“Tengo empute con el centro, pero me mantengo con Fajardo”

Durante mucho tiempo en su adolescencia, Anwar Karawi Name vivió con el tranquilo convencimiento de que a los 25 años tendría ya la existencia definida con una curul de congresista y un matrimonio con una muchacha “bien” de Barranquilla.

No era un anhelo sin sustento. Realmente, entonces creía estar predestinado a tener que organizarse temprano para heredar el honor familiar que supuso el asiento que por casi tres décadas ocupó en el Congreso su abuelo José Name Terán, el fallecido cacique que se convirtió en símbolo nacional del clientelismo y de la política de las componendas, y que para él fue y será nada más —y nada menos— que el querido “abu Jose”.

Entonces, a sus 19, decía que era uribista, también por herencia familiar, y planeaba su ingreso a la Javeriana para estudiar Ciencia Política y comenzar a caminar así hacia el destino de dirigente de grupo tradicional que vislumbraba en su futuro.

Hoy, diez años después, a punto de cumplir los 30, su vida tiene menos certezas. Efectivamente, se graduó de politólogo, pero ni la candidatura, la pareja por cumplir y la militancia uribista, hacen ya parte de los planes. Por estos días de convulsión electoral, lo rodean más bien muchas preguntas. Y una mezcla de rabia con pesar:

“No, es que qué empute, de verdad qué empute, ver a ese centro peleándose como animales, dándose más entre ellos mismos que a los otros, y fatal eso de no pararle casi bolas a la campaña acá porque es que: ‘ah, la Costa ya era de Char, Barguil y Petro’, nada que ver”.

Comenta en referencia a los pobres resultados de la consulta a través de la cual, el pasado domingo 13 de marzo, el sector político de centro escogió como su candidato a la Presidencia al profesor Sergio Fajardo.

No está exaltado. Para ser costeño, Anwar tiene un hablado más bien quedo, más bien bajo, con el que va como dosificando el relato de su molestia y mezclándolo bien con la resignación triste que al tiempo expresa.

“Mira —y me entrega dos gorras verdes que dicen Fajardo, una de la campaña de 2018 y otra de la de este año— sin ser fajardista, yo ya llevo cuatro años haciéndole campaña a este man, entre mis amigos porque yo no tengo ningún grupo, sin que nadie me pague, y desde el domingo de elecciones peor porque la idea que quedó es que Fajardo no existe, pero, bueno, lo seguiré haciendo, porque es que para mí la idea de que gane un extremo sí es lo peor para el país”.

No le gusta el “extremo” derecho, que esta vez encarna Federico ‘Fico’ Gutiérrez, porque para él significa el continuismo de un proyecto uribista que hace mucho dejó de convencerlo. “No me considero antiuribista, pero a mí no me representa un sector que no defiende los derechos y las libertades de la gente, no me representan los ultrareligiosos, y además creo en darles oportunidades a las personas que dejan las armas”.

Aunque dice que siente que, al haber escogido como fórmula vicepresidencial al exalcalde verde (simpatizante de Fajardo) Rodrigo Lara Sánchez, Fico les mandó un buen mensaje “a los que creemos en la democracia” en el eventual caso de llegar a segunda vuelta.

Pero, sobre todo, no le gusta Gustavo Petro, el candidato de la izquierda. No la izquierda, sino Petro. Por la izquierda votó en 2014, cuando apoyó a la entonces candidata Clara López en primera vuelta, el mismo año que dejó de ser uribista por herencia, luego de que un amigo de la universidad, que era mockusiano, le explicara que el uribismo se opone al matrimonio igualitario, al aborto y a la legalización de las drogas. Tenía 22 años y era la segunda vez que votaba a la Presidencia.

Petro le genera un rechazo por el que el tono de su molestia ya no se oye tan moderado:

“Siento que le dice mentiras descaradas a la gente, me molesta su populismo, me molesta que diga que en Colombia no hay democracia, cuando claro que hay falencias, pero prueba de que hay democracia es que él sea candidato, no quiero que acaben las EPS ni que impriman billetes a la loca o ver gobernando a Roy, a Álex Flórez, a Benedetti, ¿qué cambio es ese?”.

