Casi todos los lunes, los ministros del gabinete llegan puntuales al segundo piso de la Casa de Nariño para su reunión semanal con el Presidente. Durante entre dos y tres horas, la cúpula de Juan Manuel Santos discute -casi siempre a la hora del almuerzo- los asuntos más apremiantes para el gobierno. Son reuniones más bien cortas, ejecutivas y al grano, con la misma cadencia uniforme y sin sobresaltos de emoción, reflejando muchos de los rasgos de la forma de gobernar del Presidente. Así es el consejo de ministros por dentro.

Casi todos los lunes, los ministros del gabinete Santos llegan puntuales al segundo piso de la Casa de Nariño para su reunión semanal con el Presidente.

Durante entre dos y tres horas, la cúpula de Juan Manuel Santos discute -casi siempre a la hora del almuerzo- los asuntos más apremiantes para el gobierno. Son reuniones más bien cortas (comparadas con los consejos que hacían anteriores presidentes), ejecutivas y al grano, con la misma cadencia uniforme y sin sobresaltos de emoción, reflejando muchos de los rasgos de la forma de gobernar del Presidente.

Allí discuten temas cruciales, desde la agenda legislativa hasta los paros o el fallo de La Haya en San Andrés, pero no son un espacio donde se toman las decisiones centrales de Gobierno. Esas, como ha contado La Silla, las toma Santos en un círculo más íntimo.

Eso no significa, coinciden seis personas que han asistido regularmente a los consejos de ministros, que Santos vaya solo a informarles.

Más bien son un lugar donde cada ministro puede explicarle al presidente en qué temas necesita una mano, sobre todo cuando requieren plata (el visto bueno presupuestal de Mauricio Cárdenas es una queja común) o coordinarse con otros colegas de gabinete. Son más bien espacios de solución de problemas, donde imperan más el pragmatismo y la real politik que una visión inspiradora o la discusión ideológica.

“Es algo muy jovial. Allá uno no va a sufrir, sino a que le ayuden con lo que tiene”, dice un ex integrante de su gabinete.

Un consejo sin sobresaltos

Cuando Santos entra al Salón del Consejo de Ministros, sus altos funcionarios ya están todos sentados en torno a la mesa ovalada de 20 metros de largo. Antes de cruzar la puerta al salón, todos ya han tenido que dejar sus celulares afuera.

Está prohibido entrar con ellos después de que se filtró qué se discutió en el consejo de ministros que tuvieron después de la debacle de la reforma a la justicia hace dos años. Aún así varios, sobre todo las mujeres, logran camuflarlos. La Canciller María Ángela Holguín, según otro ex funcionario, es “una maga” para usarlo disimuladamente dentro de su cartera.

Se sientan en los abullonados asientos de cuero habano, que en el gobierno Santos I eran marrones, siguiendo el rígido orden de los ministerios que aparece en la Constitución. Santos preside la reunión desde el centro, después de haber dado la vuelta saludando uno por uno a sus ministros.

A su lado izquierdo se sienta el ministro ‘de la plata’ y a su derecha el ‘de la política’. Al lado de Cárdenas van Salud y Educación. A la diestra de Cristo, Defensa y Minas. En frente de Santos va su Canciller, flanqueada a lado y lado por el vicepresidente Germán Vargas Lleras y por el ministro de Agricultura. Los más distantes -al menos en la mesa- son Cultura, TICs, Transporte y el DPS, cada uno en una esquina. Si alguno está ausente, lo reemplaza su viceministro.

Solo hablan después de alzar la mano y de que el presidente, quien lleva la batuta, les conceda la palabra, que solo ocupan durante tres o cuatro minutos. Es muy raro que haya un debate álgido o un cruce fuerte de argumentos.

Uno de los más recientes fue cuando Vargas Lleras le criticó al ministro del Interior Juan Fernando Cristo su reforma de equilibrio de poderes, porque no había tomado en cuenta asuntos que el vice consideraba importantes de su anterior reforma a la justicia (seguramente tampoco le pareció conveniente que él tuviera que renunciar un año antes para no inhabilitarse en 2018, pero no dijo nada de eso).

Hablan mientras van comiendo, un menú que con frecuencia incluye pasta, ensalada y crema de espinacas, que dos ex ministros describieron como “muy balanceado”.

Esa hora es más o menos fija desde que el presidente les preguntó, a comienzos de su gobierno, si preferían reunirse para desayunar o almorzar. La mayoría prefirió hacerlo por la tarde porque los domingos muchos llegan tarde de sus correrías por el país y no alcanzan a preparar el cuaderno.

En la esquina de la mesa, a la derecha del presidente, se sientan los Altos Consejeros (que ahora en Santos II son un puñado de los que había antes). Rara vez hablan.

Encima de ellos cuelga la Constituyente de Beatriz González, un gigantesco tríptico con los rostros azules, verdes y amarillos de los padres de la Constitución del 91, pintados en un estilo pop cercano al de Andy Warhol.

