Gloria Ramírez, la sindicalista en la mesa de los poderosos

Gloria Ramírez, la sindicalista en la mesa de los poderosos
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La ministra de Trabajo, Gloria Inés Ramírez, llegó con la sonrisa de siempre a su reunión con José Antonio Ocampo, el ministro de Hacienda para discutir la reforma pensional que el gobierno de Gustavo Petro presentaría unos meses después. Era diciembre de 2022. Ocampo tomó la palabra primero: “Ministra, sabemos que la promesa de campaña es darles 500.000 pesos a las personas sin pensión, pero no alcanza. Nos toca pensar en unos 200.000 pesos”.

Ella mantuvo la sonrisa. “Listo, lo podemos revisar. Nos sentamos y miramos los números”, respondió. Así pasó los primeros minutos de la reunión. Ocampo pedía reevaluar promesas de campaña costosas para el Estado. Gloria Ramírez sonreía, daba su argumento y decía que se podía evaluar.

Hasta que Ocampo lanzó su última carta: “Ministra, y creo que es importante subir la edad de pensión. No necesariamente ya, pero sí en el futuro”.

Entonces Gloria Ramírez dejó de sonreír. “No. Me da mucha pena ministro, pero a eso sí no le copio. Este gobierno quedaría con ese pecado. Así comience a aplicarse en 5 o en 10 en 15 años, la gente no lo olvidaría. Yo no me voy a dar esa pela, ni los sindicatos”. Negó con la cabeza y agregó: “Y tampoco el presidente”.

Ocampo insistió, dio argumentos económicos. Ramírez recuperó su expresión inicial y le dijo con desenfado: “En el Congreso teníamos un dicho: un argumento nunca cambió un voto. Ministro, eso hay que hacerlo, pero que lo haga otro”.

Su posición fue la que prevaleció. Unas semanas después de esa reunión, el presidente Gustavo Petro publicó en Twitter: “Primero renuncio antes de subir la edad pensional”.

Esa mezcla entre cordialidad y firmeza en sus convicciones ideológicas ha sido la línea con la que la ministra de Trabajo ha negociado las dos reformas con las que Petro se juega gran parte de su promesa de cambio, radicadas en las últimas semanas: la laboral y la pensional. También fue la estrategia que aplicó Ramírez el año pasado para conseguir, por décima vez en 22 años, un acuerdo entre los empresarios, los sindicatos y el gobierno sobre el aumento del salario mínimo para este año.

Gloria Ramírez ha pasado los últimos tres meses en más de 150 reuniones con gremios económicos, centrales de trabajadores y funcionarios del gobierno negociando las reformas laboral y pensional. Pese a su dicho de que los argumentos no cambian votos, Ramírez tiene fe en su elocuencia. Ha entrado a todas las reuniones con la convicción de que, al salir, habrá convencido a sus interlocutores. O por lo menos que habrá logrado que cedan.

Es una confianza que ha cultivado durante sus 66 años. Primero, como profesora de primaria en Pereira; después como una líder sindical destacada, la primera presidenta de la historia de la Federación de Maestros de Colombia (Fecode); y luego como senadora del Polo Democrático.

En todos los espacios es transversal su militancia en el Partido Comunista, al que se vinculó en la adolescencia y que ahora dirige. Ramírez es, de hecho, la primera militante comunista que hace parte de un gabinete en Colombia. “En el partido la forma de avanzar es ser buen orador. Esa es la clave de la lucha: convencer a otros”, dice Wilson Borja, compañero de Gloria en el partido y luego en el Congreso.

Hasta ahora, como ministra, Ramírez lo ha logrado. “La ministra Gloria Ramírez es una mujer de izquierda. Pero usted no la ve generando confrontaciones. Ella dialoga, por eso ha logrado avanzar sus reformas”, le dijo a La Silla el presidente del Senado, Roy Barreras, quien ha sido muy crítico de otros miembros del gabinete que tramitan reformas, como la ministra de Salud, Carolina Corcho.

Sin embargo, ahora las reformas de Gloria Ramírez llegan al Congreso, un escenario donde según sus propias palabras no valen los argumentos. Y en el que, como ha hecho a lo largo de su vida, Ramírez tendrá que acudir a la terquedad. Para eso también es buena.

