Una incógnita llamada Rodolfo

A Rodolfo Hernández le gusta la controversia. Le gusta porque siempre la gana. Incluso cuando los hechos lo contradicen o lo desfavorecen, su popularidad lo saca a flote.

Este exitoso y millonario constructor que, sin maquinarias y a punta de confrontación, chabacanería y desparpajo, se ha convertido en el gran enigma de esta campaña porque en pocos meses ha pasado de ser un palo electoral en Bucaramanga a disputar la Presidencia en segunda vuelta con Gustavo Petro.

Un fenómeno parecido protagonizó hace siete años, cuando derrotó a la política tradicional en Bucaramanga. En ese entonces, decía que su carrera pública iniciaría y terminaría siendo alcalde de Bucaramanga, pero el poder le gustó y hoy comienza a ser visto como la principal amenaza de varias coaliciones.

Su reputación construída no tanto por su gestión de Alcalde –aunque buena– como por su carácter que oscila entre lo pintoresco y lo pendenciero, se ha convertido en un teflón lo suficientemente fuerte para resistir escándalos como cuando afirmó que era seguidor de Adolf Hitler (lo justificó como un lapsus) o cuando le pegó a un concejal.

La capacidad que ha demostrado para ver y hacer ver sus derrotas y escándalos como grandes hazañas él, Rodolfo Hernández la define de otra forma: que dice las cosas como son, que no se deja “encaramar”, que no es de “medias tintas”. 

La herencia

Cuando Rodolfo Hernández le dijo a su mamá que quería ser Presidente, ella reaccionó igual que cuando le dijo que quería ser Alcalde.

“Dizque presidente…presidente de los piojos será”, dice la señora Cecilia Suárez, de 97 años. Al igual que su hijo y muchos santandereanos, habla manoteando, alzando los hombros y abriendo los ojos. En cada frase hay una palabra que pronuncia con un tono de voz más alto, acentuando su idea.

“Pero pa’ qué se va a meter en eso si tiene buena plata y vive bien, ¡no joda!”.

Rodolfo entró a la política siendo uno de los constructores de vivienda más importantes de Santander y con la vida económica resuelta varias décadas atrás.

Es el hermano mayor de Humberto, Alfonso y Gabriel. Nació el 26 de marzo de 1945 en Piedecuesta, municipio del área metropolitana de Bucaramanga, cuando era un pueblo pequeño y lejano, que vivía de producir panela y tabaco. Su papá, Luis Jesús Hernández, era el sastre del pueblo. Cecilia administraba la fábrica de tabaco Montecarlo, que le heredó en vida su mamá, Ana Dolores Suárez.

Rodolfo fue criado por “la abuela Lola”. De niño, pasaba las vacaciones en su casa en Bucaramanga. Cuando salían a caminar juntos, ella se detenía frente a la iglesia, y con el brazo extendido le señalaba la torre del campanario insistentemente, como mostrándole algo digno de admirar. “¿Por qué no se cae?”, le preguntaba. Él dice que esta pregunta y luego las construcciones de los edificios lo impulsaron a ser ingeniero civil.

A “la abuela Lola” le heredó los ojos azules y el ser metódico. Pero sobre todo, de ella aprendió el dicho que según él, lo hizo un constructor exitoso: “mijo, trabaje con los pobres y se hará rico”. 

Ana Dolores Suárez, Cecilia Suárez de Hernandez y Rodolfo Hernandez.

A finales de los 50, cuando los conservadores correteaban y mataban liberales, la familia de Rodolfo, que era liberal, se refugió en Medellín durante un año. Al volver a Piedecuesta, su mamá vendió la fábrica de tabaco, compró una finca de 40 hectáreas y montó un trapiche.

El papá quería que Rodolfo y sus hermanos se dedicaran a la tierra. Su mamá, en cambio, quería que estudiaran. Luego de terminar el bachillerato en el Colegio Santander en Bucaramanga, Rodolfo, el consentido de su mamá y de su abuela Lola, se presentó a la Universidad Nacional porque en Bucaramanga no había ingeniería civil.

Pasó raspando.

Cecilia, contradiciendo a su esposo, embarcó en bus al joven de 20 años, con una maleta de ropa, un colchón y una almohada rumbo a Bogotá.

No era el estudiante de los 5 pero nunca perdió una materia. Dormía y comía en las residencias que había dentro de la universidad y a los cinco años terminó materias. Hacer vida en Bogotá nunca fue opción para Rodolfo: le daba muy duro el frío y tal y como él dice, “usted allá no tiene tiempo ni de mear”. Incluso hoy piensa que si llega a ser Presidente se las arreglaría para seguir viviendo en Bucaramanga e ir “cuando sea necesario”.

De modo que apenas se graduó en 1970, volvió a su casa. Su vida laboral inició como la de muchos de sus colegas: recomendado para un cargo del Estado.

Según él, lo recomendó un amigo suyo. Según su mamá, un primo de ella. En todo caso, Rodolfo entró a trabajar en el laboratorio de suelos de la secretaría de Obras Públicas de la Gobernación de Santander. Era un cargo que no tenía presupuesto pero Rodolfo, inquieto por la plata, se puso a conseguir contratos para alimentar la caja de esa oficina.

Consiguió 30 mil pesos de la época. Gracias a eso, el entonces gobernador, Jaime Serrano Rueda, lo postuló para el cargo de director del Fondo Nacional de Caminos Vecinales en Santander. Fue un salto de garrocha para el recién graduado. Nombrado directamente por el Presidente, ganaba igual que el gobernador.

Pero solo duró un año. Hubo cambio de gobierno y el nuevo mandatario, Jaime Trillos, pidió su cabeza. Le ordenó poner a funcionar de inmediato una maquinaria en un sector donde tenía simpatizantes, lo que significaba dejar unas obras a medias en otro lugar y Rodolfo no aceptó. Un típico caso de favoritismo político que el mismo Rodolfo combatiría cuarenta años más tarde como Alcalde.

