La ministra de Trabajo, Gloria Inés Ramírez, llegó con la sonrisa de siempre a su reunión con José Antonio Ocampo, el ministro de Hacienda para discutir la reforma pensional que el gobierno de Gustavo Petro presentaría unos meses después. Era diciembre de 2022. Ocampo tomó la palabra primero: “Ministra, sabemos que la promesa de campaña es darles 500.000 pesos a las personas sin pensión, pero no alcanza. Nos toca pensar en unos 200.000 pesos”.
Ella mantuvo la sonrisa. “Listo, lo podemos revisar. Nos sentamos y miramos los números”, respondió. Así pasó los primeros minutos de la reunión. Ocampo pedía reevaluar promesas de campaña costosas para el Estado. Gloria Ramírez sonreía, daba su argumento y decía que se podía evaluar.
Hasta que Ocampo lanzó su última carta: “Ministra, y creo que es importante subir la edad de pensión. No necesariamente ya, pero sí en el futuro”.
Entonces Gloria Ramírez dejó de sonreír. “No. Me da mucha pena ministro, pero a eso sí no le copio. Este gobierno quedaría con ese pecado. Así comience a aplicarse en 5 o en 10 en 15 años, la gente no lo olvidaría. Yo no me voy a dar esa pela, ni los sindicatos”. Negó con la cabeza y agregó: “Y tampoco el presidente”.
Ocampo insistió, dio argumentos económicos. Ramírez recuperó su expresión inicial y le dijo con desenfado: “En el Congreso teníamos un dicho: un argumento nunca cambió un voto. Ministro, eso hay que hacerlo, pero que lo haga otro”.
Su posición fue la que prevaleció. Unas semanas después de esa reunión, el presidente Gustavo Petro publicó en Twitter: “Primero renuncio antes de subir la edad pensional”.
Esa mezcla entre cordialidad y firmeza en sus convicciones ideológicas ha sido la línea con la que la ministra de Trabajo ha negociado las dos reformas con las que Petro se juega gran parte de su promesa de cambio, radicadas en las últimas semanas: la laboral y la pensional. También fue la estrategia que aplicó Ramírez el año pasado para conseguir, por décima vez en 22 años, un acuerdo entre los empresarios, los sindicatos y el gobierno sobre el aumento del salario mínimo para este año.
Gloria Ramírez ha pasado los últimos tres meses en más de 150 reuniones con gremios económicos, centrales de trabajadores y funcionarios del gobierno negociando las reformas laboral y pensional. Pese a su dicho de que los argumentos no cambian votos, Ramírez tiene fe en su elocuencia. Ha entrado a todas las reuniones con la convicción de que, al salir, habrá convencido a sus interlocutores. O por lo menos que habrá logrado que cedan.
Es una confianza que ha cultivado durante sus 66 años. Primero, como profesora de primaria en Pereira; después como una líder sindical destacada, la primera presidenta de la historia de la Federación de Maestros de Colombia (Fecode); y luego como senadora del Polo Democrático.
En todos los espacios es transversal su militancia en el Partido Comunista, al que se vinculó en la adolescencia y que ahora dirige. Ramírez es, de hecho, la primera militante comunista que hace parte de un gabinete en Colombia. “En el partido la forma de avanzar es ser buen orador. Esa es la clave de la lucha: convencer a otros”, dice Wilson Borja, compañero de Gloria en el partido y luego en el Congreso.
Hasta ahora, como ministra, Ramírez lo ha logrado. “La ministra Gloria Ramírez es una mujer de izquierda. Pero usted no la ve generando confrontaciones. Ella dialoga, por eso ha logrado avanzar sus reformas”, le dijo a La Silla el presidente del Senado, Roy Barreras, quien ha sido muy crítico de otros miembros del gabinete que tramitan reformas, como la ministra de Salud, Carolina Corcho.
Sin embargo, ahora las reformas de Gloria Ramírez llegan al Congreso, un escenario donde según sus propias palabras no valen los argumentos. Y en el que, como ha hecho a lo largo de su vida, Ramírez tendrá que acudir a la terquedad. Para eso también es buena.
Palabras fijadas con tinta
Hace 56 años, Gloria Inés Ramírez entró a otra reunión en la que no estaba dispuesta a ceder. Esa vez no sonreía. Era en la oficina del rector del colegio público Alfonso Jaramillo Gutiérrez, en Pereira, donde estudiaba el primer año de secundaria. Gloria, con 10 años, estaba citada junto a un compañero de su misma edad, que unos días antes había participado de un juego en la última hora de clase: arrojar el bolso de Gloria de un extremo al otro del salón.
En el proceso se había regado el frasco de tinta marca Parker que Gloria usaba para tomar notas en clase y sus cuadernos habían quedado ilegibles. La “sanción restaurativa” para el muchacho fue rehacer a mano los cuadernos de ella. Estaban en la oficina del rector para que él se los entregara, pero primero ella debía dar el visto bueno.
Repasó las hojas y, cuando confirmó que estaban al día, le dijo: “Está muy bien. Pero yo pongo los títulos en rojo, no con dos rayitas negras abajo”. El niño la miró primero a ella con incredulidad y luego al rector. Este último sentenció: “Amigo, le toca rehacer los títulos si quiere que le quitemos la suspensión”.
El niño se llama Álvaro Restrepo. Hoy tiene 68 años y es el esposo de Gloria Ramírez. Hace unas semanas estuvo con ella en el consejo de ministros en Paipa, donde Gloria expuso por primera vez las reformas laboral y pensional. “En la noche le dije: usted cada día me genera más preguntas. Cada día es más clara, más capaz de convencer”, le dijo a La Silla.
Álvaro conoció a Gloria reproduciendo con tinta cada una de sus palabras. Y, en alguna medida, aún lo hace. La ha acompañado en sus debates como congresista, en sus campañas políticas y en las visitas a los barrios como líder sindical. Es maestro y miembro del partido comunista, como ella, pero ha preferido estar a la sombra. “En un momento le dije: no podemos seguir los dos en la misma línea porque el hogar no va a funcionar. Y ella tenía una gran proyección a nivel nacional”, cuenta.