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En esta segunda entrega en alianza con La feria del millón, presentamos a Jorge Luis Vaca Forero, un artista que confía en que el arte puede ayudar a generar memoria en un país que carece de ella.

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El arte también es epilepsia: esa es la paradoja que dio vida a la obra de Jorge Vaca. 

Este artista bogotano, de 36 años, egresado de la Universidad de los Andes con maestría en artes electrónicas de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, de Buenos Aires, tiene un problema de memoria a corto plazo debido a su condición de epiléptico y justo esa secuela se convirtió en una metáfora de un hecho arraigado en Colombia: una tendencia a olvidarlo todo. 

Su tesis de grado, a partir de ese gesto imposible de recordar, consistió en grabar en video seis meses de su vida. Iba y venía con una cámara mientras caminaba, estudiaba, dormía, salía de fiesta… y, después, en un cubo de más de dos metros instaló pequeñas pantallas de 25 centímetros donde se veían esos fragmentos efímeros, imposibles de retener. 

Era, ante todo, un señalamiento a la fragilidad de los recuerdos. Si en el cuento Funes el memorioso, de Borges, su protagonista no puede olvidar nada, acá ocurre al revés. 

El artista trasladó esa metáfora a un país sin memoria: ¿Acaso Colombia tiene presente su historia? ¿Cómo es posible que tanta violencia, muertes, corrupción, y políticos que se sienten cómodos en el desprestigio, sigan siendo las páginas que se escriben a diario? 

Gracias a su afición por el pasado y a la geografía comenzó a desarrollar proyectos que parecieran tener de trasfondo la célebre frase “quien no conoce su historia está condenado a repetirla”. 

Para una de sus obras, Vaca visitó el Instituto Geográfico Agustín Codazzi en busca del mapa de Colombia de 1978 que se veía en todas las escuelas y colegios y que es el último mapa oficial del país. 

Ese mapa en plástico termoformado, prácticamente descontinuado, lo llevó a toparse con otros mapas que representaban a Colombia antes de ser lo que es hoy: El Estado del Socorro, La Gran Colombia, La Nueva Granada, La Confederación Granadina, Los Estados Unidos de Colombia. 

Los digitalizó y, acudiendo a la metáfora del ciego, agregó una placa en la parte inferior de la obra con toda la información que comprendía la imagen, pero escrita en braille. 

Así como en el país acceder a la educación y al conocimiento, es complejo, aquí el espectador se enfrenta a lo mismo: se ve una imagen de un territorio, pero para entenderlo se debe aprender el lenguaje de los ciegos; una alusión más a estar enfrente de algo que creemos reconocible, pero donde bien cabe la frase de que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. ¿Realmente conocemos ese país que está ante nosotros? 

Leer esas placas en braille es una opción ante la pasividad de quien mira esos mapas donde Colombia ha cambiado con los años, no solo por fuera sino por dentro, sin darnos cuenta. En otras palabras, la información está disponible, pero “la educación” no es la suficiente para que las personas accedan a ella.

Vaca, quien fue premiado en 2015 en el Salón de Arte Joven de la Fundación Gilberto Álzate Avendaño, y quien en 2017 recibió el reconocimiento a mejor artista de La feria del millón, fue seleccionado con una de sus piezas para la colección del Centro Nacional de Memoria Histórica, dentro de un proyecto que se llamaba Oropéndola. Arte y Conflicto, una iniciativa del Banco de la República, que incluía el trabajo de artistas que abordaban el tema del conflicto.  

Después de trabajar con cuatro ingenieros, dos programadores y un diseñador industrial, creó una máquina que tiene una impresora de matriz de punto que nos remite ruidosamente a las oficinas de los años 80. 

Por medio de un software, este artefacto va imprimiendo aleatoriamente y en diferentes configuraciones, los testimonios de Basta ya. Informe de Memorias de Guerra y Dignidad. La máquina imprime y sobreimprime esas memorias del conflicto que todo el tiempo están presentes, pero que en el fondo son el ruido de la máquina: un ruido que desespera y que uno quisiera evitar, acaso tapándonos los oídos; tal como cuando uno decide no ver noticias para desconectarse de la realidad. 

La obra no busca culpar al espectador, solo dejar constancia de que la violencia es un ruido permanente que nadie quiere oír o ver; en este caso, esos testimonios repisados unos sobre otros y que al final son ilegibles.

Vaca también ha recurrido a la imagen que de tanto repetirse pareciera carecer de significado. Por ejemplo, la famosa obra Colombia de Antonio Caro, recién fallecido, es un símbolo desde los años 70 con un gesto elemental de escribir el nombre del país al estilo de la palabra Coca-Cola. Además de que las dos palabras tienen el mismo número de letras, esa imagen alude a la identidad con la que más se reconoce el país: la cultura estadounidense. 

Ese sencillo trazo parece mostrar que existiera un pudor por reconocer nuestros orígenes – “indio” es un insulto, por ejemplo”- mientras que lo que representa esta bebida es “cool”, o adonde aspiramos tener nuestro reconocimiento.  

Vaca comenzó a perforar ese “Colombia” con un láser de 3 milímetros para dibujar lo que no está. Lo mismo hizo con el escudo del país realizado por el maestro Luis Ángel Rengifo, quitándole a la imagen los valores que estaban ahí representados. Ambas en cajas de luz ¿o de sombras? 

En otra apropiación, Vaca toma la obra Primera Lección de Bernardo Salcedo donde el escudo se va desvaneciendo para dar paso a frases como “no hay cóndores”, “no hay abundancia”, “no hay libertad”, “no hay escudo”, solo que él la dispone sobre un espejo enorme, de más de dos metros para que, el espectador, al verse reflejado ahí, se sienta parte del problema. 

En sus trípodes, obras que se prestan para ser vistas desde cualquiera de sus ángulos, se ven cajas transparentes con 32 láminas que permiten ver un número. Son los 32 departamentos con la cifra de líderes sociales asesinados en cada uno. Sólo cuando el espectador se acerca puede observar algo que a simple vista no se ve, información que parece perderse en una caja aparentemente limpia, “bonita”, elemental, pero que está dando constancia de algo que no queremos ver. De lejos, una caja transparente; de cerca, números que parecen vacíos, lo que al final son las muertes en Colombia, meras estadísticas.

Recientemente Vaca retomó los mapas para realizarlos en papel a base de hoja de coca y marihuana, haciendo referencia a esa presencia que permea a la sociedad, y justo para esta alianza con la Silla Vacía y la Feria del millón propone unas serigrafías que aluden al “Colombia” de Antonio Caro, sobre una bandera hecha con este papel. 

La particularidad es que el papel no tiene formol – lo que permite su permanencia en el tiempo- y la obra tenderá a dañarse con el paso de los años: ese papel de coca irá pudriendo la bandera lentamente. Sí, tal y como pasa en la realidad.

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