William Murra Babún

Si las maquinarias determinarán en parte el Congreso, las presidenciales pasarán por las pasiones. Con esta, empezamos hoy una serie de crónicas para entender las emociones que mueven el voto a la presidencia.

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Hace cuatro años este hombre proclamaba que Gustavo Petro iba a convertir al país en otra Venezuela o en otra Nicaragua:

“¡No joda, no podemos permitir que un proyecto de esos llegue al poder a jodernos con expropiaciones!”.

Decía. Y, en ocasiones, vociferaba. Con ese vozarrón tan bien envasado en una corpulencia y estatura generosas con el que lleva ya tres décadas largas mandando, a veces a punta de gritos y plebedades, en su empresa de ingeniería.

Por disciplina, aquella vez votó por Iván Duque. No por disciplina uribista, sino por disciplina conservadora. Godo pastranista, amigo personal del fallecido expresidente Misael y sobre todo de su hijo, el también expresidente, Andrés, decidió su apoyo inamovible apenas se concretó la fórmula de Duque con la hoy vicepresidenta conservadora Marta Lucía Ramírez.

Entonces, cumplía casi medio siglo votando siempre a la Presidencia por cualquiera que fuera la opción que representara más al Partido Conservador o a la derecha. Incluyendo, por supuesto, a Álvaro Uribe, a quien respaldó en sus dos elecciones.

Este hombre es ingeniero eléctrico, divorciado, cardíaco, diabético, fumador imparable, con dos hijos, 72 años de edad y dos décadas cumplidas trabajando como contratista en varias concesiones del Distrito de Cartagena; y sus convicciones en general están especialmente definidas por su fe de católico, apostólico y romano, de esos de misa de 9 todos los domingos por la mañana en la Catedral.

Sólo que ahora está con Petro.

Su nombre es William Murra Babún, pero podría llamarse cualquier otra cosa. Su historia transcurre en la capital de Bolívar, pero podría servir de espejo en una región colombiana distinta. Entre gentes pro establecimiento u operadores políticos que se cansaron, quieren apostarle a un cambio no gradual y les producen confianza las concesiones que el proyecto petrista ha hecho con la política tradicional.

La comienza a contar sin prisa, sentado bajo el palo de mango del patio contiguo a su oficina decorada con fotos familiares, dibujos de los nietos, textos de plegarias religiosas, un cristo mediano de madera y la foto de una manifestación multitudinaria de Pastrana hijo en el Centro Histórico.

Mientras prende y apaga cigarrillos.

Desde que se enteraron de su cambio en lo electoral, varios de los conocidos con los que el empresario solía salir a caminar en las mañanas por Castillogrande, el barrio en el que tradicionalmente ha vivido la clase alta cartagenera, se han distanciado de él.

A su exesposa y gran amiga Rosario Díazgranados, asesora de eventos y programas especiales del Club Cartagena, fundado con “tendencia exclusivista” para que se relacionen “personas nacidas de las familias más tradicionales”, como reza en su página web, algunos contactos le empezaron a mandar con frecuencia por whatsapp cadenas con información en contra de Petro. Ella las reenviaba a William, hasta que él, con esa irritabilidad mezclada con franqueza que constituye la característica más evidente de su personalidad, le pidió:

No me vuelvas a mandar más eso, por favor, o te bloqueo.

Y ella, muy respetuosa, dejó de hacerlo.

Para entender esta conversión hay que arrancar por una formación y unas circunstancias que de alguna manera encuentran su origen hace un siglo. Cuando los abuelos palestinos de este hombre migraron al continente huyendo de la violencia, en busca de patria y mejores vientos. Su madre, Hilda Babún, nació en Cuba. Su padre, Issa Abrahám Murra, en Colombia. Se conocieron en Santiago de Cuba y, después de casados, se instalaron en el tradicional barrio Manga de Cartagena. Allí, comenzaron a cultivar la prosperidad y fortuna que llegó con los años, a través del comercio de ropa y la ganadería.

No eran palestinos musulmanes sino cristianos católicos, y bajo los preceptos de un hogar estricto y tradicional criaron a los seis hijos que parió el matrimonio, William el menor de ellos.

El hoy ingeniero eléctrico de la Universidad de los Andes, además, se graduó de bachiller del colegio San Carlos, administrado por uniformados retirados, únicamente masculino, en donde dice que aprendió la disciplina militar.

