El presidente Gustavo Petro no se levanta de la primera fila de la catedral de Neiva a la hora de la comunión. Hace cuatro horas estaba en Buenaventura, al frente de una orquesta de bienvenida, sonreía y trataba de seguir un ritmo del Pacífico con un sonajero que le pusieron en las manos. Ahora está a 515 kilómetros de allí, en un funeral colectivo.
Adelante suyo hay cinco ataúdes cubiertos con banderas de Colombia, con los cuerpos de los policías asesinados un par de días antes en una emboscada de las disidencias de las Farc. Petro lleva camisa blanca y está rodeado de hombres con uniforme. Sentados en su misma banca están los máximos comandantes de la Fuerza Pública de Colombia: los jefes de la Policía, la Armada y las Fuerzas Militares.
Los tres uniformados se ponen de pie para recibir la comunión. Petro sigue en su sitio, mira al altar con las manos reposadas sobre las piernas. Los generales regresan y se arrodillan. Ponen las manos juntas y recuestan sus rostros sobre ellas para orar.
Al fondo, en el atrio, un par de voces solemnes le cantan a Dios: “Te lo pido, dame tu paz”.
Petro solo se levanta cuando se le acercan algunos asistentes y familiares de los policías asesinados. Todos buscan sus manos. Se las sostienen mientras lo abrazan o le hablan al oído.
Es 6 de septiembre de 2022 y Petro está a punto de cumplir su primer mes en el poder. En estos 30 días ha estrechado miles de manos, la mayoría de personas en lugares de conflicto. Ha hecho 14 eventos enfocados en seguridad y en su política de Paz Total en las regiones, más que los 10 que sumó su antecesor, Iván Duque, en el mismo tiempo. Pero también en estos 30 días, según la ONG Indepaz, ha habido 13 masacres.
Como presidente, Petro tiene el poder de estar en muchos lugares en un corto tiempo. Pero a veces no es suficiente. Ese día, por ejemplo, había quedado de reunirse con Leonard Rentería, un líder social que ha denunciado la violencia en Buenaventura. Pero a las 2 de la tarde su equipo le informó al presidente que los cuerpos de los policías de Neiva, asesinados cinco días antes, no daban más espera para su funeral.
Petro no estaba vestido para el rito. Tenía una camisa de cuadros informal con la que presidía la instalación de un puesto de mando unificado para el orden público en Buenaventura.
Su secretaria privada, Laura Sarabia, se apersonó del asunto: informó que se cancelaba el evento con Rentería y mandó a comprar una camisa formal a Neiva. Blanca, no negra, “porque queremos la paz”, dice Sarabia. Al comienzo del Gobierno, sin embargo, la agenda la ha puesto sobre todo la guerra.
Buenaventura y el poder militar
La azafata militar pasa por los puestos preguntándoles a los escoltas si ya vaciaron sus municiones. Es el protocolo antes de despegar. Petro llega al aeropuerto de Buenaventura a las 11 de la mañana del 6 de septiembre en un avión militar, más apto para el aterrizar en una pista pequeña que el avión presidencial. Este es un Casa C-295, diseñado para transportar hasta 71 soldados y 24 camillas para evacuación de heridos.
En el vuelo presidencial, en lugar de camillas, hay escudos de la Unidad Nacional de Protección y unos 15 soldados con armas largas en las sillas de atrás que se miran de frente. Uno de ellos señala su fusil antes de bajar y suelta el comentario de que con él puede dispararle a una persona a 600 metros.
Petro baja por la rampa del avión y avanza por la pista rodeado por un búnker improvisado de escoltas y escudos, mientras los soldados apuntan con sus armas en varias direcciones, tratando de prever algún ataque entre la selva espesa alrededor del aeropuerto de Buenaventura. Hace dos días, en pleno centro urbano de Buenaventura, la Armada se enfrentó a bala con los dos grupos ilegales que están en guerra en la zona, los Shotas y los Espartanos.
El presidente llega hasta el helicóptero que lo llevará a la zona urbana del Distrito, donde instalará un PMU humanitario, y los soldados se repliegan y suben después de él.