Gustavo Petro ha sido siempre un político incómodo para el status quo. Lo fue para los Ministros de Hacienda cuando arrancó su carrera parlamentaria, lo fue para los paras y los parapolíticos cuando ya era un reconocido senador, lo ha sido para alcaldes como Peñalosa y para presidentes como Álvaro Uribe. También lo fue para el Polo cuando comenzó a trazar una línea que lo separaba de este partido de izquierda y últimamente lo ha sido para los grandes contratistas de Bogotá durante la alcaldía de Samuel Moreno. Petro ha podido convertirse en una piedra en el zapato para el establecimiento porque nunca ha pertenecido a éste.

Petro siempre ha estado en la oposición, donde es fácil señalar los errores de las administraciones, donde está bien denunciar los grandes problemas del país, pero donde no está obligado a proponer o ejecutar las soluciones. Donde es cómodo ser un contradictor. Pero este año, por primera vez, tiene una opción real de ser quien diseña y ejecuta las políticas, de acceder a su primer cargo ejecutivo. Y no a cualquiera, sino al segundo más importante del país. La alcaldía de Bogotá.

La campaña de Petro es austera y es extenuante. Arranca a las cuatro de la mañana y termina entrada la noche, cuando termina la última reunión con su equipo. Petro duerme cuatro horas diarias varios días de la semana.

El viernes 7 de octubre La Silla lo siguió todo el día: a la Universidad Javeriana para una entrevista; al Consejo Nacional Electoral para rendir declaración en el proceso de pérdida de investidura que inició el concejal Orlando Parada; a un almuerzo con sus estrategas de campaña en el Hotel Marriot para discutir la última encuesta; a su sede en la 73 con 15 para tomarse la foto con nuevos adeptos a su movimiento; a la calle 19 para repartir periódicos; para sonreír ante las cámaras; para hablar con la gente. Hasta cuando llegó la noche y Petro buscó su camioneta blanca y blindada para volver a su apartamento en el norte de la ciudad. Por ser uno de los políticos más amenazados del país, la noche le está prohibida.

“Él tiene la disciplina de un Faquir, puede pasar los días haciendo campaña sin almorzar”, dice uno de sus asesores, quien también se queda sin almuerzo como todos los que lo acompañan cuando Petro no para al medio día.

Ese viernes Petro aprovechó -después de dar una entrevista a RCN Radio a las cuatro y media de la mañana- para desayunar caldo de costilla, huevos y pan, como lo hace cada vez que presiente que podría saltarse el almuerzo. En la esquina de la cafetería, casi pasa desapercibido, come en silencio, acompañado por su asesor de prensa. Afuera están sus escoltas.

“Hay mucha gente, muy poderosa, interesada con que yo no gane”, dice cuando explica por qué no hay que confiarse en las encuestas que lo han puesto varias veces de puntero. Esa mañana había salido la primera encuesta de Invamer-Gallup después de la alianza de Gina Parody con Antanas Mockus. Petro seguía de puntero con 24 puntos, pero Parody había subido varios puntos. Petro le explica a su asesor de prensa que él se imaginaba que Parody iba a subir en las encuestas, porque es la consentida de los medios, al igual que Mockus lo fue en la campaña presidencial. “Y los medios no han hecho más que inflar esa alianza”, dice.

Mientras toma su caldo con la mano derecha, agarra su BlackBerry con la izquierda y revisa su Twitter. “Petro vive pegado a su twitter, hasta cuando está en un debate y no sé cómo lo hace, está twiteando”, dice su asesor. Petro responde personalmente cada uno de los mensajes que le envían, él decide los ‘retweets’, lo que se dice y no se dice de su campaña. “Twitter es la posibilidad de hablar con la gente directamente sin necesidad de los grandes medios”, dice Petro.  

Todos los días recibe también mensajes de twiteros insultándolo por su pasado guerrillero, pidiéndole que responda por la toma del Palacio de Justicia (que ocurrió mientras estaba preso), o pidiéndole que se retire de la campaña.

“Esto es la herencia del DAS”, dice en voz alta. “Después de leer durante diez años los mismos mensajes en los foros de El Tiempo, de El Espectador y demás, uno aprende a reconocer qué mensajes son los ataques del DAS. Eso sigue, no ha parado”.

