En el caserío Cuatro Vientos, en San Pablo, Sur de Bolívar, el Ejército mató a Álvaro Rincón. Foto: Suministrada por Credhos.

La Silla reconstruyó las historias de algunos líderes que han sido asesinados desde que inició el cese al fuego entre el Gobierno y las Farc. 

Colombia ya pasó por la tragedia de la Unión Patriótica, y el fantasma de ese genocidio ronda la nueva etapa que arranca el país con la firma del Acuerdo de Paz. Este fin de semana, la presidente de ese partido, Aída Avella, denunció un atentado en contra de un joven activista wayuu.

 

También corrieron versiones según las cuales una universitaria de Montería que apareció asesinada pertenecía a la Marcha Patriótica y al Campamento por la Paz de esa ciudad, asunto que, sin embargo, desmintió esa colectividad.

Desde que arrancó el cese bilateral del fuego entre el Gobierno y las Farc, el pasado 26 de agosto, han ocurrido 20 homicidios contra líderes de distintas organizaciones sociales, como lo documentó La Silla la semana pasada. Pero más allá de la cifra fría, quisimos reconstruir la historia de lucha de algunos de ellos en cuatro regiones.

Un ejercicio no sólo para hacer memoria sino también para tratar de entender las dificultades y poderes a los que se enfrentan cada día muchos activistas de la Colombia profunda.

Álvaro Rincón, el líder que el Ejército mató

El día que Álvaro Rincón Galán cayó muerto al frente de su hogar en el caserío Cuatro Vientos de la vereda Patio Bonito de San Pablo al Sur de Bolívar, en ese rincón de Colombia volvieron a arder las cicatrices de la guerra curadas a medias en los últimos años con la relativa calma que volvió al Magdalena Medio tras la desmovilización paramilitar.

Tres balas: una en la cadera, otra en una pierna y otra en un brazo, fueron las que acabaron con su vida el domingo 11 de septiembre a las 5 de la tarde cuando salió a mirar mientras llevaba en brazos a su hijo Keiner de tres años, si un helicóptero del Ejército había aterrizado en sus tierras. 

Keiner estaba emocionado de ver de cerca un modelo del pájaro de metal que estaba acostumbrado a escuchar de lejos; y Álvaro, dice su esposa, solo quería verificar que todo estuviera bien.

Pese a que ese día además de su hijo en brazos llevaba un buso gris y una pantaloneta -vestimenta que está lejos de ser la de un guerrillero-, un soldado de la Quinta Brigada, que acababa de bajar del helicóptero, le disparó. Así, sin mediar palabra.

La escena la relatan sus familiares con desazón y algunos, cada vez que la reviven, vuelven a llorar, porque Álvaro, y eso lo dicen también sus conocidos y otros líderes de San Pablo, no tenía problemas con nadie.  

Álvaro Rincón Galán nació en Aguachica, César, hace 37 años, en el hogar de José del Carmen Rincón y Fermina Galán, dos campesinos que les enseñaron a trabajar el campo a sus 10 hijos, y que terminaron en Patio Bonito, en San Pablo, porque para la época había mejores tierras y más trabajo allá. 

José del Carmen y Fermina llegaron con una mano adelante y otra atrás a esa zona rural del Sur de Bolívar, y lo hicieron tan temprano que son considerados los colonos de Patio Bonito. 

“Eso fue hace como 30 años, todos éramos muy pequeños. Álvaro debía tener por ahí seis años”, recordó Naím Rincón, uno de los hermanos mayores de Álvaro.

Álvaro era el sexto de sus 10 hermanos, y al igual que a la mayoría, no le gustó el estudio.

Las circunstancias tampoco le ayudaban mucho: si quería ir a la escuela de Patio Bonito tenía que caminar una hora y hacer las tareas en la noche, porque cuando regresaba tenía que ayudar a sus papás con los cultivos de papa, arroz, yuca y plátano.

Álvaro no era de muchos amigos, tampoco era hablador, le gustaba el vallenato, pero poco el licor, y era tímido con las mujeres. 