Palabras fijadas con tinta

Hace 56 años, Gloria Inés Ramírez entró a otra reunión en la que no estaba dispuesta a ceder. Esa vez no sonreía. Era en la oficina del rector del colegio público Alfonso Jaramillo Gutiérrez, en Pereira, donde estudiaba el primer año de secundaria. Gloria, con 10 años, estaba citada junto a un compañero de su misma edad, que unos días antes había participado de un juego en la última hora de clase: arrojar el bolso de Gloria de un extremo al otro del salón.

En el proceso se había regado el frasco de tinta marca Parker que Gloria usaba para tomar notas en clase y sus cuadernos habían quedado ilegibles. La “sanción restaurativa” para el muchacho fue rehacer a mano los cuadernos de ella. Estaban en la oficina del rector para que él se los entregara, pero primero ella debía dar el visto bueno.

Repasó las hojas y, cuando confirmó que estaban al día, le dijo: “Está muy bien. Pero yo pongo los títulos en rojo, no con dos rayitas negras abajo”. El niño la miró primero a ella con incredulidad y luego al rector. Este último sentenció: “Amigo, le toca rehacer los títulos si quiere que le quitemos la suspensión”.

El niño se llama Álvaro Restrepo. Hoy tiene 68 años y es el esposo de Gloria Ramírez. Hace unas semanas estuvo con ella en el consejo de ministros en Paipa, donde Gloria expuso por primera vez las reformas laboral y pensional. “En la noche le dije: usted cada día me genera más preguntas. Cada día es más clara, más capaz de convencer”, le dijo a La Silla.

Álvaro conoció a Gloria reproduciendo con tinta cada una de sus palabras. Y, en alguna medida, aún lo hace. La ha acompañado en sus debates como congresista, en sus campañas políticas y en las visitas a los barrios como líder sindical. Es maestro y miembro del partido comunista, como ella, pero ha preferido estar a la sombra. “En un momento le dije: no podemos seguir los dos en la misma línea porque el hogar no va a funcionar. Y ella tenía una gran proyección a nivel nacional”, cuenta.

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Gloria Ramírez y su esposo Álvaro Restrepo en su juventud.

Antes de ser novios, comenzaron a trabajar juntos en la construcción de barrios populares en Pereira. Gloria se había vuelto maestra, como su mamá, Aseneth Ríos. Pero a diferencia de ella, que era liberal, Gloria se acercó a la izquierda en un momento de entusiasmo por el triunfo reciente de la revolución cubana.

Su primer paso fue el grupo de formación de maestros, que trabajaba en zonas rurales y pueblos con la curia de Pereira. Así conoció varias acciones comunales y, por esa vía, entró a la juventud comunista y a la Central Nacional Provivienda, una organización civil cuyos dirigentes eran comunistas y se dedicaba a construir barrios: ayudaban a organizar comunidades para que se agruparan, compraran lotes y construyeran sus casas.

Provivienda ayudó a crear más de 180 barrios en toda Colombia. Dejó su huella los nombres con los que los bautizaron: Leningrado, La Habana, Pablo Neruda, Cuba. Gloria empezó su vida política erigiendo barrios que nombraban la revolución.

Así se acercó a Álvaro también. Ella se cambió de colegio poco después del incidente de los cuadernos en bachillerato, y se reencontraron cuando ambos eran maestros y miembros del Partido Comunista. “Un amigo en común nos presentó y ella le dijo: ‘Sí, yo lo conozco’. Yo me quedé mirándola y le dije: ‘Yo también te conozco’. Y le sonreí”, recuerda Álvaro.

“No sé en qué momento, como al año terminamos cogidos de la mano. Un día cualquiera nos ennoviamos. Un día cualquiera hablamos con los papás para vivir juntos. Ellos dijeron que sí, pero casados y por la iglesia. Para nosotros era irrelevante, no creíamos. Pero terminamos casados por lo católico, por un cura canadiense”, dice Álvaro.

El día de la boda ambos llegaron tarde. Estaban en los barrios en su trabajo social. Gloria tenía reuniones en La Virginia, para un barrio que estaban construyendo que luego fue bautizado como Pablo Bello. Álvaro estaba en el barrio Leningrado, en Pereira, en otra reunión. Llovió. Cada cual llegó como pudo a la iglesia a las 6 de la tarde. “Ella seguía organizándose el vestido. A mí se me perdió la corbata. Para nosotros no era tan importante el rito”.