Termina su desayuno y saluda a una niña que lo reconoce antes de salir de la cafetería. Los doce escoltas que lo cuidan -la mitad de la Policía, la otra mitad del DAS, pero la mayoría desmovilizados de los noventas- lo siguen hasta la camioneta blanca. Y arrancan rumbo a la Universidad Javeriana. 

El Petro joven
Gustavo Petro se unió al M-19 cuando se graduó de bachillerato, entró como líder estudiantil y rápidamente se convirtió en uno de los dirigientes más importantes de la guerrilla.

El trancón de esa mañana no es sólo por las obras, es también por la marcha de sindicalistas y estudiantes contra el TLC y la Reforma a la Educación que presentó el Gobierno.

“Los jóvenes no tienen espacios en la ciudad, no tienen poder. Viven en apartamentos pequeños, como potranquitos, espacios cada vez más cerrados. Por eso salen a las calles para protestar, por eso hacen grafittis, la ciudad no ha creado espacios para ellos, no los ha escuchado, no hay educación para ellos”, dice mientras avanza el tráfico un milímetro. “Yo hacía lo mismo, salía a la calle, la diferencia es que el que me perseguía a mí me llevaba a un consejo verbal de guerra”, dice Petro.

Petro no nació en el seno del poder, nació en la orilla opuesta. Por eso ahora se enorgullece de que en las encuestas su apoyo más grande esté en los estratos 1 y 2 y entre los jóvenes. Casi como si esas cifras reflejaran el Petro que fue: joven, de izquierda, rebelde y humilde.

Petro es hijo de dos campesinos de Ciénaga de Oro, Córdoba, que vivían en una casa de bahareque y techo de palma y que decidieron migrar hacia el centro del país (como miles de campesinos en los setentas) para buscar fortuna. Petro llegó a hacer bachillerato a Zipaquirá al Colegio Nacional de La Salle.

“Era un colegio de curas, que en mi época eran franquistas y hablaban pestes del comunismo”, cuenta Petro. Fue el mismo colegio donde estudió Gabriel García Márquez aunque, por sus posiciones de izquierda, los curas negaban que había pasado por ese colegio. Petro, que ya para entonces era líder, pasó sus últimos años de bachillerato demostrándoles a los curas y a los alumnos que por ahí había pasado el escritor colombiano, uno de sus ídolos. Para él Cien años de soledad es una biblia y por eso se bautizó ‘Aureliano’ cuando llegó al M-19 más adelante.

Uno de sus amigos más cercanos contó a La Silla Vacía que su madre era admiradora en esa época de Gustavo Rojas Pinilla y, sobre todo, era una mujer indignada por el robo de las elecciones al General en 1970, cuando se lanzó con la Anapo. “En ese momento Petro entendió el poco acceso que tienen los que no son de élite al Gobierno”, dijo. Así que Petro, recién graduado del colegio, a los 17 años en 1976, entró al M-19, el movimiento guerrillero que surgió como protesta a esas elecciones fraudulentas.

Petro entró a la guerrilla en el peor momento, en el Gobierno de Turbay Ayala. En Bogotá el M-19 se hizo conocer -antes de la toma del Palacio de Justicia y de sus sonados secuestros- por entregar bolsas de leche a los estratos más pobres, pero en Zipaquirá se hizo famoso Petro en el barrio Bolívar 83, por liderar su ocupación con desplazados que iban llegando al municipio. Estas tierras pertenecían a terratenientes y por esto no tardó mucho en ser capturado por el Ejército.

“Su militancia siempre fue de masas, no de aparato, sino logístico, de propaganda”, dice Otty Patiño, amigo de Petro y ex militante del M-19. Petro también fue muy cercano a Carlos Pizarro y quienes lo conocieron en la guerrilla, dicen que fue de quienes más insistió en el Tolima para que el M-19 se desmovilizara a finales de los ochenta y aceptara sentarse con el Gobierno a negociar la paz. “Ese Petro que le apostó a la paz es el que nadie recuerda, que era el Petro del M-19”, dice Álvaro Jiménez, quien lo conoce de esa época.