Esa también fue una decisión de Santos, quien como presidente tiene el derecho de ‘escoger’ los cuadros de la colección de Palacio: hasta hace cuatro años, durante el gobierno de Álvaro Uribe, ese espacio lo ocupaba un cóndor gigante de Alejandro Obregón. Con él también desaparecieron los retratos de cuatro próceres de la Independencia que adornaban las paredes color crema que ahora están vacías.

Al lado de los consejeros están los invitados especiales, que entran, hablan sobre el tema que se les pide y se van. Con cierta regularidad pasan los negociadores en La Habana a contarles cómo va el proceso de paz. O algún comandante de las Fuerzas Armadas o la Policía que les habla de temas de orden público, aunque éstos suelen tener su propio escenario llamado la “Sala de Situación”, igual que el programa noticioso de CNN.

Aparte de ellos, son comensales frecuentes Andrés Botero de Coldeportes, Luis Fernando Andrade de la Agencia de Infraestructura y Mauricio Perfetti del Dane. Hasta hace poco también lo era el primer cuñado Mauricio Rodríguez.

El invitado más atípico fue Tony Blair, el ex primer ministro británico y creador de la ‘tercería vía’ que tanto le gusta a Santos, en abril de 2011.

Santos preside la reunión con su habitual temperamento parejo, aunque varía el momento de la reunión en el que hace su intervención central. “Siempre ecuánime”, lo describe un ex ministro. “Todo es muy business-like”, dice un ex alto funcionario. “Los consejos lo reflejan a él”, remata otro. El presidente no se exalta ni se sale de casillas. No regaña ni felicita, no interrumpe.

Basta con que se levante o que frunza el ceño para que el gabinete entienda que no está de humor. Es ahí cuando espeta un “Eso no puede ser así, están locos”. O un “¿Por qué no se hizo tal cosa? Eso es cosa suya, ministro”. E incluso un “Hombre, ya le dije tres veces. ¿Me toca decirle en frente de todos?”. Pero son frases que los ministros recuerdan más por ser las excepciones notables que la regla.

Tan plano es su genio que sus ministros han tenido que aprender a leer sus gestos y expresiones corporales. Una persona que estuvo en su gabinete admite que nunca logró adivinar cuándo estaba molesto. Otro dice que eso se sabe solo “por el contexto” de lo que se está discutiendo.

Orden del día ministerial

Usualmente hay tres o cuatro temas en la agenda, que les suele llegar por correo a los ministros un día antes de llegar, o a veces esa mañana, y que se proyecta en una gran pantalla en diagonal al Beatriz González.

Son tres los grandes temas que se suelen privilegiar. Primero, las discusiones económicas medulares como una reforma tributaria, la creación del impuesto del Cree o la venta de Isagen, uno de los pocos debates que varios recuerdan como bastante tenso. Segundo, los grandes proyectos de desarrollo, como carreteras o petróleo. Y, por último, los que tengan consecuencias sociales como un paro.

Eso, salvo que haya un problema mayor -el fallo de La Haya, la ola invernal o el paro agrario- que amerite una reunión más larga o incluso un consejo cualquier otro día de la semana, en cuyo caso todos los ministros tienen que correr al Centro.

Santos da la primera puntada y abre la discusión de cada tema. Muchas de las voces más sonoras son económicas, en un gabinete donde -como dice un ex ministro- “hablan el mismo idioma de los economistas”: Cárdenas, Juan Carlos Echeverry, Alejandro Gaviria, Juan Camilo Restrepo, Mauricio Santa María, Hernando José GómezJuan Carlos Pinzón, Bruce MacMaster, Tomás González, Simón Gaviria.

Casi siempre hablan los mismos. Lucho Garzón intervenía mucho, sobre todo durante los paros. Vargas Lleras, incluso ya como vicepresidente, “no habla casi si no es de sus temas y eso”, dice uno de los actuales funcionarios. Su predecesor Angelino Garzón también hablaba poco y se ausentaba mucho.

A todos los oye en silencio el Presidente hasta que decide pasar página. “Sobre este tema ya hubo suficiente ilustración”, dice y anuncia una decisión, aunque muchos sienten que ésta ya estaba tomada desde un principio y antes del consejo de ministros.

Como dice un ex alto funcionario, “no es el escenario de toma de decisiones. Formalmente lo es, pero en la realidad no”. Si alguien ya participó varias veces, cosa que no sucede a menudo, le puede soltar un “Usted ya habló”.

Cuando un ministro quiere poner un tema suyo sobre la mesa, tiene que hacer lobby primero con el funcionario encargado de los consejos de ministros, que en una época era Cristina Plazas, luego María Lorena Gutiérrez y ahora Néstor Humberto Martínez.