En ese entonces, no era influyente y tampoco le iba a dar la razón al gobernador. Un lunes recibió el telegrama con la noticia de que había sido declarado insubsistente. Ahí se frustró la carrera de ingeniero en el sector público y a su vez, germinó el espíritu de empresario.

Su lado empresarial

Recién echado, Abelardo Serrano Tello y Guillermo Gómez, dos comerciantes de Zapatoca que vivían en Piedecuesta, invitaron a Rodolfo a asociarse para construir cinco casas. Ellos ponían la plata y el lote, y Rodolfo el trabajo. “Nos quedó utilidad de 60 mil pesos, como 200 millones hoy. ¡Eso era cocaína!”, recuerda.

En 1972, Rodolfo se casó con Socorro Oliveros. Ese mismo año fundó junto a sus socios la constructora Hernández, Gómez y Serrano. Apenas un año después, el último apellido desapareció con una pelea de Rodolfo como telón de fondo.

Un vecino de uno de los proyectos en construcción, amenazó con un arma a Rodolfo y, tal y como él mismo recuerda, lo enfrentó. “Pégueme el tiro hijueputa, ¡pero de aquí no pasa!”, recuerda Rodolfo mientras abre bien los ojos y hace el gesto de una pistola con las manos. “El tipo se mamó y no fue capaz de pegarme el tiro”, y suelta una carcajada de satisfacción.

Cuando su socio Abelardo se enteró, prefirió retirarse para ahorrarse problemas como ese, que no le han faltado a Rodolfo. Cuarenta años después, al iniciar su periodo de Alcalde de Bucaramanga, se filtró el audio de una conversación telefónica en la que Rodolfo discutía con un cliente y esta vez, él es quien amenaza.

“Me hago deshuevar, hijueputa, si usted sigue jodiéndome. Le pego su tiro, malparido”, dice.

A los tres años de la renuncia de Abelardo, su otro socio, Guillermo, murió de cáncer. Nunca le quitó el “Gómez” al nombre de la empresa, en señal de gratitud.

Rodolfo resultó urbanizando prácticamente toda su natal Piedecuesta. En 16 hectáreas del trapiche de su familia, hizo siete etapas de 800 casas. En otro sector construyó una ciudadela de más de 600. Bautizó los barrios Palermo, Junín, Bariloche, Buenos Aires y otros nombres de ciudades argentinas, haciendo honor a su afición por ese país.

La meta que se trazó fue construir vivienda cómoda y con buen diseño pero barata para venderles a los pobres. Como le enseñó su abuela Lola.

Hoy supera las 18 mil unidades de vivienda –en su mayoría de interés social– construidas en Santander, Bogotá, Villavicencio y Atlántico. La empresa de Rodolfo, que actualmente gerencia su esposa, Socorro Oliveros, tiene activos por 119 mil millones de pesos y utilidades de 17 mil millones de pesos, ofrece créditos hipotecarios y además es inmobiliaria.

Se catapultó gracias a una idea de negocio que nació de dos de sus obsesiones: ahorrar y comunicar.

A principios de los 90, su empresa tomó vuelo por cuenta de la construcción de vivienda subsidiada que promovió César Gaviria. Pero en 1994, cuando su Gobierno modificó el sistema de corrección monetaria conocido como Upac, los números angustiaron a Hernández. Según él, por culpa de la inflación, su constructora no vendía ni una casa. La gente no tenía plata para endeudarse con los bancos y, en cambio, él ya estaba hasta el cuello con préstamos para financiar sus proyectos.

Los intereses corrían. “Debía 27 mil millones, pagaba casi mil millones mensuales de intereses”, recuerda. Hernández tiene una manía por no deber plata y alcanzó a hacer los pagos. Sin embargo, veía el saldo en rojo tocándole la puerta.

Rodolfo se puso a analizar cómo era que la gente compraba en urbanizaciones piratas y pagaba tan rápido. Echó calculadora y creó un plan de autofinanciación en el que la gente le compraba las casas a 100 cuotas, sin la intermediación de los bancos.

Para ejecutarlo, buscó a Hugo Vásquez y Guillermo Meque, dos asesores argentinos de publicidad y mercadeo​​. Hernández escuchó que su agencia había sacado a la concesionaria Mazda de una crisis financiera. 

Llegó a contarles su problema y su idea para resolverlo, que ya había bautizado como Plan 100. Ellos le pidieron que comprara la primera página del segundo cuadernillo de cincuenta y cinco ediciones dominicales seguidas en Vanguardia, el periódico de Santander donde tenía las ventas varadas.

Aunque aún su fortuna no era tanta, como constructor Rodolfo ya se codeaba con la clase política regional, y el dueño del medio y político liberal, Alejandro Galvis Ramírez, sabía quién era. Accedió a venderles las 55 páginas con todo y el riesgo de que no vendiera ni una casa, quebrara y no pudiera pagarle.

La página entera estaba en blanco y solo había un pequeño recuadro con un párrafo de frases cortas que Hernández aún hoy recita de memoria. No explicaba a fondo en qué consistía el método de financiación pero sí varias frases que, tal y como nos dijo Hernández, buscaban emocionar.

“La puerta de la oficina era de vidrio y ¡la partieron de la cola tan hijueputa que se armó!. Quinientas casas vendidas. A los tres meses no tenía ni una”, dice Rodolfo.

Con el mismo pragmatismo con el que denuncia la corrupción, simplificando los gastos del erario público a su equivalencia diaria o incluso por horas, Rodolfo saca cuentas de que a finales de los 90 su constructora levantaba una casa cada hora hábil.

“Eran entre 1.500 y 2.000 casas al año. ¡Gané plata como un putas!”.

Así, de la mano de Hugo y Guillermo, el hoy candidato presidencial no solo sorteó la crisis inmobiliaria de los 90 y entró al negocio de financiar vivienda. Con la campaña de comunicaciones del Plan 100 germinó la estrategia que cimienta el modo de hacer política de Rodolfo que, como él mismo reconoce, se trata de vender emociones.

