“Sin embargo, parte de la agenda de negociación de Colombia para la COP –la Conferencia Mundial sobre Cambio Climático de la ONU en Glasgow, Escocia–es insistir en la agenda de adaptación y de riesgos”, agrega el viceministro Galarza. Es decir, ese foco debe cambiar a darle más importancia a cómo vamos a enfrentar los costos que generará el cambio climático, que nos pegará especialmente duro, además de trabajar para evitarlo.
En esta balanza, la agenda de reducción de emisiones de gases invernaderos puede jugar en contra de los esfuerzos de inversión para adaptarse al cambio climático.
“Los compromisos están distribuidos de manera inequitativa. No es claro cómo vamos a cumplir con la disminución de emisiones sin que eso nos afecte en la economía, de tal suerte que no nos queden recursos para invertir en la adaptación ambiental”, dice Germán Andrade, biólogo, investigador de temas ambientales y profesor de la Universidad de Los Andes.
Especialmente porque, por su alta vulnerabilidad, que afecta a las regiones más pobres, esos cambios serán muy costosos para el país.
Colombia, vulnerable por todos lados
La emisión de gases de efecto invernadero, principalmente por quemar combustibles fósiles, ha calentado el planeta poco más de un grado Celsius desde el siglo XIX. Eso hará que, inevitablemente, en las próximas décadas aumenten las precipitaciones, las olas de calor extremas, el descongelamiento de los glaciares y el nivel del mar, entre otros fenómenos
Pero estos no son iguales para todas las regiones del mundo. Por ejemplo, no en todos los países se van a ver por igual las lluvias o los huracanes, aunque en general van a aumentar en el planeta.
Específicamente Colombia, el segundo país más biodiverso del mundo, está en la lista de los más afectados por el cambio climático, según otros estudios del IPCC. Y lo es porque, por su diversidad, tiene varios flancos abiertos.
El descongelamiento de por lo menos siete de 13 glaciares durante este siglo, dos costas afectadas por el incremento del nivel del mar, zonas montañosas donde el aumento de lluvias genera derrumbes, y selvas húmedas en la Amazonía y el Pacífico que sufrirán transformaciones, son algunos de esos.
Según el informe, en el noroeste de Suramérica, donde está Colombia, se tiene la certeza de que “las temperaturas medias han aumentado en todas las subregiones y seguirán aumentando a tasas mayores que el promedio mundial”. Van a disminuir los días fríos consecutivos, aumentará el nivel del mar –que implica la inundación de las costas–, se erosionarán las playas y los mares se volverán más ácidos.
“El asunto pasa por la vulnerabilidad de los sistemas humanos. Es un efecto social: la desigualdad y la inequidad tienen mucho que ver”, dice Paola Arias, profesora de la Escuela Ambiental de la Universidad de Antioquia y una de las autores colombianas del informe del IPCC.
No es verdad que ciudades enteras vayan a quedar bajo el agua, pero algunas zonas tienden a inundarse. En la práctica implica que el mar va a meterse más en las costas y empezará a deteriorarse la infraestructura de las playas, como las carreteras y los edificios. Es entonces una crisis social y económica para sectores que viven del turismo en esas zonas.
En sus estudios sobre el cambio climático en Colombia, instituciones como el Ministerio de Ambiente o el Ideam han identificado que los departamentos que tienen ciudades cerca al mar están entre los de riesgo, al igual que aquellos con grandes extensiones de selva.
San Andrés, Providencia y Santa Catalina se lleva la peor parte, según la Tercera Comunicación para el Cambio Climático que Colombia envió a la Convención de Cambio Climático de la ONU. La cosa no solo va a peor, sino que los efectos ya son visibles: la destrucción del huracán Iota en noviembre de 2020 en Providencia y Santa Catalina son una muestra de ello.
Para Germán Poveda, experto en cambio climático e investigador en los informes anteriores del IPCC, “lo que pasó con el huracán Iota era la crónica de una muerte anunciada. Solo el año pasado hubo 5 huracanes simultáneos en el Atlántico Norte. Eso es una evidencia del cambio climático”, dice.
En el transcurso de las próximas tres décadas más del 18 por ciento de las viviendas de San Andrés se van a ver afectadas, según el Plan de Manejo del Cambio Climático del departamento.
El de la Amazonía es además un impacto de escala mundial. Como es la selva más importante del mundo funciona como un pulmón natural que ayuda a regular las corrientes de aire y el flujo del vapor de agua hacia glaciares y páramos. “Los árboles son como un aire acondicionado prendido todo el tiempo”, explica Poveda. Sus especies vegetales y animales, además, son vulnerables a los cambios de temperatura y el cambio climático podría implicar la extinción de especies que ya están en peligro.
