La tranquilidad que trajo el Acuerdo de La Habana duró poco en los más de 20 municipios que conforman el Pdet Alto Patía - Norte del Cauca. Esa zona, priorizada para implementar el Proceso de Paz, fue la que concentró más asesinatos a líderes sociales (78) entre agosto 2018 y junio del 2021.
Los asesinatos de líderes en Cauca, en cinco escenas

Estas cinco escenas explican lo que está ocurriendo:
Hubo paz y duró poco
A fines de 2016, tras décadas sometidos a la violencia, la comunidad de Toribío salió a caminar en la madrugada. Lo hicieron por el asombro de que hacerlo no implicaba un riesgo a la vida.
La guardia indígena iba pasando de casa en casa y la comunidad se iba uniendo. Así caminaban por las veredas, hacían un compartir de pan con chocolate y volvían a sus hogares. Para Elcy Mesa, una líder indígena de 50 años, el recuerdo de sus hijos corriendo alegres por la carretera es una muestra de la tranquilidad que experimentaron hasta 2018, cuando llegó la disidencia.
Antes del Acuerdo con Las Farc no existía el silencio de la noche en Toribío, solo el ruido de las balas. Con los años empezaron a ser entretenimiento. “Ver las balas que salían de las montañas, cuando la guerrilla disparaba y el Ejército contestaba, era un plan. Uno se sentaba a verlas brillar”, cuenta Mesa.
No en todos los municipios que hoy forman ese Pdet la guerra había sido igual, pero todos la habían sufrido. En El Tambo, 16 presidentes de juntas de acción comunal fueron asesinados entre 2012 y 2016, según cuenta Lilia Zuñiga, lideresa social y presidenta de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos de Colombia.
En Argelia, al sur del departamento, vivieron una guerra entre el ELN y las Farc que se disputaron el territorio en 2006, después de esto y durante años vieron a las Farc como la única autoridad en el territorio.
Por eso, tras la firma del Acuerdo, vivieron por unos dos años lo que ellos mismos llaman “la paz”, como si fuera la contracara de la violencia de mediados del siglo XX. En ese período surgieron más liderazgos sociales que trataron de impulsar el desarrollo y organizar a las comunidades en son del Acuerdo.
Pero sin la presencia del Estado, ese vacío lo ocuparon nuevos actores armados como el ELN y las disidencias que empezaron a pelearse el control territorial.
La guardia indígena intenta resistir pero los armados no quieren competencia
Toribío Canas Velasco era Kiwe Thegna —guarda indígena— del resguardo de Tacueyó, en Toribío. Su esposa, Elcy Mesa, dice que “era muy frentero”. Por eso, cuando en 2019 las autoridades indígenas lo llamaron para capturar a un miembro de la disidencia Dagoberto Ramos que desde el año anterior cobraba vacunas, no dudó en ir a ayudar.
Tampoco dudó de arrebatarle una granada al disidente, capturarlo y enviarlo a la cárcel de Silvia a cumplir una sentencia de 10 años, impuesta por la justicia indígena pues el disidente también era indígena.
No era la primera vez que Canas y la guardia eran una piedra en el zapato para la disidencia. Elcy cuenta que rescataban jóvenes reclutados por la fuerza, como lo habían hecho con la antigua guerrilla de las Farc, cuando podían dialogar con los comandantes para sacar a menores de edad de sus filas.
En Corinto pasó algo similar. Gerardo Cuetia Trochez, autoridad tradicional Sat'wexs, recuerda que fortalecieron la defensa del territorio cuando llegó la disidencia. “Empezamos a capturar y a quemar material bélico y campamentos. De ahí empezó una serie de amenazas y asesinatos”, contó.
Pero con la disidencia no hay acuerdos. Envía a los menores a otros municipios para que la guardia no los encuentre y asesina al que atente su accionar.
Un asesinato y una masacre rompen la resistencia
Elcy Mesa tiene un hueco en su nevera. Está allí hace dos años y, cuando lo mira, a veces piensa en su esposo, Toribío Canas, y en cómo lo mató el disidente ante sus ojos. Otras veces le recuerda que esa misma noche, cuando la bala para matarla quedó en la nevera, no era su momento de partir.
Mesa tiene 50 años, y así como sonríe al decir su edad, lo hace cuando habla de sus ideales y de los sueños que tiene para su comunidad. Lleva casi toda su vida liderando procesos a favor de los resguardos indígenas de Toribío y, aunque por ello ha ganado amenazas, dice que la noche que vio morir a su esposo perdió el miedo a la muerte.
A Toribío lo mató el disidente que había capturado, pues tras apenas cuatro meses se fugó y cumplió su promesa.
Fue el líder 75 asesinado en el Cauca desde la llegada de Iván Duque al poder, y a Mesa le tomó 15 días tomar fuerzas para volver a su trabajo como coordinadora de salud de Toribío. El día que decidió trabajar de nuevo salió al resguardo indígena de San Francisco.