Ellos tenían otros ritos. Después del matrimonio empezó la carrera de Gloria como líder sindical. “El partido le dice a Gloria que necesitan que refuerce a nivel local el trabajo con el magisterio”. Así se vinculó a la Federación Colombiana de Trabajadores de la Educación (Fecode). Primero en Pereira, pero pronto se destacó y le pidieron trasladarse a Bogotá.

Fue a mediados de los noventa. Tenían dos hijos pequeños. Gloria se fue a vivir a Bogotá y Álvaro se quedó con ellos en Pereira. Ella viajaba cada ocho o quince días a visitarlos. Los viernes tomaba un bus que tardaba 12 horas en llegar y los domingos otro de vuelta a Bogotá. “Nos llevaba regalitos. A veces Hamburguesas de McDonald’s, porque de eso no había en Pereira”, recuerda Álvaro, el hijo menor.

También recuerda que por esos años comenzaron a acompañarla a los velorios de sus compañeros sindicalistas asesinados, a los que sus padres los llevaban cuando no tenían con quién dejarlos. Eran principios de los noventa y los asesinatos contra sindicalistas y maestros se habían vuelto cotidianos.

Pronto Gloria también estuvo en riesgo. Su nombre apareció en panfletos al lado de otros sindicalistas que, poco después, fueron asesinados. Álvaro padre recuerda que el entonces secretario general de la Alcaldía, Víctor Manuel Tamayo, hoy gobernador de Risaralda, habló con ellos y les dijo que no podían garantizarles protección.

“En ese tiempo no había esquemas de seguridad ni unidad de protección. Era sálvese quien pueda. Con sus ideas contra el mundo. Lo único que el señor pudo hacer fue mandarle a hacer a Gloria un chaleco antibalas anatómico. Andaba con el chaleco para arriba y para abajo. Aún lo conservamos, como un recuerdo de aquellos tiempos nefastos”, dice Álvaro.

En el 2000 Gloria fue nombrada como la primera mujer presidenta de Fecode. Cuando se enteró de la noticia, su hijo mayor le reclamó: “Mamá, ¿otra vez va a seguir en eso? Usted se va a hacer matar y nosotros qué”.

Su padre, Álvaro, recuerda que no le dieron una respuesta. Al menos no explícita. Se queda un rato callado y luego dice: “Nada, la lucha sigue”.

Fueron también los años de la calle. Gloria participó en plantones y marchas contra todos los gobiernos de la época: el de Ernesto Samper, el de Andrés Pastrana y el de Álvaro Uribe. Pero no eran protestas sin un objetivo. A cada causa en la que entraban lo hacían con un pliego de peticiones: un aumento de salario, parar una iniciativa del gobierno, un compromiso a futuro. Es la esencia del sindicalismo: salir de una reunión con un contradictor con un acuerdo bajo el brazo.

Wilson Borja, compañero de Gloria en el Partido Comunista y en varias protestas en la época, dice que el gran talento de ella era su lectura del contexto. “Gloria siempre fue muy buena para leer el momento político. Cuándo era estratégico hacer un paro y cuándo era mejor negociar. Era muy buena para entender la situación, para entender la época”.

También entendió cuándo debía irse del país. Un día de 2003 Álvaro llegó a su casa en Pereira y encontró el edificio rodeado de guardias, la familia reunida y dos maletas en la sala. “Tenemos que irnos porque nos van a matar”, le dijo Gloria. “Vamos a luchar aquí”, le respondió él. Pero ella no cedió: “No, no se puede”.

Estuvieron un año en España. Álvaro volvió a Colombia en 2004 con los hijos. No soportó la vida lejos, el cambio cultural. Gloria estuvo seis meses más. También volvió, con un esquema de seguridad reforzado. Poco después, en 2006, el Partido Comunista la postuló como congresista en la lista del Polo Democrático Alternativo, el partido que reunía varios sectores de izquierda y que se estaba consolidando entonces.

Como las veces anteriores, Gloria aceptó. Ella y Álvaro están conectados por las mismas palabras: la lucha sigue.

