El duro aterrizaje de las Farc a la realidad

La Silla Vacía viajó la semana pasada a cuatro zonas y vio que, en efecto, el sueño que tenían los jefes de las Farc de hacer una reincorporación colectiva se está desmoronando.

En la carta que el jefe de la Farc, Timoleón Jiménez, envió al Mecanismo de Verificación de la ONU el viernes pasado dice, entre otras cosas, que la unidad de los desmovilizados está en riesgo por diversas medidas del Gobierno que apuntan a “desvertebrar y dispersar” la unidad de los que están en las zonas de reincorporación.

La Silla Vacía viajó la semana pasada a cuatro zonas y vio que, en efecto, el sueño que tenían los jefes de las Farc de hacer una reincorporación colectiva se está desmoronando.

En parte porque al Gobierno le ha costado trabajo cambiar el ‘chip’ de la desmovilización individual a la que estaba acostumbrada la Agencia Nacional de Reintegración a una colectiva que implica el concurso de varias instituciones más allá de la ARN y a que exista una cabeza dentro del Gobierno que tenga el poder para que funcionarios de otras entidades le obedezcan, la plata disponible para comprar tierras y financiar proyectos productivos, y la voluntad de echarse al hombro ese desafío, cosa que hoy no sucede a pesar del compromiso del director de Reintegración Joshua Mitrotti.

Las dificultades en parte también son porque algunos jefes guerrilleros como Iván Márquez le apostaron a unos megaproyectos productivos que no han podido arrancar a cargo de la cooperativa que crearon Ecomún, más que a muchos proyectos más pequeños  y porque se dedicaron más a armar su partido político que a preocuparse por la reincorporación de los comandantes.

Pero también por algo más vital, y es que muchos guerrilleros, después de años de estar bajo la subordinación de sus jefes, han decidido volver a donde sus familias y ensayar recuperar una vida propia, individual, más asociada al nombre que les pusieron de niños que al alias que tuvieron los últimos años.

Esto fue lo que encontramos:

Jueves 14 de septiembre, Gallo, sur de Córdoba.

Los días pasan en Gallo bajo sol o lluvia, pero sin ningún proyecto productivo aún. Foto: Laura Ardila.

Al son de la música carrilera que suena con fuerza a las 9 de la mañana, unos ocho jóvenes van llegando de a poco a una terraza para abrir las primeras latas de cerveza del día, que se toman en pequeño círculo sentados en sillas de plástico.

Dos policías que oyen la bulla pasan con tranquilidad a verificar que todo esté bien. Todo está bien. Metros más adelante, se encuentran a una periodista con dos acompañantes, a quienes saludan de mano: “Bienvenidos, esto es un pueblo más”.

Por la escena podría serlo, pero no es exactamente un pueblo más:

Es la vereda Gallo, al sur de Córdoba, en donde estuvieron concentrados para desarmarse 120 guerrilleros del otrora frente 58 de las Farc y ahora permanecen más o menos 80 para reincorporarse colectivamente, como fue el plan de esa guerrilla.

Y los animosos que departen al ritmo de guasca, y a ratos también con vallenato, son todos excombatientes.

¿La férrea disciplina militar? Atrás quedó, con las armas que dejaron, justo antes de atravesar la puerta que los llevará a convertirse en partido político.

Más allá de eso, un hecho particular ayuda a entender esta cara de la nueva cotidianidad fariana en el punto cordobés vecinito de Antioquia: a diferencia de muchas de las otras zonas de reincorporación del país, en Gallo no están adelantando ni un solo proyecto productivo.

Los días pasan quietos, bajo el sol, bajo la lluvia, entre ayudar en tareas domésticas comunes, como el aseo a las áreas compartidas; cocinar cada uno por su lado, porque la cocina colectiva o rancha se fue junto a la disciplina militar; hacer cursos o alfabetizarse con el SENA -algunos-; y cuidar sus carneros, marranos y gallinas.