De amigo de la clase política a su rival 

A finales de los 70, Cecilia Suárez se paseaba por Piedecuesta con botas pantaneras y sombrero, conduciendo las volquetas cargadas de caña para procesar en su trapiche, que no dejaba de trabajar un solo día al año. Que una mujer hiciera eso en esa época era impensable. Mientras tanto, su hijo mayor, Rodolfo, estaba comprando tierras baldías o pedazos de fincas paneleras para construir más y más casas.

Los Hernández Suárez se hicieron a un estatus tal en Piedecuesta, que el cuadro del Partido Liberal le pidió a Rodolfo que se lanzara al Concejo. Salió electo como la mayor votación del Partido Liberal con 900 votos (hoy los concejales allí se eligen con poco más de mil votos). 

Rodolfo Hernández, su mamá Cecilia Suárez de Hernández y su papá Luis Jesús Hernández.

En ese momento, Rodolfo quería hacer plata y participar en política no lo seducía como hoy. Pero como él y su familia eran prósperos y reconocidos, igualmente aprovechó su capital social para hacerse reelegir. La segunda vez, sin embargo, tampoco asistió a las plenarias y dejó al suplente a cargo.

A principios de los 90 repitió en el Concejo y de nuevo, nunca asistió. Aunque le metió la ficha a la campaña, en realidad no le interesaba ser concejal. Estaba tan concentrado en su empresa que ni siquiera hizo el trámite básico de renunciar al cargo sino hasta el final del período. Eso le valió para que la Procuraduría lo destituyera, pues durante ese periodo su empresa firmó un convenio con la Alcaldía violando la prohibición legal.

Tras su paso por el Concejo llegó a la conclusión que hoy define su participación en política: para él, el que manda es el Alcalde, el poder ejecutivo. Ser concejal, el poder legislativo, resulta “inocuo”.

Dejó de ser protagonista en lo público pero no de relacionarse. Durante el Gobierno de Ernesto Samper, en 1996, llegó a ser su delegado en la junta directiva del Instituto Nacional de Vivienda de Interés Social y Reforma Urbana. Según él, llegó recomendado por el entonces fiscal general y su coterráneo, Alfonso Valdivieso. Si bien reconoce su amistad, Valdivieso niega haberlo recomendado.

En el cargo, se peleó con el entonces ministro de Desarrollo Orlando Cabrales (quien hoy está investigado por el escándalo de Reficar). Su versión es que no estaba de acuerdo con un negocio que Cabrales y el resto de la junta promovían: la inversión de cerca de 40 mil millones de pesos en cooperativas que, años después, resultaron ser de papel.

“Yo sí le decía, ‘Cabrales, ¿usted qué tiene en esa puta cabeza?’…siendo ministro le decía eso”, dice Rodolfo, acentuando cada palabra con un tono de voz más alto y, nuevamente, los ojos bien abiertos.

No recuerda cuánto duró ni cómo salió. Pero sí dice que por la pelea con Cabrales logró que en círculos de poder de Bogotá lo conocieran. “¿Que me van a echar? échenme ¡me importa un culo! pero todo el mundo me conocía…”.

Con o sin pelea, el entonces empresario empezaba a proyectarse fuera de Santander, y su paso por Inurbe le dio muy buenas relaciones. En los bancos le aprobaban créditos con facilidad y en las curadurías conseguía que las licencias de construcción salieran rápido.

En Santander, su cercanía con la clase política se contaba de varias formas. A Rodolfo no le gusta el protocolo y no suele ir a cócteles ni eventos sociales de club. Pero sí le encanta ser anfitrión y organizar almuerzos de domingo en su casa de recreo en Piedecuesta.

Antes de que le declarara la guerra a los políticos, se sentaba a la mesa con ex dirigentes, candidatos y mandatarios de turno. Compartían desde platos típicos santandereanos hasta paellas, acompañados por costosas copas de vino, uno de los gustos de Rodolfo.

Es amigo de varios caciques liberales como el representante a la Cámara Edgar ‘El Pote’ Gómez, el ex gobernador condenado por corrupción Mario Camacho y el ex representante Jorge Gómez Villamizar.

Tuvo negocios con el cuestionado ex representante del viejo PIN Fredy Anaya, uno de los barones políticos de Bucaramanga. Le compró un lote de engorde y también fueron socios en la empresa Entorno Verde SAS, que en 2012 fue opcionada para quedar a cargo del relleno sanitario de Bucaramanga.

También lo fue del ex alcalde de Bucaramanga y liberal Luis Francisco Bohórquez, su predecesor (2012-2015). En su campaña de 2011, Rodolfo participó activamente. Además de regalarle 100 millones de pesos, lo acompañó a eventos de campaña e incluso habló a su favor.

En la recta final de esas elecciones, Bohórquez organizó una reunión en un hotel lujoso de la ciudad, dirigida a cerca de 50 candidatos al Concejo y Rodolfo asistió. Él pensaba que estaban muy desordenados y que de nada servía que todos lo apoyaran si no unificaban un discurso de por qué votarle a Bohórquez.

No solo se lo dijo al candidato. Rodolfo pasó al frente, cogió el micrófono y durante unos minutos les dio cátedra sobre las razones que debían darle a los electores para que apoyaran esa campaña. 

Durante el primer año de gobierno de Bohórquez se mantuvieron cercanos. El ex alcalde liberal sostiene que era una amistad de largas tertulias en el apartamento de Rodolfo. Él, en cambio dice que, más que amistad, quería ayudarlo a cumplir sus promesas de campaña.

Lo cierto es que Rodolfo asistía a reuniones del Alcalde y su equipo de gobierno, estuvo en la inauguración del centro de convenciones de la ciudad junto al Presidente Juan Manuel Santos, y acompañó a Bohórquez en una andada por las calles de la ciudad, en medio de un operativo de recuperación del espacio público. 

El ex alcalde Luis Francisco Bohórquez y Rodolfo Hernández caminando por Bucaramanga.