La obsesión por las mafias

Petro es un hombre terriblemente incumplido para las citas. Y llega una hora tarde a la entrevista en la Javeriana, pero a los seis periodistas de la sala de radio no les importa cambiar el tema y entrevistarlo al aire. Uno de ellos le habla primero sobre su propuesta de movilidad, le dice que ha sido tildada de populista.

Petro, que es callado cuando no está ante los medios, se convierte en otro frente al micrófono, en un gran orador. Le recuerda que la tarifa de Transmilenio es una de las más caras de América Latina en transporte público.

“En este caso hay un monopolio, una mafia que está determinando el precio del pasaje”, dice. Aclara que propone una tarifa diferenciada para poblaciones vulnerables y que quiere bajar el costo de operación de Transmilenio paulatinamente utilizando energía eléctrica. Así, la tarifa terminará siendo más barata para todos y Trasmilenio contaminará menos. Pero vuelve a la idea inicial y repite que es necesario ante todo acabar con las mafias del transporte.

Gustavo Petro fue representante a la Cámara por Bogotá del 91 al 94, del 98 a 2002 y de 2002 a 2006. De 2006 a 2010 fue senador en la Comisión Primera del Senado. 

Gustavo Petro tiene una obsesión con las mafias, desde las armadas, hasta las políticas o las empresariales. Y ese conocimiento acumulado de pelear contra ellas le es muy útil ahora en campaña, cuando la ciudad acaba de pasar por el tsunami del ‘Cartel de la Contratación’. “La historia de Petro es enfrentarse a los grandes intereses”, dice Jiménez.

Primero fueron los gremios. A finales de los noventa, como representante de la Comisión Tercera de la Cámara de Representanes, citó a un debate por competencia desleal a los directivos de Caracol y RCN. Es decir, a Julio Mario Santodomingo y a Carlos Ardila Lülle y la Comisión se lo aprobó sin mirar con cuidado a quién se estaba citando. Cuando ambos empresarios se dieron cuenta, pelearon para que fueran a la Comisión representantes de la empresa en cambio de ellos. Y ya que Petro era la minoría y el resto de la Comisión apoyaba al sector empresarial, no tuvo el gusto de tenerlos en el banquillo.

Fue un congresista incómodo también para quienes creyeron que podían comprar su voto. En 1999, durante la primera reforma tributaria de Pastrana, llegó a su oficina un lobbyista, que le ofrecía plata por votar a favor de uno de los artículos. Le ofreció 60 millones. Petro lo escuchó, se levantó, le pidió que saliera de su oficina y cerró la puerta. Así, al menos, recuerdan ese día sus compañeros, quienes también cuentan cómo Petro mandaba a devolver el whisky, las anchetas, los vinos y tabacos que llegaban a la oficina.

Luego, se enfrentó a los políticos. Para ocho de las fuentes consultadas por La Silla Vacía, un momento clave en la vida de Petro, que explica el hombre que quiere ser -el que desmantela las mafias-, fue el primer debate contra la parapolítica en la Costa y Antioquia. Durante cuatro meses durmió dos horas por noche, verificó que cada detalle de la denuncia estuviera perfecta y hasta el último minuto se encargó de toda la investigación.

Y ese día, en la plenaria del Senado, mirando a los ojos a los mismos políticos que estaba denunciando, desencadenó el proceso que terminó con varios de los políticos de Sucre y Antioquia en la cárcel y se graduó como archienemigo de Álvaro Uribe.

“Ese día nos declaramos todos en vulnerabilidad alta. Porque al ver cómo Petro denunciaba al ‘Gordo’ García, y como él miraba a Petro con seriedad, nosotros dejamos de ver al ‘Gordo’ y solo pensábamos que detrás de él estaba Mancuso, estaban algunos militares, estaba todo el poder mafioso”, dice uno de los asistentes de su Unidad de Trabajo Legislativo.

