El covid ha hecho mucho más dura la vejez en Colombia

Esta historia hace parte de la Sala de redacción ciudadana, un espacio en el que personas de La Silla Llena y los periodistas de La Silla Vacía trabajamos juntos.

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No sólo los afectó porque sean el 76 por ciento de los muertos, sino porque el encierro sacó a relucir la precaria política pública para los adultos mayores.

A veces Nelly Zapata se levantaba llorando sin ninguna razón. Quizás era el encierro, quizás era que su pareja, de 83 años, no podía ir a jugar cartas con sus amigos en la fundación. Su tristeza y la de él, sumadas por la pandemia.

Nelly Zapata trabajó toda su vida haciendo peluches de algodón y ropa interior. Los vendía en almacenes y eso le daba para el diario, pero llegó a los 70 años sin una pensión, y tanto ella como su esposo dependen ahora de la ayuda de sus seis hijos y del programa Colombia Mayor del Gobierno. Recibe desde hace cinco años, 120 mil pesos mensuales, a través de Compensar. 

Nelly es paisa, tiene seis hijos y 13 nietos, entre los 37 y los 4 años. Algunos viven en Argentina, otros en Medellín de donde es ella, y otros en el sur en Bogotá. Ella vive en Lijacá y su vida gira en gran parte alrededor de la Fundación Jeymar, que le queda a dos cuadras. 

Allá se pasaban ella y su marido el día, y también almorzaban. Eso fue lo que les arrebató el covid.  

“En la fundación nos hacen sentir que somos importantes, que todavía podemos bailar y hacer lo que queramos”, dijo Nelly a La Silla Vacía.  

Jeymar, como muchos otros centros para adultos mayores, tuvieron que cerrar por el coronavirus y apoyarlos de lejos. O cerrar las puertas a los familiares, y encargarse ellos, solos, de los que viven internos.  Porque si bien el covid contagia a jóvenes y a viejos, son estos últimos los que han llevado la parte más dura de la pandemia.

No solo dos de cada tres de los colombianos que han muerto por el covid son mayores de 60 años sino que la pandemia también agudizó los problemas de este sector de la población. Como tantas otras cosas, el virus dejó al desnudo que la política pública frente a los adultos mayores no es una prioridad ni para el gobierno nacional ni para los mandatarios locales.  Nunca lo ha sido.

Los problemas que ya tenían

El censo del Dane de 2018 dice que hay unos 6,3 millones de adultos mayores (mayores de 60 años).  

Su situación social y económica es muy difícil.  Según el Estudio Nacional de Salud, Bienestar y Envejecimiento (Sabe) presentado en 2016, el más actualizado que hay sobre la situación del adulto mayor en profundidad y que se hace cada 10 años, muestra que solo uno de cada diez goza de una pensión en el campo y solo 3 de cada diez en la ciudad.

Eso significa que para muchos colombianos la vejez no es el momento de cosechar lo invertido en la vida, sino de seguir trabajando para subsistir. Según la encuesta Sabe, el 60 por ciento sigue trabajando porque si no lo hace, no come; solo el 9,3 por ciento lo hace porque quiere seguir ocupado.

En todo caso,  el 30 por ciento de los encuestados dijo que no recibe dinero, y la mitad recibe menos de un salario mínimo legal.  Casi el 60 por ciento viven en la informalidad.

Es el resultado de unos niveles de escolaridad muy bajos. En promedio, un adulto mayor en Colombia tiene solo 5,5 años de colegio.

Los adultos mayores con esas características, y que están entre los estratos 1 y 2, pueden recibir ayuda de dos formas. 

Ya sea en un hogar de larga estancia o a través de los llamados Centros Vida, como al que va Nelly, que son espacios donde los adultos mayores reciben comida, hacen actividades durante el día, reciben apoyo emocional y psicológico, les enseñan a usar tecnología e incluso les ayudan a hacer emprendimientos con el subsidio del programa Colombia Mayor. 

La financiación de los hogares de larga estancia y de los Centros Vida depende del recaudo que se hace con las llamadas “estampillas” a nivel municipal o departamental. Este es un porcentaje que se recauda (entre el 1 y el 4 por ciento) de toda la contratación y a los Centros Vida se les da el 70 por ciento y a los hogares el 30. 

