Momentos en los que alias Jimmy Guerrero, comandante del Frente 33 de las Farc saludaba al Ejército y se dirigía a encontrarse con la comisión de verificación de las zonas de concentración.
 

A hora y veinte minutos de la cabecera municipal de Tibú, cuando el Catatumbo se empieza a espesar y la selva que ha sido comandada por guerrillas en las últimas décadas aparece, está Caño Indio, una vereda a la que ni en campaña los políticos van.

Allá no hay ni agua ni luz, la escuela no tiene baños, solo esporádicamente y dependiendo del operador hay señal de teléfono, y sus habitantes, al igual que los de los otros 10 municipios del Catatumbo, viven de la siembra de coca.

Esa vereda es uno de los lugares que por definición es muestra del abandono del Estado, pero hoy por primera vez tiene todos los reflectores puestos sobre ella: está a punto de convertirse en una de las 23 zonas de concentración de las Farc.

La Silla la visitó.

La llegada

Los habitantes de Caño Indio adornaron la vereda para la comitiva que iba a llegar.

Llegar a Caño Indio es complicado si no se es de esa zona, si no se tienen conocidos o si no se va acompañado por alguien a quien respeten quienes mandan allá: las Farc.

Esa vereda está en las entrañas de Tibú, municipio que es considerado la capital del Catatumbo, y el trayecto desde Cúcuta hasta allí en carro puede demorar casi cinco horas.

Primero hay que llegar hasta Tibú (a tres horas de Cúcuta)  y luego coger carretera hacia La Gabarra, el corregimiento más grande de ese municipio. A 50 minutos de iniciado el recorrido hay que tomar un desvío y en adelante cruzar la montaña por otros 40 minutos.

Allá no entra cualquier carro porque la carretera es destapada y “si llueve nadie pasa”, le contó a La Silla unas horas más tarde Alirio Alfonso Pineda, un campesino que venía de la vereda el Progreso.

“Si llueve se quedan estancados. No hay manera de entrar, eso toca que unos se empujen con otros y que traigan lazos, y puede que no alcancen a llegar”, continuó.

Sin embargo, en los últimos días había hecho sol.

Por eso, la comitiva de autoridades locales que pensaba llegar a la vereda ese jueves en la mañana, arrancó su trayecto por tierra. 

Aunque unas camionetas se adelantaron en el camino, en el desvío que divide la vía a  La Gabarra de la trocha que lleva a Caño Indio se esperaron unas a otras. 

“Es mejor entrar todos”- dijo Jesús Alberto Escalante, alcalde de Tibú. “No conozco bien la carretera y esta es mi primera vez a Caño Indio”.

Al final cuatro camionetas (entre la del Alcalde, la Defensoría del Pueblo,  la pastoral social y la de la pastoral de víctimas) se encontraron en ese punto, y en caravana avanzaron hasta la entrada de la vereda, que con un camino de bombas de los colores de la bandera de Colombia y con un letrero que rezaba “Bienvenidos a la vereda Caño Indio Catatumbo tierra de paz”, le daba la bienvenida a los visitantes.

Mientras eso pasaba en tierra, por aire se movilizaba la Comisión Tripartita (Gobierno, Farc y ONU) de verificación de las zonas de concentración de las Farc.

Delegados de Noruega, Cuba, la Cruz Roja, de la oficina del Alto Comisionado para la Paz y de Naciones Unidas  venían desde Cúcuta, luego de haber dormido en Valledupar donde estuvieron visitando Los Encantos, corregimiento que servirá como otra zona de concentración y que está ubicado en La Paz, Cesar.

“Mucho gusto soy el comandante Jimmy”

El sol que le había permitido a la delegación que iba por tierra llegar hasta Caño Indio, estaba golpeando con fuerza a las 10 de mañana.

Aunque la caravana de carros ya había divisado la entrada de la vereda, el paso fue detenido por el Ejército.

 “Buenas tardes mucho gusto soy el Comandante del Batallón 136 ¡Fe en la causa! ¡Mucha Fe en la causa! Les informo que el helicóptero está más adelante y que tenemos que esperar unos minutos para que despegue y ustedes puedan seguir en carro”, dijo el militar.

La zona estaba acordonada por el Ejército. Solo desde el punto en el que paró la caravana hasta la entrada de la vereda a unos 200 metros había más de 20 militares, algunos con perros antiexplosivos.

Mientras se daba la espera, varios de la comitiva empezaron a bajar de los carros.  Hacía tanto calor que la ropa se pegaba al cuerpo.

