Carolina Corcho lleva toda su vida librando una batalla. No siempre es la misma, pero siempre hay una. Hace seis años era contra el ministro de Salud de la época, Alejandro Gaviria. Corcho arengaba en la plaza de Bolívar frente a un grupo de médicos, vestida ella misma con su bata blanca: “Si nos dejamos arrinconar, el gobierno va a negar los tratamientos a los niños. Si nosotros perdemos esta batalla la pierde el resto del país. Por eso tenemos que ganar”, decía.
Su batalla actual no la libra solo desde la plaza sino dentro del palacio presidencial. Corcho, una psiquiatra de 39 años, es la ministra de salud del gobierno de Gustavo Petro y la protagonista de una reforma radical al sistema, que busca quitarles poder a los privados y que la salud sea administrada por el Estado. El proyecto empieza su debate en el Congreso en unas semanas y ha puesto al gobierno ante su mayor desafío. Lo ha enfrentado con opositores en las calles, con gremios y con miembros del propio gabinete en la Casa de Nariño.
En cada uno de esos choques, ha estado Corcho en la primera línea. Ha dedicado los últimos meses a librar, de nuevo, una batalla definitiva. “¿No es esto lo que hemos pedido toda la vida?”, les dijo a las asociaciones médicas a principios de febrero. “¿Y entonces ahora no lo queremos? ¿Cuando por fin hay alguien que muestra voluntad entonces decimos que no?”. Hizo una pausa para reír y dijo con ironía: “El síndrome de Estocolmo”.
Internamente su mayor crítico ha sido justamente Alejandro Gaviria, el ministro contra el que Corcho arengaba hace seis años como activista. Petro los nombró a ambos en el gabinete, a ella en Salud y a él en Educación, y por siete meses, por la jerarquía de palacio, se sentaron uno al lado del otro en los consejos de ministros.
Apenas se dirigían la palabra. Salvo cuando Gaviria intervenía para cuestionar la reforma de Corcho, a la que considera “un suicidio”. Pero el pulso lo ganó finalmente ella esta semana cuando Petro sacó a Gaviria del gobierno. En la alocución en la que dio la noticia hubo una puesta en escena calculada: Petro en el centro. Atrás, ordenados por importancia, estaban los ministros ratificados. Y a su derecha, más cerca que cualquier otro, estaba Corcho. Con la mirada sostenida al frente, fija en su próxima batalla.
La salud y los muertos
Para Diana Carolina Corcho la medicina y el activismo han sido siempre una misma cosa. “No hay labor más política que la del médico. Su trabajo es meterse en la vida de las personas y convencerlas de cómo pueden estar mejor”, dice el concejal bogotano Luis Carlos Leal, amigo de Corcho y autor junto a ella de la ley que logró el pago para internos y residentes médicos, aprobada en 2018.
Desde que entró a estudiar medicina en la Universidad de Antioquia, en el 2000, Carolina Corcho no ha dejado de emprender causas: fue una de las fundadoras de las juventudes del partido Polo Democrático Independiente en Medellín (del que luego salió); y en Bogotá, como estudiante de la especialización en psiquiatría y presidenta de la Asociación de Internos Residentes (Anir), coordinó el “movimiento de batas blancas” que sacó a cientos de médicos a las calles para protestar contra la reforma promovida por Alejandro Gaviria en 2013.
El compromiso de Corcho con esas causas, y con la salud, comenzó con una muerte. A las 4 de la tarde del 2 de noviembre de 1995, mientras esperaba parqueado en su carro en el barrio Belén de Medellín, fue asesinado el ingeniero Freddy Hernán Corcho, el padre de Carolina.
Ella tenía 13 años. Dos horas antes había hablado con él. Estaba preocupado por el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, el dirigente conservador, ocurrido esa misma tarde. “Diana, este país se está descuadernando”, le dijo.
Ella guardó esas palabras. También todas las anteriores. La vida de Carolina ha consistido en guardarle fidelidad a esa voz.
Cuando ella tenía tres años, Freddy Corcho la sentaba a su lado en el escritorio y le decía lleno con orgullo “mi médica”. Y a veces también “mi senadora”. En la familia, antes de Carolina, no había ningún médico, tampoco un senador. Él era profesor de la Universidad Nacional en Medellín y escribió dos libros sobre sistemas de acueducto. Carolina, la hija mayor de dos, lo acompañaba en esas jornadas con un cuaderno en el que hacía garabatos.
Su madre, Amparo Mejía, también ingeniera, solía regañarla por interrumpir a su padre. Carolina contestaba decidida: “Yo también estoy escribiendo mi libro sobre medicina”.
El último libro de Freddy Corcho se llama “Acueductos, teoría y diseño” y está dedicado a su familia. “Al amor y a la fe que me brindaron”, dice la nota introductoria, de 1993.