Tanto el ex alcalde liberal como Rodolfo tienen detalles diferentes de cómo se rompió su relación, pero coinciden en que el punto de quiebre fue la decisión de Rodolfo de ser Alcalde de Bucaramanga.

Con el tiempo, Rodolfo ha vuelto el recuerdo de cómo tomó la decisión de lanzarse a la Alcaldía en una anécdota de un día:

Una mañana de marzo de 2013 estaba tomando café, tertuliando con amigos. Se estaban quejando de la politiquería. Todos decían que había que hacer algo. Él le dijo a uno de los asistentes, su hermano Gabriel Hernández, ‘¿ola, usted por qué no se lanza de Alcalde?’. Gabriel le respondió ‘no mejor usted y yo lo ayudo’. Dijo “bueno, hagámosle”. Se levantó de la silla e inmediatamente se fue para la Alcaldía, a verse con Bohórquez, que lo recibió en una sala detrás del despacho y él le dijo que estaba ahí para informarle dos cosas:

“Primero, que me voy a lanzar a la Alcaldía. Segundo, que necesito que me devuelva los hijueputas 100 millones de pesos que le regalé para la campaña”.

En el libro que Bohórquez escribió mientras estuvo preso, investigado por corrupción, cuenta que en esa reunión en realidad Rodolfo llegó a pedirle que lo apoyara para ser su sucesor, gestionando un encuentro con los congresistas de la época. Al recibir su negativa, se molestó y la relación no volvió a ser la misma.

Otras personas del círculo personal de Rodolfo dicen que la idea surgió en 2012 y que Rodolfo la estuvo masticando un buen tiempo hasta que se convirtió en decisión en marzo de 2013.

La campaña más larga

Cuando viaja fuera del país, Rodolfo suele pagarles a curadores de arte para que lo guíen por museos y le expliquen de arte porque dice que “no sabe nada” pero le gusta. Aunque Rodolfo habla de manera vulgar, es un hombre que ha viajado, que sabe de vino, que goza paseando por calles y parques de vanguardia arquitectónica.

La arquitectura es una de sus obsesiones. En Bucaramanga, en la constructora HG, llevó a arquitectos como Javier Vera a diseñar vivienda de interés social y antes de ser alcalde convenció exitosamente a los alcaldes de la época de llevar a Mazzanti o a Daniel Bonilla a diseñar proyectos de infraestructura urbana en Bucaramanga. Y montó un taller de arquitectura pública en la Alcaldía que ganó el Premio Nacional de Arquitectura en 2018 con proyectos de espacio público hechos por la Alcaldía en barrios muy vulnerables, y que aún existe.

Cuando está en la ciudad, los domingos va a visitar a “mamá Cecilia” y ella le manda a hacer sancocho con chorotas, bolas de maíz pelao cocidas que flotan sobre la sopa, un plato típico de Boyacá y los santanderes.

Más allá de eso, Rodolfo disfruta estar en su casa y pasear media manzana a la redonda.

Vive en un penthouse, en el séptimo piso de un edificio que su empresa construyó en el barrio Cabecera, de estratos 5 y 6 en Bucaramanga. Un sector muy transitado, porque al lado hay dos centros comerciales tradicionales. Camina media cuadra y llega a uno de los centros comerciales donde quedan las oficinas de su empresa. Está ahí un par de horas, tirando línea sobre los proyectos futuros. Camina otra media calle y llega al otro centro comercial donde se reúne a tomar tinto y, en sus palabras, a “hablar mierda” con amigos.

En las noches se van rotando proyecciones de imágenes gigantes sobre la fachada de su edificio. Una es su slogan actual “no robar, no mentir, no traicionar y cero impunidad”, otra es la palabra resistencia y un puño cerrado. Otra es su cara sonriente y el mensaje “Rodolfo presidente”.

Desde que se lanzó a la Alcaldía, en Bucaramanga todos saben que vive en ese edificio de color verde. Fue su única sede de campaña. No era una casa empapelada de propaganda donde se repartieran camisetas, gorras, afiches o volantes. Rodolfo compró el apartamento al frente del que vive y lo amobló. En una sala, puso una mesa de manteles blancos y cristalería con puestos para 30 personas. En la otra, un mueble largo para unas 12 personas y sillas detrás, frente a un televisor.

Un auditorio casero pero nada improvisado. Rodolfo es un hombre muy metódico y disciplinado. Por lo que dedicó 32 meses a seguir una rutina de reuniones en ese apartamento.

Organizó almuerzos con gente de todos los sectores de la ciudad para contarles su propuesta para llegar a la Alcaldía. Cada semana atendía a una treintena de personas entre microempresarios, líderes barriales, desempleados, periodistas, universitarios, emprendedores, comerciantes, representantes de gremios, de sindicatos, todos revueltos. Llegaban a mediodía para un banquete y una copa de vino. Después se sentaban a escuchar un par de horas la cátedra de Rodolfo sobre el imperativo categórico de Kant. 

De pie, de azul, Gabriel Hernández, hermano menor de Rodolfo Hernández.
Rodolfo Hernández en las charlas que daba en su apartamento en Bucaramanga, durante su campaña a la Alcaldía.

El ideólogo fue su hermano menor, Gabriel Hernández, ingeniero civil como él y quien trabajó muchos años junto a Rodolfo en su constructora. Además estudió filosofía y semiología e intentó incursionar en el poder ejecutivo primero que Rodolfo.

En las primeras elecciones de voto popular, Gabriel se lanzó a la Alcaldía de Piedecuesta. No llegó a las urnas porque un día lo amenazaron con un revólver diciéndole que desistiera y lo hizo.

Según Gabriel, en 2013 recibió una llamada de Rodolfo contándole que aspiraría a la Alcaldía de Bucaramanga y pidiéndole que se uniera a su campaña. Entonces, según cuenta el menor de los Hernández Suárez, dijo que sí pero le impuso dos condiciones: que desistiera del apoyo de barones electorales que en un principio había considerado y que la campaña debía consistir en despertar emociones y no en comprar votos. Le cambió la forma de pensar a su hermano.