Son algunas de las emociones del voto que persiste con un centro que ha sido aburrido y poco estratégico en su campaña, que quedó disminuido por los resultados de las consultas y de las legislativas, pero que sigue calando en quienes lo ven como la opción por la que toca seguir apostando frente a la polarización que generan los dos proyectos opuestos de país que van más fuertes en la carrera.

Anwar Karawi, además, hace parte de la cuota costeña en esa nueva generación de jóvenes colombianos que, más allá de su ideología, quiere romper definitivamente con la vieja práctica de las maquinarias y del clientelismo que ha determinado los liderazgos tradicionales en regiones como la Caribe.

“La clase política que yo quiero es gente libre con voz y voto, que no haya que darle mecato a nadie para que vaya a votar, y tampoco quiero líderes que se sientan salvadores”, me dirá uno de los tres días que tuvimos de charlas para esta historia.

Anwar Karawi Name.

Ese talante suyo se vuelve aún más particular teniendo en cuenta aquel destino de dirigente de grupo tradicional hacia el que alguna vez creyó ir inevitablemente y feliz.

Este politólogo quería seguir los pasos de un abuelo al que sus ojos de niño vieron siempre ayudando a los demás con cosas: con comida, con medicinas, con plata para solucionar algún apuro económico.

Con él no alcanzó a hablar mucho de política. Cuando Name Terán se retiró del Congreso, Anwar apenas tenía 10 años y 19 cuando el cacique falleció.

El recuerdo que tiene de él es el del abuelito pechichón, con el que veía películas y comía nuggets de pollo de McDonalds, que cada diciembre les pedía ayuda a sus nietos para envolver cantidades grandes de regalos que después salía a repartir a niños de las barriadas.

Ni siquiera alcanzó a conversar con él su deseo de reemplazarlo. De hecho, Anwar recuerda que cuando le contó que quería estudiar Ciencia Política, pensando en lanzarse, el “abu Jose” le contestó: “‘Papito y ¿por qué no estudias otra cosa?”.

Por supuesto, al crecer, fuera del hogar, en la calle, se encontró con la imagen no familiar del hombre que, para mayor complejidad y como pasa con otros políticos tradicionales, por la vía de la mecánica de los favores fue la representación del Estado para muchos ciudadanos entre los que pudo cultivar simpatías.

Anwar señala como particularmente difíciles para él los días de 2007 en los que Name sufrió su última y definitiva derrota —en la campaña por el cargo de gobernador del Atlántico—, en medio de un absoluto descrédito y exposición mediática.

Y también la vez que un compañero de la universidad escribió en un grupo de chat algo así como: “Tu abuelo es una rata que duró 50 años robando en la política colombiana”.

Con ese hablar pausado con el que va midiendo el relato de su indignación con el centro, Anwar suspira, se pone las palmas de las manos sobre las piernas y dice al respecto, desde un sillón en el estudio de su casa en el barrio Alto Prado:

“Cuando mi abuelo murió, mi abuela llorando preguntaba que ahora quién le iba a llevar plata a las monjitas. Yo creo en lo que creo y sé que las maquinarias no sirven, pero me quedo con lo que ví de mi abuelo. Pueden decir lo que quieran, pero jamás me quitarán eso”.

El politólogo lleva la política en la sangre, no obstante, por bastante más que ser el nieto del viejo cacique José Name Terán.

En su raíz están también las semillas que trajo desde el Líbano su papá, Talel Karawi, un migrante, como tantos otros, en busca de una oportunidad de vida próspera y tranquila lejos de las balas de la guerra, que allá en su tierra, en la región del Valle de Bekaa, cerca de la frontera con Siria, tiene a un hermano senador llamado Mohamed.

