Roy Barreras, el brujo mayor

El hombre blanco está sentado en un taburete en medio de la maloca, desnudo de la mitad del cuerpo hacia arriba y con los ojos cerrados. A su alrededor, el tatsembuá o médico tradicional indígena agita su manojo de hojas sanadoras, llamado wayra, y recita conjuros, ora en susurro, ora cantados, mientras sopla vapores al rostro del paciente en actitud de trance, que no se mueve.

Por las hendijas de las paredes de madera, entra la luz del día. La claridad natural permite distinguir los collares de colmillos y chaquiras, el sayo morado con fucsia y la corona de plumas que engalanan al taita que, con toda autoridad, remata el ritual con un beso sobre la cabeza del squaná. Como le dicen en lengua nativa del pueblo Kamsá del Putumayo a todo aquel que no pertenezca a la comunidad.

La escena es de 1989. Ocurrió en la subregión del Valle de Sibundoy o Alto Putumayo. Y el squaná Roy Barreras asegura que corresponde a su ceremonia de iniciación chamánica de la tribu Kamsá.

“Yo soy chamán”, dice hoy como quien revela una travesura. “Duré años en el Putumayo tomando yagecito”.

Se puede ver en un documental de la época de la Universidad del Valle, que él mismo refiere, llamado ‘Médicos de la selva y la montaña’, en el que antropólogos, médicos e indígenas hablan del valor de los saberes terapéuticos ancestrales y del uso del yagé en los pueblos Inga y Kamsá.

Aunque no es absolutamente obvio que el hombre blanco que aparece barbado e inmóvil en el rito sea él, al final del video, efectivamente, sale un joven Roy hablándole a la cámara acerca de las bondades de las plantas medicinales:

“Ha sido interesante darse cuenta cómo no existe ese abismo que suponíamos entre el conocimiento de los indígenas y el conocimiento desde nuestro punto de vista médico”, dice.

Tenía 26 años, más cabello, menos peso y un espeso bigote negro estilo mexicano, como señal mayor de aquel florecimiento vital. Veinticuatro meses atrás se había graduado de medicina en la Universidad Nacional en Bogotá.

La primera vez que tomó yagé, que fue por aquellos tiempos, vio un tigre que le saltó encima, y dice que aprendió de yerbas que sirven para ver secretos, viajar en el tiempo y leer la mente de los otros. También, que en una ocasión llegó a compartir visiones dentro de la misma alucinación con su maestro, el reconocido tatsembuá de los Kamsá, Martín Agreda.

El taita Agreda falleció hace 10 años. Desde Sibundoy, su hijo Juan Agreda, que le heredó el entendimiento antiguo al progenitor, me cuenta que recuerda haber acompañado de niño varios rituales en los que participó Barreras, y que desde entonces le guarda cariño a distancia. Aunque pone en duda que éste sea chamán, como asegura, pues para serlo tendría que haber permanecido en el proceso y Roy no continuó.

Con todo, hiperbólica, la minucia de aquella vieja experiencia juvenil ha llegado al oído de unos cuantos allegados al senador, que en unos días será elegido nuevo presidente del Congreso y, por la vía de ese gesto, tomará grado como hombre fuerte del gobierno entrante de Gustavo Petro.

Para ser más precisos, como uno de los personajes más influyentes del poder en Colombia.

Uno que, el día que le ponga la banda presidencial al primer presidente de la izquierda, habrá sumado su segunda foto histórica, después de aparecer firmando como negociador el Acuerdo de Paz con la vieja guerrilla de las Farc.

Irresistible componedor político, determinante para bien o mal en los gobiernos de los últimos 15 años, Roy Barreras es el dirigente que carga con la paradoja de representar la política tradicional contra la cual votó el país y, al tiempo, haber sido posibilitador de esas dos iniciativas que desafían al Establecimiento y pueden cambiar a Colombia.

Como en más de una ocasión ha demostrado que para muchos de sus fines justifica cualquier medio, sus críticos, que no son pocos, lo han señalado de traidor, veleta y lagarto. De camaleón que ha sabido trasegar —y caer siempre de pie— por entre todos los ismos que de alguna forma han mandado en la historia reciente: el vargasllerismo, el uribismo, el santismo y ahora el petrismo.