Además de la profesión, sus padres compartían otras dos cosas: la militancia en el partido Liberal y los compañeros muertos. Amparo fue alcaldesa de Zaragoza, un municipio del Bajo Cauca de Antioquia. Fue la segunda elegida popularmente, en 1990, como parte del Directorio Liberal Popular, un grupo fundado por Federico Estrada. El mismo año en el que Amparo asumió el cargo en Zaragoza, Estrada fue asesinado por el Cartel de Medellín.
Freddy, por su parte, nació en un municipio cercano a Zaragoza, El Bagre, donde fue concejal. Era parte del Sector Democrático del liberalismo, fundado por Álvaro Uribe Vélez, el futuro presidente al que su hija se opondría como activista.
En 1993, el diputado del Sector Democrático, Alberto Díaz, fue asesinado y Freddy lo reemplazó por un año. Carolina, con 12 años, revisó su discurso de posesión en la Asamblea. Un año después, ya fuera del cargo, también mataron a Freddy.
Carolina tenía claro que quería ser médica, pero no pasó la primera vez que se presentó a la Universidad de Antioquia. “Me generó una depresión enorme, pues esta había sido una aspiración de mi papá y no se la estaba cumpliendo”, escribió Corcho en un artículo sobre su vida el año pasado.
Logró entrar al segundo intento. Encontró una facultad de medicina influenciada por Héctor Abad Gómez, el salubrista asesinado en 1987 que peleó en los setenta y los ochenta por mejorar las condiciones de los barrios más pobres de Medellín para prevenir la enfermedad, y quien también denunció la violencia en la ciudad.
“Héctor Abad pensaba que la medicina no se trata solamente de curar a los heridos de la violencia, sino en hacer una reflexión y prevenir esa violencia. Somos herederos de esa idea”, dice Carlos Giraldo, quien fue coordinador del grupo de investigación en violencia urbana de la facultad de medicina de la UdeA, una universidad en donde se formaron en esa época muchos intelectuales y activistas de izquierda.
Carolina se vinculó al grupo de investigación desde los primeros semestres. Mientras aprendía medicina, investigó las causas de los homicidios en Medellín. Entrevistó víctimas, autoridades judiciales y pasó horas en el archivo de Medicina legal. “Queríamos develar qué había detrás de los muertos”, dice Héctor Iván García, otro de los profesores de Carolina y miembro del grupo.
Su principal trabajo, explica Giraldo, era diferenciar unos homicidios de otros. “No contar muertos, sino saber cuáles eran sus historias, sus motivaciones, la relación entre víctima y victimario, en qué contexto urbano se dieron. Los muertos no son los mismos y clasificarlos es importante para entender la violencia”. Era, en algún grado, una labor médica: la separación de las causas de un mal para buscarle una cura.
Su paso por el grupo de investigación fue otra forma de Carolina de cumplirle a su padre. Su campo principal de investigación fueron los homicidios en Medellín entre 1990 y 2002. El lapso en el que mataron a su papá. “Al principio no hablaba mucho de él. Con el tiempo nos enteramos. Nos cuenta que era un líder político, un profesor universitario. De alguna manera estaba siguiendo sus pasos”, dice Carlos Giraldo.
Seguir a su papá era su intento por mantener viva la conversación con él. “Con su muerte me desestructuré, perdí a mi interlocutor”, escribió Corcho. Fue por él que eligió su área de especialidad. Carolina se perfilaba como salubrista por su enfoque en la universidad, pero al final escogió la psiquiatría. Su padre, Freddy, había sido paciente psiquiátrico.
Eligió ser psiquiatra en un ejercicio de imaginación. “Ella dice que Colombia es una sociedad esquizofrénica, dividida por el conflicto, y que la única forma de mejorarla es el estudio psiquiátrico”, cuenta Jiomar Estefanía Bohórquez, compañera de Corcho en el movimiento de batas blancas.
A los 21 años, Carolina llegó a Bogotá a estudiar su especialización en la Universidad Nacional con la convicción de que Colombia estaba enferma. Y de que había que sanarla.
La salud y la lucha
La carrera de Carolina Corcho como médica y activista ha estado atravesada por la fuerza de su voz. Lo primero que Luis Carlos Leal recuerda de ella es eso: una mujer con bata blanca y un megáfono en mano que da un discurso en una protesta en 2013 en la Plaza de Bolívar.
Años después, Leal sucedió a Carolina como presidente de la Asociación Nacional de Internos y Residentes y uno de sus temores iniciales fue no poder igualar esa voz. “Era un referente muy fuerte. Llenar esos espacios es complicado”, dice Luis Carlos.