El abuelo paterno de Anwar, también fallecido, era un viejo sabio cura musulmán que, según el relato del politólogo, llegó a hacer un trabajo comunitario tan apreciado por las distintas facciones religiosas, que cuando murió recibió honores tanto en mezquitas como en iglesias cristianas. 

Anwar Karawi señala una foto de su abuelo paterno, el Sheikh Kassem Karawi, junto al líder palestino Yasser Arafat.

Después de varios años de trasegar como comerciante de ropa y otros productos por la Amazonía brasileña, por San Andrés Islas y por Maicao, arrancando la década del 80 Talel conoció en Barranquilla a Mónica Name, la hija del entonces ya importante congresista Name —sincelejano, pero también de ascendencia libanesa—, con quien formó el hogar en el que nació Anwar Talel y sus hermanas mayores: Shadya y Sahar.

El papá Karawi luego fundó el colegio colombo árabe, tuvo un hotel y una agencia de viajes, hizo un camino laboral independiente de su suegro como constructor privado, y ejerció 27 años como cónsul ad hoc del gobierno sirio en Colombia.

Desde esa silla de representante de Siria en Barranquilla, tuvo la oportunidad de conocer a muchos políticos colombianos a los que llevaba en pequeñas delegaciones a conocer Oriente Medio —Germán Vargas, Carlos Gaviria, Wilson Borja, Fuad Char, entre ellos—.

De esa época le quedó su gran amistad con el líder de izquierda Jorge Enrique Robledo, que cuando visita Barranquilla casi siempre almuerza con él.

Talel Karawi nunca ha hecho política lanzándose directamente a un cargo, pero habla con tanta pasión del tema que parecería que eso le quedó faltando. Se le escapan todas las sonrisas recordando las anécdotas de los viajes con los congresistas. Y Anwar suele ser uno de los más frecuentes oidores de sus cuentos.

El politólogo dice que, justamente, a su papá le aprendió y le agradece la inclusión política que quiere practicar. “Recuerdo que en las elecciones de hace cuatro años, mi mamá iba con Duque y mi papá y yo con Fajardo. Es bonito que no te juzguen, eso pasa en otras familias y la democracia empieza en casa”.

El único voto que Anwar Karawi reconoce que da siguiendo la lealtad familiar es el de Senado por su tío —él sí heredero del namismo—: el congresista del Partido de La U, José David Name Cardozo, cuyo grupo va a la Presidencia con Federico Gutiérrez. Aunque dice que lo hace, además, porque le gustan varios de sus proyectos, como las iniciativas para promover el uso de energías renovables.

A la idea de ser congresista del grupo Name, Anwar renunció cuando viajó a hacer sus pasantías en la embajada de Colombia en París, una oportunidad a la que pudo acceder gracias a que aplicó y lo escogieron y además a que contaba con los recursos para los tiquetes y la manutención en Francia.

Estando allá pudo asistir a la conferencia general de la Unesco y conocer personas que le despertaron inquietudes académicas y lo hicieron lamentarse de no haber sido un estudiante que rindiera más allá del mínimo esfuerzo con el que había pasado varias de sus materias.

Ahí se dio cuenta de que no estaba preparado para ir al Congreso a los 25 años, que las curules no se heredan y que tenía un mundo aún por conocer y estudiar.

De regreso a Barranquilla, fundó con varios amigos una tertulia llamada ‘Barranquiloquio’, que desde 2016, sin llegar a ser masiva o tener alto impacto, ha propuesto varias conversaciones públicas sobre asuntos acerca de los cuales normalmente no se habla en la ciudad, como por ejemplo qué pasa con los escenarios culturales o con la inclusión de las personas con discapacidad.

Y se volvió un admirador de la política de propuestas a pie y sin caciques que proponen los verdes, especialmente del grupo de Claudia López, a cuya alcaldía aplicó para trabajar sin éxito a través de la estrategia Talento no palanca (aunque dice que ahora no le gusta López por su “actitud peleonera y porque no asume responsabilidades”).

Su sueño se volvió aprender a hacer ese tipo de política distinta que no es común ver en Barranquilla, y de cuyas movidas y protagonistas se entera a través de twitter, el espacio en el que comienza y termina su experiencia informativa de la actualidad siempre.