Pocos saben que, además de todos esos vestidos que le enrostran, él dice que tiene el de chamán.

Su amigo el senador antioqueño Germán Hoyos, que le ha oído el cuento, le responde que cree que justamente ese es su secreto. Porque lo que pasa “es que los embruja a todos”.

***

Hubo una vez en la que Roy Barreras logró que sus rivales del uribismo, que en un tiempo él mismo ayudó a fortalecer, votaran en el Congreso en contra de sus propios intereses.

Fue a comienzos de 2016, cuando las negociaciones de paz de La Habana entraban en su tensionante última curva, que incluyó por esos días la persistencia de discrepancias de fondo entre el Gobierno y la guerrilla y un retraso en la firma del Acuerdo Final.

Como sea, las Farc, por fin, se preparaban para dejar los fusiles, y para ello era necesario que el presidente Santos tuviera facultades extraordinarias para suspender órdenes de captura y poder establecer unas zonas especiales en las regiones para que los combatientes se concentraran.

Esas facultades tenía que autorizarlas el Congreso. Habían sido incluidas en un proyecto que modificaba la Ley de Orden Público (que es la que permite, entre otras cosas, que un presidente pueda adelantar un proceso de paz). Y eran defendidas por la coalición santista, con especial empeño de una de sus principales puntas de lanza: el operador Roy.

El Centro Democrático de Álvaro Uribe, el mayor opositor de Santos y del Acuerdo, era el hueso más duro de roer, naturalmente. Su bancada estaba dispuesta a respaldar la iniciativa, pero condicionando la creación de los espacios territoriales a cosas como que éstos no fueran muy grandes ni más de 10, que no se ubicaran en áreas urbanas, y a que las órdenes de captura fueran levantadas exclusivamente dentro de la zona en cuestión.

En los debates, el ministro del Interior Juan Fernando Cristo decía que las condiciones de esas zonas no las debía poner el Congreso sino las partes negociadoras en Cuba; y el representante del Polo Germán Navas anotaba que, con tantos peros, la única posibilidad que le iba a quedar a Santos era decretar un punto de ubicación en su finca de recreo en Anapoima.

El día de la discusión definitiva en plenaria, mientras algunos uribistas volvían a pronunciar sus reparos por micrófono, Barreras conversaba en privado con Uribe. Estaban otros cuantos miembros de su bancada. En la sala contigua a donde se llevaba a cabo el debate.

Roy no se abrió en pelea. Al contrario. Con toda amabilidad, y agradeciéndoles varias veces su voluntad de concertar, les propuso a los uribistas aprobar el proyecto incorporando la condición de las áreas urbanas, pero dejando por fuera el resto de sus reparos. Sobre éstos, sugirió que, más bien, fueran consignados en una constancia suscrita por el Centro Democrático que sería leída en el debate. Es más, se ofreció él mismo a redactar una constancia ampliada con los reparos del uribismo y de los partidos amigos del Gobierno —algunos de cuyos congresistas también habían expresado dudas frente a la creación de los espacios— para que la firmaran todos juntos.

Después, entró al debate, pidió la palabra, dio las gracias públicas a Uribe y a sus congresistas por su “espíritu de conciliación”, y leyó las observaciones, varias de ellas sugeridas por el ex presidente: “El número de estas zonas de ubicación temporal debe ser prudente y de tamaño reducido…”. Y así, una a una. Al rato, se abrió la votación.

El proyecto se votó nominalmente y alcanzó los 70 votos de los 70 congresistas que estaban presentes ese día, incluyendo a Álvaro Uribe. Las constancias se firmaron y quedaron en el archivo del Congreso para la historia, pues su contenido jamás fue incluido en la ley. Y el Centro Democrático terminó aprobando una norma clave de la paz.

A los pocos días de ese mes de abril, Roy Barreras fue anunciado por el Gobierno Santos como nuevo negociador en La Habana para ayudar a sacar adelante los puntos de la implementación y la reincorporación.