Para el recreo, unas mesas de billar, la música de un exguerrillero al que llaman John Jairo, famoso porque junto al fusil cargaba la guitarra, la guacharaca y el requinto; la cerveza.

Nada de grandes cultivos de piña, papa, yuca o plátano. Zapaterías. Carpinterías. Tiendas. O sueños por el estilo, como pasa en otros puntos en los que también intentan reincorporarse.

En aquellos como aquí, el Gobierno aún no llega en forma de Agencia para la Reincorporación para ayudarlos a concretar sus planes de producción.

Pero, a diferencia de otras zonas en las que han logrado arrancarlos por cuenta de los dos millones de pesos que para ello ya consignó el Estado a cada uno, acá los exguerrilleros están paralizados, literalmente, por el problema de la tierra:

Gallo queda a unos cinco kilómetros del parque natural Paramillo, sobre un terreno considerado legalmente como “de amortiguación” y en vecindades de zonas de reserva que están bajo la ley segunda del 59.

Aunque sólo en el caso del parque natural las restricciones para el uso de la tierra son a perpetuidad, la realidad es que bajo ninguna de esas tres condiciones las Farc tienen claro exactamente cómo la podrían poner a producir, un asunto que igual se sabía desde que ellos mismos la escogieron como punto de concentración.

Y donde no hay tierra protegida, está el agua. La del embalse de la Central Hidroeléctrica de Urrá, única vía de llegada a esta vereda remota que se ubica a cinco horas largas de la capital Montería, en el alto Sinú y a las puertas del Nudo de Paramillo.

“Gallo no está adecuado para la reincorporación, aquí no hay tierra, eso de los PDET (programas de desarrollo con enfoque territorial) aquí no se va a ver”, sentencia Tomás Ojeda, quien fuera el segundo comandante del frente 58, antes de reconocer que debido a esto se han ido “entre 8 y 10” excombatientes de la zona, más los que, asegura, están fuera pero “de permiso”.

Lo de las tierras, no obstante, no es la única razón para que no haya ni un proyecto, así probablemente sea la más fuerte y determinante. La realidad es que algunos de los exguerrilleros decidieron tomarse la válida libertad de gastarse parte de sus dos millones en cosas distintas:

Por los días en que les consignaron, a algunos los vieron festejando por tiendas y cantinas en el puerto de Frasquillo, de donde salen las lanchas hacia Gallo.

Otros le hicieron el agosto a una pequeña empresa que vende celulares en el casco urbano del pueblo de Tierralta y se ubica justo enfrente del Banco Agrario, en el que tienen las cuentas.

Terminada la guerra y ya libres, ellos y los que se han ido son la evidencia de la fragilidad que experimenta la cohesión en las Farc, que en tiempos de conflicto, en los que nadie tenía muchas opciones, fue una de sus mayores fortalezas.

La situación pasará por otro punto de quiebre en unos días, cuando se cumpla la fecha hasta la cual el Gobierno les proveerá la comida. Con un agravante para Gallo: por la lejura, aquí hay luz gracias a unas plantas eléctricas, que también pone el Gobierno, cuyo funcionamiento con ACPM -según Tomás- sale por unos 600 mil pesos diarios.

“Aquí estamos muy aburridos y ahora que tenemos que mantenernos nosotros mismos la cosa se puede complicar”, comenta una exguerrillera informalmente.

A la desgranada fariana aquí hay que sumarle además que parte de los que se han ido -el número exacto no es claro, pues hay varios de permiso, la exguerrilla reconoce “entre 8 y 10” y funcionarios y campesinos de manera informal creen que podrían ser entre 30 y 40- lo han hecho rumbo a la orilla de las autodefensas gaitanistas, que tienen azotado con extorsión y muerte el sur de Córdoba.

Lo dicen en voz muy baja en el puerto de Frasquillo cuatro personas de manera separada: varios excombatientes de las Farc que se salieron de Gallo portan ya el brazalete de las AGC. Los campesinos lo saben porque los ven.