Carolina nunca ha tenido problema para que su voz ocupe todo el espacio. “Mi papá me formó para que fuera buena oradora, para que hablara bien. La preocupación de él era que yo hablara bien”, escribió.
En parte por esa locuacidad, al poco tiempo de llegar a Bogotá llamó la atención de un sector del gremio médico. Sergio Isaza, el presidente de la Federación Médica Colombiana, vio en ella a una líder en potencia. Isaza invitó a Corcho a hacer parte de la Gran Junta Médica en la que estaban las principales organizaciones del sector, pero que hasta entonces no tenía representación de los internos y residentes.
Fue alrededor de 2010 y desde entonces Isaza ha sido un escudero de Corcho en todas sus causas. La última es la actual reforma a la salud. Fue Isaza quien le entregó el texto de la reforma a Gustavo Petro en el evento de radicación del proyecto el 13 de febrero. También ha sido con quien Carolina Corcho se ha desahogado durante estos meses que ha recibido tantas críticas.
Hace unas semanas recuerda que hablaron por teléfono y, a propósito de los reparos de un sector del gremio médico, Carolina le dijo: “Lo que pasa es que ellos no saben que están defendiendo a los que tienen 83 billones de razones para que la ley no cambie”, en referencia al presupuesto en pesos del sector salud este año. Isaza lo cuenta y se ríe como si recién volviera a escuchar el comentario.
La voz de Carolina Corcho se ha vuelto, para Isaza, una extensión de la suya. "Nosotros hicimos un acuerdo tácito. Y es que yo me estoy quedando sin voz y ella en cambio la tiene toda. Yo ya solo puedo poner mi pensamiento y ella es la que debe hablar”, dice.
Y con ese respaldo, Corcho ha sido disidente dentro del propio gremio médico. En 2014, por ejemplo, se opuso al principio a la ley estatutaria en salud como fue aprobada en el Congreso y dio la pelea en la Gran Junta Médica contra los sectores que la apoyaban. “La Asociación de Residentes nunca ha apoyado la ley estatutaria del gobierno”, escribió en abril de 2014.
Unos meses después, sin embargo, su postura cambió, luego de que la Corte Constitucional moduló la ley estatutaria. Entonces pasó de la oposición a la presión para que fuera firmada por el gobierno de Juan Manuel Santos: “Firmes con la estatutaria. Esperamos la sanción presidencial donde la Corte Constitucional desarrolla y profundiza el derecho a la salud”, publicó en diciembre de 2014.
El activismo es el arte de elegir la siguiente batalla. Corcho siempre ha tenido una pendiente. En la pandemia, en 2020, fue una de las voces más críticas de la gestión de Fernando Ruiz, el ministro de Salud de Iván Duque. En octubre tuvo la idea de poner 165 sillas vacías en la Plaza de Bolívar, cada una con una cinta negra, en representación de los médicos que habían muerto hasta ese momento por el covid-19.
“Ella es buena para pensar símbolos. Le ayuda ser psiquiatra. La estructura mental funciona a base de símbolos y un psiquiatra lo que hace es interpretar lo que dicen los pacientes, descifrar esa estructura”, dice Sergio Isaza.
En ese afán de golpes mediáticos Corcho también fue imprecisa y mintió. Dijo, por ejemplo, que Estados Unidos no iba a donar un lote de vacunas a Colombia por culpa de la gestión de Iván Duque en contra del presidente Joe Biden, pero se trataba de una donación que ya estaba programada para 92 países elegidos por una decisión técnica. Ni cuando llegaron las vacunas rectificó.
Su locuacidad también le ha jugado en contra otras veces, como cuando usó la letra de una canción de Shakira para decir que “las EPS no curan, las EPS facturan”, y luego debió reunirse junto con Petro con esas mismas EPS.
Detrás de esas declaraciones y golpes mediáticos está su convicción en un modelo de salud sin intermediación de privados. Es tan profunda que, el día de la radicación de la reforma, ante la posibilidad de cambios sugeridos por Gaviria y otros ministros en el articulado, Corcho se paró en la raya: "Si cambian la reforma yo renuncio". No habría sido la primera vez que rompe con Petro por ser fiel a la causa que ha elegido. A la voz que ha heredado.
La salud y el poder
La primera vez que Carolina Corcho trabajó en un gobierno de Petro no llegó a cumplir el año. En julio de 2014 fue nombrada directora de Participación Social de la Alcaldía de Bogotá, recomendada por su amigo Daniel Rojas, hoy presidente de la Sociedad de Activos Especiales. Pero en junio de 2015 fue declarada insubsistente por su jefe directo, Mauricio Bustamante.