No pudo haber quien se sorprendiera. Entonces había ya botones para la muestra de sobra de su bien ganada fama de cautivante buen armador, que sabe sacar el conejo del sombrero y solucionar, incluso cuando todo parece perdido.

Como quedó ampliamente probado apenas unos meses después, cuando, por estrecho margen, el país le dijo No a los acuerdos en el plebiscito y Roy fue el alfil que alzó la mano para proponer al Gobierno refrendar lo negociado vía Congreso, con el argumento jurídico de que esa corporación representa al pueblo.

“Eso fue por la audacia de Roy, que se dedicó a buscar fórmulas. Convenció al séquito de La Habana de que eso era posible y se encargó de sacarlo adelante en el Congreso para, en la práctica, suplantar la voluntad del pueblo. Fue una jugada maestra”, sentencia el ex superministro de Palacio Néstor Humberto Martínez, que entonces venía de compartir con Barreras en las huestes santistas y acababa de asumir como fiscal general.

Martínez, un par de colegas de la Unidad Nacional y hasta contradictores suyos, como el uribista José Obdulio Gaviria, coinciden en señalar esa como la movida con la que más ha patentado sus dotes de jugador el congresista, que después se dedicó a intentar sacar adelante los proyectos que aterrizaban el Acuerdo con las Farc, incluso poniendo una tutela (que ganó) para legitimar el quorum que aprobó las curules para las víctimas.

Pero él no sólo ha sido tahúr por la paz. En el ranking de sus anotaciones, también se destaca la operación que contra viento y marea logró para ayudar a conseguir en 2012 la reelección del derechista procurador Alejandro Ordóñez, que venía de ser el jefe de su entonces pareja, la congresista electa del Pacto Histórico Gloria Arizabaleta. Y las veces que siendo codirector de La U se movió con favoritismos por sus aliados en regiones por encima de los intereses de otros congresistas. 

Su sello ha sido una inteligencia, una seguridad personal y un encanto que le reconoce casi todo el mundo (“Roy es tan encantador e inteligente que uno no puede pelear nunca con él en lo personal”, dice la ex gobernadora Dilian Francisca Toro, su rival política histórica en el Valle)

Su carrera en el Congreso, que arrancó en firme en 2006 cuando llegó a la Cámara, ha sido un camino ascendente en el que se le ha visto negociar en público y a la sombra, prometer e incumplir, convencer, adaptarse y no amilanarse.

Así como lo han hecho y lo hacen muchos tantos otros políticos, con la diferencia de que Roy ha tenido alcances como pocos.

Roy se arrima de cerca al poderoso de turno, le interpreta a éste su respectiva obsesión y se sabe volver casi indispensable para conseguirla.

Pasó con Uribe, de cuya reelección fue escudero y a quien empezó a acercarse militando aún en el Cambio Radical de Germán Vargas Lleras, que no estaba de acuerdo con el referendo reeleccionista. Desde ahí “se convirtió en un informante del Gobierno Uribe. Más nos demorábamos nosotros diciendo algo en una reunión interna, que él yendo a contárselo a Bernardo Moreno (secretario general de la Presidencia de Uribe)”, recuerda su entonces copartidario Carlos Motoa, congresista de Cambio Radical.

Daniel Coronell contó en una columna de la época, titulada ‘El Iscariote’, que entonces tres ahijados políticos de Barreras fueron nombrados en importantes cargos en la Esap, la Aeronaútica Civil y el Ministerio de Comercio. En la Esap, el Senador mantuvo control burocrático hasta que el Gobierno del uribista Iván Duque se lo quitó.

La táctica de acercarse al poderoso de turno y volverse clave para sus obsesiones también pasó con Santos, con quien Roy no dudó en irse a hacer el Acuerdo de Paz cuando éste traicionó a Uribe, a quien Barreras —por cierto— llegó a nombrar padrino de bautizo de uno de sus hijos. “Nosotros en La U todos teníamos buena relación con Santos, pero creo que ninguno como Roy. Él sabía llegarle a Santos con soluciones a problemas y Santos lo escuchaba”, comenta un congresista de la Unidad Nacional, que prefiere no ser mencionado por temor a que Barreras se moleste.