Esto, según dos fuentes que conocen el sistema, ha llevado a que esos recursos de las estampillas estén politizados. Las alcaldías suelen tener una mayor injerencia sobre los adultos mayores afiliados a los Centros Vida porque contratan sus servicios directamente. 

En cambio, los centros de larga estancia son por lo general fundaciones privadas o negocios, cuya operación es mucho más costosa en la medida en que mantener un adulto mayor puede costar alrededor de 1.5 millones de pesos mensuales.   

Aunque hay un subregistro porque el sistema está muy descentralizado y a merced de las administraciones locales, se calcula que en centros de larga estancia hay 34 mil adultos mayores y no existe un registro de cuántas personas van a los Centros Vida, pues toda esa información la deben mandar de las regiones y muchas veces no lo hacen.

“Aunque tenemos una política de envejecimiento humano y vejez actualizada, no hay un Conpes que la respalde con recursos para territorializar o hacerla efectiva”, dice el médico geriatra Robinson Cuadros.

La ausencia de una política integral quedó en evidencia durante la pandemia. Más allá de obligar a los adultos mayores, por decreto, a que se encerraran, no hubo un plan de acción específico para mitigar los efectos sobre esta población, es la conclusión a la que llegamos después de entrevistar a los encargados de cuatro fundaciones que trabajan con adultos mayores, a un funcionario del Ministerio de Salud, y a un experto en el tema.

Cuando empezó el covid, el Ministerio de Salud dió una serie de lineamientos a las secretarías de salud departamentales y municipales, principalmente para evitar el contagio, y otras recomendaciones para mitigar los efectos psicosociales, que de acuerdo a nuestra reportería no se aplicaron en muchos municipios.

Las cuatro fundaciones con las que hablamos, por ejemplo, en Charalá, Bogotá, Istmina, y Barranquilla , nos confirmaron que no recibieron esos lineamientos, más allá del encierro y cuidarse del covid. 

Durante la pandemia, el subsidio de Colombia Mayor tampoco aumentó temporalmente para mitigar los efectos de la crisis.  En diciembre de 2019, Duque había cumplido su promesa de campaña y homogeneizó los subsidios de Colombia Mayor a 80 mil pesos mensuales, aunque todavía hay algunas personas que reciben 120 mil como Nelly. 

Este pago lo reciben 1,6 millones de adultos mayores y el objetivo es que llegue a 2,6 millones en 2022 y con un subsidio de 120 mil pesos para todos.  Durante el gobierno de Juan Manuel Santos había personas que recibían 45 mil pesos, otras 70 mil y otras 120 mil pesos.  

Pero durante la pandemia, la mayoría de los recursos se destinaron para la creación del Ingreso Solidario que da un subsidio de 160 mil pesos a 3 millones de personas y al subsidio a la nómina de las empresas, el Paef.  

Entonces, el peso recayó en las fundaciones.

Lo que el covid se llevó o empeoró

“Un día llegó la orden de que teníamos que cerrar, se acabaron las visitas, todos se alejaron de las actividades sociales, solo los veían los empleados, pero menos mal nadie se contagió”, le dijo a La Silla Vacía Martha Murcia, administradora de la Fundación El Edén en Charalá, Santander. 

Esa fundación tiene un hogar de larga estancia y un Centro de Vida, pero no cuenta siempre con dinero oficial porque dice que a veces les llega lo de la estampilla y a veces no. 

En el centro de larga estancia viven 50 adultos mayores, y Murcia dice que ha sido muy duro durante la pandemia.

Empezaron a notar que la actitud de los adultos mayores y sobre todo su forma de hablar, cambió drásticamente en la medida en que el encierro continuaba. Muchos se volvieron más ansiosos y otros, más agresivos.  

Nos contó que, incluso, algunos se escaparon del hogar, pues no entendían por qué tenían que encerrarse tanto tiempo. “Muchos creen que eso del covid es mentira”, nos dijo Martha.

Una de las residentes de la Fundación con la que hablamos, pero que nos pidió no dar su nombre, de 86 años, quien vive en la fundación El Edén hace un año y dos meses, dice que no volvió a ver a su familia por la pandemia y que tampoco la llaman mucho.