Incluso nos mencionaron a un alias Tyson, que no llegó sino hasta la preconcentración, que ahora dirige a un grupo de unos 15 gaitanistas en zonas surcordobesas que antes dominaban las Farc.

Las versiones agregan que esta banda está ofreciendo un millón ochocientos mil pesos a quienes se pasen de bando, pero que también han amenazado a algunos que les han dicho que no.

La sensación de inseguridad de los excombatientes comprometidos con el proceso de paz es tal que hasta Tomás Ojeda, uno de sus excomandantes y quien culpa de la atomización a los incumplimientos del Gobierno, está considerando irse a vivir a Montería para poder atender sus tareas políticas con tranquilidad.

“Los que estamos, seguimos firmes y con la moral intacta, pero ¡que aparezca algo!”, dice un exguerrillero al que sus compañeros eligieron como presidente político de la zona de reincorporación mientras pasa la transición, en referencia a las oportunidades de desarrollo que no se ven en este pueblo, que no es un pueblo más.

Jueves 14 de septiembre, La Montañita, Caquetá.

En Agua Bonita cincuenta de los 300 exguerrilleros que viven aquí trabajan en hacer camas para vender. Foto: Juanita Vélez.

En la que era la zona veredal de La Montañita, a media hora en carro de Florencia, en Caquetá, el tiempo se pasa lento. Son las nueve de la mañana y en este barrio, que ya tiene alumbrado y en algunas casas hasta antenas de Claro y de Direct Tv, no se oye ni un alma.

Los exguerrilleros pasan la mañana en sus casas, otros sentados en sillas rimax en galpones desolados y se ven algunos niños correteando por ahí. Unas mujeres cocinan  pollo con papa guisada en un restaurante donde ahora le cobran la comida a los visitantes. Siete mil pesos por almuerzo.

Antes era gratis, pero los tiempos han cambiado porque dentro de poco, no se sabe bien cuándo, el Gobierno va dejar de mandarles comida.

“Aquí la reincorporación nos ha tocado inventárnosla a nosotros”, dice Federico Montes, el responsable político de la zona mientras el loro que tiene trepado en el hombro derecho se aburre y comienza a bajarle por el brazo.

En La Montañita lo que hay son proyectos productivos, pero jalonados por las propias Farc. Tienen una zapatería, montaron un galpón en el que están puliendo madera para hacer camas, unas huertas caseras, un proyecto piscícola y tienen cuatro hectáreas sembradas de piña.

Todos estos proyectos vienen de los dos millones de pesos que cada guerrillero de esa zona puso para la cooperativa, Ecomun. De los 300 exguerrilleros que hay aquí, 200 dieron de a un millón cada uno y con esa plata comenzaron a jalonar los proyectos. Los demás no la pusieron porque no quisieron, esperando a que el Gobierno, específicamente la Agencia Nacional de Reincorporación, llegue con algo.

Las tierras, según dijo a La Silla Montes, se las dejó trabajar un párroco de La Montañita y por eso han arrancado a cultivar sin problema alrededor de la zona.

El hecho de que tengan esos proyectos ha llenado los horarios de estos exguerrilleros acostumbrados a una disciplina militar que ya no tienen. Pero para algunos, eso no ha sido suficiente.

Según pudo averiguar La Silla de los 300, treinta se fueron de la zona, aunque no saben cuántos van a volver.

“Hay gente que estaba mamada de la lentitud del Gobierno y creen que no nos van a cumplir, entonces prefieren irse”, nos dijo Montes.

La lectura de él es que el Gobierno se demora adrede para que se cansen de esperar y se vayan. “Lo que más queremos es buscar cómo reincorporarnos sin que nos absorba el sistema”, agregó.

“Apenas nos estamos enterando de cómo va ser la reincorporación porque no sabemos”, nos dijo un funcionario de la ARN un día después.

Pero ese panorama no es el mismo de las otras zonas veredales del sur.

