Reunión entre el expresidente Álvaro Uribe y el presidente Gustavo Petro en la Casa de Nariño. Foto: Archivo Presidencia.

Tres escenas de esta semana dan pistas sobre cómo será la oposición al gobierno de Gustavo Petro. Falta todavía la cara que la represente:

La primera: Se organizan marchas en varias ciudades, en Cali y Medellín multitudinarias, para protestar por la reforma tributaria y las demás iniciativas presentadas en Twitter por el gobierno.

La segunda: Gustavo Petro y Álvaro Uribe se reúnen por segunda vez. A la salida, el expresidente dice que quiere contribuir a que su tarea de oposición “sea verdaderamente constructiva”.

La tercera: El senador del Centro Democrático Alirio Barrera provoca un gran escándalo en redes y en el Congreso cuando entra su caballo al Capitolio el día que estrenan su modalidad de ‘pet friendly’. “No tengo gatitos ni perritos, qué culpa”, dice. 

De ser señalado como ‘un peligro para la democracia’ a carecer de oposición

Durante toda la campaña —casi que durante toda su carrera política— Gustavo Petro ha sido visto con profunda desconfianza por el establecimiento y estigmatizado desde diversos frentes como una amenaza a la democracia. Pero le bastó ganar para subir al bus oficialista a los partidos que antes lo señalaban y lograr conformar en pocas semanas una coalición parlamentaria más amplia que la que tuvo Juan Manuel Santos cuando todavía era el protegido de Álvaro Uribe.

Con 75 de los ahora 107 senadores, Petro arranca su mandato con una representación parlamentaria significativamente mayor a los votos con los que salió elegido, con el impulso que le da el amplio consenso de que el cambio era necesario y con la fortuna de contar con una oposición muchísimo más débil que la que tuvo Iván Duque o incluso Juan Manuel Santos durante su segundo período. La fuerza en contra quedó prácticamente reducida al mermado Centro Democrático.

Más después de que Rodolfo Hernández, el hombre que encarnó en campaña la alternativa real al triunfo de Petro, anunció que lo suyo definitivamente no era el Congreso y que se retiraría para aspirar a la gobernación de Santander o a la Alcaldía de Bucaramanga nuevamente. Salió así de la escena nacional tan súbita y cómicamente como entró.

Ese arranque de gobierno, con todo el viento a favor, le genera un reto a quienes no acompañan al presidente. ¿Dónde se ubican? ¿Cómo luce y qué caminos tiene la oposición a Petro? Esta semana arroja las primeras pistas.

Uribe y las marchas

En varias entrevistas durante la campaña, Gustavo Petro manifestó que tenía una preocupación con un sector extremista de derecha que podría intentar matarlo o sabotear su gobierno. Y desde que fue elegido, ha tratado de disipar los miedos más extremos.

“Todos los miedos que muchos expresamos, él prácticamente los despejó casi todo –afirma Jorge Giraldo, autor del libro “Populistas a la colombiana” – Y Uribe tomó nota de todas las concesiones que ha hecho Petro.”

Petro ha asegurado en todos los tonos que no buscará cambiar la Constitución para reelegirse; ya anunció que comprará 3 millones de hectáreas de tierras reiterando su mensaje de que no las expropiará; y se desmarcó del populismo al presentar como primera reforma una tributaria y anunciar que quitará el subsidio a la gasolina.

Giraldo, el ex decano de Humanidades de Eafit, cree que toda la estrategia de Petro está orientada a garantizar que haya una oposición “organizada y dialogante” y que por eso se movió muy rápido a graduar a Uribe de líder de la oposición. “Él está tratando que haya quién organice la oposición con quien se pueda hablar y tratar de frenar una cosa como la que se vio el lunes en las marchas”.

Y es que mientras Pierre Onzaga, el arquitecto residente en Estados Unidos que convocó a marchar contra todas las reformas del gobierno, afirmó que “el pueblo colombiano no es tonto y sabe que la intención detrás de Gustavo Petro, de estás reformas, es crear un estado predicatorial”, Álvaro Uribe invitó a la gente a no llamar al gobierno “neocomunista” (ni a que llamen a su partido de extrema derecha).

“Nosotros queremos contribuir para que se entienda el gobierno del presidente Petro como un gobierno de democracia social, no un gobierno que se pudiera catalogar del fracasado socialismo siglo 21”, dijo en una rueda de prensa tras salir de la reunión con el Presidente. El ala más radical de su partido rechazó, entre otras cosas, que “le lavara” la cara socialista a Petro.

“Los miedos que usaron el Centro Democrático y Uribe en los últimos 20 años y que claramente hasta ahora son tácticos, esta gente que marchó los incorpora como una cosa más dura, más ideológica, y que tiene un correlato más global”, dice Giraldo.

Y ahí, en esos miedos —los alimentados durante años como los más recientes galvanizados por la reforma tributaria, la de salud y las invasiones— y en esa corriente más cercana al trumpismo, está una de las semillas de la naciente oposición.

Son los mismos temores que Uribe, en forma taimada, expresó en su rueda de prensa presentándose no como el líder de la oposición sino como el portavoz de “la gente del campo colombiano” que lo busca para que él le transmita al presidente Petro sus preocupaciones.

