Jean François Fogel: el visionario del periodismo (q.e.p.d)

Jean François Fogel: el visionario del periodismo (q.e.p.d)
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La primera vez que conocí a Jean François Fogel llevaba despierto desde las cuatro y media de la mañana. Se había levantado a esa hora a bajar las páginas web de unos medios que nos quería mostrar. Era 2005. Y en la ciudad de Santa Cruz, en Bolivia, el internet era una mera ilusión. Andaba tan despacio que entrar a un medio en internet era una auténtica proeza, descargar varios simultáneamente algo que solo una persona con la disciplina de Fogel estaba dispuesto a hacer.

Era uno de los primeros talleres sobre periodismo digital que dictaba la Fundación Gabo, y para los que estuvimos esa semana en Santa Cruz el tema era tan nuevo como lo sería para los que asistieran hoy a un curso sobre el uso de inteligencia artificial en las salas de redacción. Pero para Fogel, que nos llevaba varias décadas de edad, lo que nosotros veíamos como el futuro era para él hacía años su presente. Y no ocultaba su urgencia por transmitirnos eso: que dábamos el salto hacia lo digital o perderíamos nuestra relevancia como periodistas. 

Ya en ese momento, Fogel había hecho todo el recorrido: había trabajado en los prestigiosos medios franceses Agencia France-Presse, Le Point y el diario Libération, donde llegó a ser redactor jefe. También había publicado varios libros: uno sobre Fidel Castro, otro sobre Pablo Escobar —un personaje que siempre le causó gran fascinación— y otro más sobre el escritor Paul Morand. La literatura le apasionaba tanto como el periodismo.

Diez años antes de nuestro taller, Fogel y Bruno Patiño, su gran amigo, habían diseñado lemonde.fr, el sitio web del diario Le Monde, que como otra decena de medios online que crearon, se convirtieron en la vanguardia digital de sus países.  

Así como a mí, Fogel convenció a muchos periodistas jóvenes (en ese momento) de empezar la transición del periodismo en América Latina. Desde la maravillosa Fundación Gabo, cuyo consejo rector presidía desde hacía años, empujó a generaciones enteras de reporteros a anticiparse a la crisis del modelo de negocio (¿y de producto?) del periodismo que él vio muchos años antes que los demás.

Y siendo un auténtico francés, Fogel no trataba de endulzar la píldora: él tenía los datos, entendía las tendencias, mostraba los ejemplos no solo del abismo que se avecinaba sino también de los puentes que podíamos —teníamos— que crear y cruzar para no desaparecer en la irrelevancia. 

En una fundación como la Gabo que tiene el raro don de combinar la fiesta con el aprendizaje, Fogel era un personaje raro: no tomaba, no bailaba, no perdía el tiempo en conversaciones superfluas, comía lo estrictamente necesario. Se levantaba siempre a la misma hora sin importar la zona horaria en la que estuviera. Hacía ejercicio todas las mañanas. 

Quizás por esa vida tan disciplinada, tenía una lucidez a toda prueba. Y una productividad impresionante. En los últimos diez años, había asesorado la exitosa versión digital de The New York Times, la renovación de los diarios del grupo francés Sud Ouest, había creado la plataforma digital del grupo France Television, había escrito dos libros sobre periodismo digital y el impacto de Internet en la cultura (La prensa sin Gutemberg y la Cuestión Numérica) y dirigía un programa de periodismo en la Sciences Po, en París.  Era la versión contemporánea de Marshall McLuhan, a quien siempre citaba.

Recién salidos de la pandemia, le propuse que tuviéramos una serie de conversaciones sobre La Silla Vacía en las que él me hiciera las preguntas clave que yo debería estarme haciendo. Me imaginaba unas sesiones virtuales parecidas a las conversaciones que teníamos cada vez que nos veíamos en el Festival Gabo. Él tenía una idea diferente. 

Llegó a la primera sesión con gráficos llenos de vectores y comenzó un proceso que parecía más un doloroso psicoanálisis que una asesoría. Él no dejaba que me echara cuentos, que saliera con supuestos que no estuvieran validados en el tráfico del sitio. Me daba ocho días para recuperar mi autoestima y llegar a la siguiente sesión, igual de severa, igual de iluminadora.

Al final de esta asesoría, vino a Bogotá a darle un taller a todo el equipo de La Silla Vacía durante dos días. Y fue igual; Fogel no trataba de ser una persona dulce ni de agradar, aunque a la postre lograba a su manera y con su particular sentido del humor ambas cosas. Durante esos dos días, nos confrontó con nuestra escritura, con nuestra relativa indiferencia frente a la audiencia, con nuestra resistencia a hacer un periodismo que no involucrara nuestros juicios.  

Como producto de ese taller, La Silla salió con una “biblia de formatos” con instrucciones precisas para los diversos tipos de historias que hacemos, lo cual nos ha permitido ser mucho más eficientes en nuestro proceso de escritura y edición, y más considerados con el tiempo de nuestros lectores.  

Días antes de morir, Fogel estaba preparando un taller que le había encomendado Google a la Fundación Gabo sobre cómo manejar una sala de redacción. Tenía ya el menú del curso: cómo implementar formatos narrativos; cómo tener discusiones creativas; cómo mantener vivo el espíritu de innovación; cómo manejar los tiempos para hacer historias de coyuntura y proyectos de largo plazo; y cómo usar la inteligencia artificial.

Fogel tenía 76 años. Y en su mente, solo cabía el futuro. Ese lugar a donde aspiraba que llegáramos los periodistas antes de que la tecnología nos pasara por encima. 

Murió hoy, el 19 de marzo, en París, de un infarto cerebral.  Lo sobreviven su hija y miles de alumnos a quienes su ejemplo nos inspiró. La Silla le estará por siempre agradecida. 

Jean François Fogel: el visionario del periodismo (q.e.p.d)
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