En ‘La Carmelita’, que era la zona veredal de Putumayo, Ramiro Durán, su responsable político, ya dijo públicamente que “ante la incertidumbre llegan propuestas muy tentadoras. Incluso algunas bandas están ofreciéndoles dinero, como salario a nuestros antiguos combatientes para que se vinculen”. En Putumayo la banda criminal más grande es La Constru.

En ‘Miravalle’, la zona de San Vicente del Caguán, el asesinato del exguerrillero Maicol Guevara, “sí tiene desanimados a los excombatientes porque no hay garantías de seguridad”, dijo a La Silla Arvey Alvear, el presidente de la Unión de Organizaciones Sociales de San Vicente del Caguán, Unios.

Esa mezcla de incertidumbre, incentivos de otras bandas y la sensación de que no pueden ir a visitar tranquilos a sus familias porque los pueden matar, muestra lo difícil que es el aterrizaje de los excombatientes del bloque sur a la vida civil.

Viernes, 15 de septiembre. Tumaco, Nariño.

Más de 200 ex guerrilleros y sus familias hacen fila con ficha en mano para recibir el desayuno en la vereda La Playa de Tumaco. Aquí la vida sigue siendo comunitaria, hasta donde se puede. Foto: Natalia Arenas.

Van a ser las 8 de la mañana en la zona veredal de La Playa, en Tumaco y el olor de las arepas, el chocolate y el caldo de gallina que cocinan tres ex guerrilleros afros en ollas gigantescas se empieza a colar por las paredes de drywall de este pueblo fariano.

A diferencia de otras zonas que visitó La Silla, en Tumaco la vida comunitaria de las Farc se mantiene, aunque sea bajo la presión y por orden del comandante Romaña, que aquí sigue ostentando el título de jefe.

Romaña, que desde las cinco de la mañana comienza su agenda de reuniones con excomandantes, Ongs y la Onu, pasó hace un rato a golpear en las puertas y llamar a algunos al trabajo (“¿es que están en su casa o qué?”, les gritaba).

Quizá porque lo acompañamos con libreta en mano, no pierde oportunidad para demostrar que aún en la vida civil sigue mandando. Y le hacen caso. (“Yo no sé si es por respeto o por miedo”, nos diría luego).

“La gente le cumple a ese man. Cuando él no está todo se despanocha. Hasta yo. Me levanto tarde y todo pasa inadvertido”, cuenta Chepe, quien a sus 62 años, ya no se acuerda cuándo ingresó a la guerrilla.

En tiempos de guerra era alias “El mecánico” y cuenta con orgullo como se le voló varias veces a la Policía, incluso después de que le pegaron un tiro al lado de la nariz y casi se muere desangrado.

Él llegó a esta zona detrás de Romaña con quien combatió casi toda la vida en el Bloque Oriental, entre los llanos orientales y Cundinamarca. Precisamente allá, Romaña se ganó el deshonroso título del autor de las ‘pescas milagrosas’.

No es el único que lo siguió hasta Tumaco, y vienen más.

“Roma se los está trayendo a todos. Así le toque sacar a uno para darles casa, los saca. Aquí ya casi no quedan negritos, ya nosotros somos más”, había dicho Chepe anoche. “Casi todo el Oriental está aquí”.

“Todo va en el mando, todo va en la persona. Mamita, si usted tiene 100 hombres y esos hombres la siguen, usted es rica”, dice Romaña. “Hubo un error muy grande, muchos compañeros creyeron en el Estado, que iban a llegar acá y les iban a mandar ropa, zapatos, de todo y se equivocaron. Nosotros no hicimos eso. Desde el día que llegamos acá, llegamos a sembrar y los otros esperando que les dieran todo. Osea como que nos cruzamos de brazos”.  

El mea culpa de Romaña también incluye que las Farc trasladaron a muchos comandantes como a él a otras zonas donde no tenían ascendencia y ya sin la disciplina militar, fue casi imposible mantener la estructura cohesionada. Algo que, según él, pocos quieren reconocer.

