Las marchas y contramarchas en Venezuela
Las marchas se convirtieron en una herramienta para que la revolución Bolivariana, que empezó en 1998 con la campaña de Hugo Chávez, demostrara su legitimidad por su capacidad para convocar gente a las calles.
“La revolución necesitaba un ciudadano involucrado en la política”, dice Ronal Rodríguez, investigador del Observatorio de Venezuela del Rosario, “no como un actor que aparece cada cuatro años, sino que está participando en la política todos los días”.
Las marchas se convirtieron en una tradición política que no necesitaba mucha logística. “La gente iba a las manifestaciones porque creían en su comandante y su gobierno”, dice Xabier Coscojuela, exdirector del medio venezolano Tal Cual.
En el 2002, tres años después de que Chávez llegara al poder, las marchas del chavismo empezaron a ser respondidas con marchas de la oposición. “Había mucho descontento con la gestión chavista y la primera marcha (en enero de ese año) fue contra el autoritarismo de Chávez”, dice Alfonso Molina, periodista venezolano y autor del libro “2002: El año que vivimos en la calle”.
Durante esa movilización de enero se encontraron la marcha chavista –que salió de misa con Chávez y su gabinete– y la contramarcha de la oposición, alrededor de 300 mil personas entre políticos, empresarios, sindicatos, 11 partidos políticos y 30 ONG que le hacían oposición al chavismo.
En abril de 2002, la oposición convocó un paro nacional en contra de las reformas a la industria petrolera. Esta contramarcha se convirtió en un golpe de estado en contra de Chávez, que no duró mucho por fuera del cargo, porque el chavismo salió a las calles a apoyarlo y volvió al poder dos días después.
El chavismo empezó a perder su capacidad de convocatoria después de 2010. Por eso, empezaron a poner buses para llevar gente a las marchas, dar mercados, camisetas rojas e, incluso, obligar a los empleados de entidades públicas a asistir a las marchas.
“Esa era una práctica común, el chavismo le imponía cuotas al sector público para que la gente fuera. Cualquier ayuda que te daban (mercado, dinero, vacaciones), tenías que pagarla con tu asistencia. Y si no ibas te arriesgabas a perder tu trabajo”, dice Coscojuela, el exdirector de Tal Cual.
La llegada de Maduro al poder en 2013 debilitó aún más las marchas chavistas “El éxito de una marcha en Venezuela se mide cuando llegan a la avenida Bolívar en Caracas, desde el 2012 el chavismo no la logra” cuenta Coscojuela, “Maduro no genera el mismo fervor”.
Las marchas de la oposición también han perdido su lugar en las calles por la represión del régimen. “La gente se dedicó a sobrevivir y no a protestar”, dice Molina, “hoy, los partidos políticos no hacen contramarchas porque saben que terminarán en una muerte impune”.
Similitudes y diferencias de las marchas colombianas
Las dos marchas de la oposición que se citaron en Colombia el año pasado son muy diferentes a las venezolanas. En las dos han sobresalido la ausencia de partidos políticos, incluso del Centro Democrático, uno de los pocos partidos que le cantó su oposición a Petro. Aunque el senador Miguel Uribe le dijo a la Silla que no estaban organizando las manifestaciones, él y otras figuras del partido como Paloma Valencia o María Fernanda Cabal han salido a las calles.
Una diferencia clave es la falta de organización de las marchas de la oposición colombiana —que han sido organizadas por grupos de la derecha— en comparación a la venezolana. “En Venezuela marchas en contra de Chávez estaban organizadas por los partidos del statu quo, que pasaron a ser de oposición inmediatamente” dice Las Heras.
En los dos países durante las marchas ha aflorado el lenguaje de odio, como ocurrió con las declaraciones racistas en contra de la vicepresidente Márquez en la primera contramarcha. “Esto sucedía en Venezuela, la oposición caía en la trampa y terminaba usando lenguaje clasista, racista, y por eso el régimen de Chávez podía decir que la oposición es odio y el régimen amor”, dice Rodríguez, del Rosario.
Por otro lado, entre el gobierno Petro y el chavismo aparecen varias similitudes. A través de un hilo en Twitter, el presidente convocó una marcha en la misma fecha que la oposición. “Invito a las fuerzas del gobierno del cambio a convocarnos a discutir en las calles las reformas que se avecinan” trinó el presidente.
Este es un elemento clave de las marchas del chavismo que no estuvo en la primera tanda de manifestaciones pro gobierno en noviembre. Para esas marchas, además de un par de alfiles del petrismo y dos retrinos del presidente, no se vio la autoría del gobierno, como sí ocurría con la firma característica del régimen chavista.
Otro elemento comparable con las marchas chavistas es la convocatoria de la marcha en paralelo con la contramarcha. “Eso hace que el fenómeno de las marchas sea muy intenso porque hay mucha gente en simultáneo en la calle” cuenta Las Heras.
Ese parece ser el objetivo de Petro con la marcha del 14, hacer que “la plaza pública también sea lugar de discusión” para sus reformas, para demostrar el apoyo popular que tienen los proyectos del gobierno.
En Venezuela, las marchas terminaban con un discurso de Chávez que reunía a los miles de venezolanos que habían caminado las calles. Será similar a lo que pase el próximo 14 de febrero en la Plaza de Bolívar de Bogotá, en donde el presidente Petro invitó a terminar la marcha. “Hablaré a Colombia reunida en todas las plazas públicas del país. Llegó el Cambio y sus reformas” anunció.
Lecciones para Colombia
Para Las Heras, “la estrategia de marchas y contramarchas debe ser un llamado a la responsabilidad para los dirigentes políticos, porque genera polarización extrema en las calles”. Los expertos consultados por la Silla para esta nota coinciden en que “calentar la calle” es muy peligroso y puede ser violento.
Por eso aplauden la decisión de cambio de fecha de la contramarcha de la oposición, que ahora será el 15 de febrero.
Aún así, que la calle se convierta en escenario de confrontación política preocupa por las posibilidades de que haya desmanes. “El nivel de violencia en las primeras marchas en Venezuela era muy bajo” cuenta Rodríguez del Rosario, “las manifestaciones colombianas tienden hacia la violencia desde el principio. Con este grado de polarización, esa violencia sería preocupante”.
“Pensar que con la movilización se pueda presionar a las bancadas del Congreso para sacar una determinada política puede ser absolutamente negativo”, dice Las Heras, “eso distorsiona el equilibrio de poderes, porque el legislativo tiene que actuar de manera independiente, no coaccionado por presión pública”.
Finalmente, la estrategia de marchas y contramarchas no termina siendo beneficiosa para el debate democrático porque se convierte una competencia por quién convoca a más gente a la calle. “El que más grita para obtener el bienestar de los suyos, no el que mejor argumenta para construir el bienestar de todos” concluye Rodríguez.