Aunque Petro fue representante por Bogotá durante tres períodos, su fuerte no fueron los proyectos por la ciudad. De acuerdo a datos de Congreso Visible, sólo dos proyectos de su autoría son sobre Bogotá desde 1998. Uno que buscaba cambiar el nombre de ‘Bogotá, capital de Colombia’ por ‘Bogotá, capital de Colombia y del departamento de Cundinamarca’ y uno que establece que en cada una de las localidades habría un alcalde y una junta administradora elegidos popularmente para períodos de cuatro años y la junta administradora estaría integrada por no menos de 7 siete ediles, según lo determine el Concejo Distrital.

“Es que nosotros éramos una minoría en el Congreso, así que todo nos lo tumbaban. Lo mejor que uno puede hacer cuando uno es minoría, es hacer debates de control político y eso fue lo que hicimos”, dice Rodolfo Otálora, asistente suyo en el Congreso.

Los debates sobre Bogotá de Petro son recordados y son una de las razones por las que Enrique Peñalosa nunca quiso que los Verdes se aliaran con él. Uno de estos debates fue sobre el Borde Norte. Cuando el Alcalde Enrique Peñalosa insistía que la ciudad podía extenderse hacia la Sabana, Petro fue uno de sus mayores opositores. “Y eso todavía me lo cobra”, dice Petro.

“Petro le preguntó qué tenía que ver la expansión con los altos funcionarios del Gobierno que eran dueños de esos terrenos y que querían ser incluidos en la zona urbana”, cuenta uno de sus asesores. Aunque no se probó que fuera un tema de influencias, la licencia ambiental finalmente no se otorgó y Petro logró frenar en ese momento la expansión urbana. “También denunció la intención de urbanizar los cerros orientales, la contaminación del río Bogotá e hizo un debate de control político sobre los peajes en Bogotá y Cundinamarca”, cuenta Milton Rengifo, otro asesor suyo en el Congreso.

“Cuando Petro se despidió del Congreso, dijo que había cumplido su ciclo, que estaba convencido de que ahora debía llegar a un cargo ejecutivo. Y desde entonces se ha convertido en su obsesión, se ha preparado mucho”, dice Otálora.

Su talón de Aquiles

Una de las críticas más fuertes que se le hacen a Gustavo Petro es que nunca ha estado en un cargo ejecutivo y que a pesar de lo buen congresista que ha sido, no tiene idea de qué es manejar un presupuesto. “No ha manejado ni un garaje”, ha dicho Peñalosa.

Petro devuelve el ataque diciendo que aunque estudió Administración Pública, fue precisamente el Congreso el que le enseñó de administración pública y que si no la conociera, no hubiera podido denunciar nada de lo que denunció.

Petro -exceptuando su último período legislativo- siempre fue congresista en la Comisión Tercera, comisión que se encarga de asuntos económicos y que tiene injerencia sobre el presupuesto nacional y las reforma tributarias. “Fue ponente varias veces de la Ley de Presupuesto”, dice uno de sus asesores y varios de los miembros de su UTL recuerdan cómo el Ministro de Hacienda de César Gaviria, Rudolph Hommes, reconoció a Petro ante los medios como uno de los congresistas más estudiosos.

Cuando Petro salió del M-19, no había hecho estudios superiores, pero para estar en el Congreso se graduó como economista del Externado y luego hizo una maestría en la Universidad Javeriana también en economía, lo que le dio elementos para estar en la Comisión Tercera. Y cuando le dicen que de administración no tiene idea, recuerda que comenzó un doctorado en Nuevas Tendencias en Administración de Empresas en la Universidad de Salamanca, que no alcanzó a terminar por falta de plata.

“Para descubrir las mafias en el Estado, hay que conocer el Estado. Hay que ver las secretarías, los contratos. ¿Usted cree que eso se puede hacer sin conocer la administración?”, dice Petro.

La crítica caudillista
La sombrilla multicolor es el símbolo de Progresistas, que representa las multiples ciudadanías para Gustavo Petro. Fue también el símbolo que utilizó durante su campaña presidencial en 2010.

“Un líder es el que genera más líderes. Yo soy un líder de opinión en Bogotá, mi deseo es fortalecer nuevos liderazgos, es parte de mi responsabilidad política”, dice Petro al final de su entrevista en la Javeriana, cuando le preguntan por Progresistas, el movimiento que creó para estas elecciones y que funciona alrededor de su figura.