En ese momento, un hombre canoso, con barba larga y blanca, y un brazalete en su brazo izquierdo que decía Farc- EP cruzaba por el mismo punto en el que se encontraban los carros junto a otros dos guerrilleros.

“Mucho gusto soy el comandante Jimmy Guerrero”, dijo y continuó su marcha.

Esa fue una de las dos veces que toda la comitiva que llegó a Caño Indio lo vio.

 Alias ‘Jimmy Guerrero’ es el comandante del Frente 33 de las Farc, que opera en Norte de Santander, y específicamente en el Catatumbo.  Su verdadero nombre es Erasmo Traslaviña Benavides, su cédula de Florencia, Caquetá.

Guerrero es uno de los guerrilleros más antiguos de las Farc, tiene más de 60 años y aunque no se conoce mucho de su procedencia, sí ha sonado en todo el país por los crímenes que bajo su mando ha cometido el bloque que él comanda.

Además de haber participado en la activación de carros bomba, en la voladura de torres de energía y de tener una orden de extradición, Guerrero, quien ese día caminaba tranquilo en medio de militares armados hasta los dientes,  ha sido señalado de ser el autor intelectual del bombazo a Caracol Radio en 2010, de aliarse con el abatido líder del EPL alias ‘Megateo’ para controlar todo el narcotráfico del Catatumbo
y de infiltrar el paro campesino en 2013.

Jimmy además ha sido descrito como el segundo a bordo de Timochenko cuando este último salió del país y se refugió en Venezuela, e incluso por información que permitiera dar con su paradero, en enero de 2012 el entonces Ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, anunció una recompensa de $2 mil millones.

Precisamente por eso es que su tranquila marcha en medio de autoridades y de militares fue tan sorprendente.

A todos los saludó. Y luego se adentró en el monte, donde estaba la Comisión con los delegados de La Habana para iniciar los sobrevuelos que les permitiría reconocer Caño Indio en toda su extensión y demarcar la zona de concentración.

Cuando se metió entre los matorrales a ninguno de los que venía en los carros lo dejaron seguirlo. En su lugar les pidieron que siguieran a la vereda porque allá los estaba esperando la comunidad.

“Él conoce la zona perfectamente y en el sobrevuelo estará dando indicaciones para que se definan los puntos que servirán como referencia para establecer la delimitación”, le dijo a La Silla unos  minutos más tarde un delegado de la Comisión Tripartita que se quedó en la vereda.

Mientras, la comitiva que había llegado por tierra esperaba para cruzar el camino de bombas amarillas, azules y rojas. El alcalde Escalante y el defensor regional del Pueblo, Jorge Villamizar, hablaban de la paz.

Uno dijo: “La cosa está fría”.

El otro le respondió: “Eso es porque no ha empezado la maquinaria a andar”.

El olvido de Caño Indio

Así luce el agua que habitantes de Caño Indio toman de la cañada que lleva el mismo nombre de la vereda para todos sus quehaceres diarios.

La posibilidad de que Caño Indio sea zona de concentración de las Farc se conoció solo hasta esta semana luego de que descartaran Angalia, una vereda que queda en límites con el Tarra, municipio en el que fue secuestrada la periodista colombo española Salud Hernández,  que tiene presencia del ELN y  en la que los cultivos de coca copan la mayoría de su paisaje.

Esta vereda está en el centro de Tibú, y mucho más cerca de la frontera con Venezuela que Angalia – para llegar a los límites de Colombia con Venezuela hay hora y media de trayecto en carro-   por lo que para los opositores del proceso no debía ser un punto de concentración. Allí también hay cultivos ilícitos pero a menor escala.

Sin embargo, las 52 familias de Caño Indio piensan diferente. Saben que si son zona de concentración por primera vez el Estado volteará a mirarlos con inversión.

“No tenemos nada, porque aquí necesitamos acueducto, los niños toman agua del caño Indio que no es apta para el consumo, no hay electrificación, no tenemos vías, y la que hay nosotros la abrimos a punta de pico y pala”, relató Luis David Rincón, presidente de la Junta de Acción Comunal.  “No entendemos cómo todas las veredas que están a nuestro lado tienen electrificación y nosotros que estamos en el medio no. Esas son cosas que han pasado, pero no queremos que pasen más”.

En la escuela, que fue construida hace dos años y medio, estudian 24 niños, algunos de los cuales tienen que caminar una hora para recibir clase. Todos, independientemente del grado en el que están, reciben las materias en el mismo salón, que es el único.

Ni en la escuela ni en ningún lugar de la vereda hay baños. En su lugar tienen letrinas. Quien se quiere lavar las manos debe hacerlo con agua del río que sacan en baldes.