Durante el Gobierno Santos, el Senador fue acusado de adueñarse políticamente de la EPS pública Caprecom y protagonizar un pulso con el sindicato que aceleró su quiebra, como en aquel momento lo detalló un informe de La Silla Vacía. 

Por último, la estrategia del componedor está pasando con Petro.

Cuenta Roy para este perfil que su alianza con él se concretó a principios de 2021, en una semana de conversaciones y caminatas por Florencia, Italia. Ocurrió poco después de que los líderes de la coalición del centro y Barreras rompieran relaciones con miras a las presidenciales y la senadora verde Angélica Lozano, que para segunda vuelta se unió a Petro y a Roy, dijera que no habría “un tarjetón con un candidato de la Alianza Verde y Roy Barreras”.

“Yo duré 14 meses por orden de Santos, por instrucciones de Santos, tratando de armar el centro. Sentado con Peñalosa, con este muchacho Fajardo, con Galán, con Cristo, con De la Calle, con Angélica Lozano. 14 meses. En nuestra última reunión salieron con la noticia de que iban a tener siete candidatos, yo les puse ‘los enanitos verdes’, y me di cuenta de que eso no iba para ninguna parte. Por supuesto, yo conocía al señor Petro, que es compañero mío (en la Comisión Primera), un tipo muy raro, llegaba sin saludar a nadie, y entonces le pregunté al presidente Santos que si creía que se podía confiar en él. Santos me dijo: ‘A mí me cumplió una cosa: dijo que votaba por mí en la reelección y me cumplió, a pesar de que yo lo destituí’. Le dije: bueno, ese es un buen antecedente, voy a buscar a ese señor. Iván Cepeda me contacta a Petro. Lo llamo por teléfono. Estaba en Florencia, en Italia, Petro. Le digo: ‘Mire, yo necesito hablar con usted, cojo un avión’. Plena pandemia, Florencia estaba cerrada, me tocó conseguir un permiso con el embajador de Italia, que se lo agradezco mucho, es el mismo embajador todavía, para entrar a Florencia. Y fue una maravilla porque estuvimos una semana con la ciudad desocupada, caminando las calles vacías. Petro con su señora Verónica; yo con mi señora, que ya no es mi señora, Gloria Arizabaleta”.

En este punto, hay que decir que en el relato que hace de su vida, Roy Barreras busca dar la vuelta a las críticas que le hacen por sus mudadas de piel, asegurando que, en realidad, él siempre ha trabajado para Juan Manuel Santos.

Dice que lo conoció a mediados de los 90, cuando acudió a su oficina de la Fundación Buen Gobierno, en la calle 72 de Bogotá, para pedirle que lo ayudara a averiguar por la suerte de su hermano, que acababa de ser secuestrado por las Farc en el Valle.

El hermano de Barreras pudo escapar de sus captores tiempo después y se marchó del país, pero el congresista y el ex presidente nunca dejaron de hablarse. Según Roy, fue en apoyo a los intereses de Santos y del periódico El Tiempo que, habiendo pasado por la Cámara como suplente en esa época, fue uno de los pocos congresistas liberales que apoyó la propuesta de acusar a Ernesto Samper por el proceso 8.000.

También, asegura Roy fue por Santos por quien entró a La U y era al hoy Nobel de paz a quien le pasaba la información de las movidas internas de Vargas Lleras y Cambio Radical, en la época de los gobiernos de Uribe.

“Soy un santista de toda la vida y siempre he tenido una sola orientación. Voy a usar el verbo preciso, y esto sí te pediría que quede muy claro: el presidente Santos no está interviniendo en política, de manera que yo no le consulto decisiones. Pero no hay una semana en la que no hable con él y le cuente. Lo mantengo informado”.

Roy Barreras y Santos.

Si eso es así, a lo mejor el ex mandatario tendrá los detalles más desconocidos del camino recorrido en el petrismo, en el que Roy ha sabido interpretar la obsesión de Petro de llegar al poder y de poder gobernar, y por esa vía se convirtió, de nuevo, en un casi indispensable.