Gabriel fue quien convenció a Rodolfo de hacer una campaña sui generis.

Impuso el excéntrico eslogan de campaña: “gobernar con lógica, ética y estética”. Y le dio clases de filosofía, específicamente del imperativo categórico kantiano, un mandato moral para obrar de tal forma que cada acto se pueda volver una máxima universal.

Querían despertar en la gente la idea de que había que hacer el bien sin esperar nada a cambio. Gabriel hizo a Rodolfo ir a recorrer el norte, el sector más vulnerable de Bucaramanga y convencerse de que un alcalde no debía hacer autopistas sino mejorar la calidad de vida de los pobres. Así, tal y como Gabriel Hernández dijo en una entrevista para La Silla: “Rodolfo es un rico que dejó de pensar solo en él”.

A esa campaña le dieron forma sus publicistas de confianza, Hugo y Guillermo. La primera línea que trazaron fue que no se iba a presentar como político.

“Ingeniero. No podía presentarse de doctor, como todos los políticos. Tampoco podía ser Rodolfo Hernández a secas, sino el ingeniero Rodolfo Hernández”, recuerda Hugo Vásquez.

El concepto que impulsaron fue que, como ingeniero, Hernández iba a reconstruir lo que la corrupción había destruido. En vez de cuñas radiales, vallas publicitarias, afiches o volantes, decidieron crear un voz a voz que, a juicio de Vásquez, el mismo Hernández logró con su habilidad para comunicar. Y no porque sea un gran orador o sea capaz de hablar de cualquier tema. Es su desparpajo. Para Vásquez eso hace que Hernández “más que un ingeniero civil o un político sea un comunicador”.

Pero Rodolfo nunca marcó en las encuestas. Fue solo en la recta final de la campaña que dio de qué hablar porque repartió 40 mil cartas notariadas en sectores vulnerables, comprometiéndose con quien la recibía, a que si salía elegido, podía participar en un programa de vivienda o recibir un empleo de medio tiempo para un joven integrante de la familia.

Fue una estrategia populista, que luego incumplió durante su gobierno. De hecho, la convirtió en otra cosa: en su plan de desarrollo se comprometió a comprar un lote y hacerlo urbanizable, para que los potenciales dueños construyeran su propia casa. Sin embargo, tampoco lo compró.

Aún así, esa campaña y la estrategia de último minuto de las cartas le dieron un triunfo totalmente inesperado. 

Su gobierno

El 25 de octubre de 2015 sobre las siete de la noche, el preconteo de la Registraduría decía que el nuevo alcalde sería el empresario que se hizo visible repitiendo que el alcalde y los concejales de turno se habían robado a Bucaramanga “completica” y que “rasparon la olla”.

El triunfo fue histórico porque sacó del poder al Partido Liberal que desde los noventa había mandado en la ciudad. A su vez, derrotó a dos candidatos con estructuras políticas tradicionales muy sólidas y publicidad ostentosa.

Pero no hubo la típica foto del ganador con las manos arriba en señal de victoria. Tampoco quién pudiera entrevistar ni festejar junto al nuevo mandatario. Ese día, Rodolfo estaba encerrado con sus tres hijos en el cuarto de un hotel en Nueva York cuando empezó a recibir muchos mensajes por Whatsapp, contándole el resultado y felicitándolo.

Según Rodolfo, en la recta final de la campaña le dijo a su hermano con total convencimiento que iban a ganar. Aún así su viaje fuera del país ese mismo día justo después de votar, quedó en el recuerdo de los bumangueses como la muestra de que ni él mismo tenía esperanza alguna en ganar. “Pero ¿pa qué me quedaba? ¿Qué me quedaba haciendo acá?”, dijo.

Se quedó dos semanas en Estados Unidos. Sin embargo, su ataque a la clase política que acababa de derrotar inició inmediatamente. Emitió comunicados criticando uno a uno a los concejales liberales de la época. En cada entrevista, cuestionaba una nueva actuación de su antiguo amigo Luis Francisco Bohórquez, señalando constantemente que derrochaba el erario público.

La campaña había terminado, pero no la pelea que cazó en ella. Y mantuvo el enfrentamiento durante todo su gobierno, de manera intencional. La línea gruesa de sus asesores de confianza Hugo Vásquez y Guillermo Meque, fue que debía mantener viva la confrontación política denunciando la corrupción.

“Ganar una elección es difícil pero más difícil es gobernar”, recuerda Vásquez haberle dicho a Rodolfo. “Para gobernar tienes que seguir en comunicación con la gente porque la elección ya pasó y tu popularidad (por haber ganado) desaparece”.

Para eso, idearon el programa “Hable con el Alcalde”. Los lunes temprano en la mañana, la mamá de Rodolfo iba a visitarlo a su despacho con una coca llena de fruta. Luego, en vez de presidir consejos de gobierno, iniciaba su programa, una transmisión vía Facebook de más de una hora.

Arrancaba leyendo titulares de periódicos nacionales y locales sobre obras de infraestructura inconclusas, malos índices económicos o denuncias por corrupción, como antesala para despotricar de la clase política tradicional. Luego, vociferaba sobre malos manejos administrativos de su predecesor, el liberal Luis Francisco Bohórquez.

Al final, atendía las preguntas de la ciudadanía que le llegaban como comentarios en vivo. Respondía por el arreglo de la cancha de un barrio en específico, hasta la obra de pavimentación de sectores puntuales. Y cuando no tenía respuesta, le echaba la culpa a la clase política.

En varias ocasiones hasta acusó a dirigentes de cometer delitos y en ese mismo espacio tuvo que rectificar por falta de pruebas. Al interior de su gabinete había la sensación de que buena parte del tiempo que Hernández dedicaba a confrontar a los políticos podía invertirlo en explicarle a la ciudadanía su gestión. Pero él nunca les hizo caso, prefería hablar de temas que ni siquiera su equipo conocía.

De las diez grandes obras que prometió en campaña para convertir a Bucaramanga en “la Barcelona de Sudamérica”, sólo materializó tres.

