En el auditorio hay unas doscientas o trescientas personas. Miles más están conectadas a la transmisión. Están la Procuradora, el Contralor, la embajada gringa y algún coronel de la Policía. Todos los funcionarios de la Fiscalía llevan una camisa blanca con el logo de la entidad. Parecen la fuerza de ventas de una empresa multinivel o una congregación religiosa. Su misión en esta jornada es simple, pero tan tediosa como esperar un vuelo retrasado: oír y aplaudir al Fiscal. Estarán casi siete horas ahí sentados.
Barbosa, vida sabrosa

El fiscal general Francisco Barbosita entra caminando de afán. Suele hacerlo. Así se ve más importante, sumamente ocupado. En los fragmentos que publicará más adelante en Twitter, la Fiscalía añadirá una banda sonora para que los pasos del jefe luzcan más intrépidos. Será el panelista estrella. Hablará sin parar, le cederá breves espacios a sus colaboradores y en vez de preguntas solo tendrá comentarios. Transmiten en vivo la Fiscalía y Revista Semana. A veces el Fiscal es columnista de Semana. A veces Semana es la oficina de prensa de la Fiscalía.
Se trata de la rendición de cuentas de la entidad, una obligación de transparencia oficial que hace rato se convirtió en excusa para hacer suntuosos actos de propaganda. También sirven, como en este caso, para atender complejos de inferioridad y alimentar devaneos de poder. Cada directivo que pasa por la tarima deja un lambetazo. “Es un honor estar sentada a su lado”, dice la directora ejecutiva de la Fiscalía, Astrid Torcoroma Rojas. “Hoy tenemos al líder de Colombia defendiendo la institucionalidad colombiana, defendiendo el estado social democrático de derecho”.
No sabemos si Francisco Barbosa está en campaña, pero sí está claro que en la agonía de su gestión –tan insustancial como perversa– encontró una causa: sabotear la política de negociación y sometimiento de Gustavo Petro. Para ello cuenta con el generoso aporte del gobierno, cuya paz total está quedando en un coctel de adagios, errores y chambonadas.
Barbosita no es el único haciendo oposición desde la trinchera de una entidad pública. La procuradora Margarita Cabello dijo hace unos días que el proyecto de reforma laboral parece “un pliego de condiciones sindicales”. Como el Fiscal, Cabello opina y participa abiertamente en el debate político del Congreso, pero no importa. La encargada de investigar a los funcionarios que hacen eso es ella misma.
El registrador Alexánder Vega fue el director de marketing de la campaña de “libertad y orden”. Sentado a manteles con los gobernadores, les habló de esas dos palabras del escudo nacional y advirtió que las elecciones de octubre están en riesgo. Como si esos mismos gobernadores fueran simples espectadores y no tuvieran responsabilidad alguna en la situación de orden público de sus departamentos.
Pero volvamos al mejor fiscal de la Historia. Barbosita lleva meses repartiendo declaraciones con un verbo hostil e incendiario, y entre más descuadernada se ve la estrategia de la Casa de Nariño, más impulso toma. “Pablo Escobar estaría feliz con esta ley de sometimiento”, dijo en un foro universitario esta semana. “Están ensuciando la dignidad de este país”.
Me pregunto si se refiere a la dignidad de su gestión, de la que sobresalen los esfuerzos por enterrar y traspapelar investigaciones: la del proceso contra el expresidente Álvaro Uribe Vélez, Odebrecht, las denuncias contra la Universidad Sergio Arboleda y su rector –donde Barbosa mismo aparece mencionado–, la ‘ñeñe-política’ o las ejecuciones extrajudiciales durante el estallido social. De pronto se refiere a la dignidad de su cargo, que usó para irse a San Andrés con su compadre el Contralor cuando todos estábamos encerrados, y que le sirve para que sus escoltas paseen a sus perros y la Fiscalía le preste el servicio de logística para sus trasteos.
Durante el acto de rendición de cuentas, la palabra “institucionalidad” se repite casi treinta veces. De hecho, así informa la Fiscalía sobre la jornada: “Con una férrea defensa de la institucionalidad, Fiscal General de la Nación entregó balance de sus tres años de gestión”. El balance es ese, el resumen de su gestión es la trampa obvia de ajedrecista callejero que se encontró con pocos segundos en el reloj. Barbosita sostiene la institucionalidad, es la institucionalidad, de él depende la institucionalidad. Es un “muro de contención”, como dice en Semana María Andrea Nieto.
Tratando de ser coloquial, y con un intento de humor que destempla los dientes, en un punto del evento el Fiscal dice: “A mí me encanta defender la institucionalidad del país, y en la otra administración no tuve que esforzarme tanto y en cambio en esta sí, mucho”. Barbosita ni siquiera se da cuenta de la sensatez involuntaria de sus palabras. Por supuesto que no tuvo que esforzarse como Fiscal de su mejor amigo Iván Duque. Ni para llegar allá ni para serlo.