Sus pasos dentro del Pacto Histórico que ayudó a crear son, también de nuevo, otra muestra de su personalidad política paradójica, en la que los fines tantas veces contrastan con los medios.

Hay varios ejemplos que así lo evidencian:

Como jefe de debate y armador interno, en público Barreras impulsó que presentaran una lista cerrada al Congreso, que es una de las fórmulas para contrarrestar el clientelismo y la compra de votos en las campañas. Al tiempo, en privado, abrió las puertas para que parapolíticos como Miguel Ángel Rangel y William Montes se montaran al bus del proyecto Petro presidente. 

Abiertamente, tendió puentes con otras fuerzas alternativas y progresistas. Y en reuniones reservadas ayudó a fraguar la estrategia para quemar y atacar a los aspirantes del centro. 

Está armando en tiempo récord una coalición en el Congreso, que le ha costado horas al teléfono y montado en aviones, para concertar las reformas que quiere hacer Petro y tranquilizar al Establecimiento. Y, en ese camino, les ha dicho a algunos líderes políticos que tranquilos, que obtendrán burocracia, y que lo más probable es que Petro se siente más adelante con ellos, según nos lo aseguraron por aparte dos políticos tradicionales que están cerca ya del nuevo Gobierno (aunque Roy niega tajantemente estas ofertas).

“Desde el inicio entendimos que todos sus aportes eran y son para ganar”, dice respecto al todo vale de Roy el diputado del Atlántico Nicolás Petro, hijo de Gustavo Petro y líder de su campaña en el Caribe. “Teníamos muy claro que si algo nos había faltado hacer antes era tender puentes, y para eso llegó Roy, que en la campaña siempre me pareció muy amable e incluso interesado en la salud de mi papá, cuando a veces otros no lo estaban tanto. Él siempre le sugería descansar”.

Un joven Roy saludando a Carlos Lleras.

Petro hijo cuenta que cree que su papá y su estratega Barreras empezaron a tener sintonía al coincidir en su oposición al saliente Gobierno de Iván Duque, contra quien se encontraron sus fuerzas para, por ejemplo, tumbar hace dos años al ministro de Defensa Guillermo Botero, que renunció tras un debate de moción de censura en el que se probó que ordenó bombardeos donde había menores de edad.

Dicho sea de paso, aunque Roy no votó por el uribista Duque, cuando éste ganó intentó acercarse a su Gobierno. Lo hizo a través de la Secretaría General de la Presidencia, a donde el congresista llegó a ofrecer sus capacidades para armar una coalición gobiernista en el Legislativo. La condición era que Duque no se opusiera al aterrizaje del Acuerdo de Paz y, puntualmente, no presentara sus objeciones a la JEP. Como en Palacio no estaban dispuestos a aceptar, el acuerdo nunca se concretó.

***

Hace 56 años, cuando Roy Leonardo Barreras Montealegre era un niño de tres, su mamá, la señora Nelly Montealegre, le tomó una foto con una batica de médico, la puso en un portarretrato en su mesita de noche y empezó a decirle que él tenía que ser médico. Como su papá.

El papá los había abandonado. Recién se enteró de que la muchacha de 18 años, que trabajaba en una botonería y vivía en el barrio Las Cruces de Bogotá, había quedado embarazada, el estudiante de medicina desapareció de sus vidas.

O mejor: desapareció de sus vidas físicamente, pues desde que Roy tuvo uso de razón, Nelly se encargó de mencionarle al padre. Sobre todo, de tratar de inculcarle que intentara parecerse a él.

Nelly Montealegre y su hijo, Roy Barreras.

Ella había llegado de pequeña a la capital desde El Palo, una vereda del municipio de Caloto, en el Cauca, que hoy tiene unos 320 habitantes, en donde en medio de la violencia bipartidista había caído asesinado su padre, el campesino liberal Tito Montealegre.