Por la que más se conoce su administración son los escenarios deportivos, salones comunitarios, bibliotecas y dotación escolar de alta calidad para los sectores más vulnerables de la ciudad.

Pero su gran logro fue abolir prácticas clientelares y burocráticas que se traducían en gastos innecesarios, sobrecostos y falta de transparencia en la contratación. Así, la administración de Rodolfo logró, por ejemplo, que el número de oferentes por licitación pasara de 1,4 en 2015 a 84 en 2019.

Tal y como era en su constructora, como alcalde fue un jefe exigente, que no toleraba que le hablaran de problemas si no le traían una posible solución. “¿Y qué quiere que yo haga?”, solía responder.

Estricto, ponía tareas muy específicas con una hora y fecha de entrega inamovibles sin tener en cuenta que los tiempos de lo público son muy lentos comparados con la empresa privada.

Su desconocimiento de la administración pública causó muchos traumatismos en su primer año de Gobierno. Uno de sus exfuncionarios recuerda que recién posesionado, mandó a arreglar un aire acondicionado de su despacho con un maestro de obra que era de su confianza.

“Le dijimos ‘es que eso no se puede hacer así porque es inmobiliario de la Alcaldía, no de su casa’. Le daba rabia todo el papeleo para ese arreglo”.

Eso no escaló a decisiones más importantes por dos razones. Por un lado, porque tal y como nos dijeron tres personas que trabajaron en su administración y una que lo asesora en su campaña presidencial, Hernández compensa su ignorancia con el hecho de que siempre busca asesoría de expertos y realmente los escucha.

Por otra, por el rol que jugó Manuel Azuero (exempleado de La Silla) en su administración. Con 26 años, este administrador de empresas de los Andes se convirtió en el vicealcalde de la ciudad. Azuero, quien no hace parte de su actual campaña, coordinaba los consejos de gobierno mientras Hernández preguntaba por cosas más específicas, como los reclamos de la comunidad en sus transmisiones. Era quien salía a responder a medios de comunicación por las decisiones de la administración. E internamente, mediaba entre el entonces Alcalde y su gabinete cuando su terquedad tensaba el ambiente.

Una terquedad que está cimentada en lo que lo ha hecho exitoso como empresario: guiarse por su instinto y aplicar el sentido común para todo aquello en lo que cree que sabe.  

Bajo esa lógica, Hernández le pedía a su equipo que antes de planear cualquier gasto o inversión, se hicieran tres preguntas: si fuera con plata suya, ¿compraría ese bien o servicio? ¿pagaría ese precio? ¿qué ganan los pobres con ese gasto?

A veces le funcionaba y a veces no. Había gastos o inversiones que si bien para Hernández resultaban inútiles, hacían parte de las obligaciones del Estado. Así, por ejemplo, casó pelea con los sindicatos de las entidades del municipio. A unos los reclasificó y disminuyó sus beneficios laborales sin justa causa y a otros intentó echarlos.

Y defendiendo ese instinto suyo, Hernández también resultó haciendo una de las cosas que más le ha criticado a los políticos: que siendo funcionarios, participen en política en contravía de la prohibición legal. No comprando votos o coaccionando a sus trabajadores. Pero sí usando su voz popular de Alcalde para incidir en la intención de voto de los bumangueses, promoviendo al candidato al que le entregó sus banderas: Juan Carlos Cárdenas que en efecto resultó electo alcalde, con la votación más alta de la ciudad.

Siendo Alcalde, Hernández concedió una entrevista en La W junto al entonces candidato Cárdenas y le hizo un guiño. Luego, la campaña de Cárdenas sacó un video en el que Rodolfo invitaba a votar por “un alcalde de los ciudadanos”, como él se presentaba.

Ante eso, en septiembre de 2019, en plena campaña electoral, la Procuraduría lo suspendió por tres meses por presunta participación en política y Hernández resolvió renunciar al cargo, declarándose perseguido por el ente de control y diciendo que esa suspensión era prácticamente no dejarlo terminar su mandato.

Sin embargo, tal y como le reconoció a La Silla en una entrevista en 2021, Hernández provocó esa suspensión para renunciar y salir a hacer campaña. Por segunda vez, no terminó el mandato para el que fue elegido.

Es que en realidad, Rodolfo siempre está en modo campaña. Nunca ocurrió que Rodolfo se enfocara en hablar de los resultados de su administración en las transmisiones. Sí las utilizaba de paredón para su equipo de Gobierno. Y como en el resto de su vida, Hernández fue un Alcalde que confrontaba a sus empleados echando madrazos.

En sus emisiones en vivo llamaba a sus subalternos, los ponía en altavoz y les recriminaba. Se viralizó un video en el que frente a la cuadrilla de policías de tránsito de la ciudad, los trataba de corruptos. Otro en el que decía que los bomberos eran “unos gordinflones”.

Era una estrategia similar a la de Álvaro Uribe, de ser el representante del pueblo ante su mismo gobierno, pero mucho más agresiva. Aún así, muy pocos de sus funcionarios renunciaron por su trato.

En parte porque en Santander es común que los jefes sean así de atravesados y también porque se sentían parte de un proceso de cambio en una ciudad que llevaba 30 años bajo el control de los partidos tradicionales. En eso también ayudó Azuero, quien se encargaba de calmar las aguas y cohesionar al equipo.

El programa semanal de Hernández en redes sociales se popularizó tanto que durante la hora larga de transmisión había decenas de miles de personas conectadas y hasta aparecían comentarios de gente saludando a Hernández desde otras partes del país.

Cada lunes los periodistas estaban pendientes de qué controversia iba a armar Rodolfo. En vez de hacer visitas a medios o tomarse fotos en eventos inaugurando obras mojó prensa apalancado en su chabacanería y su estrategia deliberada de crear enemigos y confrontarlos públicamente.

Como cuando dijo que el entonces vicepresidente Germán Vargas Lleras tenía “una chequera en todo el país, repartiendo contratos a diestra y siniestra” y que “humilla a los pobres” haciendo grandes eventos para entregar viviendas, teniendo intereses en ser candidato presidencial.