Progresistas, para Petro, es su sueño político del siglo XXI. Pero para sus más duros críticos en la izquierda, Progresistas es la muestra de su talante caudillista.  

“Petro siempre está pendiente de que en todas las fotos que se le toman de campaña aparezca la sombrilla multicolor, siempre está preguntando por la sombrilla”, dice su asesor de prensa antes de que Petro salga de la entrevista.

“Para mí el Polo era eso, una sombrilla donde se juntaban muchos movimientos sociales que no eran sólo de izquierda, sino que incorporaban distintas ciudadanías. Eso es lo que quiero que sea Progresistas, un movimiento donde se unen distintos sectores”, explica Petro en el carro, mientras va hacia el Consejo Nacional Electoral. Insiste que trabaja de la mano con feministas, población LGBTI, ambientalistas y anti-taurinos.

Para él, tener los colores de la bandera LGBTI en la sombrilla es una muestra más de su compromiso con las minorías que diversificaron el espectro político. Dice que él tiene un pie en la izquierda por su pasado -en la guerrilla y en el Polo-, pero tiene un pie en Progresistas porque en el siglo XXI hay que aprender a incluir otras visiones de la política que no busque solo una igualdad material, sino una igualdad en derechos.

Le pregunto por su voto por el Procurador, Alejandro Ordóñez. Al fin y al cabo, si hay algo que le cobran las feministas o la comunidad LGBTI es eso. “Y tienen razón, fue un error”, admite. “El Procurador tenía todos los votos para ser elegido, iba a ganar. Pero aún así se sentó con nosotros porque quería los votos del Polo, aunque no le fueran indispensables. Yo pensé entonces que con mi voto podía comprometerlo con algo, ya que igual iba a ganar, valía la pena el intento. Decidí pedirle que no permitiera que se torpedearan las investigaciones por parapolítica, cuando la Corte Suprema estaba siendo perseguida por eso, que actuara en derecho. Hasta ahora ha cumplido, no se ha metido con la parapolítica. Pero no me imaginé que fuera a ser tan perjudicial para las mujeres”.

Esa decisión refleja lo que sus amigos llaman ‘su lado pragmático’. Su obsesión eran las mafias en ese momento, no los derechos sexuales de las mujeres.

Para sus más duros críticos en el Polo, en cambio, esa fue una muestra más que Gustavo Petro actúa a su antojo y sin su partido. El entonces presidente del partido Carlos Gaviria y congresistas como Luis Carlos Avellaneda, Gloria Inés Ramírez y Jorge Enrique Robledo no apoyaban la votación por Ordóñez. Y aún así Petro votó a favor y se defendió de su partido en los medios.   

“Las denuncias que hizo en el Congreso eran celebradas en el Polo, pero luego hacia propuestas que no consultaba con nosotros. Al terminar el debate del paramilitarismo sacó una propuesta de paz, que incluía hacer constituyentes regionales, una propuesta que el Polo no compartía”, dijo a La Silla uno de los militantes del Polo. Los que lo conocieron dicen que Petro nunca supo ser un político de partido, que nunca trabajó en equipo.

Aunque Petro fue uno de los líderes que en 2002 fundó el Polo Democrático Independiente, cuando en 2005 se unieron al partido el Frente Social y Político de Carlos Gaviria, el Partido Comunista y el Movimiento Obrero para conformar el PDA, Petro dejó de ser el líder de las mayorías en su partido. Y cuando el año pasado, después de perder las elecciones presidenciales, también perdió la posibilidad de presidir su partido, decidió salirse. Sus detractores de izquierda no le perdonan que haya abandonado el partido cuando ya no era el protagonista.

El Polo siempre le criticó que prefiriera dar sus opiniones primero en la radio o en la prensa escrita, que en las reuniones internas. Es decir, que fuera más mediático que partidista. Por ejemplo, cuando las Farc anunciaron en junio del 2007 que los diputados del Valle habían muerto, Petro envió una carta a la dirección del Polo en la que criticaba que no se hubieran pronunciado con suficiente vehemencia contra la guerrilla. Igualmente lo hizo cuando el Polo decidió no apoyar la marcha del 4 de febrero en 2008 contra las Farc. Consideraba absurdo que no rechazaran todas las formas de violencia de la misma manera.