En medio de un ritual de armonización al lado del río, el ambiente se llenó de tensión y miedo. "En el río no hay señal de celular, pero los mayores sintieron que pasaba algo", recuerda.
Ese día, la misma disidencia que asesinó a Toribío masacró a otros cuatro Kiwe Thegnas y la Neehwesx —autoridad indígena— Cristina Bautista. Mesa ayudó a verificar los cuerpos.
Cuenta que esos asesinatos llevaron a los líderes de Toribío a aceptar que la nueva realidad no era igual a la que conocían. “Teníamos el control, mirábamos quién llegaba y los cuidábamos para que no los fueran a secuestrar. Así la guerrilla tuviera armas, nosotros los correteabamos. Pero a partir de 2019 perdimos el control”, explica.
Gerardo Cuetia explica que en Corito pasó algo parecido: aunque dice haber perdido el miedo hace años, y se ríe contando que se cansó de contestar llamadas de amenazas, reconoce que el miedo a perder la vida hizo que las comunidades perdieran el control del territorio ante los grupos ilegales.
Con miedo, las disidencias aplastan otros poderes
En Toribío ya nadie sabe quién es quién. “Para mí todo el que anda de negro es guerrillero, porque de esa manera llegó el que mató a mi esposo, vestido de negro — explica Mesa— por lo menos las Farc tenían uniformes y comandantes”.
Mientras en Argelia las antiguas Farc eran cercanos a la comunidad y ayudaron y lideraron procesos organizativos, la relación con las disidencias es de sometimiento y temor total.
Allí las disidencias solo dejan transitar con permisos como cartas de recomendación o carnés que deben tener datos personales y ser expedidos por una Junta de Acción Comunal. Tanto que La Silla Vacía, que estuvo allí en abril, esta vez no pudo volver: los mismos líderes lo desaconsejan.
En septiembre, integrantes de la Carlos Patiño estuvieron por una hora el casco urbano del corregimiento El Mango. Y los habitantes del corregimiento Sinaí, tienen la maleta lista para salir por lo usual de las amenazas y los enfrentamientos. “Uno siente que le disparan en la oreja”, dice una persona que ha presenciado combates.
Por eso hay más de 20 líderes desplazados, incluyendo a todos los presidentes de las Juntas de Acción Comunal. “Ser líder social en Argelia es tener una lápida en la frente”, dice uno de los cuatro líderes sociales con los que nos reunimos bajo la condición de no citarlos.
Están desplazados en Popayán, y toman cerveza mientras ilustran la frase con asesinatos. Son minutos en que los líderes no dejan de nombrar colegas, fechas, actividades que realizaban, formas en las que los asesinaron o en las que encontraron sus cuerpos.
“Son más paramilitares que guerrilleros”, resume un comunero que vivió en el municipio por décadas “Un grupo guerrillero llega a ganarse a la gente, a potenciar los procesos comunitarios. No llega a matar líderes sociales”.
Uno de sus colegas completa: “las zonas donde mataron líderes ahora las controlan ellos: El Plateado, Puerto Rico, Santa Clara, La Emboscada (todos corregimientos de Argelia)”.
Los liderazgos quedan entre la resistencia silenciosa y el desmoronamiento
Tras fallar en el disparo, y dar a la nevera, el disidente huyó y uno de los hijos de Elcy y de Toribío lo persiguió para atacarlo. Esquivó varias balas y finalmente se rindió, pero quería vengarse. Pese a la rabia que siente, Elcy lo convenció de no hacerlo.
La violencia que se vivió desde entonces ha llevado a la guardia a la derrota. “No nos pensamos doblegar, tenemos que seguir adelante. Aquí la mayor fuerza es la guardia, y la guardia nace del corazón, acá nadie nos paga. Es simplemente de voluntad" explica ella.
En cambio, en Argelia el panorama es desolador.
Los cinco líderes coinciden en que tienen dos opciones: quedarse en silencio y sometidos al grupo armado de turno, o irse antes de ser asesinados. Hasta el 31 de junio de este año, llevaba ocho líderes sociales asesinados: ocho en total. El Tambo y Suárez también comparten la misma cifra.
Asesinar a un líder social, no sólo es acabar con una vida, es frenar el progreso que podía llevar a su territorio, sembrar miedo y que el silencio se vuelva la mejor opción.
“Una comunidad sin líderes es frágil, queda a merced de lo que otros digan", concluye otro líder social de Argelia.
Que no se unan a las filas, que sean críticos, que no sigan sus normas o que no muevan a la comunidad que los sigue a favor de determinado grupo ilegal, termina convirtiendo a los líderes sociales en piedras en el zapato y elevando una sentencia de muerte sobre ellos.
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