“En la historia del cambio climático lo que antes aparecía como posible, cada vez se va volviendo probable y lo probable se va constatando con hechos”, dice Germán Ignacio Andrade, biólogo.
Así se ha visto con las enfermedades tropicales transmitidas por mosquitos, que también tienden a aumentar. El informe del IPCC dice que en las zonas montañosas –a Colombia la atraviesan tres cordilleras– aumentarán las lluvias. Eso y el aumento de las temperaturas favorecen la transmisión de enfermedades como la malaria o el chikungunya.
Poveda es uno de los investigadores que más ha estudiado la relación entre el fenómeno de El Niño –cuando hay más calor– y las enfermedades tropicales. Encontró que los picos más altos de malaria en Colombia se dieron en épocas de calor, pero además que el índice anual de parásitos ha aumentado cada año, es decir que en las zonas de riesgo hay más posibilidades de que las personas se enfermen.
Ese índice era de 1.0 en 1960, mientras el año pasado llegó casi a 10. “El Niño y La Niña no son efectos del cambio climático, pero sí es el cambio climático el que propicia que sean más frecuentes o más intensos”, dice.
Esa combinación del aumento de la temperatura y más lluvias es grave en algunas regiones, como en Chocó, donde los deslizamientos de tierra, las avalanchas e inundaciones representan el 95 por ciento de los desastres naturales del departamento. Sin embargo, en esa región lo que le pega más duro a la gente son las sequías, que han dejado 150 mil damnificados, según datos de MinAmbiente.
Las afectaciones tienen una cosa en común: los departamentos que están siendo más afectados por la crisis climática son también los más pobres. Por eso son los que más dificultades tienen para adaptarse a los impactos inevitables.
El costoso reto de la adaptación
Si San Andrés, Providencia y Santa Catalina es el departamento que tiene mayor riesgo de sufrir los impactos del cambio climático, es también el que tiene menos capacidad de hacerles frente. En parte por escasez de recursos y en parte porque tiene pocas alternativas por ser islas. Lo mismo sucede con el Chocó, el quinto que tiene más riesgo, y que está en el puesto 27 en el ranking de capacidad de adaptación al cambio climático de la Tercera Comunicación para el Cambio Climático.
De hecho, el departamento con menos riesgo de impacto, Nariño, es el que más posibilidades tiene de adaptarse.
Como muestra este mapa, los departamentos más pobres son los que tienen riesgos más grandes de sufrir los impactos del cambio climático, es decir inundaciones, olas de calor, sequías o precipitaciones.
Esos departamentos tienen menos capacidad de hacerles frente a los estragos.
Para enfrentar los impactos del cambio climático San Andrés tendría que, por ejemplo, implementar proyectos para reubicar y elevar la vía circunvalar que le da la vuelta a la isla y queda al borde del mar, o tendría que modificar el alcantarillado.
Más allá de la foto regional, la agenda del país –y en general del mundo– ha estado muy enfocada en la transición energética que permitirá reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera, y poco en cómo enfrentar lo inminente.
Para adaptarse a lo que viene, Colombia trazó un plan en los documentos regionales, en la Tercera Comunicación y en sus compromisos del Acuerdo de París en 2016. Tendría que invertir por lo menos dos billones de pesos anuales hasta el año 2030 para adaptarse a los impactos de la crisis ambiental.
“Esta cifra debe tomarse como valor mínimo, pues considera la inversión en capital humano y físico, pero no otras medidas que son también cruciales para la adaptación efectiva en el país (por ejemplo, medidas de capital natural)”, dice el NDC, un documento que recoge los compromisos de Colombia frente al cambio climático.
Por el lado de la mitigación –la reducción de emisiones– las promesas de Colombia son ambiciosas. El Gobierno Duque aumentó su meta, para reducir en 51 por ciento sus emisiones al 2030. Esto también implica multimillonarias inversiones, de las cuales no hay cifras claras. Pero el esfuerzo pasa por superar retos enormes, como detener la deforestación.
Con recursos limitados, el país enfrenta un dilema sobre cómo priorizar sus inversiones, y qué postura tomar en las negociaciones internacionales. La reunión de Escocia, en la que todos los países del mundo van a asumir nuevos compromisos frente al cambio climático, Colombia tiene el reto de reorganizar su agenda climática y balancear sus prioridades.