Las tierras de Caño Indio son fértiles, tanto, que sus mismos habitantes saben lo que pueden sembrar; sin embargo, por las condiciones, los cultivos de coca es lo único que les da rentabilidad.

“Aquí se da el cacao, la caña, si tuviéramos agua podría haber piscicultura, ganadería, el plátano, todo se da. Usted sabe la lejanía y si uno lleva una carga a Tibú el flete son 30 mil pesos y vende uno a 40, y entonces eso  no da. Estamos esperando a que nos ayuden”.

Por eso, el jueves los habitantes de Caño Indio y de algunas veredas vecinas como El Progreso, estaban sentados con banderas blancas y camisetas que decían “Sí a la paz” que les entregaron la pastoral de víctimas y la Alcaldía, esperando a la Comisión de la ONU, el Gobierno y la Farc.

La vereda estaba de gala. Las cerca de 100 personas que se encontraban en el punto en el que llegaría la comisión estaban sentadas bajo la sombra de algunos árboles a la espera de lo que les pudieran decir.

Mientras tanto especulaban.

“Yo estoy esperando que pase algo bueno. Ya hemos visto mucha guerra, ahora queremos la paz”, le dijo un hombre anciano a La Silla.

Otro que lo escuchó, le completó la frase: “Sí, es que solo hay que esperar lo bueno”.

El protocolo

Los habitantes de Caño Indio discutiendo junto a alias ‘Rubín Morro’ (gorra negra) el orden del acto protocolario en la vereda.

Cuando ya el sol de mediodía se sentía, la mesa principal se llenó.

En ella se sentaron dos delegados de la oficina del alto comisionado, el Alcalde de Tibú; el secretario de Gobierno de la Gobernación de Santander, Yebrail Haddad; el defensor del Pueblo,  Jorge Villamizar; los padres de la pastoral de Víctimas, Víctor Hugo Peña Pérez, y de la pastoral social, Fray Juan David Montes; y Martín Cruz Vega alias ‘Rubín Morro’, cabecilla del bloque de las Farc que ha delinquido en el eje cafetero, y quien desde 2014 se unió a la delegación en La Habana.

Antes de que iniciaran las intervenciones, varios campesinos rodearon a ‘Morro’, no como su victimario, si no como a alguien que admiraban; le preguntaron por temas de la vereda, e incluso le hablaron del discurso que estaban a punto de leer.

“Este es mi número de celular. Llámenme cuando necesiten algo”, les dijo Morro, luego de coordinar cómo sería el orden de las intervenciones del acto protocolario.

Y así como él dijo, se hizo.

Primero intervino la secretaria de la Junta de Acción Comunal de la vereda, leyendo un discurso de apoyo al proceso de paz previamente verificado por el líder de las Farc; luego, el Alcalde hizo su intervención, y así de uno en uno, fueron ahondando en lo que implicaba la zona de concentración para Caño Indio.

Al final las promesas del Gobierno fueron muchas: aseguraron que van a intervenir la infraestructura cuanto antes para garantizar el agua potable, que la electrificación va a llegar, que las vías van a mejorar, y que la comunicación también.

Con un ¡Viva la paz! Terminaron las intervenciones. Después repartieron carne asada con gaseosa.

Cuando se estaban dispersando, Rubín Morro se convirtió en el centro de atención de los habitantes de Caño Indio. Muchos le pidieron foto, otros esperaron para saludarlo y a todos les dio su número.

“Las Farc son bien con nosotros, por eso los saludamos. Ellos se preocupan por el campesino”,  le contó a La Silla una de las campesinas de la vereda.

Cuando todo finalizaba, los de la Comisión salieron a la entrada de la vereda para esperar el helicóptero. En ese momento, por segunda vez Jimmy Guerrero apareció en la foto, pero solo por unos segundos.

Pasadas las  2:00 de la tarde el helicóptero alzó vuelo para hacer un último recorrido aéreo  de la zona.

Algunos de la comisión se quedaron en tierra esperando a que volvieran por ellos. Mientras tanto, los campesinos siguieron con su rutina y algunos hablaron de lo que venía para ellos. Cuando La Silla le preguntó a uno qué tanto sabía de los puntos acordados en La Habana respondió: “El punto más preocupante es que el gobierno no cumpla”.

Soy coordinadora de la Unidad Investigativa. Comunicadora Social y Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana de Bucaramanga. Antes fui editora de La Silla Santandereana, donde cubrí poder en los dos santanderes y Arauca. Previo a La Silla, fue periodista de política y de la Unidad Investigativa...