El rechazo, que quizás era más bien un miedo, a cualquier idea que pudiera trastocar los valores y principios de ese universo individual establecido, terminó de encontrar sus fundamentos en los 70. El joven William Murra viajó once meses a Kiev (en ese momento de la Unión Soviética, hoy bajo fuego por orden de Putin mientras buena parte del mundo mira horrorizado) gracias a una beca que le permitió especializarse en soldadura de astilleros, cuando trabajaba en la Compañía Colombiana de Astilleros Conastil.

“Todo era prohibido, todo el tiempo me sentía vigilado, como sin libertad. Yo no voy a decir mentiras: no me quedaron ganas de saber nada de un país que viva bajo el régimen comunista”.

Recuerda de la época en la que, a su regreso al país, asumió como director del proyecto de ampliación del astillero en Cartagena.

Entonces, ya era militante conservador y estaba a poco tiempo de convertirse en cuota de ese partido en el cargo desde el cual definió a lo qué se dedicaría el resto de su vida laboral: lo concerniente a la prestación del servicio de energía eléctrica y la política menuda.

Resulta que hubo un tiempo en que la distribución y comercialización de energía en el Caribe —y en buena parte de Colombia— dependía de empresas electrificadoras que, en casi todos los casos, con el tiempo terminaron quebradas, mal manejadas y saqueadas, por culpa del hambre burocrática de los políticos tradicionales que las controlaban por debajo de cuerda.

A través del dirigente conservador Rodrigo Lloreda Caicedo, entonces ministro de Educación del gobierno liberal de Turbay, y de los conservadores locales, a Murra le ofrecieron gerenciar una en representación de los godos: la Electrificadora de Bolívar, que enfrentaba nada más que el reto de una Cartagena con la mitad de su gente sin redes para la prestación del servicio y un sur del departamento completamente a oscuras sin electrificación.

Aceptó. Allí estuvo de 1979 a 1992. Trece años en los que logró posicionarse como un técnico conocedor del sector (al punto que, ya avanzados los 90, fue escogido para dirigir la primera termoeléctrica privada del país, con sede en Cartagena, creada por 14 empresas de Mamonal, que incluían unas del Grupo Santo Domingo). Y también aprendió a ejercer con éxito ese arte de la negociación llamado política:

“Mira, a mí no me da ninguna pena decirlo: a mí ahí en la electrificadora me tocaba atender y trabajar con los políticos porque si no esa vaina no funcionaba. Llegaba un senador y me decía: ‘Yo quiero electrificar tal corregimiento de El Carmen de Bolívar’, por ponerte un ejemplo, porque ahí el tipo tenía unos votos. Y yo le decía: ‘Listo, déjame hacer el presupuesto’. Y supongamos que esa vaina costaba 100 millones. Entonces, yo le proponía al senador: ‘Consíguete tú el 60 por ciento de esa plata con el Gobierno Nacional, o con la Caja Agraria, que la electrificadora pone el 40 restante’, ¿si me entiendes? Y el congresista lo hacía, conseguía la plata, y se armaba la licitación, y se hacía la obra, y el tipo conseguía sus votos, y todos felices. Y así funcionaba antes y así funciona ahora. Y si llegaba otro senador a pedirme algún favor, que de pronto necesitaba entregarle un puesto a alguien, yo lo atendía. Que en la electrificadora se jubilaban 20 ó 30, yo aprovechaba para darles esos espacios a los políticos. Mira, Bolívar tenía en ese momento cinco senadores, yo los atendía. Por mi oficina pasaron Rodrigo Barraza, Miguel Faciolince, Marún Gossaín, Nicolás Curi, Juan José García… Yo le di gusto a la clase política y al sindicato para poder trabajar. Al sindicato, que era un sindicato fuerte, yo me acuerdo, jajaja, yo me acuerdo que un día hasta me pincharon las llantas del carro… Al sindicato, en una convención, le doblé el subsidio de educación y le puse póliza prepagada familiar de salud, porque la empresa podía hacerlo, por eso ellos quedaron tan contentos y me apoyaron después cuando me lancé a la alcaldía. Así funciona el sistema, ¡no hay que ser hipócritas! La Electrificadora de Bolívar era de las pocas que funcionaban, yo entregué casi todo el sur del departamento electrificado. Por eso me molesta que digan que la clase política es mala, lo que es malo es la politiquería. Con la clase política se puede convivir, eso lo entendió Petro”.