Pero dado que en Tumaco la alacena se mantiene llena, el agua fluye por las tuberías aunque sea intermitente y hay una planta que se trajeron del monte para cuando el Estado se lleve la luz, la moneda para que todos coman es el trabajo: pintar las ranchas, terminar las oficinas y los salones, reciclar la basura, sembrar las 62 hectáreas de cultivos, terminar las 10 marraneras, alimentar las gallinas, desplumar las gallinas antes del almuerzo, abrir los huecos para las piscinas de peces, aplanar la cancha de fútbol, moler el maíz para hacer purina, abrir la carretera, fabricar el puente que conduce a la futura fábrica de bloque, barrer, rellenar el barro con piedra del río para que las camionetas no se entierren, cocinar, lavar los baños, atender la tienda, atender el restaurante, atender el hotel, fabricar camas y chifoniers, fabricar chanclas. La lista continúa, pero eso se los contaremos en una próxima nota.

“Yo sí le voy a decir la verdad, nos ha tocado sacar gente. Si uno va a vivir aquí y no va a hacer nada, no, no podemos aceptar eso”, dice Chepe. “Es que hay gente floja, que se ahoga en un vaso de agua y hay que depurar. Es mejor 10 o 15 que 50 o 100”.

Es el mismo discurso de su jefe.

Aun así, a las 10 de la mañana, un ex guerrillero atraviesa la cancha de fútbol mirando al piso y con una bolsa llena de cerveza que compró en la tienda fariana.

–Esa es la vida de él–, explicó Jhon, 22 años, 9 en la guerrilla.

–¿Y no lo regañan?–

–No, aquí no les pueden decir nada porque se van–.

Se han ido varios, muchísimos, cuenta Jhon. Que porque quieren estar con sus familias, que porque no quieren trabajar, que porque los que estaban aquí tienen miedo de que la gente les cobre lo que hicieron, que porque les ganó la tentación de ganarse la vida con lo que saben hacer, la guerra.

El único que con propiedad habla de números es Romaña.

“De aquí hay por fuera 150. En la casa, osea, avisando a la familia”, dice, mientras mastica un casco de mandarina, sentado al pie de una cancha de ping pong que que terminó sirviendo más de mesa que de juguete. Esos van a volver y se reportan todos los días, asegura, porque, “¿no ve que están dentro del proceso, no ve que no los han bancarizado, no ve que no tienen la certificación, mamita?”

Según sus cuentas, solo 8 se han ido a las bandas y ya hay varios presos. “Ayer cogieron uno en Tumaco se llama Cherry, buen muchacho, yo lo aconsejaba, y otro que le decíamos cariñosamente Tripa, bailarín, y se fue y lo cogieron. Y ahora sí [dicen], Romaña ayúdeme, que no se qué, que no se cuánto y ya ¿que va a ser uno con esos muchachos?”

La tentación del narcotráfico está por todos lados, sobre todo en las veredas vecinas a La Playa. Basta adentrarse cinco minutos por cualquier camino desde la carretera que de Tumaco conduce a la Sierra para que la selva y la palma le den paso al verde intenso de la coca en el municipio con más cultivos de todo el país.

No es el único ránking nacional que encabeza Tumaco este año. También es el municipio donde más han aumentado los homicidios: 115 contaba la Fiscalía hasta finales de agosto.

Ese es el saldo que deja la disputa de los al menos 11 grupos armados ilegales que han copado este territorio, entre ellos las dos disidencias de las Farc: La gente del Orden, al mando de David (hermano del asesinado por las mismas Farc, alias Don Y), y las Guerrillas Unidas del Pacífico de alias Mocho, que siguen vivas a pesar de que desde junio en Tumaco funciona el plan piloto para el desmantelamiento de las bandas sucesoras del paramilitarismo que quedó acordado en La Habana.

Varios reconocen que les están ofreciendo plata para irse. Incluso Romaña asegura que por él estaban dispuestos a pagar unos 500 millones, un número que suena exagerado como varios de sus cálculos.

Es la consecuencia de la falta de la disciplina militar, comenta, mientras se come otro casco de mandarina.

