Para llegar a la Comuna 13, lo mejor es tomar el metro, uno de los pocos en el mundo donde la experiencia suele ser placentera. Es limpio, casi siempre hay una silla disponible, y los mensajes de voz son tan amables como los paisas que lo usan a diario.
 

La Alcaldía planea construir escaleras eléctricas, una cancha de fútbol de césped sintético y varios paseos peatonales que se verán así como parte de su estrategia de intervención social en la Comuna 13. Las obras ya comenzaron.

Para llegar a la Comuna 13, lo mejor es tomar el metro, uno de los pocos en el mundo donde la experiencia suele ser placentera. Es limpio, casi siempre hay una silla disponible, y los mensajes de voz son tan amables como los paisas que lo usan a diario.

La Comuna 13 queda la última parada de San Javier. Desemboca en un alto desde donde se ve la Comuna 13, que en realidad son varias montañas pobladas por 19 barrios donde viven entre 130 y 160 mil personas. No es fácil saber cuántos con exactitud pues todas las semanas llegan desplazados y migrantes desde otras comunas, desde el nordeste antioqueño y desde el Chocó.

En el imaginario colectivo, la Comuna 13 es sinónimo de violencia y de niños sicarios, pero desde este mirador es imposible no sentir asombro y esperanza. No es solo el futurístico Metrocable, que también sale de allí, y la gente haciendo fila en orden para subir al barrio. Hay una megabiblioteca, una cancha de fútbol espectacular y un colegio de ‘calidad’, que le hace honor a su nombre. Son construcciones imponentes y por un segundo es difícil creer que las noticias de combates en las calles y de mil policías patrullando el barrio puedan ser verdad.

La Comuna 13 es el símbolo de la violencia urbana, que cada vez más deja de ser un sello exclusivo de Medellín. Y también es la vara con la cual se medirá el éxito o fracaso del relanzamiento de la política de seguridad de Santos, uno de cuyos ejes más importantes será enfrentar la criminalidad en las ciudades, el lado más flaco de la Seguridad Democrática de Uribe.

La vida en la Trece

La fuerza pública ahora recorre la Comuna Trece día y noche. Pero los habitantes no confían todavía mucho en ellos, dicen que algunos de ellos van a las plazas de vicio pero no a cerrarlas sino a cobrar ‘comisión’. Confían más en el Ejército. (Foto de Luis Benavides).

Una de las funcionarias del PUI, el Proyecto Urbano de Integración conformado desde la administración de Sergio Fajardo para prestar un servicio social integral en las comunas de Medellín, es mi lazarillo en el barrio. Se llama Natalia, y me dice, orgullosa, que se ha caminado la Comuna 13 de lado a lado. Si fuera un barrio, como podría uno imaginarlo oyendo las noticias, no sería la proeza que es. Pero la Comuna 13 es en realidad una gran montaña empinada, llena de recovecos, partida en varias colinas; para ir de un extremo a otro hay que tomar dos buses.

Los expertos en la zona calculan que aproximadamente 400 jóvenes de la Comuna 13 pertenecen a redes criminales. Son en su mayoría hombres, aunque también hay mujeres y cada vez más menores de edad que se enganchan con el crimen desde los ocho o nueve años. Los llaman los ‘carritos’ y comienzan su carrera criminal haciendole mandados a los hermanos y primos mayores.

“A los 14 años tienen más mundo que cualquiera de los malos”, me dice Natalia. Mundo, entendido como las leyes del hampa, e incluso las normas legales que dicen que los menores de edad que delinquen no irán a la cárcel. “Le dicen al Policía no me puede hacer nada porque soy menor”.

Muchos de los miembros de las bandas de hoy en día eran carritos en la época de la Operación Orión. Después de la polémica ofensiva liderada por el General Montoya a los pocos meses de inaugurado el gobierno de Uribe, que logró desterrar los milicianos de la guerrilla (y dejar el territorio en manos de los paramilitares de Don Berna que según se ha denunciado, les ayudaron en la operación ), medio millar de milicianos fueron capturados. Mientras pagaron su condena en la cárcel, los niños-asistentes crecieron y los sucedieron.

El primer sitio que visitamos en la Comuna es el nuevo Centro Integrado de Intervención Social. Fue creado por el Presidente Santos el 14 de agosto, como la nueva estrategia para afrontar la violencia en la Comuna 13. La decisión se tomó en un Consejo de Seguridad después de que entre julio y agosto se recrudeció la violencia en esta comuna donde Medicina Legal dice que ocurrieron 139 homicidios en el primer semestre. Tiene una tasa de 108 asesinatos por cada 100 mil habitantes, tres veces más alta que el promedio nacional, cinco veces más alta que la de Bogotá y parecida a la de Bagdad.

