Si eso ya es grave, la situación es mucho más crítica en las comunidades en aislamiento, que no tienen absolutamente ningún contacto con personas por fuera sus comunidades: no solo no tienen las mismas enfermedades que el resto de ciudadanos, sino que en caso de enfermar no hay protocolos de salud para atenderlos.
“El sistema de salud no funciona para la Amazonía porque allí hay comunidades muy aisladas donde el sistema no funciona como está planteado”, explica Pablo Andrés Martinez, asesor territorial en salud de Gaia Amazonas.
Con ellas el reto es cómo atenderlas sin poner en riesgo su aislamiento. La clave son las autoridades indígenas de comunidades no aisladas y vecinas, con quienes eventualmente pueden tener contacto y crear corredores de salud para atenderlos cuando se enferman gravemente.
La situación quedó en evidencia con la pandemia. Aunque las comunidades hicieron uso de remedios con bebidas y ungüentos, con medicina tradicional, el Amazonas tuvo la tasa de mortalidad por covid más alta del país (con 5.90 muertos por cada 100 mil habitantes).
Según Ángela Rincón, una de las cabezas del programa de ACT en el Amazonas, “lo que la pandemia evidenció fue el abandono. No hubo capacidad de atención y existe un subregistro enorme de mortalidad”.
Y si bien la medicina tradicional ha sido clave para enfrentar las enfermedades que conocen las comunidades, para enfermedades nuevas puede ser necesario complementarla con prácticas de la medicina occidental.
El hueco que llenaron las organizaciones
Desde hace décadas las comunidades indígenas, rurales y afros tenían sus propios líderes que atendían las primeras fases de la enfermedad. Eran promotores de salud que antes de la Ley 100 de 1993 podían recetar algunos medicamentos, aplicar vacunas y recibían remuneración por su trabajo.
Era una alternativa ante la necesidad de atención urgente en comunidades remotas, y eran un punto de encuentro con la medicina occidental (promovida desde los centros de salud) y los conocimientos tradicionales de sus comunidades.
Pero también fueron el punto de distancia entre ambos sistemas “Comenzaron a hacer caso omiso del conocimiento ancestral de los médicos tradicionales”, dice Martha Cecilia Suárez, profesora de la Universidad Nacional, en su artículo Una propuesta de modelo en salud para los pueblos indígenas de la Amazonía.
Con la reforma a la Ley 100, en 2007, los promotores perdieron la posibilidad de atender para centrarse exclusivamente en la promoción y la prevención de la salud. Un ajuste que puede tener sentido en zonas más pobladas o bien comunicadas, pero que profundiza las distancias en comunidades como las indígenas de la Amazonía.
Según Rincón eso significó “desprotección total en términos de salud a las poblaciones indígenas”, sumado a la carencia de centros de salud e insumos básicos.
Ese hueco lo están llenando las organizaciones de la sociedad civil. Se basan en el reconocimiento que desde 2017 hizo la Corte Constitucional sobre los sistemas de salud indígenas, y que les pidió a las comunidades crear sus propios sistemas con conocimientos de la medicina occidental (que aportan las organizaciones) y los saberes propios.
Por ejemplo, el año pasado la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (Fcds) acompañó a dos comunidades para que hicieran su propio glosario de plantas medicinales. Son la comunidad Nonuya, que vive a orillas del río Caquetá, y la asociación indígena Azcaita, en Leticia.
En el resultado final no solo explica qué plantas sirven para qué enfermedades, cómo se usan y dónde se encuentran, sino el origen de las enfermedades que sufren los miembros de esas comunidades, según su creencias.
“En la concepción indígena el médico comparte la enfermedad con el enfermo. Porta la enfermedad para sanar desde su cuerpo al paciente”, cuenta Diego Muñoz, uno de los asesores de Fcds que trabajó con las dos comunidades en la construcción del glosario.
En un sentido similar, ACT está asesorando cuatro pueblos del Putumayo para que construyan legalmente sus Sistemas Indígenas de Salud Propio Intercultural (Sispi), planes de salud basados en sus creencias y formas de vivir, en conversación con los profesionales en salud –occidental– que trabajan en los centros rurales.
Los lideran quienes fueron antes promotores de salud, según Martínez, quien ha acompañado ese proceso. “Muchas de las personas que fueron promotores empezaron a liderar procesos dentro de sus territorios indígenas. Nadie les paga, nadie les da cosas, pero son ellos los que están respondiendo principalmente”, dice.
Otro ejemplo de esas iniciativas es el proyecto de la ACT para que comunidades del Amazonas retomaran los conocimientos en atención básica en salud.
En 2021 acompañó 16 comunidades, que eligieron a sus representantes (todos antiguos promotores de salud) para recibir clases de atención primaria, como Katia Rodríguez, con el compromiso de replicar los conocimientos en sus comunidades.
Esos representantes han recibido talleres dictados por la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, para que aprendan a reconocer en un microscopio las enfermedades tropicales, que son las que más prevalecen en la región, según el Instituto Nacional de Salud.
Hoy ellos saben reconocer bacterias, hacer suturas, vendajes, y tomar muestras de sangre.
“Estamos tratando de unir las dos ciencias para no desconocernos entre culturas. Nuestro trabajo es por el bienestar de la gente y todos mis conocimientos son para el servicio de mi gente”, dijo Enmar Gifichu, de la Asociación Zonal Indígena de Cabildos y Autoridades Tradicionales de la Chorrera y quien participó en los talleres de formación de ACT y el PECET.
Son conocimientos de cientos de años que han logrado contener enfermedades y preservar culturas que conviven permanentemente con la naturaleza, pero que están constantemente amenazadas por la falta de recursos y el desconocimiento de sus prácticas culturales. Un problema que varias organizaciones han identificado bien, y que han ayudado a enfrentarlo.