En el segundo semestre de 2014, una recién aparecida política llamada María Fernanda Cabal Molina llegó a la Cámara de Representantes por el Centro Democrático. Con apenas un año de nacido, el partido de Álvaro Uribe acababa de graduarse como la mayor fuerza electoral de Colombia al lograr 39 curules en las elecciones a Congreso, y daba plenas muestras de funcionar como una disciplinada tropa de derecha en la que nadie se movía a un son distinto al determinado por el otrora superpoderoso expresidente.
Nadie, excepto la novata Cabal, que muy rápido dio la impresión de ser todo menos formal y sumisa.
Lo pudieron ver los compañeros de la Comisión Primera que se quedaban charlando en las horas muertas después de los debates, la costumbre amistosa por vía de la cual congresistas de diversos partidos terminan estrechando lazos en ese espacio reducido y distinto a las populosas plenarias.
Como muchos, Cabal se quedaba a charlar. Y, en su caso, a charlar y a rajar, muerta de la risa, de la gente de su propio partido. Incluyendo de Uribe:
— ¡Ah, es que ese hijueputa cree que lo puede tener a uno hasta las tres de la mañana!
Dijo un día, en referencia a las largas reuniones del uribismo.
— ¡Qué va! eso es pura marihuana electoral, gente que no tiene votos y ya cree que puede ganar porque nació con ese derecho.
Dijo otro día, al comentar la aspiración de Pacho Santos, el exvicepresidente de Uribe, a la Alcaldía de Bogotá en 2015.
Y se reía. Y varios de sus colegas se reían con ella. Más de uno, sorprendido. No lo decía en voz baja. No lo decía en una esquina. Lo decía sin reserva. Como sin temor de que la oyeran. Y desde entonces, desde sus primeros tiempos en el Congreso, se ganó la fama que tiene entre quienes la conocen de cerca de desparpajada, deslenguada y divertida, y dejó entrever entre algunos que no era la típica subordinada del círculo de Uribe.
“A mí me gusta la sinceridad porque yo no tengo más. Si a mí los mamertos me conocieran, yo les caería bien”, dice ahora. Y se sigue riendo.
Quién sabe.
Entre “los mamertos”, que es como Cabal llama a los izquierdistas que según ella quieren tener más derechos que los demás y a todo el mundo, se convirtió estos años en una de las personalidades políticas más criticadas y rechazadas. Y eso ocurrió precisamente porque, con ese mismo atrevimiento, hacia afuera ha defendido su agenda opuesta a esos “mamertos”, en salidas provocadoras e insultantes que alimentan memes y han caricaturizado su figura.
La agenda de una congresista profundamente anticomunista, antirrestitución de tierras y militarista, que cuestiona a las víctimas y a las organizaciones defensoras de derechos, y admira a Bolsonaro y a Trump.
Aunque, al tiempo, vista de cerca, tiene matices en sus formas —y también en sus ideas— que de alguna manera la distancian del conservadurismo propio de su orilla y la complejizan.
Hace poco, el presidente del Congreso, Roy Barreras, le dijo en privado que, independientemente de lo que decidiera el Centro Democrático al respecto, la reconocía como la jefa de la oposición al gobierno del primer mandatario de izquierda en Colombia, Gustavo Petro..
La nueva jefa de una oposición de derecha, tras el descrédito de Uribe y la mala hora electoral de su partido. El partido en donde María Fernanda Cabal siente que no la dejaron ser candidata presidencial ni le dieron la cabeza de lista a Senado por no estar en el primer círculo de confianza del expresidente ni de su ahijado, el saliente mandatario Iván Duque.
Puede que llegue a ser efectivamente esa jefa. Las críticas que ya le lleva a Petro y su efectividad para sonar en medios así lo evidencian. Además, está convencida de que, debido a que Petro decidió casarse “con el establecimiento corrupto”, ese gobierno “será un desastre”, y así ella en las próximas presidenciales tendrá la oportunidad de convertirse en presidenta.
“La política es un péndulo”, asegura.
La de la derecha
María Fernanda Cabal Molina nació siendo dueña de la tierra que pisaba. Hace 56 años. En la cuna de una familia de antepasado español encomendero (encargado de tribus indígenas y grandes extensiones de territorio por decisión real) que se asentó en Buga, y lleva varias generaciones de matrimonios entre parientes Cabal y Molina, una vieja costumbre usada por algunas familias ricas para conservar el patrimonio.
Todos sus miembros socialmente muy distinguidos, dueños de hermosas haciendas del Valle del Cauca (un ganadero bugueño llamado Víctor Cabal, por ejemplo, fue quien en el siglo XIX construyó y vendió al padre del poeta y novelista Jorge Isaacs la hacienda El Paraíso, escenario de María), algunos educados en el exterior, de biblioteca en francés, testamento escrito en pluma y una historia que se cuenta como si de la realeza se tratara.
Su papá, el ingeniero Santiago Cabal (87 años), y su madre, Amparo Molina (82 años), que es pintora; son primos.
De él, liberal, aprendió a ser hincha del América y el gusto por el teatro, la ópera y el ballet. De ella, goda alvarista, que existía el machismo y también a mandar.
Cabal es la tercera hija de una señora que anhelaba que ella fuera varón, debido a que desde pequeña le habían enseñado en su casa que los hombres eran los importantes, que a las mujeres no se les prestaba demasiada atención y que, frente a la noticia de un embarazo, lo deseable siempre era que se tratara de un niño.
Al tiempo, esa misma mamá demostró ser una mujer recia, que tomó las riendas de la crianza de las hijas, por ejemplo siendo la que administraba los permisos para salir, y hasta metiéndose a hacer campaña por Álvaro Gómez sin importar qué dijera el marido, un asunto no tan usual en aquella época.
Esa crianza de Cabal y las hermanas fue rodeada de vacas en una casa campestre al sur de Cali, en la zona que después de convirtió en Ciudad Jardín, el exclusivo condominio que adquirió fama durante el Paro Nacional, luego de que algunos de sus residentes salieran a enfrentar con disparos a la minga indígena que llegaba del Cauca con el argumento de que les había llegado información de que esta se iba a meter a invadir sus propiedades.
María Fernanda Cabal, que desde el Congreso ha sido una tenaz defensora del porte legal de armas, tuvo en ese sector de Cali, conocido como “la Cali de los ricos”, uno de los bastiones de votos que la llevaron a convertirse en la mujer más votada del país en las elecciones legislativas de 2022.