Ella nació en Charalá, Santander, pero trabajó prácticamente toda su vida en Bogotá como costurera independiente; nunca se casó ni tuvo hijos; vivía con una sobrina, pero su familia decidió enviarla de vuelta a su pueblo porque tiene artritis, y necesita un caminador y un acompañante para moverse. Sus sobrinos pagan 1 millón de pesos mensuales por su sostenimiento, de los pocos que pagan. 

“Uno tiene que aceptar todo, cuando joven disfruté y fui feliz, ahora la vida quiere que uno se encierre”, le dijo a La Silla. 

Sin embargo, extraña ir a la peluquería.  La Fundación le llevaba un peluquero antes de la pandemia, pero ya no lo hacen por el riesgo al contagio y las enfermeras solo le cortan el pelo a los hombres.  Ella, entonces, se lo ha cortado sola y también las uñas, pero no es lo mismo.

Lo difícil, en todo caso, es sobrellevar la soledad. Dice que algunos de sus compañeros se han sentido muy solos. “Uno los oye llorar, tristes por el encierro”, dice.

El médico geriatra Cuadros nos dijo que esos niveles de estrés también pudieron intensificarse con las políticas oficiales de bioseguridad, más restrictivas para los mayores.

“Imagínese usted encerrado viendo televisión todo el día y lo único que le dicen es que si sale, se va a morir entubado”, nos dijo el doctor Cuadros. 

Esto reforzó su estigmatización, porque más allá de que sí corrían mayor riesgo frente al covid, la mayoría de adultos mayores tienen capacidad de trabajar, autocuidarse y vivir una vida como cualquier adulto. 

Según la encuesta Sabe, el 79 por ciento de la población es totalmente independiente en sus actividades de la vida diaria (AVD básicas: que son control de esfínteres, bañarse, vestirse y arreglarse solos) y el 62 por ciento, las tiene avanzadas. 

Era precisamente uno de los puntos que alegaba la rebelión de las canas en la tutela que le pusieron y le ganaron al presidente Iván Duque para que no los encerrara más que a los demás. 

La experiencia para las fundaciones que no tienen hogares de larga estancia fue diferente. Pues como su asistencia es como la de los Centros Vida, tuvieron que arreglárselas para llevarles el almuerzo todos los días o un mercado semanal a sus adultos mayores. 

Pero en muchos casos, no tenían cómo comprobar que si les estaban dando los alimentos o si la familia se estaba quedando con la porción más grande del mercado.

Además, la comunicación se hizo difícil, pues muchos adultos mayores no tienen celular y hay casas donde sólo una persona tiene y es la que sale a trabajar, nos dijo Martha. 

Esa desconexión con los adultos mayores, concretamente para la Fundación Camino de Fe, en el Chocó, fue mucho más dura, pues la fundación vivía de donaciones de amigos de su fundadora, Yirlean Murillo, y por la crisis, dejó de recibir recursos. 

Los almuerzos que lograba darles diariamente antes de la pandemia a los adultos mayores de la Isla de San Miguel en Istmina, Chocó, se convirtieron en máximo uno o dos a la semana. 

“Como no pudimos volver a abrir ni tenemos recursos, muchos adultos mayores abandonados están viviendo de la caridad de sus vecinos”, le dijo Murillo a La Silla.

Con ese problema encima, las fundaciones tuvieron que adaptarse de la mejor manera para asistir a los adultos en la distancia. 

“Tuvimos que llevarles la fundación a sus casas”, dijo María Angélica López, de la fundación Jeymar en Bogotá, que atiende a 152 adultos en dos sedes. 

La Fundación Jeymar, por ejemplo, les lleva mercados a sus casas, les envían videos con ejercicios físicos y manuales a través de un grupo de Whatsapp que crearon con sus acudientes y les hacen llamadas semanales por celular para hacerles apoyo emocional. 

Una actividad física en la Fundación Jeymar, sede Lijacá, antes de que tuvieran que cerrar por el covid.

“Cuando se rompe ese proceso, por el encierro, empieza un deterioro con más velocidad de su salud mental, física y emocional y por lo tanto genera un deterioro cognitivo”, dice López.

En Barranquilla, Karoll Gutiérrez, la fundadora de la Fundación Más Oportunidades, se apoyaron en estudiantes de psicología de la Universidad del Norte para poder seguir ayudando a los 75 adultos mayores del barrio La Cerrita. Cada uno apadrinó a un adulto mayor y lo llamaba una o dos veces a la semana para hacerles una terapia y ayudarles en su encierro por la pandemia. 