“Pero como yo mantengo comunicación con todos los de las otras zonas me siento orgulloso porque no es igual. Por ejemplo, en la del Guaviare, el día que les pagaron salieron 60 a San José y hubo 40 borrachos, 10 en la cárcel y dos puñaliados. Y aquí nunca ha habido un rasguñado o una riña. Un borracho, normal, pero no ha habido cosas de esas”, dice, a pesar de que la semana pasada una exguerrillera terminó golpeada en medio de una pelea de tragos con su pareja donde quedó en evidencia por haberse metido con el marido de una mujer local.

A pesar de todo, el número de ex guerrilleros se ha mantenido estable en Tumaco porque los que se han ido del Frente Ariel Aldana que se concentraron aquí desde comienzos del año han sido rápidamente reemplazados por los del Bloque Oriental, que llegaron de la zona veredal de Mesetas, que ni el Gobierno ni las Farc han sido capaces de terminar.

Pero es casi imposible contar a los que sí están.

Romaña dice que son 400, tres ex guerrilleros hablaron de 200 y pico y un miembro de la misión de la Onu que pidió la reserva de su nombre habla de 300. Al ojímetro, los mestizos del Oriental y los afros de la Ariel Aldana que se mezclan a la hora del desayuno, se ven en partes iguales.

Como todos los días entran y salen, hay mañanas como la de hoy en las que el desayuno se acaba más rápido. Por eso, inauguraron un sistema que se ideó Romaña para mantener el control: en la fila, a cada ex guerrillero le entregan una ficha para reclamar el desayuno, el almuerzo y la cena.

“Ayer, cuando fuimos a trabajar salimos 300 y están comiendo 380. ¿Y los 80 qué? No, pues se quedaban durmiendo y viendo televisión. Entonces tocó la ficha”, explica.

Lunes 18 de septiembre, Filipinas, Arauca

Así luce la entrada a la zona veredal Martín Villa en Arauca. Allí se concentraron 425, pero hoy quedan, según las cuentas de los mismos guerrilleros, al rededor de 200. Foto: Jineth Prieto.

Desde que la zona veredal de Arauca dejó de ser el centro de desarme de las Farc, el tiempo ha quedado suspendido en esa pedazo de llanura clavada en la entrada de Filipinas, un caserío de 200 familias que duró 20 años sorteando la guerra. Parece un barrio lleno de desempleados sin mucho por hacer.

La única actividad de lunes a las 10 de la mañana era una charla. Ese día al rededor de 40 estaban escuchando acerca del plan de negocios de Sacha Inchi, una mata que también es conocida como el “maní del Amazonas” y que será el primer proyecto productivo de las Farc en Arauca.

– ¿Y por qué hay tan poquitos?.

– Porque eso es solo para los que les interesa. Hay 157 en este proyecto-, respondió Jerson, un exguerrillero que estaba sentado en la que había sido alguna vez la cocina comunal de la zona .

¿Y los demás?

– Hay otros que ya se fueron y hay otros que están esperando para hacer otra cosa.

De los 425  exguerrilleros de los frentes 10, 35 y 48 que ingresaron a la zona, más o menos la mitad se han ido para no volver.

“Quedamos por ahí 200”, le diría más tarde a La Silla un miliciano que contaba con orgullo su historia en la guerra, mientras tejía una atarraya. “Hay que hacer algo, porque es que si uno no se mueve aquí el tiempo pasa y se lo lleva a uno”.

A él ya le asignaron uno de los tantos módulos que ahora están desocupados. Quiere quedarse porque su hija fue una de las que se concentró y prefiere vivir cerca.

A la hora del almuerzo, la ciudadela parecía un pueblo fantasma.

Desde que cada uno empezó a recibir los $2 millones que el Gobierno les giró para que tuvieran cómo reincorporarse a la vida civil y desarrollar proyectos algo en el chip de la guerrilla de Timochenko, quien se había preciado de tener en sus tropas una unidad infranqueable que les permitía reincorporarse colectivamente, dejó de funcionar.

