9. “Yo creo que ARTBO, más que una feria, es una forma de vida”

9.1 “Rappitenderos” del arte

El discurso del presidente Duque del día de las brujas de 2019 en la apertura del “Área de Desarrollo Naranja” del barrio San Felipe en Bogotá fue claro en señalar que la función de los artistas es el disfrute, el enriquecimiento y la belleza: “Aquí van a estar miles de creativos disfrutando este espacio y enriqueciendo la ciudad, embelleciéndola con su talento”. 

Esta noción de lo bello tal vez puede conciliar con un arte crítico, sí, siempre y cuando suceda a puerta cerrada en el circuito hermético del “arte contemporáneo”, en el mundo flotante de las retóricas conceptuales y en la bicicleta estática del simulacro estético: en universidades, galerías, museos, ferias, casas de subasta, colecciones privadas, catálogos razonados, revistas indexadas de Historia del Arte, redes sociales y en el libro de mesa corporativo. Y claro, en el espacio higiénico de la feria de arte. 

En las tres ediciones de la feria de arte de Bogotá, ARTBO, que han sucedido durante su mandato, el presidente Duque ha reservado tiempo precioso de su apretada agenda para visitar calmadamente los kilómetros de drywall del evento, después de todo, y como dijo el 25 de octubre de 2018 —cuando tuvo el gusto de contarse como el primer visitante de ese año—: “Yo creo que ARTBO, más que una feria, es una forma de vida”.

Al año siguiente, en su peregrinaje a ARTBO, el presidente Duque dijo que la feria “empieza a irrigar en toda la ciudad una presencia de las industrias creativas, en distintos barrios, en distintos lugares y en distintos distritos creativos que se están consolidando en la ciudad de Bogotá […] Así que, para mí, ARTBO es un lugar obligado para todo el que quiera experimentar la transformación del arte latinoamericano”.

Este tipo de retórica, por vía del discurso, invierte la causa por el efecto: no son los artistas los que generan la actividad artística, sino que es la “industria creativa” — ARTBO y la Economía Naranja— lo que “irriga” lo creativo hacia los artistas de “toda la ciudad”. El crédito de esta transformación se le atribuye entonces al intermediador de la “coolture”, que vive por y para sumar contratos, añadir cifras a su Excel y transformar el arte en viñetas para alimentar el powerpoint publicable de su informe de gestión.

En uno de esos desfiles de la comitiva presidencial por ARTBO, lo que prometía ser una jornada corta, se extendió por varias horas en compañía de la directora del evento. La deriva presidencial produjo quejas entre algunos galeristas y visitantes que vieron cómo se postergaba la apertura al público mientras el esquema de seguridad estatal daba la orden de apertura. Los galeristas impacientes, que pagan entre US$12500 y US$25000 por un cubículo de exhibición por tres días, saben que el tiempo es oro y que ese visitante ilustre iba a mirar, a tomarse fotos, pero no a comprar.

Este año, el presidente Duque volvió a ARTBO luego de la interrupción que trajo el pandémico 2020. Lo hizo acompañado de su ministra de Cultura a la que plantó a su derecha en uno de los estrechos patios del Museo del Chicó del norte de Bogotá, una estatua viva instalada sobre un fondo blanco lejos de la interferencia de cualquier otra obra. La funcionaria permaneció incólume y muda durante la transmisión oficial en vivo y en directo que se hizo de la visita presidencial. A la izquierda del presidente Duque estaba la directora de la feria, hija de expresidente liberal, a quien el mandatario sí le dio la palabra.