La comunista y el pragmático

Gloria Ramírez fue congresista durante ocho años, entre 2006 y 2014. En ese tiempo logró aprobar varios proyectos de ley, algo inusual para una congresista de oposición, que suelen estar más enfocados en el control al gobierno. Entre las leyes estuvo la que tipifica el feminicidio como un delito —el asesinato de una mujer por el hecho de ser mujer— y la que obliga a los empleadores a reconocer los riesgos laborales de sus empleados.

En esta última probó su terquedad. “La primera vez se nos hundió”, recuerda Carolina Galindo, miembro del equipo legislativo de Ramírez y que ahora la asesora en el ministerio. “Ya teníamos todo aprobado. Habíamos hablado con los grandes opositores, con Fasecolda, con los médicos, con los congresistas. Pero quedó para la última sesión de la legislatura y ahí solo se priorizan los proyectos del gobierno. Pero volvimos a hacer todo el trabajo y se aprobó”, recuerda.

También intentó aprobar cuatro veces un estatuto del trabajo. Y las cuatro veces falló. “Ella decía: no importa, lo volvemos a presentar. Cuando uno le daba malas noticias se echaba a reír, se burlaba un poco. Ella es consciente de que tiene un poder, que no es infalible, pero que lo tiene, y es su convicción. Su posibilidad de seducir un voto. Está convencida de eso”, dice Carolina.

Su propuesta de estatuto laboral era muy similar a la que presentó ahora como ministra en la reforma. Una visión de derechos laborales clásica y garantista que, para sus críticos, no se ha adaptado a dinámicas de trabajo con otras lógicas como las plataformas de domicilios. Ramírez ha dicho que en esas aplicaciones “el algoritmo actúa como jefe” y su reforma busca revertir eso.

Fue en el Congreso donde Gloria conoció a Gustavo Petro, pero al principio no fue del todo su aliado. Había una tensión interna en el Polo: por un lado estaba el sector de Petro y por el otro el de Carlos Gaviria Díaz, en el que estaba Gloria. Ambas tendencias tuvieron choques en esos años.

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Carlos Gaviria Díaz, Gloria Ramírez y Jorge Robledo en el Polo Democrático.

En 2008, por ejemplo, el presidente Álvaro Uribe apoyó una marcha en contra de la guerrilla de las Farc. Se preveía como una de las movilizaciones más grandes de la historia del país y en el Polo hubo un debate: Petro estaba a favor de sumarse para rechazar los secuestros, pero Carlos Gaviria y sus aliados estaban en contra porque significaba alinearse con el gobierno de Uribe.

Al final no hubo acuerdo. Petro, Lucho Garzón y otros miembros del Polo marcharon y el sector de Gloria quedó cuestionado por su decisión de no participar.

Wilson Borja cree que Petro leyó el momento mejor que ellos: “Gustavo es un hombre de proyección. Ya tenía en su mente ser alcalde. La gente indudablemente estaba más con él que con nosotros. Él lo entendió. Era más práctico para llegar a la población que necesitaba para ganar”.

El pragmatismo de Petro lo siguió separando de Gloria. Él dio la pelea dentro del Polo para votar por el candidato del oficialismo para Procurador General: Alejandro Ordóñez, un conservador que años después fue quien destituyó al propio Petro como alcalde de Bogotá. Gloria y otros dos senadores del Polo se opusieron, pero no reunieron suficientes votos.

Ordóñez fue elegido en diciembre de 2008. Tras su discurso de agradecimiento, el siguiente en hablar fue Petro. Justificó la decisión de apoyar a Ordoñez y cuestionó al sector minoritario, en el que estaba Gloria, que no votó por objeción de conciencia: “¿Cómo podemos generar una pedagogía social capaz de superar la violencia y la guerra si no somos capaces de superar los extremismos ideológicos, los radicalismos enfermos y de unir a los colombianos?”.

La mayor distancia que tomó Petro de Gloria Ramírez fue cuando estuvo acusada de tener vínculos con las Farc. En 2008 Ramírez apareció mencionada junto con otros líderes de izquierda como Wilson Borja y Piedad Córdoba, en los computadores del comandante guerrillero Raúl Reyes, dado de baja por el Ejército.

Álvaro, el esposo de Gloria, se levantó un día y vio la foto de su esposa en los noticieros. A los cinco minutos recibió una llamada de una emisora para dar declaraciones. Contestó. “Dije que todo lo que hemos trabajado ha sido en la legalidad, que ella siempre había defendido la paz. Que es orgullosamente comunista y que seguirá siéndolo y nunca renunciará a eso”, recuerda.