¿Sobre qué? Sobre que entre la tributaria, el desmonte de los subsidios a la gasolina y el aumento del salario mínimo asfixien la economía (“Nosotros preferimos un peso de más en el bolsillo del trabajador que un peso más pagado en impuestos al Estado”, dijo Uribe); sobre “que vienen de atrás las invasiones, sí, pero ahora quisieran crecerse”; sobre que “si quitan las buenas EPS los únicos colombianos que mantendrían seguro son los que pueden comprar una póliza privada”; sobre las pensiones, etc. Es decir, sobre todas las reformas centrales del cambio que propone Petro.

“La democracia siempre reclama ajustes, pero rechaza desbarajustes”, fue la idea central de la intervención de Uribe.

“Me parece que todos los caminos de la oposición conducen a Uribe”, cree el analista y columnista de La Silla Héctor Riveros. “Uribe ha tomado una decisión muy inteligente, que es tratar de ser colaboracionista o de aparentar ser colaboracionista.”

Riveros cree que es una estrategia ganadora porque en general los colombianos no suelen ver con buenos ojos a los que “critican y no dejan hacer”, pero también porque esa moderación le facilitará a Uribe forjar alianzas con candidatos de centro y centro-derecha en el 2023 para combatir al petrismo en varias ciudades. Incluso con varios que consideraron tóxico su eventual apoyo en las de este año.

El “nuevo” Uribe es, nuevamente, una de las caras de la oposición, la única con nombre propio. Una cara que tiene vasos comunicantes con los que marcharon el lunes, pero que no la representa en su totalidad. Así como tampoco interpreta del todo la emoción de quienes aplaudieron la entrada de “Pasaporte” al Congreso.

El anti-progresismo

La llegada masiva de activistas e influencers al Congreso le ha dado mucha tracción a un sinnúmero de ideas muy liberales, desde el animalismo y el feminismo hasta la defensa de los derechos de los trans, la protección de los valores ancestrales y la legalización de las drogas. Y nada simboliza mejor ese “progresismo” urbano que la reciente decisión del presidente del Congreso, Roy Barreras, de declarar que el Capitolio sería un lugar “pet friendly” (así, en inglés).

Son ideas que chocan de frente con las tradiciones conservadoras de medio país, y que con el tiempo, pueden alimentar otra fuente de oposición al petrismo. Una pequeña muestra de ello fue la polarización que se registró en las redes sociales cuando Alirio Barreras entró a su caballo a dar una vuelta por el recinto del Congreso, llevando al ridículo la propuesta de Roy.

“Se trataba de mostrarle al Congreso y a Colombia, que hay un país diferente allá afuera de las ciudades”, dijo Alirio Barreras, quien antes de ser senador del uribismo fue amansador de caballos y coleador profesional.

“Lo del caballo muestra que la izquierda es el hogar de aquellos sectores que menos están sintonizados con las corrientes de valores de la gente del común”, dice el analista Andres Mejía Vergnaud.

Lo del “pet friendly” es un ejemplo. Hay otros. Por ejemplo, la reciente propuesta del representante liberal Juan Carlos Losada de volver la capilla del Congreso un espacio de “culto neutro” que ha provocado un intenso debate, incluso antes de convertirse en una iniciativa formal.

El partido de los tecnócratas

Si el país que aplaudió la celebridad de “Pasaporte” tiene conexiones más rurales, hay otros atisbos de oposición que se comienzan a configurar desde las entrañas de la tecnocracia. Técnicos que apoyan el cambio, incluso a veces los diagnósticos del gobierno, pero que cuestionan la improvisación con la que parecen arrancar varias de las reformas.

“Creo que va a surgir otro tipo de oposición que comparte objetivos con Petro —más equidad, paz, cambio climático— pero discrepa en la forma de hacerlo”, dice el exministro de Hacienda santista Mauricio Cárdenas. “Oposición al cómo, más que al qué”.

Un ejemplo claro de ello fueron los duros cuestionamientos a la Paz Total que planteó el ex alto comisionado de Paz, Sergio Jaramillo; o las críticas que ha lanzado a la política de transición energética el exministro Juan Carlos Echeverry; o las observaciones de Fedesarrollo respecto del impacto que tendría la reforma tributaria sobre la inversión; incluso las columnas de Moisés Wasserman a la aproximación “mágica” que tienen varios ministros a la solución de los problemas de sus sectores.

Este es, en general, un frente de críticas más técnicas, pero cuyos argumentos ganan tracción popular cuando del gabinete salen ideas como la del “decrecimiento”. Una reflexión más de un conjunto de ministros ávidos de poner sobre la mesa ideas que llevan pedaleando toda su vida queda sintetizada en un meme. Un meme que condensa los temores de la tecnocracia, las “preocupaciones del campo colombiano” transmitidas por Uribe y las arengas que retumbaron en las calles de Medellín esta semana. Ahí está el embrión de la oposición.

Soy la directora, fundadora y dueña mayoritaria de La Silla Vacía. Estudié derecho en la Universidad de los Andes y realicé una maestría en periodismo en la Universidad de Columbia en Nueva York. Trabajé como periodista en The Wall Street Journal Americas, El Tiempo y Semana y lideré la creación...