A su esposa, Edith Carmenza Delgado Fuentes, seis años mayor que él, la conoció cuando inició la década del 2000 en el barrio 9 de marzo en San Pablo, donde sus papás llegaron a vivir cuando pudieron comprar una casa en el casco urbano del pueblo, y donde se quedaron hasta que murieron.

Carmenza para esa época ya tenía tres hijos -dos hombres y una mujer- y era viuda. A su otro esposo, al igual que a Álvaro, lo confundieron y lo mataron.

A ella la indemnizaron y con eso compró una casa en San Pablo, y más adelante, cuando ya estaba con Álvaro, una parcela de 20 hectáreas en Patio Bonito (donde además de los papás, cuatro hermanos de su esposo, ya tenían su propia tierra) a la que le construyeron una casa de tabla con tejas de zinc.

En los 15 años que duraron juntos, Álvaro asumió la crianza de los tres hijos de Carmenza como propia, y además, tuvo otros tres hijos con ella: Carolina de 10 años, Yahir de 9 años y Keiner de tres. El día de su muerte, Carmenza completaba poco más de cuatro meses de embarazo de su cuarto hijo.

Carolina era, así como suele ser en las familias, la niña de los ojos de su papá. Él le había comprado una moto para que fuera a la escuela en Patio Bonito y estaba pagándola a cuotas con la plata que conseguían vendiendo plátano, yuca y cacao los fines de semana y cuidando animales de otros vecinos.

Aunque no era muy hablador, Álvaro era considerado un líder de esa vereda, que tiene poco más de 50 familias.

Él no tenía cargo en la Junta de Acción Comunal de Patio Bonito, donde su viuda es la vicepresidenta. Pero era algo así como uno de esos líderes que arrastraba con el ejemplo, que era noble y trabajador, y que, dicen los que lo conocieron, siempre estaba dispuesto a ayudar.

“Era un buen muchacho, todos lo querían”, le dijo a La Silla Juan Hincapié, líder de la Asociación Agrominera del Sur de Bolívar, Asamisur.

Por eso fue que el día que el soldado le disparó, no solo la gente de Patio Bonito, sino de la Esmeralda, Vallecito y Cañaveral Bajo (veredas aledañas) llegaron hasta su casa para evitar que el Ejército se llevara su cuerpo y para reclamar por su muerte. 

Según le dijeron a La Silla dos hermanos de Álvaro, los campesinos querían evitar que el cuerpo fuera manipulado y que luego fuera reportado como un ‘positivo’ en combate. 

El Ejército, que llegó a la zona en el marco de operaciones contra el frente Héroes y Mártires del ELN, ha cambiado de versiones desde el 11 de septiembre. 

Primero dijo que hubo un combate y que Álvaro murió en el fuego cruzado, pero esa versión se cayó cuando declararon todos los habitantes; más adelante, que llegaron hasta allá porque tenían información de inteligencia relacionada con que en la casa de Álvaro estaba alias ‘El Contador’, un guerrillero del ELN que manejaba las finanzas del Bloque del Sur de Bolívar y que por eso entraron y dispararon; y luego terminaron reconociendo que la muerte de Álvaro había sido un error.  

Días después de la muerte de Álvaro Rincón Galán, en San Pablo, un municipio en la que el 80 por ciento de sus habitantes son víctimas de todos los tipos de guerra que ha visto el país, sus pobladores marcharon y pidieron justicia.

La Corporación Regional para la Defensa de los Derechos Humanos, Credhos, está acompañando a Carmenza, y a los hermanos de Álvaro en la demanda contra el Estado. 

El caso lo está tratando la justicia penal militar y ellos están pidiendo que se lo deleguen a la justicia ordinaria porque no tuvo que ver con hechos de guerra. 

Los familiares de Álvaro quieren que el soldado que disparó sea condenado y que el Estado pague por los daños y perjuicios contra Carmenza y sus hijos. 

Keiner, por ejemplo, desde ese día no puede escuchar ruidos fuertes sin asustarse y dejó de hablar varias semanas.