Cuatro empresas en el resguardo de Monochoa excluyeron a dos de las seis comunidades indígenas que trabajaron por años para preservar su territorio en la Amazonía.Ya llegaron a un acuerdo con ellas para incluirlas. Tardará varios meses para ser oficializado.
A lo largo de la última década, las seis comunidades indígenas que forman parte del resguardo de Monochoa trabajaron juntas para sacar adelante la ampliación de su territorio selvático y biodiverso en el tramo medio del río Caquetá en la Amazonia colombiana.
Lo lograron en julio de 2017: una decisión del gobierno colombiano les reconoció que el territorio que llevaban compartiendo desde los años setenta pasaría de tener 263 mil hectáreas a 417 mil. De paso, significó que ahora colindan y ayudan a preservar el Parque Nacional Serranía de Chiribiquete, el más grande del país y de toda Sudamérica, considerado patrimonio de la humanidad por su riqueza natural y por las milenarias pinturas rupestres que el etnobotánico y explorador Wade Davis bautizó como ‘la Capilla Sixtina de la Amazonia’.
Seis años después, cuatro de las seis comunidades que integran Monochoa fueron excluidas de un proyecto de carbono en su territorio.
En estas iniciativas, llamadas Redd+, los esfuerzos de comunidades locales por evitar la deforestación se ven recompensados económicamente por la venta de bonos o créditos de carbono a empresas que quieren compensar su huella ambiental. Cada bono representa una tonelada de gases de efecto invernadero causantes del cambio climático que ya no será liberada a la atmósfera, gracias a la preservación de los bosques que hacen estas comunidades.
Como se firmó originalmente el proyecto —-promovido por las empresas Carbo Sostenible, Terra Commodities, Yauto y Visso Consultores—- abarca todo el resguardo de Monochoa, pero solamente incluye a dos de las comunidades que comparten su gobernanza: Tirivita y Caño Negro, que están en el margen izquierdo del río Caquetá, dentro de los límites del departamento del mismo nombre. Por fuera quedaron las cuatro comunidades en la orilla opuesta del río, en el departamento de Amazonas: Guamaraya, Aménani, Chukiki y Monochoa, la más antigua de todas y que da el nombre al resguardo.
Las empresas desarrolladoras luego incluyeron a dos de esas comunidades de la margen derecha, Chukiki y Guamaraya, en otro proyecto de carbono distinto que también está en marcha, en el vecino resguardo de Predio Putumayo.
Así, iniciativas de pago por servicios ambientales con empresas privadas como estas terminan separando comunidades que llevan décadas consolidando su unión para hacer más fuertes a sus organizaciones. De esta forma, los proyectos del mercado de carbono que deberían fortalecer estas estructuras de gobernanza dándoles mayores recursos y capacidad de gestión, terminan, por el contrario, haciéndolas más frágiles.
En el caso de Monochoa y Aménani la situación es más grave: al haber sido excluidas de ambos proyectos hasta ahora, en la práctica se les había cerrado la oportunidad de ser remuneradas por su protección de la selva. La razón es que un territorio únicamente puede vender resultados de deforestación evitada una vez – y eso ya lo están haciendo en su territorio las dos iniciativas que firmaron los proyectos dejándolas por fuera.
Esta investigación periodística, aún antes de publicarse, puede haber contribuido a que la situación se corrija en los próximos meses. El viernes 17 de marzo, después de haber pedido una entrevista con las cuatro empresas anunciándoles el tema, éstas llegaron a un acuerdo inicial con líderes de Monochoa y Aménani para incluirlos dentro de uno de los proyectos a partir de marzo de 2023.
En entrevista el 22 de marzo, los líderes de Yauto y Carbo Sostenible reconocieron la exclusión, que atribuyen a disputas internas entre las comunidades indígenas, y plantearon un camino para incorporarlas formalmente. Esa medida, consideran, estará lista a final de año.
Irónicamente, la cabeza visible de una de esas cuatro empresas aliadas —-y quien negoció el proyecto con las cuatro comunidades indígenas—- ha ocupado los dos cargos más altos del Estado colombiano para velar por los derechos de los pueblos indígenas. Se llama Pedro Santiago Posada y, antes de ser líder y accionista de Yauto S.A.S., fue durante ocho años, en los gobiernos de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, director de asuntos indígenas en el Ministerio del Interior. Más recientemente, fue defensor delegado de indígenas y minorías étnicas en la Defensoría del Pueblo entre noviembre de 2016 y agosto de 2018. Su co-fundador y socio hasta el año pasado en Yauto, Gustavo Enrique Ardila Gómez, es un empresario representante legal de una empresa de minería de oro que está siendo investigada actualmente por el Ministerio de Ambiente por posibles daños al ambiente en los bosques del Pacífico.