“Uno puede utilizar a la organización política para sus fines personales, o buscar ayudar a los fines de la organización. Eso es lo que no tiene Petro”, dice uno de sus contradictores. “El Polo no me supo entender”, se defiende el candidato.

El temor que genera en algunos esas críticas es que Petro tenga un talante caudillista para gobernar, que actúe solo y no en equipo.

Pero dos de sus amigos aclararon a La Silla que Petro rechaza el caudillismo y un ejemplo de esto sería su relación con Hugo Chávez, el presidente de Venezuela. Petro y Chávez eran amigos, hablaban seguido y en una de sus visitas a Colombia, Petro lo llevó al Pantano de Vargas y al puente de Boyacá. Pero cuando Chávez llegó al poder y comenzó a gobernar, Petro comenzó a alejarse de él, precisamente porque no le gustaba su estilo autoritario.

“Cuando comenzaron las expropiaciones de Chávez, Petro lo criticó mucho. No estuvo de acuerdo con su forma de hacer las cosas”, dice uno de sus amigos. 

Afirman que, al contrario, si hay algo que sabe hacer Petro, es formar equipo. Es más, se asesora mucho antes de tomar decisiones. Cuando Petro está a la cabeza es un buen coequipero, pero cuando no es la estrella es muy malo para ayudar a empujar.

El carácter de Petro es una gran paradoja. Por un lado, es un gran orador en la plaza pública que se conecta rápidamente con la gente del pueblo. Pero por otro, quienes han trabajado con Petro dicen que es un tipo frío, que cuando no le gusta algo explota como un volcán (aunque se calma a los 10 minutos) y por eso la mayoría de la gente que trabaja con él le tienen algo de temor y se relacionan con él más a partir del respeto y la admiración.

“Él siempre ha sido un tipo arrogante”, dice una de las mujeres que lo conoció en el M-19. “Él siempre fue una persona tímida”, recuerda Otty Patiño. En todo caso, unos y otros se ofenden cuando la gente dice que sus propuestas son poco técnicas porque valoran en él lo estudioso que es.

“Todas y cada una de esas propuestas que ha hecho Gustavo Petro, están examinadas desde el punto de vista de los recursos y las disponibilidades fiscales de Bogotá (…) están estudiadas con responsabilidad”, replicó Carlos Vicente de Roux, cuando el columnista Héctor Abad -como varios otros expertos- dijo que las propuestas de Petro para Bogotá eran populistas.

“María Claudia Valencia Gaitán, la nieta de Gaitán, me ayudó mucho con su tesis de doctorado sobre Los Mártires para mi propuesta”, dice Petro mientras va en el carro hacia el Consejo Nacional Electoral. “En mi equipo está Ana Teresa Bernal, de Redepaz, que es la persona que más sabe sobre víctimas. Están Jorge Iván Gonzáles que fue director del Pnud para Bogotá, María Mercedes Maldonado, del Instituto de Estudios Urbanos, Gerardo Ardila. Ninguno ha tenido investigaciones jamás en la Procuraduría”.

Varias personas en su equipo programático son del Instituto de Estudios Urbanos de Bogotá, de la Universidad Nacional, lo que le ha permitido demostrar que no llegó a hacer campaña sin expertos en la ciudad. Pero ninguno de ellos ha estado en la Administración, a excepción de Paul Bromberg, que sí trabajó junto a Antanas Mockus cuando éste fue alcalde de Bogotá y que lo reemplazó cuando Mockus dejó la alcaldía para lanzarse a la Presidencia.

Manejar los momentos de presión

“Es la primera vez, en quince años de vida parlamentaria, que tengo una demanda por pérdida de investidura”, dice Petro mientras entra al Consejo Nacional Electoral, para dar una declaración bajo gravedad de juramento por la demanda en su contra que interpuso Orlando Parada. El concejal alega que Petro no puede ser candidato a la Alcaldía por haber pertenecido a un grupo guerrillero.

