de vacunación exitosa han logrado frenar la impopularidad que Duque transfiere al uribismo.

El presidente era, además, la figura que personificaba su renovación. Una que hoy parece tener una cantera agotada, por lo visto por la elección de Óscar Iván Zuluaga, un candidato repitente.

Internamente, la unidad que generaba la figura de Uribe ha vivido sus primeras fracturas. Como ha sucedido en otros partidos de derecha en el mundo, un grupo más radical ha emergido, liderado por María Fernanda Cabal.

Uribe aún tiene bríos y la devoción de una parte importante de la población. Pero por primera vez desde el inicio del siglo es marcadamente minoritaria. El 2021 no fue el final de una era, pero quizás sí el principio del fin.

Cuajó el Pacto alrededor de Petro

Después de tres años de campaña presidencial, Gustavo Petro logró unir a un grupo diverso, e históricamente fragmentado de izquierda y los movimientos sociales. Encima de eso, ha traído a políticos tradicionales, chavistas cuestionadas como Piedad Córdoba, líderes en ascenso, como Daniel Quintero, y hasta parapolíticos. El Pacto Histórico fue bautizado el año pasado, pero su personalidad y poder se consolidó en 2021, con un giro de Petro ahora dispuesto a sumar con pocos recatos con tal de ganar.

El lanzamiento oficial fue en Barranquilla, con una tarima en forma de pe, que mostró que detrás tiene plata, poder, y protagonismo. Por ahora es una promesa de las encuestas, en un panorama aún disperso. Sin embargo, con el liderazgo de Petro para poner agenda, llenar plazas e interpretar el rechazo al Gobierno y al establecimiento, es el primer movimiento de izquierda que entra a unas elecciones presidenciales como favorito.

El Pacto sobrevivió a su prueba más difícil: armar listas cerradas al Congreso. Y si bien las controversias alrededor de ese ejercicio están frescas, todo apunta a que fue una prueba superada, con drama, pero sin grandes divisiones. Incluso Francia Márquez se tragó el sapo de la palabra incumplida, en un sancocho político que llega al 2022 cohesionado alrededor de una sola presa: Petro.

Con Gilinski regresa el poder de la audacia empresarial

Las movidas de Jaime Gilinski sobre el Grupo Empresarial Antioqueño (GEA), trajeron a la memoria de muchos la época en la que “El Águila” Michelsen, Ardilla Lülle y Santo Domingo acecharon al empresariado industrial antioqueño, a finales de los 70s. Hace mucho tiempo en Colombia no se movía el tablero empresarial con jugadas de tanto peso, en un país con una bolsa de valores adormecida.

Asociado con el enorme capital de inversión del Royal Abu Dhabi Group, la realeza árabe de ese país petrolero, el empresario vallecaucano del GNB Sudameris montó una operación calculada sobre Nutresa y Sura con dos ofertas públicas de adquisición hostiles que se resolverá el próximo año. Además, desató el poder de su medio de comunicación, la revista Semana, para impulsar sus narrativas.

Gilinski todavía no ha comprado nada, pero ya cambió mucho. Las mismas empresas del GEA, que juntas suman alrededor de 10 por ciento del valor total de la bolsa, reconocieron que están subvaloradas. El sistema de enroque empresarial que ha mantenido la estabilidad de las empresas más grandes del país, está cuestionado. Así como los beneficios intangibles patrióticos, de sostenibilidad y tradición que representan para el mercado y sus accionistas.

Sobre todo, Gilinski traza un camino que puede traer más cambios y tiburones empresariales al país. Sin importar la incertidumbre del año electoral, los problemas económicos estructurales, la mordida que pegó ya dejó un rastro con el mensaje de que las empresas en Colombia están baratas para los que tienen dólares y los reflejos de los empresarios locales están adormecidos luego de años de cómoda estabilidad.

Sigue el covid pero se acabó crisis de la pandemia

En la última Gallup Poll solo el uno por ciento de los encuestados, que están todos en ciudades, dijeron que la pandemia era un problema principal del país. No importa que se hayan muerto 130 mil personas a la fecha, ni que en el futuro siga la amenaza de nuevas variantes y picos, la pandemia perdió poder.

Con él el de los mandatarios y sus medidas restrictivas, el de la Policía y los médicos. La reinvención de la sociedad no fue tan drástica, y quedan legados silenciosos, como en el sector salud, y avances innegables en la virtualidad y la digitalización, especialmente en la justicia.

Pero los efectos de largo plazo sobre la educación de toda una generación aún no han sido del todo entendidos, en un país que apenas el próximo año reactiva totalmente el sistema público. Tampoco los costos sobre la salud, por enfermedades descuidadas.

Son más claros por ahora los retos económicos, especialmente el del empleo, y el del empleo de las mujeres. En un país que, más allá del crecimiento notable del PIB, queda maltrecho con un déficit fiscal más alto, la deuda externa más alta de la historia, y sin grado de inversión.

Empezó un nuevo juego de coaliciones presidenciales

Por primera vez en las elecciones presidenciales colombianas alrededor de 16 precandidatos se medirán en tres consultas separadas. El esquema de primarias en marzo, pegadas a las elecciones legislativas, empezó en 2018 y se esparció por todo el espectro político en 2022 con varias consecuencias sobre el ejercicio de sucesión del poder.