Junto con sus asesores, Hernández preparaba las líneas gruesas de cada transmisión pero las peleas que armaba en vivo eran cosecha propia. Ellos le insistían en que esa confrontación no podía salirse de los términos políticos pero Hernández se saltó ese límite varias veces.

Más allá de que repetía –y aún lo hace– que los políticos son “unas ratas”, Rodolfo pasó de los insultos a la agresión física en una oportunidad.

A finales de su tercer año de gobierno, el concejal de ASI John Claro, llegó al despacho de Rodolfo. Una de sus políticas era un despacho de puertas abiertas y en efecto, cualquiera podía llegar sin cita previa y entrar sin problema. El concejal llegó con una cámara encendida, para grabar un video inquisidor, al estilo de los de Rodolfo.

Claro le reclamó por una de las tantas acusaciones que el Alcalde había hecho contra el Concejo y terminó acusándolo de tener rabo de paja. Le sacó en cara su participación en la empresa Entorno Verde, en la que fue socio con el cuestionado Fredy Anaya.

La discusión se acaloró y Rodolfo se levantó de su silla. El concejal siguió vociferando y mencionó que uno de los hijos de Rodolfo, Rodolfo José Hernández, seguía siendo parte de esa empresa. El alcalde estalló en cólera. “¡Miente, hijueputa!” y le pegó una cachetada.

El detonante de la furia de Rodolfo fue su pasado. Las relaciones con la clase política que tanto critica hoy. Un pasado que intenta minimizar diciendo que creía en la buena fe de todos los políticos con los que tuvo alguna relación. Una imagen de ingenuidad que no concuerda con lo aguerridas que son sus denuncias de prácticas corruptas.

Con la misma ingenuidad defiende a su otro hijo, Luis Carlos Hernández, en un episodio que lo persigue en la campaña actual porque le abre un hueco a su discurso anticorrupción.

Rodolfo José, Rodolfo y Luis Carlos Hernández.

La sombra de las basuras

El escándalo de las basuras es la gran sombra de la administración de Rodolfo.

Una de sus grandes promesas fue solucionar el problema de las basuras en Bucaramanga, pues el sitio de disposición que existe hace años se llenó y tiene orden de clausura. En su segundo año, sacó una licitación para contratar una tecnología novedosa de tratamiento de residuos pero eran tan ambiciosa (una concesión a 30 años en la que los oferentes hacían toda la inversión) que solo hubo dos proponentes y solo uno, la Unión Temporal Vitalogic RSU, resultó habilitado.

Sin embargo, el equipo jurídico de la Empresa de Aseo de Bucaramanga, Emab, la descalificó porque en vez de una póliza para asegurar la propuesta, Vitalogic presentó una fianza.

A pesar del concepto técnico de la Emab, el alcalde Hernández anunció que adjudicaría el contrato porque, a su juicio, lo importante era que cumpliera con los requisitos técnicos.

Poniendo en duda su bandera anticorrupción, Hernández apostó por adjudicar el contrato de manera directa y desató una lluvia de críticas. Además de sus opositores en la clase política tradicional, fue fuertemente cuestionado por el comité Transparencia por Santander, una veeduría departamental de la Cámara de Comercio de Bucaramanga, que alegaba que el proyecto no tenía cierre financiero.

La veeduría le pidió a la Procuraduría que interviniera y el ente de control emitió un concepto que exponía que el contrato podía ser lesivo para el municipio (pues si bien no ponía dinero sí se comprometía a garantizar el punto de equilibrio del negocio cuya inversión era de 750 mil millones de pesos). Solo tras la intervención de la Procuraduría, la administración de Rodolfo se echó para atrás.

El contrato no se dio, pero quedó la sensación de que Rodolfo tenía un interés más allá de solucionar la crisis de basuras de la ciudad.

Por un lado, porque a mediados de ese mismo año, 2017, funcionarios de la Emab denunciaron en Fiscalía que Rodolfo había intentado direccionar la contratación de un consultor para que formulara las condiciones técnicas de la licitación a la que se presentó Vitalogic.

Se trata de Jorge Hernán Alarcón, un ingeniero químico al que encargaron no solo de aspectos técnicos sino también financieros y jurídicos, a pesar de que carecía de experticia en esas áreas. Su contratación fue cuestionada porque fue en tiempo récord, costosa ($344 millones en cinco meses) y no se consultó con los miembros de la junta.

Fue una directriz de Rodolfo al entonces gerente de la Emab. En una investigación en su contra, la Procuraduría le reprocha esa decisión porque la empresa de aseo es un ente descentralizado y él no debía tener injerencia en ningún tipo de contratación.

Además, Rodolfo se conocía con Alarcón. Antes de que la Emab lo contratara, lo hospedó en su apartamento (recibir visitas y hospedarlas en el penthouse que funcionaba como su sede política se volvió habitual desde su campaña a la Alcaldía).

Y ese episodio, que quizás no habría pasado a mayores, se volvió gigante cuando a los pocos meses salió a la luz pública que uno de sus hijos, Luis Carlos Hernández, había sido previamente contratado por Vitalogic (a través de un lobbista principal llamado Carlos Gutiérrez Pinto), para hacer lobby a su favor y ganarse el contrato de basuras en la administración de su papá.

Hernández Jr. firmó y notarió un contrato de corretaje en noviembre de 2016 en el que se beneficiaría con cerca de 186 mil dólares por el trabajo de lobby.

“Le vieron la cara, él no sabe nada de eso. Por bruto, lo usaron para perjudicarme a mí, una trampa orquestada porque como yo les corté el chorro…”, dice Rodolfo sobre ese episodio.

Sin embargo, su hijo no fue el único que tuvo acercamientos con Vitalogic. En abril de 2016, cuando llevaba 4 meses de alcalde, Rodolfo se reunió con los socios de Vitalogic en su apartamento, por intermediación de su hijo.