“Parada comete un error histórico al decir que el M-19 es un grupo terrorista y no ve que se le dio estatus político. Además, la mayoría de la gente del M-19 está en el Partido Verde, que está en coalición con su partido para apoyar a Peñalosa”, dice.

No está nervioso, ni preocupado. Se sienta en un sofá antes de que el magistrado encargado lo reciba para dar su declaración. Marco Emilio Hincapié, ex magistrado del CNE lo acompaña. Ahora es su abogado en este proceso y, mientras esperan, le va presentando a cada una de las personas del Consejo. Petro sonríe, de medio lado, vuelve a sentarse. La impresión que da es que siente que está perdiendo el tiempo. Un caso similar ya había sido resuelto a favor de Petro en las elecciones presidenciales.

Pero el M-19 sigue teniendo una gran presencia en la vida de Petro, no sólo por los ataques que todavía le hacen, también en su carácter. Fue en la guerrilla donde, al fin y al cabo, Petro aprendió a manejar los momentos de peligro, a ser un político que mantiene la calma. La guerra es el mejor entrenamiento para aprender a tener nervios de acero.

“Los momentos de presión, Petro los maneja con solvencia”, dice uno de sus amigos ex guerrilleros que lo acompañó en La Picota, después de que Petro fuera torturado durante 10 días en la XIII Brigada del Ejército. Como otros capturados del M-19, Petro sufrió choques eléctricos, patadas y juegos psicológicos.

En la cárcel, Petro se encontró con sus amigos capturados de la guerrilla. Allá se dedicó a dar clases de matemáticas, historia y geografía a los presos. Lo trasladaron a cinco cárceles distintas durante los dos años que estuvo preso, porque el Ejército lo veía como un ideólogo fundamental del M-19 y era clave mantenerlo incomunicado de la guerrilla. En uno de esos traslados, Petro le mostró su carácter al amigo que estaba con él.

Esa noche la Policía entró a La Picota con lista en mano, llamó a los presos del M-19. Eran 18 y los montaron en un camión sin explicaciones. Para todos era evidente que los iban a fusilar. Desde el camión vieron las luces de Bogotá alejarse, algunos vomitaron y otros se desmayaron, hasta que entraron a una carretera destapada y en la oscuridad total, el camión paró. Todos se mantuvieron en silencio, esperando la orden de bajar. Pero 20 minutos después, el camión volvió a arrancar. Llegaron a la cárcel de Ibagué, en la madrugada.

“Luego supimos que era una táctica de tortura psicológica. Y durante todo el tiempo, Petro mantuvo la calma. No recuerdo bien qué dijo exactamente, pero se mantuvo, dejó claro que si iban a morir, no tenían nada por qué arrepentirse, que debían morir con dignidad”.

Alcalde rolo, Corazón costeño

Después de la declaración en el Consejo Nacional Electoral, Petro se reunió en el Hotel Marriot con estrategas de su campaña, para una conversación a la que no pudo tener acceso La Silla. Y salió corriendo luego para una de sus sedes en la 73 con 15, dónde lo esperaba Jaime García Márquez, hermano de ‘Gabo’, que quería adherirse a su campaña. 

La sede de campaña de Petro es una casa medio destruida. La humedad se está comiendo las paredes y la pintura blanca en el segundo piso, donde Petro tiene su oficina, que no es más que un escritorio en una esquina, y cuatro sillas Rimax para sus reuniones. 

La acústica es terrible. Se escuchan las conversaciones del primer piso, las del cuarto de al lado y los pasos de sus escoltas en el pasillo. Pero nada de esto parece molestarle a Petro. En todo el día, esta reunión es el momento en que se vio más feliz.

Jaime García Márquez en la sede de campaña de Progresistas, le dio su apoyo a Petro en esta campaña por Alcaldía de Bogotá.

“En Cartagena el fervor por Petro es increíble”, le dice la esposa de Jaime García Márquez al candidato. Petro pregunta por Gabo, le recuerda a Jaime que estudiaron en el mismo colegio de Zipaquirá, le recuerda que ambos estuvieron exiliados. 

