Chichí, Ape, Mello: cuando el apodo lo es todo para hacer política

Chichí, Ape, Mello: cuando el apodo lo es todo para hacer política
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En un departamento donde las campañas políticas cuestan cientos de millones de pesos, ningún detalle se deja al azar, ni el nombre. Chichí, Ape, Mello, Pepe son apodos que se convirtieron en nombres de pila de varios de los políticos más poderosos del Cesar.

La importancia del nombre la conoce el alcalde de Valledupar, Mello Castro, que hace cuatro años se llamaba José Santos Castro. El alcalde de 40 años, del partido de La U, le cuenta a La Silla Vacía que en el inicio de la precampaña de 2019, sus asesores lo sentenciaron: “Si te quedas con tu nombre José Santos perdemos, si te cambias el nombre ganamos”.

Fue una decisión difícil. Su nombre, en honor a su abuelo materno, le gustaba. Su mamá Martha González, una de las primeras en enterarse y la más inconforme, le decía que se pusiera José Santos El Mello Castro. Pero no, los asesores dijeron que en una contienda tan apretada era clave que en las encuestas y en el tarjetón apareciera Mello Castro, a secas.

Él tiene un hermano mellizo y desde que era joven era conocido como El Mello Castro. Con ese apodo arrancó a hacer política en Valledupar, y así lo conocían todos. José Santos solo lo llamaba su círculo más íntimo, no los eventuales electores.

“Era un proyecto de vida. Era un sueño que yo había estado buscando hace mucho tiempo. Y los sueños cuestan y hay sacrificios, y hay decisiones que hay que tomar. Y esta era una decisión”, dice el ahora alcalde Mello Castro. No le quedó de otra que abandonar el nombre con el que lo bautizaron.

La campaña publicitaria de Castro giró en torno a su nuevo nombre de pila. “El Mello va, el Mello va, el Mello va”, decía un jingle de campaña con la cadencia justa para animar a la gente. “El Mello sube, el pueblo gana”, decía otro jingle, y las pancartas de su campaña decían “La fuerza mellista”.

La puja por la Alcaldía de Valledupar ese año fue voto a voto. El Mello Castro sacó 72 mil votos, sólo dos mil más que su contrincante Ernesto Orozco.

Ambos candidatos estaban apadrinados por políticos poderosos y clientelistas del departamento que movieron sus maquinarias electorales. El nombre fue un plus.

“Fue una decisión trascendental al punto de que si no me cambio el nombre hubiera podido perder”, dice el hoy alcalde.

La búsqueda de un apodo o un diminutivo que sea llamativo para el elector es una práctica común en la política nacional pero no se puede agregar al tarjetón así como así. El candidato presidencial Federico Gutiérrez intentó que su diminutivo “Fico”, que es su marca política, apareciera en el tarjetón electoral. Pero el Consejo Nacional Electoral (CNE) no lo permitió.

En todo caso, Gutiérrez, a sabiendas de la importancia de que el elector viera el “Fico” a la hora de votar, logró que ese pseudónimo entrara en el logo de la coalición Equipo por Colombia

En Valledupar esa estrategia política de visibilizar el apodo ha llegado más lejos que en el resto del país. Eso porque los políticos vallenatos hacen el engorroso, y trascendental, trámite legal para que su apodo pase a ser nombre.

El político vallenato hace una escritura pública en la notaría, luego cambia el registro civil y, por último, asiste a la Registraduría para sacar la nueva cédula. Solo se puede cambiar una vez.

Que no haya vuelta atrás es un dolor para Castro, que por ganar una campaña sacrificó el nombre que le pusieron los padres. “Hoy, cuando sólo faltan ocho meses de gobierno es que lo estoy sintiendo. Siento que fue un sacrificio enorme haberme cambiado el nombre. Quisiera volverlo a tener, pero legalmente no se puede”, dice el alcalde.

En Valledupar no está claro quién fue el pionero en la práctica. Algunos dicen que fue el exsenador Pepe Gnecco. De los políticos vigentes los más reconocidos por su cambio de nombre son el congresista Alfredo Ape Cuello y el excongresista Eloy Chichí Quintero. Ellos antes se llamaban Alfredo y Eloy Orlando, respectivamente.

Eloy Chichí Quintero está en el sonajero de candidatos a la Alcaldía de Valledupar, y en una apretada puja al menos ya tendría un nombre de pila pegajoso. “Chi, chi, chi, mi voto es por Chichí, chi, chi, chi, es mejor con Chichí”, fue uno de sus jingles con los que hizo campaña al Congreso.

El apodo de Chichí viene desde la infancia. “Yo estaba muy niño y mi hermano mayor, Carlos Quintero, se acercaba a la cuna. Me decía chichí chichí, chichí. Todo el mundo comenzó a decirme así y me quedé Chichí”, dice el exrepresentante Quintero.

Chichí, de 69 años, bigote grueso y una trayectoria política de cuatro décadas, no recuerda con exactitud cuando hizo el cambio legal de nombre. Pero recuerda que desde que empezó a hacer campaña al Concejo, en los 80’s, sus asesores publicitarios le dijeron que tenía que hacer política con su apodo.

“Un publicista me dijo: juega con el apodo. Y así fue. En el Congreso todo el mundo me conoce como Chichí”, dice el excongresista en cuyas redes sociales también se denomina Chichí Quintero.

Yesmil Pérez, un experto en políticas públicas que ha investigado la historia y la cultura de Valledupar, dice que el tema de los apodos es una cuestión cultural heredada de los andaluces y que se da de forma espontánea en la región. “No es un tema específico de los políticos, es un tema cultural. Los políticos, al hacer parte de esa cultura, terminan siendo desde pequeños conocidos por el apodo”, dice Pérez.

Además, al ser Valledupar un municipio con menos de 500 mil habitantes, el trato informal se mantiene más presente que en una gran ciudad. “En poblados con más de un millón de habitantes el contacto personal se reduce completamente y las formalidades afloran. Entonces en tu trabajo no vas a permitir que te estén llamando “Pepe”, cuando hay una formalidad en la que tienes que representar una empresa, por ejemplo”, dice Pérez.

En cambio en Valledupar son decenas de políticos los que, aunque no han hecho un cambio oficial de nombre, solo son reconocidos por su apodo. Por ejemplo, el diputado “Popo” Barros Gnecco es mucho más reconocido por ese apodo que por su nombre legal Jorge.

De su apodo, incluso, surgió el nombre de su movimiento el “popismo”. 

Chichí, Ape, Mello: cuando el apodo lo es todo para hacer política
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A pocos meses de que arranque en firme una nueva campaña local, en Valledupar los estrategas de marketing ya están ideando la mejor forma de hacer visibles a sus candidatos. Y una estrategia que no falta es la de hacer malabarismos con el nombre o el apodo.

El publicista Amarildo Ariza dice: “Yo tengo un amigo que va a aspirar a la Asamblea, él se llama Gregorio Márquez. Yo a él le voy a quitar la z para que diga ‘Gregorio Marque’. La gente lo puede ver como un error de ortografía, pero al final, en los últimos días de campaña, utilizo por ejemplo ‘Marque 01’ o ‘Marque 02’. Juego con un nombre estratégico porque más adelante lo voy a utilizar”. No será el único.

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