Fueron días difíciles. Durante meses, hasta que en 2009 la Corte Suprema cerró la investigación por falta de fundamento, Gloria y su familia vivieron entre interrogatorios. No solo los legales, también en el colegio, en los círculos sociales e incluso en la familia. “Un día un tío de ella me dice: venga, pero dígame la verdad. Es que ella siempre ha defendido a los pobres. ¿Es verdad lo de las Farc? Es una tortura. Que alguien de tu familia te pida confesar algo que es mentira. Aún mantengo distancia con mucha gente por esa época”, dice Álvaro.

La posición de Petro fue no comprometerse. “Como cualquier otro ciudadano, observo la rueda de prensa y me preocupa. Me llama la prensa y digo que hay un daño para el Polo, pero que es leve por ahora. Lo que importaba eran las pruebas. Y obvio que tuve una duda”, le dijo Petro a Vicky Dávila en 2019 sobre sus declaraciones del momento.

Pero hay otra versión. Según un cable de la embajada de Estados Unidos filtrado por Wikileaks, y retomado por el periodista Daniel Coronell en 2019, Petro habría hablado con funcionarios estadounidenses sobre el caso. “El senador del Polo Gustavo Petro, quien es opuesto a Borja y a Ramírez en las elecciones internas del Polo, no descarta la posibilidad de que los dos mantuvieran lazos inapropiados con las FARC”, dice la filtración.

Petro dijo que fue una interpretación de la embajada, basada en sus declaraciones en prensa, y que no vendió a sus compañeros. Pero la molestia quedó por varios años. “Fue un compañero desleal. En ese olfato político no conectó el cerebro con la lengua”, dijo Wilson Borja en su momento.

Gloria nunca habló del tema. La relación con Petro siguió sin ser cercana y las críticas, cuando las hubo, vinieron de parte de él. En 2010, por ejemplo, Petro la acusó de estar “aliada” con Iván Moreno, condenado por corrupción en Bogotá.

Gloria casi no volvió a hablar o a ver a Petro durante diez años, hasta que en junio del año pasado, unos días después de la segunda vuelta, recibió una llamada en su casa de retiro en Santa Marta. Era Laura Sarabia, hoy secretaria de despacho de Petro. Le dijo que si aceptaba ser la ministra de Trabajo de Gustavo Petro. La primera reacción de Gloria fue decir: “¿Por qué yo?”. La segunda fue preguntar si podía pensarlo. “Sí, tiene hasta mañana a esta misma hora”, dijo Laura. Y colgó.

Gloria y Álvaro tenían planes de viajar a Europa en agosto. “Radicarnos en París unos meses, visitar Tierra Santa, ir a Capadocia y montar en globo. Como personas del común. Hemos viajado mucho por política. Pero esta vez no era ella como política y yo como esposo de la política. Sino como ella y yo”, dice Álvaro.

Pero la oferta de Petro era difícil de rechazar. “Me dijo: ¿tú qué piensas? Y yo lo único que le dije fue: toda la vida tú has luchado, te has sacrificado, has querido hacer cosas que desde la plaza pública no se pueden hacer. Que solo se pueden hacer desde el poder. Es como un cura que construye la iglesia, pone el altar, da la primera misa y luego renuncia y se va. Tú puedes ser ese cura o puedes ser otra cosa”, recuerda Álvaro.

En la casa de ambos no hay una sola imagen religiosa, pero la metáfora acudió a él en ese momento. Y Gloria aceptó ser ministra para cuidar el rito que ambos han construido.

Un legado en las manos

Gloria Ramírez dejó el Congreso, entre otras razones, por una enfermedad autoinmune que le produce dolores fuertes, detonados por el estrés. Carolina Galindo, su exasesora en el Congreso y ahora en el ministerio, dice que su trabajo implica una responsabilidad extra de cuidado con ella: “Que coma bien, que duerma bien, que se tome las vitaminas. Evitarle el estrés. No llevarle cargas tontas”.

No ha sido fácil el punto de evitar el estrés. El ministerio de Ramírez ha asumido prácticamente la mitad de la promesa de campaña de Petro: las reformas que impactan directamente a los trabajadores y a los ancianos. Y la oposición es fuerte.