El gerente del Centro Alberto González me explica que la idea del centro es coordinar el trabajo de la Polícia, el CTI, la Fiscalía, el DAS, el ICBF, el Sena y la Secretaría de Gobierno de la Alcaldía de Medellín. La esperanza que tienen es que si hacen una intervención integral, que combine lo policivo con asistencia social, lograrán no solo contener la violencia sino atacar sus raíces. No es una tarea fácil y González es un optimista moderado.

Cuando le pregunto cuál es la causa estructural de tanta violencia, se queda callado mirando una pelea de perros que se disputan a mordiscos el privilegio de montar una perra en celo. Vuelvo y le formulo la pregunta porque pienso que no la oyó la primera vez. Pero me dice que es que esa pelea de los perros le recuerda lo que sucede en esa Comuna 13.

“Los grupos delincuenciales se disputan el territorio para hacerse a las rentas criminales”, dice. Y debo suponer que la perra en celo son los recursos del microtráfico de droga, de toda la que no logran exportar y destinan para consumo interno, de la extorsión y los juegos de azar. El 95 por ciento de la población de la Comuna 13 es estrato uno, dos y tres, pero aún así, las maquinitas tragamonedas y los casinos abundan. Así como abunda el billete en efectivo.

González dice que hay dos Odín, la sigla que utiliza para describir las Organizaciones Delincuenciales Influenciadas por el Narcotráfico, que no son otra cosa que las bandas de ‘Valenciano’ y ‘Sebastián’, los dos capos que pelean la sucesión del narcoparamilitar Don Berna, como los principales proveedores de droga de la ciudad. Y hay 24 combos que responden a uno u otro grupo.

Los jóvenes, entre los combos y el desparche

No hay consenso sobre qué tan piramidal es la estructura de los combos ni que tan relevantes son Valenciano y Sebastián, a quienes la Policía les echa la culpa de todo como hacían durante la época de Escobar. Varias de las personas que entrevisté creen que los combos, integrados por 15 o 30 jóvenes, tienen bastante autonomía no solo para manejar las plazas del vicio sino para el resto de las actividades delictivas. Desde robar casas en la ciudad hasta extorsionar en las comunas. Cobran desde 500 pesos a los profesores para dejarles dictar clase hasta 30 mil pesos a los transportadores para dejarlos circular por el barrio. Recientemente las empresas de transporte hicieron paro porque ya no tenían que pagar una vacuna sino dos al día.

La estrategia del gobierno es aumentar el pie de fuerza en la Comuna hasta mil hombres, con 400 policías bachilleres nuevos, policías del ESMAD y antisecuestro, especializados en combate urbano. Esto, reforzado por 14 bases que tiene el Ejército en ese territorio y dos CAI. Paralelamente, en el centro, hay un grupo de detectives del DAS haciendo inteligencia y un puñado de fiscales judicializando a los miembros de las bandas. González dice que en las dos últimas dos semanas, ya han arrestado a 16 delincuentes. Y que entre el 1 y el 12 de septiembre hubo ‘solo’ cinco homicidios, siete menos que en el mismo período del año anterior.

Y es que aunque el tema entró con fuerza en la agenda noticiosa de las últimas semanas, es ahora que la gente siente que la situación ha mejorado. Jesús Antonio Vargas, un conciliador de la junta de Acción Comunal del barrio 20 de julio, dice que la situación se ha tranquilizado mucho en las últimas semanas desde que llegó más Fuerza Pública. “La gente sale más tranquila, no los ve uno cerca”.

Las bandas se reactivaron alrededor de mayo y junio del 2008. “Los muchachos nos decían, esto se está prendiendo, se están armando, cada vez más gente extorsionada, y sin embargo, nada salía en las noticias”, me cuenta Natalia.

Aunque la fecha coincide con el momento en que los paramilitares desmovilizados dejaron de recibir el subsidio mensual estipulado a cambio de su desmovilización, los entrevistados coinciden en que los miembros de las bandas no son en su mayoría ex paramilitares. Son muchachos nietos del país de Pablo Escobar, que encontró en la pobreza de estas comunas un caldo de cultivo para reclutar todos sus lugartenientes y que sembró allí una cultura de violencia y dinero fácil.

El barrio de Pablo

“Es que este es el barrio de Paablo”, me dice un joven de unos 17 años que está sentado con otros dos en una de las lomas del barrio Independencia. No están fumando pero ya están trabados. En un principio pensamos que serían miembros de algún combo porque están sentados en una baranda desde donde se vigila la angosta entrada a uno de los barrios, pero ellos lo niegan. “Yo me crié con papá y por eso no me metí a eso”, me dice. Y los otros dos asienten. Su tesis es que los miembros de los combos son hijos de mujeres solas, que los tuvieron cuando ellas también eran niñas.