Ahora que está latente la necesidad de que cada quién responda por lo suyo, la cocina dejó de ser comunal y las tareas conjuntas pasaron a la historia.

También está creciendo la sensación de que no tienen mucho margen para andar juntos porque además del proyecto del aceite con vitaminas que empezaron junto a la Asociación Campesina de Arauca, ACA, tradicionalmente afín a esa guerrilla, y de la tienda comunitaria, no hay nada más.

Ecomún no ha despegado en el departamento a diferencia de otras regiones como el Caquetá y sin que la Farc pueda gastar plata que no tendría cómo justificar muchos dicen que no hay rango de maniobra.

De paso, la iniciativa individual en un grupo acostumbrado a recibir órdenes es escasa, y por ejemplo, aunque las clases para que los excombatientes terminen el bachillerato iniciaron tarde, ahora que las hay no todos van; muchos decidieron no entrar al programa para convertirse en escoltas, y otros solo están esperando a que les consignen los $600 mil mensuales que les prometieron, sin planes aún.

En su oficina Alfonso López, quien cuando se hacía llamar Efrén Arboleda era comandante del Frente 10, con un ventilador a toda marcha y alistándose para almorzar, dice que no entendía la actitud de muchos de los que se habían ido, porque de cualquier manera en el monte vivieron mal.

“Algunos compañeros tendrán la oportunidad de hacer un proyecto individual y si les suena la flauta pues bien, pero no nos parece lo más justo porque eso no fue por lo que luchamos, si hubiéramos pensado que esa era nuestra vida no hubiera tenido sentido estar en la guerrilla”, dijo López quien ahora además de dirigir la zona tiene tres perros pincher que cuida con dedicación. “Pero en lo político estoy seguro de que todos, así se vayan, continuarán con las Farc”.

El optimismo parece más suyo que el de buena parte de su otrora tropa.

Sentado debajo de los tanques negros que almacenan el agua, un exguerrillero de 21 años nacido en Caquetá que entró a las Farc cuando tenía 14 años, hablaba molesto por su situación.

“Los que están legales sí pueden salir y trabajar, pero a mí me pide la Fiscalía de Venezuela, y todavía me falta la justicia especial de paz y uno que es ilegal tiene que buscar la manera de defenderse,” decía con gesto de indignación. “En Venezuela está ‘Serrucho’, él salió peleado cuando estaban en las conversaciones de paz y ahora está reclutando”.

Hace un mes en Arauca asesinaron a un miliciano al parecer por venganza, y eso no ayuda en el ambiente para quienes se sienten apresados en la ciudadela que hoy habitan.

Ese día en Filipinas, cuando pasaban las 2 de la tarde, muchos seguían aferrados a sus sillas, casi inmóviles.

La tarde, como ya se había vuelto costumbre en la zona de Martín Villa, bautizada así en honor a un guerrillero del Estado Mayor que murió de viejo en el monte, terminaría sin novedad.

Fue periodista de historias de Bogotá, editora de La Silla Caribe, editora general, editora de investigaciones y editora de crónicas. Es cartagenera y una apasionada del oficio, especialmente de la crónica y las historias sobre el poder regional. He pasado por medios como El Universal, El Tiempo,...

Fui periodista de La Silla Vacía a cargo de cubrir Bogotá, el Congreso y las movidas de poder en el Pacífico. Soy politóloga con maestría en periodismo. Me gusta el periodismo de datos, el reportaje y hago fact checking.

Soy coordinadora de la Unidad Investigativa. Comunicadora Social y Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana de Bucaramanga. Antes fui editora de La Silla Santandereana, donde cubrí poder en los dos santanderes y Arauca. Previo a La Silla, fue periodista de política y de la Unidad Investigativa...

Periodista y politóloga. Soy cofundadora e investigadora de la Fundación Conflict Responses, CORE, que busca investigar, entender mejor e incidir en lo que ocurre en el campo colombiano en cuanto a la violencia, la paz, movimientos sociales y el medio ambiente. En La Silla Vacía cubrí por cuatro...