Jiomar Bohórquez, quien trabajaba con ella, dijo que Corcho renunció antes y que Bustamante se adelantó a declararla insubsistente. El resultado final fue el mismo. “Llegamos con la ilusión de hacer avances en el derecho fundamental a la salud. Estábamos logrando muchas cosas. Y al final el sistema burocrático nos estanca. Se encuentra con un jefe que no estaba siguiendo el plan de gobierno y que dice: aquí el que manda soy yo”, dice Bohórquez.
Tras ese choque, en el que Petro se puso del lado de Bustamante, Corcho se distanció del petrismo y se enfocó en su carrera en los gremios médicos. Volvieron a juntarse en 2018, cuando en una entrevista Petro la mencionó como su eventual ministra de salud si ganaba la Presidencia.
El 17 de junio de 2018, el día de la segunda vuelta, Carolina se encontró con su amigo Luis Carlos Leal para ver los resultados en su casa. Allí vieron la derrota de Petro frente a Iván Duque. Leal recuerda que ambos lloraron: “Ella me decía: yo me imaginaba mañana despachando en Chocó, en la Guajira, haciendo tantas cosas”.
Tuvo que esperar cuatro años más, hasta la victoria de Petro en 2022. Tras el resultado, Petro volvió a llamarla para coordinar el empalme en salud. En esas reuniones también estaba Bustamante, el exsecretario que la había despedido en la alcaldía.
Fernando Ruiz, el exministro de Salud de Duque, recuerda que en una de las reuniones del empalme Guillermo Alfonso Jaramillo, excalcalde de Ibagué y cercano a Petro, se levantó y clasificó a los integrantes de su equipo. “Nos dijo: vea, aquí hay cuatro grupos. Los históricos, donde estaba él; los académicos; los recién llegados, que eran sobre todo de Alejandro Gaviria. Y los activistas: Corcho y su grupo”.
Petro optó por estos últimos para dirigir el ministerio. Y Corcho usó ese poder en cuanto asumió el cargo. El 8 de agosto, al día siguiente de la posesión presidencial, la ministra mandó a reunir a todos los funcionarios de libre nombramiento y remoción del ministerio, cerca de 70 personas, y les pidió a todos la renuncia protocolaria.
La Silla obtuvo un audio del secretario general del momento, Javier Mancera, quien les dice a los funcionarios: “Por instrucciones de la ministra simplemente la decisión es que les solicitáramos a los asesores que pasen la renuncia protocolaria. Son decisiones impersonales que son jarto comunicarlas, pero me toca hacerlas. No es nada personal”.
Entre los funcionarios despedidos hubo varios con décadas en el ministerio, como Fernando Vásquez Serna, que trabajaba allí desde 2002 y al que le faltaban cinco meses para pensionarse. “Les pedí si me dejaban sacar unos periodos de vacaciones para cumplir los meses que me faltaban para la pensión. No aceptaron. Me asociaban con el gobierno anterior aunque yo llevaba más de 20 años”, le dijo a La Silla.
Desde que asumió como ministra, Corcho se ha tomado su batalla tan en serio como cuando era activista. Dos fuentes dentro del ministerio de Salud confirmaron que restringió el ingreso al piso 23, en el que está el despacho, y puso una cinta para bloquear el ingreso.
La postura que ha asumido Corcho es similar a la de Petro, quien en noviembre habló de un “enemigo interno” que impedía el cambio: dos personas al frente de una estructura a la que se han enfrentado toda su vida y en la que siguen sin confiar.
Esa similitud los acercó en estos meses de gobierno. “El estilo combativo de Corcho ha influenciado al presidente. Racionalmente sabe que es muy peligroso apoyar una reforma así y que hay mucha gente en contra. Pero ideológicamente él está con ella y la reforma se ha vuelto un punto de honor”, dijo a La Silla una alta fuente del gobierno, que pidió no ser citada.
La batalla definitiva de Corcho se ha vuelto por extensión la del gobierno. Y un fracaso de ella sería la mayor derrota hasta ahora para Petro.
Carolina parece saberlo. El 14 de febrero, en la movilización convocada por el presidente para defender la reforma a la salud, decenas de personas la ovacionaban. Varias cargaban carteles en los que contaban sus dramas con el sistema de salud y estiraban las manos para tocarla, como si Corcho fuera a sanarlos. Ella se acercó para saludarlos y ellos corearon: “Sí se pudo, sí se pudo”. Ella sonrió y mientras les apretaba las manos los corrigió: “Sí se va a poder”.
Ese día en su rostro se veía el entusiasmo de la batalla. Sergio Isaza lo ha visto varias veces. Recuerda que, en medio del paro de 2021 y con su oposición a Iván Duque, algunos dentro de la federación la cuestionaron sobre si su intención era volverse senadora. Ella se rio y le dijo a Sergio: “Esos bobos no saben que lo que yo quiero es ser presidenta”.