De ser cierta su teoría, los jóvenes delincuentes serían miles, pues por donde uno camine hay quinceañeras embarazadas o ya con un niño en brazos. Embarazarse de los tipos del combo es una aspiración y una protección, no solo económica.

Los tres jóvenes no trabajan y tampoco terminaron bachillerato. Ese día estaban en una casa-casino jugando maquinitas. “Es que no hay trabajo”, se quejan.

Es la queja generalizada, y la gran falencia de todo el plan de seguridad del nuevo gobierno en este sector. En la comuna 13 de Medellín ha habido una inversión social sin precedentes tanto de la Administración de Sergio Fajardo como de su sucesor Alonso Salazar. La Alcaldía tiene un presupuesto de 12 billones de pesos, del cual destina el 80 por ciento a inversión social. En la Comuna 13 hay 86 programas de atención social y el plan es incrementar su acción en un 60 por ciento. “La inversión proyectada de la Administración de Salazar es de 800 mil millones de pesos en la zona centro occidental, que incluye las Comunas 11, 12 y 13”, dice González.

El reto es que esa inversión no se quede en lo asistencial, sino que ayude a crear oportunidades de empleo para que los jóvenes puedan generar un ingreso permanente, pero no es muy claro todavía cómo lo harán dada la baja escolaridad de los muchachos y a que muchos de ellos están acostumbrados a ganar hasta 500 mil pesos por ‘vuelta’. Después de hablar con los jóvenes decidimos ir en carro hasta la pura punta del barrio, donde la situación es más ‘caliente’. En esta parte del barrio, no hay más comercio que una tiendita aquí y allá, y hay más jóvenes desparchados mirando con detenimiento quién entra. Pero está lejos de ser la ‘zona de combate’ que uno se imagina. Hay vida en las calles y mujeres limpiando el frente de sus casas o chismoseando.

Natalia me quiere mostrar la nueva obra que está haciendo la Alcaldía. Están ampliando una zona peatonal, con la idea de que las motos y los carros de la policía puedan entrar por ahí. El municipio compró varias casuchas que van a tumbar para ampliar y renovar el espacio. En el puente hay cuatro niñas poniendole atención a Natalia. Una de ellas quiere saber si su casa también será demolida. Se la muestra a Natalia y ella dice que no, que esa no. La muchacha se desilusiona. Tiene 14 años, y parece una niña prostituta. Ella, como sus tres amigas, tiene estrellitas tatuadas al lado de los ojos, están maquilladas como para una fiesta de gala y visten super a la moda, mostrando el ombligo y tatuajes en el borde del calzón.

Ninguna supera los 16 años y ninguna estudia. Todas desertaron del colegio antes de los 14. La mayor de ellas porque quedó embarazada a los 15. La otra porque estudiaba en el barrio adyacente de El Salado y los combos no la dejaban pasar. La otra por susto a una bala perdida. Y la otra, simplemente porque la iban a echar y decidió salirse antes.

Me dicen que la cosa está más tranquila, pero que seguro se prende de un día para otro, cuando se vayan los policías. Les pregunto cuál creen que sería la mejor solución y se nota que lo han pensado porque responden casi al unísono. “Yo pondría a hablar al duro de aquí con el duro de allá y señala con los labios la loma de enfrente”, me dice la mayor, y las demás se ríen y asienten.

Me cuentan que los ‘duros’ son amigos de ellas, y que ellas también fuman marihuana y les ayudan cuando pueden. “Así te respetan más”, me dice la más chiquita, que se ve super inteligente y super perdida.

Ellas no tienen mucha ilusión de que la vida vaya a cambiar mucho para ellas. Según cuentan, los policías vigilan las plazas de vicio pero se paran enfrente para quitarles clientes hasta que les dan una propina para que se vayan a la siguiente, una versión que oí varias veces. Dicen que las nuevas obras sí son chéveres porque los hombres se emplean durante unos meses y ‘despejan la cabeza’. Porque si no hay nada que hacer, se ponen a pensar en ‘cosas’. Y ellas también.

Soy la directora, fundadora y dueña mayoritaria de La Silla Vacía. Estudié derecho en la Universidad de los Andes y realicé una maestría en periodismo en la Universidad de Columbia en Nueva York. Trabajé como periodista en The Wall Street Journal Americas, El Tiempo y Semana y lideré la creación...