Y ahí comienza la vuelta de tuerca de este hombre, que desde una experiencia local describe nada menos que cómo funciona el intercambio de favores que es el clientelismo que sostiene a la política tradicional; y que, para mayor complejidad, después se volvió veedor y denunciante de posibles irregularidades en la prestación de servicios públicos.

Comenzó a hacerlo motivado por la Red de Veedurías Ciudadanas de Cartagena, impulsada por varios veedores locales, que a fines de los 90 sacudió la política local con denuncias —que en su mayoría fueron probadas judicialmente luego— en contra del alcalde de entonces.

Para ese rol de veedor ha encontrado tribuna especial en su empresa QBM2, fundada en el 89. Con ella, en las últimas dos décadas largas ha obtenido con el Distrito contratos para hacer interventoría a las concesiones de los servicios de aseo y alumbrado público (la del segundo, de hecho, la tiene en este momento). Y en esa vía, varias de las observaciones de su fiscalización, incluyendo denuncias, las ha hecho públicamente.

Por no ir muy lejos, el año pasado, en su calidad de interventor, informó a los medios que parte de la plata del impuesto del alumbrado, que debería ir a trabajos de modernización y expansión en Cartagena y sus corregimientos, estaba siendo retenida injustificadamente por el concesionario para no hacer las obras. En 2012, había señalado de frente, y ante Contraloría y Procuraduría, la inconveniencia de un otrosí que iba a prorrogar los contratos de los concesionarios del aseo.

Desde su silla de representante de la Asociación Colombiana de Ingenieros en Bolívar, en muchas ocasiones se ha metido también en peleas por otros dolores de cabeza que los cartageneros conocen bien. Señaló supuestas fallas en el modelo financiero para trasladar el Mercado de Bazurto. Pidió a la Fiscalía investigar un posible plagio en la formulación del plan de manejo y protección del Centro Histórico. Se unió al coro de voces de expertos que alertó que la concesión de los peajes internos de la ciudad hace rato había alcanzado su tasa de retorno y no podía seguir cobrándole a la gente por eso.

Por ese camino, se graduó de actor político local, que es fuente de periodistas (que lo citan constantemente porque se atreve a asegurar, sin pelos en la lengua y en voz alta, cosas que muchas veces los medios no alcanzan a confirmar) y que de vez en cuando pone agenda y hace correr a más de un funcionario.

Durante un tiempo, en muchos de sus pronunciamientos se apoyó en su otrora amiga y aliada política Daira Galvis, senadora de Cambio Radical, nacionalmente reconocida por haber sido abogada de la criminal ex empresaria del chance Enilse López ‘La Gata’.

Galvis enviaba cuestionarios y citaba a debates de control político en el Congreso sobre temas respecto a los cuales hacía veeduría Murra. Ellos se conocieron y volvieron cercanos gracias a la fallecida ex concejal, protagonista en la historia política reciente de Cartagena, María del Socorro Bustamante, con quien la senadora hacía llave en lo político y en lo personal.

William Murra les correspondía con algún aporte económico para sus campañas y, especialmente, asegurándoles el apoyo electoral, no sólo suyo, sino de la pequeña estructura política que a lo largo de todo este camino en lo público este hombre ha podido establecer.

Porque este hombre de matices, al que alguna vez, como ya él mismo contó, se le dio por lanzarse —sin ninguna posibilidad de éxito— a la Alcaldía de Cartagena, es en resumen un capitalista godo caribeño, mezclado con controlador social y con dirigente, que efectivamente en época electoral juega con algo más que su voto individual.

Él mismo dice, y otros que lo conocen lo confirman, que son entre 90 y cien personas, entre ellas algunas del antiguo sindicato de la electrificadora, las que electoralmente siguen lealmente a William Murra, en agradecimiento por los favores que él ha podido hacerles a lo largo de varios años, siendo intermediario entre ellos y la clase política.

“Yo mantengo buenas relaciones con la clase política, si alguno de esos amigos necesita un favor, yo llamo al congresista, al político que toque, y lo hago de frente además”.

Esa mini fuerza ahora intentará empujar a Petro y a las listas del Pacto Histórico al Congreso.