En Bogotá fue acogida por un tío que, a cambio de ese refugio, la tuvo ayudando en los quehaceres domésticos, hasta que ella se hizo mayor de edad y pudo conseguir un trabajo cosiendo botones.

Sin saber nunca hasta dónde llegaba el mito, el pequeño Roy creció escuchando las historias que ella le contaba del abuelo Tito, campesino valiente, que andando en su caballo, con sombrero y 20 perros, iba por el Cauca reclamando la tierra que le habían quitado. Y también, el relato de George Barreras, el papá ausente, del que le decía que era un médico que trabajaba salvándoles la vida a los más necesitados.

El papá de Roy Barreras también tiene una historia de desplazamiento. Sus padres habían tenido que salir de su natal Galicia durante la dictadura de Franco, por lo que George nació en Nueva York, en donde se crió hasta que años después la familia migró al Valle, en Colombia.

Roy lo conoció cuando, a los 12 años de edad, Nelly lo embarcó en un bus para que viajara a verlo hasta allá y constatara que, efectivamente, su padre era un médico reconocido que trabajaba ayudando a los demás. Se hicieron amigos y más adelante alcanzaron a laborar por largo tiempo juntos, en la clínica familiar Barreras Medicinas Alternativas, hasta que él falleció de pena moral cuando en los 90 secuestraron al medio hermano por el cual el congresista buscó la ayuda de Juan Manuel Santos.

Por cuenta del amor que les tenía Nelly, Tito y George se convirtieron en los héroes de infancia del político.

Incluso, es a la herencia liberal del abuelo materno que Barreras atribuye en parte sus ideas progresistas y haber arrancado la vida política en las juventudes del Nuevo Liberalismo y admirando a Carlos Lleras Restrepo.

Pero, en realidad, el personaje más determinante en su vida es ella. 

Nelly Montealegre, la mujer más importante de la vida de Roy.

La madre, cuya historia de desplazamiento y violencia ayuda a entender por qué a Roy Barreras no le ha pesado la bandera de la paz y la ha defendido genuinamente, como se lo reconocen incluso malquerientes. “Cuando yo hice la ponencia de la Ley de Víctimas en 2011, sentí una emoción muy grande porque era el reconocimiento de víctimas como mi madre. Para mí era imposible no defender a los desplazados y a las víctimas”, me dice.

Además de eso, Nelly Montealegre se encargó de repetirle y repetirle a su hijo, no sólo que tenía que ser un gran médico como el papá, sino que tenía que ser el mejor en todo y que él iba a ser un hombre muy importante.

“Hasta un extremo un poco exagerado, digamos. Ella era muy estricta con los modales, no le dejaba decir groserías. Lo amaba muchísimo. Le decía que él iba a ser importante, un doctor, que iba a llegar a ser presidente, que él era el mejor. Era un amor de madre increíble”, comenta Paco Barreras, el hijo de 30 años del Senador que cursa un doctorado en matemáticas en la Universidad de Pensilvania.

Roy Barreras y sus hijos (Paco, el que habló para esta historia, a su izquierda).

Roy, que tiene cinco hijos y hace poco firmó el divorcio de su tercer matrimonio, dice riendo que la historia se le asemeja un poco a una novela mexicana, en la que la protagonista pierde al amor de su vida y busca que el hijo desconocido se le parezca, para que aquel hombre se sienta orgulloso cuando lo conozca.

En ese camino, Nelly Montealegre logró educar al bachiller del colegio La Salle y al profesional médico de la Nacional, que tuvo que trabajar un tiempo de taxista y panadero y efectivamente logró mejorar sustancialmente sus condiciones de vida.

Más allá, formó a un hombre que logró ganarse la vida. Un convencido de que ser el mejor es su designio, y que, en parte por eso, siempre está trabajando para destacarse.

“Está lleno de una necesidad de avasallar”, resume su exesposa Gloria Arizabaleta, “yo siempre le dije que a él no le gustaba la política, sino que le cautiva el poder”.

Y quizás, más bien, le obsesiona. Sólo así entiende uno que Roy Barreras casi no tenga hobbies o le divierta algo distinto a ser un componedor entre poderosos.

