Cuando la violencia es tancercana a veces parece invisible. Yosman Botero trabajaba en Alejandría, un centro comercial en Cúcuta, similar a los San Andresito de Bogotá, cuando estalló un carro bomba que dejó 7 muertos y más de 50 heridos. Era 2003 y el ataque fue atribuido al ELN. Yosman salió ileso y a pesar de la gravedad de los hechos nunca se sintió un sobreviviente; lo asumió como parte de una anécdota más en medio de las tantas noticias similares que se producen en Colombia a diario. Lo vio como parte de la rutina del país.
Solamente cuando se fue a vivir a Barcelona, España, a realizar una maestría y un doctorado en investigación y producción de arte, empezó a ver la violencia desde otra perspectiva. Comenzó a sentir el desarraigo propio de Cúcuta, su ciudad natal, a cuestionarse el concepto de frontera con el que convivió desde niño y tan presente constantemente.
También a reflexionar sobre la ausencia, el territorio y la nueva connotación de este concepto especialmente después del acuerdo de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC. Pero no solo sobre quién es o no “el dueño de la tierra”, sino también sobre cómo la tierra nos mira a nosotros: mientras políticos y empresarios del mundo siguen cuidando sus intereses, la naturaleza ya no da espera a su claro deterioro.
Así nació, por ejemplo, This land is (a) mine, obra que estuvo presente en la Feria del Millón 2018. En una caja de madera hay una serie de espejos que juegan con el espectador de enfrentarlo a una mina subterránea infinita. El mismo nombre de la obra plantea la paradoja de quien ve la obra. Por un lado, quien la habita ve una tierra “suya”; por el otro, el explotador, ve la mina como símbolo de riqueza.