Hay dos tipos particulares de reuniones de gabinete. Unos son los de la agenda legislativa, dos o tres consejos consecutivos al semestre en donde cada ministro explica qué proyecto de ley va a presentarle al Congreso. Cuando ven que hay demasiados o que formarán embudo en la Comisión Primera, terminan decidiendo allí mismo cuáles van con mensaje de urgencia y cuáles definitivamente salen.

El otro consejo particular -el de rendición de cuentas- ocurre una vez al mes. Es allí donde sale el famoso -y temido- semáforo que controla María Lorena Gutiérrez, la alta consejera a quien un ex colega describió como “una maga para coordinar”.

Sobre esa pantalla se proyecta el ritmo de ejecución presupuestal de todos los ministros. Una luz verde si la ejecución de sus presupuestos de inversión y de funcionamiento va viento en popa. Amarillo si va bien pero aún le falta cositas y rojo si no ha cumplido las metas trazadas. “El arte de gobernar consiste en ejecutar”, repite Santos. Es su mantra (aunque durante su primer gobierno una de las críticas principales fue que no ejecutó lo suficiente).

En un día normal puede haber -según un ex alto funcionario- cuatro verdes, seis amarillos y seis rojos. Aunque a medida que avanza el año y van ejecutando, se van volviendo verdes. Al que está muy rojo, el presidente le pregunta: “¿Qué pasó con tal cosa?” y ese ministro tiene que explicar lo que sucede. “Quedo pendiente de eso, ¿no?”, le dice el jefe.

Cuando se trata de una crisis, usualmente significa que al día siguiente -a las seis de la mañana o muy tarde en la noche- el ministro recibirá una llamada del Presidente a las 6 de la madrugada o tarde en la noche. “¿Cómo va eso?”, es una de sus frases típicas.

Para algunos ministros el semáforo es el momento perfecto de explicar si tiene un escollo e incluso de ‘echar al agua’ al colega que tiene sus proyectos retrasados. “Si no me han dado la plata en Hacienda, ¿qué hago?” es un lamento que se oye seguido. “¿Qué le falta para destrabar eso?”, le dirá Santos y los insta a trabajar más de la mano.

Otros ven esa tomada de examen con más incomodidad. “Si estaba verde estaba tranquilo, si estaba naranja estaba nervioso y el rojo era terrible”, dice un ex ministro. Muchos temen la pregunta más drástica del repertorio. “Existiendo la necesidad y la plata, no entiendo por qué no se ha hecho. ¿Cuánto hace que pedí eso?”, dice Santos, sin mayor cambio en su voz.

Para otros el sistema de semáforos no sirve de mucho. “Solo se mira la ejecución pero no cómo está impactando esa ejecución, que es lo fundamental”, dice otro ex funcionario.

“No son tan juntas directivas como uno creería”, concluye esa misma persona, que sentía que eran más de presentación y de rendir informe, que de tomar decisiones de fondo. “La gente es muy pasiva. Son poquitos los que fijan una posición. La gente prefiere otros espacios para hacerlo”.

Santos insiste con mucha frecuencia en varios mensajes, aparte del de trabajar juntos. Uno es que “cuenten bien lo que se está haciendo” y “¿por qué la gente no sabe eso?”. En su imaginario es común la sensación de que no registra mejor en las encuestas porque el Gobierno no ha sabido comunicar sus logros. De tanto en tanto, les dice “me han llegado quejas de que no están recibiendo a los parlamentarios”. Y esporádicamente, si ha habido cruces de sables ministeriales, que “no peleen los ministros en público”.

Muy de vez en cuando el Consejo de Ministros se hace fuera de la Casa de Nariño. Un par de veces se hizo en Hatogrande, la hacienda colonial -y casa de campo presidencial- en la vía a Tunja que alguna vez Simón Bolívar le obsequió a Santander. Más frecuentes han sido los consejos ‘descentralizados’, como uno de guayaberas y vestidos en San Andrés justo después del fallo en La Haya.

La rutina casi siempre es la misma, desde que arrancan hasta que terminan con el balance-discurso del Presidente sobre lo discutido. La ‘foto’ siempre es muy parecida, con algunos relevos en los rostros de cada cartera, salvo tal vez el día en que todos se vistieron de amarillo para despachar los asuntos de gabinete y luego ver juntos la victoria de la Selección Colombia sobre Japón en el Mundial.

Muy, muy pocas veces Santos les ha hablado de un tema personal. La única que recuerdan varios fue cuando les anunció en 2012 que se operaría del cáncer de próstata.

Sin sobresaltos, sin un cambio notorio en su tono de voz, Santos da por terminado el consejo de ministros.

Fui periodista de La Silla Vacía especializado en temas ligados al Acuerdo de paz (desarrollo rural, política de drogas, justicia transicional y cómo las víctimas reconstruyen sus vidas) y al ambiente. Soy pata de perro y tengo más puestos que una buseta: soy editor del Centro Latinoamericano de...