Pero lo que más les gustaba a los adultos mayores, que era ir los sábados a la Fundación y trabajar en la huerta colectiva o incluso bailar, están suspendidas hasta que el virus esté controlado.

Así era un sábado en la Fundación Más Oportunidades de Barranquilla antes del covid.

Para Irma Nieto, de 86 años, no poder volver a la fundación Más Oportunidades fue muy duro, pues se había vuelto un factor central en su vida. Aunque el encierro le trajo la felicidad de vivir con sus hijas y sus nietos.

Irma tiene problemas del corazón y del azúcar y se hacía chequeos frecuentes pero por la pandemia ahora son por teléfono, y eso sí ha sido muy difícil: “necesito un teléfono pero no lo tengo y en mi casa las personas que tienen se van a trabajar”. 

El contagio

De los 33.669 colombianos que han muerto reportados por covid, el 76 por ciento -25.768- han sido mayores de 60. 

Aunque son solo el 15 por ciento de los contagiados, es posible que haya un subregistro en ambas cifras pues, según un funcionario del Ministerio de Salud con el que hablamos, saber realmente cuál fue el contagio de covid dentro de los hogares de larga estancia o de los adultos mayores en general es prácticamente imposible. 

Según el funcionario, que habló off the record porque no quiere figurar en medios porque no es el vocero del Ministerio, se supone que como los adultos mayores están confinados y de cierta forma aglomerados, las EPS deberían hacer rastreos. Pero, por costos, no se hicieron como debían.

De las fundaciones con las que hablamos, solo la de Barranquilla nos dijo que efectivamente, habían muerto más adultos mayores de lo normal de marzo a hoy. No tenían claro si habían muerto por covid o no, pues a ninguno les habían hecho pruebas.

Robinson Cuadros, el médico geriatra, dice que, en todo caso, muchos centros no darían información al respecto por miedo a ser responsabilizados de las muertes por covid. 

El funcionario del Ministerio cita como ejemplo, un hogar de larga estancia en Ipiales, Nariño, donde hubo un contagio masivo de 49 adultos mayores y 11 murieron. La autoridad sanitaria del lugar solo se enteró cuando lo denunció un medio local que luego replicó El Tiempo, pues por miedo a ser señalados como culpables, el centro no informó.

Algunas ARLs también se negaron a darles los kits de bioseguridad, un problema que como contamos ocurrió en diferentes sectores.

En la fundación el Edén, concretamente, nos dijeron que la ARL Sura no les dio los kits de bioseguridad, argumentando que ellos no prestaban servicios de salud, a pesar de que en su personal tienen enfermeras y médicos. Les tocó comprar sus propios kits.

Hay hogares en donde los empleados de los centros se quedaron a vivir, pero hay otros en los que entraban y salían, lo que contagió a varios adultos mayores.

En Ibagué, por ejemplo, en la Corporación Jardín de los Abuelos, un centro de larga estancia, se hizo un rastreo en donde de 241 pruebas, 196 salieron positivos. De los contagiados, 122 eran adultos mayores y 12 murieron, porque sus funcionarios entraban y salían, algo muy difícil de controlar. 

Este es solo uno de los casos que posiblemente hubo en todo el país. 

Seguro algunos adultos mayores han salido fortalecidos por la pandemia, porque retomaron labores que no hacían antes cómo tocar un instrumento, o se acercaron más a sus familias por el encierro o aprendieron a manejar tecnología para estar conectados con sus familias.

Por ejemplo, Irma se acercó más a sus nietos, ya que estaban siempre en casa, y Nelly aprendió a valorar en el encierro lo importante que es su familia y sus amigos. 

Pero para las nueve personas con las que hablamos para esta historia, la pandemia ha hecho que su vida, ya de por sí difícil en la vejez, sea mucho más complicada.  Quizás lo único positivo es que ha puesto en evidencia es que a la política pública frente al adulto mayor le falta mucho para ser realmente efectiva.

Estudié Historia en la Universidad de los Andes e hice la opción en periodismo. En mis vacaciones de la universidad trabajé en La Silla, haciendo de todo un poco, luego hice mi práctica de grado trabajando en La Cachaca, de ahí salté a cubrir el Congreso y ahora cuento noticias en el #ElPaísEnVivo...