El Partido Conservador, que oficialmente es parte de la coalición de gobierno, anunció su rechazo a la reforma laboral. Y gremios como Asofondos, afectado por la reforma pensional, han calificado de “insostenible” la propuesta de Ramírez.

Ella ha acudido a su habilidad para persuadir. Su relación con algunos representantes de los gremios es prueba de ello. El 16 de marzo, el día de la radicación de la reforma laboral con un evento en la plaza de armas frente a la Casa de Nariño, bromeó con el presidente de la Asociación Nacional de Industriales (Andi), Bruce Mac Master, con el que el gobierno Petro tuvo roces al principio del gobierno.

Como con la reforma a la salud, presidencia preparó una maqueta de cartón que simulaba un libro enorme, envuelto en una cinta con la bandera de Colombia, para representar la reforma. El libro tenía el título “Trabajo por el cambio” la portada estaba decorada con las imágenes de dos trabajadores, un hombre y una mujer.

Ramírez salió con el libro a la plaza de armas y, cuando pasó cerca de Mac Master, este aprovechó para apuntar: “Ese muñequito de la derecha se parece a Chávez”, le dijo. La ministra, amiga del presidente venezolano Hugo Chávez hasta su muerte en 2013, respondió con una risotada y un abrazo.

Pero el carisma de Ramírez no siempre ha sido suficiente. No le bastó para manejar las tensiones con su viceministra de empleo y pensiones, Flor Esther Salazar, quien renunció después de 23 días en el cargo.

Salazar venía de ser asesora programática de Petro y asumió el cargo en enero de este año. En el comunicado en el que anunció su renuncia dijo que la reforma pensional se estaba elaborando “de una manera poco responsable”, que al 3 de enero solo se había tenido una reunión de una subcomisión el 20 de diciembre, y que la ministra Ramírez no la apoyó con la contratación del equipo de profesionales técnicos que pidió para trabajar en el proyecto.

Ramírez no respondió a las críticas. Cuando Salazar le presentó su carta de renuncia, solo le respondió que no se la debía presentar a ella, sino a Petro. Y siguió con su estrategia para la reforma.

Sus decisiones muestran que priorizó lo político sobre algunos temas técnicos. Por ejemplo, según una fuente del ministerio que pidió no ser citada, no quiso invertir plata que tenía del presupuesto para estudios sobre la reforma pensional y asesores. Prefirió dejarlos para la implementación.

También siguió esta línea en cuanto a los tiempos. La ex viceministra Salazar le dijo a La Silla que la reforma “hubiese requerido más espacio para reflexiones”. Pero la fecha de presentarla en marzo era innegociable para Ramírez. Fue la instrucción política de Petro, con el fin de tramitar este semestre las reformas sociales, antes de las elecciones regionales de octubre, cuando se vuelve más complicado alinear a los partidos.

Una fuente del ministerio que pidió no ser citada resumió así la salida de Salazar: “La ministra tiene unas metas y nos pone a todos a trabajar en ellas. Y si alguien no funciona, ella sigue adelante”.

Después de todo, en el ministerio Gloria se está jugando su última causa. La negociación de su vida. “Gloria ha sido muy consciente de que uno viene a este mundo a hacer muchas cosas, pero tiene que dejar un rastro. Un significado. Un legado”, dice Álvaro, su esposo.

En la noche del 16 de marzo, mientras caminaba hacia el Congreso para radicar la reforma laboral, Gloria llevaba ese legado en las manos: la maqueta de cartón con la cinta de Colombia y el título “Trabajo por el cambio”.

Una pequeña corte de sindicalistas, políticos, periodistas y escoltas orbitaba a Gloria en el trayecto de 200 metros entre la Plaza de Armas y el Congreso. Entre ellos estaba Alexander López, el senador del Polo que fue su compañero de partido y también llegó a la política por el movimiento obrero. La comitiva se detuvo en la entrada del Congreso, mientras la Policía abría la puerta. Entonces Alexander le dijo a Gloria: “Aquí estamos los sindicalistas viejitos”.

El rostro de la ministra se iluminó. Lo abrazó y repitió sus palabras: “¡Aquí estamos los viejitos!”. Sin dejar de sonreír, miró hacia el Congreso y dijo como para sí misma. “Ahora, a defenderla”.

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