Con el Pacto Histórico, la Coalición Centro Esperanza y el Equipo Colombia quedan representadas las vertientes de izquierda, centro y derecha del país. Más allá de la reticencia de los políticos a ser ubicados, las coaliciones ayudan a ordenar el panorama ideológico colombiano y abren un interesante juego de alianzas en segunda vuelta.

Por otro lado, si lo que pasó en el Gobierno Duque es un indicio, las coaliciones formadas en 2021 serán proyectos de gobierno en 2022. Además del uribismo, con Duque han gobernado el partido Conservador y Marta Lucía Ramírez, que se enfrentaron con él en marzo de hace cuatro años. Es decir, que más allá de cuál candidato gane en las consultas, el proyecto que llega a representar en primera vuelta incluirá a sus hoy rivales de coalición, para bien y para mal.

Finalmente, el juego de las coaliciones pone a los partidos en una condición ambivalente. Por un lado, los esconde debajo de identidades políticas más amplias, y pone a sus candidatos al mismo nivel que el de los que se inscriben por firmas. Por otro lado, al ser elecciones pegadas a las legislativas, los congresistas y los partidos que cuentan con maquinarias y clientelas organizadas, adquieren un rol importante en dos sentidos. Primero, en aportar a la competencia entre las coaliciones por la votación más grande, un golpe de opinión temprano. Segundo, en la escogencia del candidato.

Agoniza el poder simbólico de las Farc en armas

El Estado colombiano se demoró más de cuatro décadas en dar de baja a un miembro del secretariado de las antiguas Farc. En el 2021 tres miembros de la cúpula de la Segunda Marquetalia, la disidencia de Iván Márquez, se presume murieron en Venezuela. “Santrich”, “El Paisa” y “Romaña”, cabezas del ala de la guerrilla que no se acogió al Acuerdo, cayeron en lo que, se presume, tiene que ver con una guerra entre disidencias farianas. Alrededor hay especulaciones de grupos mercenarios de cazarrecompensas, corrupción y traición de en las Fuerzas Armadas venezolanas.

La soledad en la que queda Iván Márquez muestra que la aventura disidente de mayor poder simbólico está fracasando. Sin embargo, el poder de otros grupos menos conocidos, como el Frente Décimo que enfrentó al Ejército venezolano, el Frente 33 que atentó contra el presidente Duque y la brigada 30, el poderoso Frente Primero en Colombia, y la guerrilla cada vez más binacional del ELN, se consolida en una frontera con un enorme vacío de poder estatal.

Pero ninguno, ni Gentil Duarte, el comandante del Frente Primero, el más poderoso del país, tiene el poder simbólico para retar el hecho de que, por más fallas que tenga el Acuerdo, puso fin al apetito por las negociaciones políticas con grupos armados en Colombia.

Crece el fenómeno Rodolfo Hernández

A Rodolfo Hernández hay que tomárselo en serio. Al terminar el año es, después de Petro, la mayor revelación electoral del año. Es la mayor sorpresa en las encuestas, donde es tercero en casi todas las mediciones. Y a diferencia del senador de la Colombia Humana y de Sergio Fajardo, que suele estar de segundo, es su primera campaña presidencial y todavía no lo conoce la mitad del país.

Rodolfo, además, se mueve en otra frecuencia de onda política, con su discurso soez contra la corrupción. No participa en coaliciones, se comunica con otro lenguaje, por otros medios, entiende el valor de la publicidad, y desprecia los códigos establecidos de la política. El empresario, que dice tener más de 100 millones de dólares, mostró en la recolección de firmas que no le importa meterse la mano al bolsillo. En principio, es un fenómeno que quita votos en todo el espectro político, especialmente a la derecha.

Más allá de su desempeño en las urnas, que sigue siendo una incógnita por fuera de Santander, Rodolfo es la cara del surgimiento de nuevos populismos que escapan los moldes tradicionales de izquierda y derecha que tenía el país. Y un testimonio de que la política se mueve más allá de lo que los analistas hemos, no solo anticipado, sino siquiera considerado.

Una muestra de ello es su movida para armar una lista de Cámara en Santander, que rompiendo con sus principios de antipolítica, está encabezada por una figura de las maquinarias santandereanas.

El bajón de Claudia López

Según la Gallup Poll, la alcaldesa de Bogotá perdió en el transcurso del año 24 por ciento de aprobación. Se trata del peor año de una figura política que llevaba varios años en ascenso, perfilada como carta presidencial poderosa, incluso sin terminar su alcaldía.

El desplome de Claudia no es solo en las encuestas. Su partido, Alianza Verde, se dividió, en contra de lo que buscaba la dupla de poder que conforma López con la senadora Angélica Lozano, su pareja.

El fenómeno sin precedentes de López, una mujer lesbiana que venía de la academia, que luego como senadora lideró una consulta anticorrupción que sacó más votos que el presidente Duque, se chocó con los obstáculos en los que ha caído varios políticos en Bogotá. Además de la caída sostenida de popularidad, su POT, el proyecto legislativo más importante de su administración, se cayó en el Concejo. Además, peleó con sus propias bases por sus comentarios xenofóbicos contra migrantes venezolanos, y preside una crisis de seguridad en medio de una relación de desconfianza mutua con la Policía.    

Desde el 2021 soy el editor general de La Silla Vacía. Estudié filosofía en la Universidad Nacional, luego hice una especialización en periodismo en Los Andes y una maestría en comunicación en la Universidad de Georgetown. He trabajado en TV, radio y prensa.