Gabo salió para México. Petro, en cambio, estuvo exiliado en Bélgica a mitad de los noventas. Y fue allí donde nacieron dos de sus grandes obsesiones: la lucha contra el paramilitarismo y la lucha por el agua.

Gracias a que Antonio Navarro intercedió en su favor, Petro llegó a ocupar un puesto en la Embajada de Bélgica cuando el embajador era Carlos Arturo Marulanda.

Fue una mala coincidencia, puesto que Marulanda era el dueño de la Hacienda Bellacruz, donde fueron desplazadas 64 familias por los paramilitares. Cuando Petro se dio cuenta de eso, denunció a su jefe de estar aliado con los paramilitares. Marulanda no podía ‘echarlo a patadas’ de la Embajada, pues Petro estaba exiliado y Petro no podía regresar a Colombia por la misma razón. Así que Marulanda lo envió a un sótano a trabajar. “La vida era un infierno”, dice uno de sus amigos, “imagínate, un paraco y un guerrillero en el mismo lugar”.

Petro aprovechó entonces para hacer su especialización en Medio Ambiente y Desarrollo Poblacional en la Universidad Católica de Lovaina. “Lo mío es el cambio climático, caballero”, dice en la reunión con Márquez. 

No sólo volvió al país con el tema del paramilitarismo en la cabeza por Marulanda, sino con el tema del agua por sus estudios. Con el paramilitarismo ya ha brillado en el Congreso, pero por el agua espera hacerlo en la Alcaldía.

“El 37 por ciento del agua en Bogotá se la roban, y no son exactamente las familias pobres. Son las grandes empresas, las que consumen más agua”, dice Petro. “Ahí hay una mafia”. Dice que teme que a Bogotá le llegue el momento en que sólo quienes tienen el capital para comprarla tengan acceso al agua. Por eso también habla de un mínimo vital para todos los hogares, sin importar el estrato. Una propuesta que ha sido considerada para muchos como populista.

“Pero el agua es un derecho, así como la seguridad es un derecho. Pero no escuchamos a nadie quejarse porque los impuestos se vayan a financiar la Policía”, dice. La diferencia es que cada bogotano no ‘consume’ un policía por día, como sí tiene que consumir litros de agua. 

¿Sabe de Bogotá?
 

Petro se abraza con Márquez y se toma una foto garantizando que salga la sombrilla multicolor de un lado. Luego sale para el centro.

“Es el momento que más me gusta, el de caminar la ciudad”, dice Petro. Llega a la 19, se pone su chaqueta blanca de campaña, agarra un puñado de periódicos -hasta ahora han gastado 210 millones de pesos imprimiendo este periodico con el propósito de difundir su programa para Bogotá- y comienza a caminar las calles.

“De las cosas que lo pueden poner de mal genio es que uno le diga que es hora de irse de la marcha”, cuenta su asesor de prensa. A Petro se le pasa el tiempo en la calle.

“Usted no me vaya a fallar cuando llegue a la Alcaldía, no se olvide de nosotros”, le advierte un vendedor ambulante que vende chicles y cigarrillos. Petro le da un golpe en la espalda y le dice que no se preocupe, que él siempre ha estado de su lado.

Cuando pasa por un mercado de pollos, un señor le pide que se arriesgue a jugar una partida de ajedrez con él. Petro se sienta y mientras mueve el tablero la gente lo va rodeando. Se hace de noche, ya son las seis y media de la tarde y es hora de que se esconda en su camioneta por seguridad. Pero él sigue jugando hasta que de repente se oye una carcajada del grupo de hombres que lo observa. Uno que no pudo ver su jugada pregunta: ¿Petro ganó? Sí, ganó, hizo jaque mate.

Satisfecho, Petro se despide y los escoltas lo suben rápido a su camioneta.

Le quedan menos de quince días de campaña para ganarle ahora a Peñalosa, a La U, a Uribe y al Cartel de la Contratación. Pero lo que su equipo, sus amigos, sus enemigos,y la gente que lo conoce tiene claro, es que la Alcaldía será tan solo una movida en el juego que se ha propuesto. Que su verdadero jaque mate será cuando llegue a la Presidencia. El último cargo ejecutivo al que aspira. 

@camimi68 https://camilaosorio.contently.com/