Allí Rodolfo les dijo las condiciones que él creía necesarias para la solución de las basuras en Bucaramanga. Luego, en junio de 2016, se reunieron nuevamente en el hotel Marriot en Bogotá. Allí los empresarios de Vitalogic le expusieron su propuesta, teniendo en cuenta las condiciones que él había puesto.

Hernández dice que se reunió con otros 14 potenciales interesados y que por eso no hubo favorecimiento pero esas reuniones hacen parte del pliego de cargos que la Procuraduría formuló contra Hernández.

Además la Fiscalía ya lo acusó del delito de interés indebido de contratos. En abril, a un mes de la primera vuelta, Rodolfo se presentará a la audiencia de pruebas en su contra.

Si el tema de su hijo Luis Carlos es su espada de Damocles en esta campaña, el secuestro y desaparición de su hija en 2004, a quien ya da por muerta, es un episodio doloroso en el que tomó una decisión muy difícil que revela también su talante.

En 1994, la extinta guerrilla de las Farc secuestró a su padre y Rodolfó pagó 50 millones de pesos por su rescate. Diez años después, en un episodio rodeado de rumores, el ELN secuestró a su hija. Esa vez la extorsión fue de 2 millones de dólares. Aunque tenía cómo pagar, decidió no hacerlo porque según él “es que después cogen otro, y son otros dos. Luego cogen otro y ya van seis…a usted lo arruinan. Entonces dije que no, no”.

Hace varios años que no sabe nada de ella. Recientemente, inició el trámite para declarar su muerte por desaparición. Dice que lo más difícil fue aceptar que ocurrió. “Usted se siente totalmente indefenso”. 

De desconocido a favorito

Rodolfo se despierta a las 4 y cuarto de la mañana, llueva, truene o relampaguee. Lee un rato periódicos o algún libro. Baja a la cocina y se prepara uno o dos tintos. A las 5 y 45 llega su entrenador personalizado. Camina a paso largo en la caminadora durante 38 minutos, a 6 kilómetros por hora, para completar 4 kilómetros. Luego hace una rutina de pecho, abdominales, pierna, brazo y termina con un estiramiento.

A las siete y cuarto desayuna, mientras escucha a Julio Sánchez Cristo en la emisora W Radio. Rodolfo tiene historia en su programa, pues era el único que le daba muchos minutos al aire para que explicara todas las peleas y denuncias que cazaba con políticos durante su alcaldía. Termina a las ocho y cuarto y a las nueve está iniciando su jornada de candidato, en su sede de campaña.

Esta vez sí tiene una. Arrendó una casona a quince minutos en carro de su penthouse. La fachada no tiene más que dos pendones qué dicen ‘Casa Nariño’ y tienen su logo de campaña que es el número pí. Por dentro, las paredes son amarillo pastel y las luces cálidas. Los muebles, las mesas y sillas son blancas. Las puertas y ventanas negras. Y en las paredes, fotografías gigantes, a blanco y negro, del artista Ruven Afanador.

Afanador es un artista santandereano e influyente en la fotografía de moda en Estados Unidos. Pero la colección que tiene Rodolfo en las paredes de su sede es alusiva a la pobreza. Junto a cada una hay una frase en la pared, casi imperceptible, con su lema de campaña: “no robar, no mentir, no traicionar y cero impunidad”.

Sede de campaña oficial de Rodolfo Hernández en Bucaramanga, Santander.

En esta campaña, está potenciando su mensaje anticorrupción vinculándolo con la pobreza.

“Solucionar el problema más importante que es la pobreza de la mayor parte de la población. Esa es la razón de ser de la lucha contra la corrupción de Rodolfo”, dice Hugo Vásquez, su publicista.

A la vez, con una imagen minimalista en vez de la típica publicidad política, Rodolfo se ha enfocado en reforzar el mensaje de que no es un político y sí un millonario de buen gusto que no necesita robar.

No cree que recorrer todo el país sirva y aunque ha hecho algunos viajes, sigue fiel al método que ya le dio resultado: sus transmisiones en vivo en Facebook, repitiendo hasta el cansancio que la clase política “solo nos ha dejado hambre, desolación y ruina”.

Aunque todo su mensaje se ha centrado alrededor del tema de corrupción y de criticar a los políticos, en esta campaña le ha tocado asumir también posiciones políticas frente al matrimonio gay o el aborto. Ha dicho que sometería estos temas a “la opinión pública”, una posición que encaja con el conservadurismo que existe en Colombia frente al tema pero que contrasta con las banderas progresistas que promovió en Bucaramanga, como cuando izó la bandera Lgbti en la Alcaldía en medio de la polémica por la supuesta ideología de género.

En vez de buscar alianzas con políticos, también ha dicho que llegará solo a la primera vuelta presidencial, una estrategia riesgosa por la atención mediática que tendrán las consultas en marzo pero que le sirve para seguir cazando peleas, generando controversias y confrontando uno a uno a sus adversarios.

Según él, ya tiene controlado su temperamento y episodios como el de la cachetada al concejal, no se repetirían si llega a ser presidente.

Para controlarse, dice que le ha ayudado meditar. “Es descargar la mente de tantas traiciones”. Intenta ir al menos dos veces por semana a sesiones dirigidas de una hora con música instrumental de fondo. Aún le cuesta mantenerse en la posición de flor de loto pero sí se queda en silencio, batallando por dejar ir sus propios pensamientos.

Aunque a dónde va, no va por la meditación en sí misma. “A la hora de la verdad, la señora no hace una mierda. Pone un ambiente totalmente relajado…pero al final me sirve un caldo con papa, chocolate corona sin leche, una hayaca y pan”. 

Rodolfo Hernández en su sede de campaña.

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Soy periodista de la Unidad Investigativa de La Silla Vacía desde 2023. Antes cubría política menuda en los santanderes y conflicto armado en la frontera colombovenezolana. En 2015 gané el premio de periodismo regional Luis Enrique Figueroa Rey. En 2017 codirigí el documental Espejos de Vida, selección...