De hecho, hace cuatro años, cuando Sergio Fajardo perdió por pocos votos su posibilidad de pasar a la segunda vuelta presidencial, Anwar Karawi sintió tristeza, pero no sólo por el país sino porque llegó a cultivar el anhelo de poder trabajar en ese gobierno.

Dedicado a ayudar a su papá en negocios privados, como la reciente apertura y desarrollo de un centro comercial llamado Alkarawi Plaza, e ilusionado con montar una fundación animal, jamás se ha animado a buscar trabajo público en la Alcaldía que controlan los Char, en donde trabajan varios de sus amigos.

Entre otras cosas, los Char fueron los rivales históricos de José Name Terán —Anwar recuerda que cuando era chiquito le tenían prohibido ser hincha del Junior— y para alcalde siempre ha votado en blanco porque no le parece sano el unanimismo de la ciudad.

Desde la conversación con el amigo mockusiano que lo ayudó a ponerle fin a su supuesta militancia uribista, en general este politólogo no se toma a la ligera sus votos.

Incluso, duró varias semanas preguntando a conocidos y siguiendo las movidas de las campañas, antes de decidirse en la consulta del centro. Especialmente le gustaban Fajardo y Juan Manuel Galán, aunque los analizó a todos.

Del exgobernador Carlos Amaya dice, por ejemplo, que le gustaba que, aún siendo hombre, al ser del campo rompía un poco con el retrato “de puro hombre blanco privilegiado” que era esa consulta, pero que no le conocía mucho la trayectoria. De Robledo apunta: “Lo conozco desde que tenía 13 años, es una gran persona, honesto, pero difiero con él en lo del proteccionismo”.

De Alejandro Gaviria lo espantaron las compañías. “Cuando se lanzó me emocioné, me gustaba mucho el power couple que hacía con la esposa, pero me pareció tremendo verlo atacar a los otros de la misma coalición y que se aliara con Lara (Rodrigo Lara Restrepo, de Cambio Radical)”.

Al final, entre sus dos opciones fuertes se fue por Galán porque le encantó la lista que ese candidato presentó al Congreso por su partido, el Nuevo Liberalismo. “Con él me pasaba que lo veía como el típico cachaco que no sabe mucho de las regiones, pero con esa lista hizo el balance con afros, víctimas, mujeres, académicos, tipos como (Carlos) Negret, mandó un mensaje real”.

El pasado domingo de elecciones, le dio ansiedad. Después de votar como a las 11, se fue a donde unos amigos a ver partidos de fútbol de la liga europea, pero no lograba distraerse. Más tarde, intentó calmarse escuchando un space en twitter de periodistas, llamado justamente “ansiedad electoral”, y los amigos se le quejaron de que no los dejaba oír.

Cuando empezaron a salir los resultados, vino la rabia.

“Tengo empute con el centro, pero me mantengo con Fajardo”, resume su próximo voto por una carta que lo emociona menos que hace cuatro años, básicamente porque en la puja de la coalición sintió que había aspirantes iguales o mejores y porque, en general, toda la campaña del centro ha estado sosa.

“No me gustó tampoco cuando Fajardo propuso crear una cantidad de empleos públicos para enfrentar la crisis de la pandemia, me parece que eso es aumentar la burocracia. Lo que me gusta es que lo puedo criticar, yo quiero un presidente que no acabe con todo y que se pueda criticar”.

*Esta crónica hace parte de una serie. Pueden leer más aquí:

“Me mamé del sistema y voy por Petro, carajo” (aquí).

Mi voto feminista (bogotano, educado, cool) por Francia Márquez (aquí). 

Fue periodista de historias de Bogotá, editora de La Silla Caribe, editora general, editora de investigaciones y editora de crónicas. Es cartagenera y una apasionada del oficio, especialmente de la crónica y las historias sobre el poder regional. He pasado por medios como El Universal, El Tiempo,...