Tiene que ver con la frustración que Murra empezó a sentir por la inoperancia frente a las denuncias que ha puesto. Principalmente, las referidas a su reciente cruzada para que el gobierno nacional revise las tarifas del servicio de energía en el Caribe. En su concepto, desde que el operador Electricaribe desapareció, se cargó en la tarifa un concepto (llamado “pérdidas no técnicas”) que no tendría por qué tener que pagar el usuario.

Escribí frustración, pero quizás he debido poner rabia:

“¡Tengo cuatro meses que mandé una carta a la Procuraduría denunciando esta vaina y no ha pasado nada! ¡¿Hombe, cómo va a ser posible?! No joda, le zamparon a la tarifa el cargo por ineficiencia, los usuarios estamos pagando ¡millones! de más, cuando en cualquier parte del mundo la ineficiencia la paga es el dueño de la empresa. Y con la compinchería de la Superservicios y de ese ministro de Minas que es un farsante, ¡di que yo lo dije!, es un farsante, un peligro inminente, dizque ayudando a la Costa y mira”.

El tono del vozarrón que va in crescendo de repente disminuye un poco, cuando empieza a explicar que, así las cosas, hace varias semanas se le dio por comenzar a revisar la propuesta de Petro. Que le llamó la atención eso de que el Estado asuma el control de, por ejemplo, las IPS en el sistema de salud. Porque él es un convencido de que, si bien los privados pueden y deberían seguir como operadores, “el manduco” que controla la prestación de los servicios públicos tiene que estar en manos justamente de lo público.

Que se dejó engañar por lo que decían del candidato exguerrillero. Que cada vez se convence más de que éste jamás ha querido expropiar a nadie, sino hacer que las cosas funcionen para todos. Que a él en el pasado le había impresionado para bien la valentía del entonces congresista, cuando denunció la parapolítica en el Congreso. Y que ha tenido grandes amigos en la izquierda. Todo eso dice.

Mientras fuma y fuma.

Y agrega riendo que también se volvió fanático de ver por youtube a influencers antiuribistas y antiestablecimiento como Mr. Carvajalino y Levy Rincón.

“Mira, yo en resumen no creo que Petro sea comunista, y no me da pena tomarme una foto con alguien de izquierda, mientras que a mí nadie vaya a querer hacerme cambiar mis convicciones religiosas y políticas”.

Con eso en mente, finalizando el año pasado llamó por teléfono a su amiga Adelina Covo, una de las petristas más reconocidas de Cartagena y, para más señas, suegra del también convertido senador —ex uribista, ex santista y, al parecer, ex político tradicional— Armando Benedetti; para pedirle que lo ayudara a reunirse con Gustavo Petro cuando éste fuera a la ciudad.

A fines de octubre, durante una visita en la que desde plaza pública en La Boquilla Petro acusó a la poderosa familia Araújo de hacer parte de “los verdaderos expropiadores” de los terrenos que ha perdido ese corregimiento de negros pescadores, el empresario Murra tuvo su encuentro privado.

Fue en la sala de la habitación del hotel del candidato. Frente a la playa. En presencia de otros dos empresarios y un político local. Una reunión corta. De presentación. William, el veedor, había redactado una carta de página y media en el que sucintamente detallaba el tema de la tarifa de energía eléctrica en el Caribe.

“Mire, yo soy un tipo franco y por eso le voy a decir: yo soy del Partido Conservador y no voy a renunciar ni a lo que creo ni a mi fe religiosa, pero a mí no me avergüenza estar en su movimiento, porque creo que el país necesita que estas cosas cambien”.

Cuenta que le dijo.

Y le entregó el documento, que quedó en manos del hijo de Petro, Nicolás, mientras su papá respondió amable un: “Qué bueno, ingeniero. Gracias”.

El William empresario asegura estar también tranquilo, pues no ve ningún sesgo antimercado en su ahora carta a la Presidencia. El William dirigente de pequeña estructura política alista los votos de su red de amigos.

“Me mamé del sistema y voy por Petro, carajo”.

Concluye.

Fue periodista de historias de Bogotá, editora de La Silla Caribe, editora general, editora de investigaciones y editora de crónicas. Es cartagenera y una apasionada del oficio, especialmente de la crónica y las historias sobre el poder regional. He pasado por medios como El Universal, El Tiempo,...