“Fíjese que en todo el tiempo desde que nos conocemos, nunca me quiso acompañar a un Festival Vallenato o al Carnaval de Barranquilla a pesar de que nos invitaban cada año. Él no toma, no se divierte, no le gustan los conciertos, la salsa, ¡y ni siquiera sale en la Feria de Cali! Y en eso debo decir que le falta la alegría que nos caracteriza a los colombianos”, agrega Arizabaleta, que también menciona el único ardor distinto de Barreras, uno que también le enseñó su mamá: la pasión por los libros.

Pese a que apenas pudo cursar hasta tercero de primaria, Nelly se la pasaba entrando a cuanta librería podía a preguntar a los libreros qué libro bueno le recomendaban, ojalá de personajes famosos de la historia, para comprárselo a su hijo pequeño cuando tuviera con qué. Así, le regaló a Roy las memorias de Nikita Kruschev y la enciclopedia de El mundo de los niños, los primeros que llegaron a la biblioteca del congresista, que hoy tiene dos pisos.

Barreras es un lector tenaz, que a veces lee hasta un libro por semana, y que valora la palabra escrita y con ella nutre su conocido don para cautivar en política.

Ese aprecio le ha dado hasta para escribir varios libros de poesía, novelas y ensayos desde el año 2000.

¡Perro guerrillero!

¿qué haces allí en la mitad del bosque?

Terrorista infiltrado,

fiera salvaje.

¿Estás seguro de que es ese tu mejor amigo?

Reza una de las composiciones del político que, además de todo y además de chamán, se dice poeta y asegura que quiere ser Nobel de Literatura (“¿Quién fue el presidente de Guatemala en 1964 o el de Italia en 1976? Nadie sabe quién carajo, pero la gente sabe quién es Italo Calvino. La gente sabe quién es Miguel Ángel Asturias”, comenta).

En realidad, quiere ser presidente.

Y para ello se está moviendo.

Roy no lo reconoce así, pero Paco, su hijo, que además es su mejor amigo, lo detalla:

“Por supuesto, él tiene un plan y tiene con qué, hay unas fichas y unas jugadas para llegar ahí, por ahora van bien. Lo primero era ayudar a elegir un gobierno que fuera amigo y defensor de la paz. Volver a ser ahora el presidente del Congreso también era parte del plan y se logró. Lo que te quiero decir es que no es sólo un sueño, él tiene un plan y tiene con qué. Bueno, para empezar es el mejor congresista que hemos tenido”.

Con lo que no cuenta quizás es con un gran grupo político propio. Roy Barreras sacó en 2018 más de cien mil votos a Senado, pero no tiene una estructura típica de político tradicional, con alcaldes y gobernadores de su bolsillo y líderes compradores de votos a sus servicio. Eso ayuda a entender, por ejemplo, que su votación no esté concentrada en el Valle del que es oriundo (ni en ningún otro departamento en particular), sino que aparezca repartida por todo el país, producto de una mezcla entre opinión y la burocracia que ha manejado.

A diferencia de los caciques de maquinaria, a Roy no le gusta el manoseo a las clientelas ni pasar visitando barrios. Otra de sus complejidades.

Aunque, sí suele recibir casi todas las semanas filas de personas que llegan a pedirle algún favor.

Él las recibe, casi siempre, en su casa, que queda en un exclusivo condominio en el corregimiento de Dapa, a las afueras de Cali.

Allí mismo donde conserva enterradas las cenizas de su mamá Nelly, que falleció en 2018 a los 88 años.

Están en el jardín, al lado de una banca que Roy hizo instalar para sentarse a leer y a meditar.

Paco dice que, estando ahí, el congresista cuenta que siente que lo acompaña el espíritu de la señora y hasta le consulta cosas.

Aunque él diga que él es chamán, ella es la verdadera guía espiritual de su historia.

Fue periodista de historias de Bogotá, editora de La Silla Caribe, editora general, editora de investigaciones y editora de crónicas. Es cartagenera y una apasionada del oficio, especialmente de la crónica y las historias sobre el poder regional. He pasado por medios como El Universal, El Tiempo,...