La directora y un político uribista, presidente de la Cámara de Comercio, se explayaron en acreditarse 17 años de políticas de industrias culturales y en mostrar a su entidad como precursora del economato naranja. El presidente Duque, casi sin pensar, disparó el discurso formateado para estas ocasiones: una colcha de retazos que intercala repentismos culturales que fatigan el cliché con el bótox grandilocuente de las cifras, un maquillaje de prosopopeya que pretende alisar las arrugas de la memoria histórica: “hoy tenemos el mayor presupuesto de la historia en nuestro país para la cultura y que es un presupuesto que tiene, no solamente las propiedades de lo que maneja el Ministerio de Cultura, sino también la transversalidad de múltiples agencias…”

La afirmación del presidente Duque es dudosa. El portal Colombiacheck ya la había refutado hace unos meses cuando la repitió en el discurso de instalación del Congreso de la República. Colombiacheck contrastó la inversión en cultura del actual gobierno con el pasado y, bajo una metodología más precisa, el resultado resulta adverso para el gobierno actual: 

Al ajustar los valores por la inflación, el gobierno Duque ha puesto 433.000 millones de pesos actuales cada año para la cultura […] En el mismo tiempo que lleva el actual presidente en el cargo, las dos administraciones de Juan Manuel Santos habían destinado más recursos a ese rubro, tanto en general como en inversión…

Según cifras del Ministerio de Hacienda, en el proyecto de presupuesto general de la Nación para 2021, $11,38 billones equivalen a la Policía Nacional mientras 0,29 billones se asignan al Ministerio de Cultura. El gobierno Duque puede inventar todo tipo de combinaciones retóricas para la palabra arte —ReactivARTE, CreARTE, ExpresARTE, Arte Joven 20×21— pero, al contrastar estas muestras de caridad con el grueso de la asignación presupuestal, es claro que se trata de una chapuza: lo que tenemos es la continuación de una política brutal y embrutecedora, un “orangután de sacoleva” (para usar el símil con que Darío Echandía definió las prácticas clientelistas y corruptas del régimen político colombiano)

El modelo desigual de trabajo de la Economía Naranja se asemeja al esquema de la empresa Rappi, donde los trabajadores de base, los rappitenderos, ponen todo para trabajar —el teléfono, los datos, el medio de transporte, el cuerpo, la salud, el riesgo—, pero el intermediario, por la escala, configuración y proyección de su negocio, se lleva la mayor parte del beneficio.

“Rappitenderos” es la neolengua para artista bajo la Economía Naranja. Quedó claro en la reforma tributaria propuesta por la administración Carrasquilla que desencadenó parte de las protestas del Paro Nacional de 2021. En el artículo 37 se pretendía hacer una retención del 20 % a los artistas

“en los casos de pagos o abonos en cuenta por concepto de intereses, comisiones, honorarios, regalías, arrendamientos, compensaciones por servicios personales, o explotación de toda especie de propiedad industrial o del ‘know-how’, prestación de servicios, beneficios o regalías provenientes de la propiedad literaria, artística y científica, explotación de películas cinematográficas y explotación de ‘software’, servicios de publicidad o mercadeo prestados en o desde el exterior.”

Una propuesta que gravaba a la gente del ‘know-how’ de la cultura, a la base, a los “rappitenderos” del arte, mientras que grandes “emprendedores” tipo Du Brand Marketing Group o Coolture Investments, o cientos empresas de software inscritas como emprendimientos culturales, logran excepciones cercanas al 40 % en impuesto de renta por estar en capacidad de matricularse como empresas de la Economía Naranja. (¿Ya llegó Netflix a instalarse en el territorio “saneado” del Bronx del Distrito Creativo de Bogotá?)

9.2 El revés de la trama

Sobre la visita del presidente Duque a la inauguración de ARTBO de 2021, esto escribió el artista Nadín Ospina en su página de Facebook:

“LA HAS CAGADO dicen las letras de la escultura inflable, la obra del español Iñaki Chavarri ubicada en el museo del Chicó dentro del circuito de la feria ARTBO que puso nerviosa a la comitiva de Duque. La avanzada de la visita presidencial solicitó el retiro de la pieza, cosa a la que no accedió la galería que representa al artista. La visita presidencial estuvo en entredicho y finalmente se realizó con la prudencia de evitar la proximidad a la obra.”

Tal vez por este tipo de contingencias el interés que muestra Duque por la feria de ARTBO como “lugar obligado para todo el que quiera experimentar la transformación del arte latinoamericano” es inversamente proporcional a la atención que prestó al 45 Salón Nacional de Artistas en 2019.

Ese año, “el evento más importante de las artes plásticas y visuales de Colombia”, como lo llama su propio organizador, el Ministerio de Cultura, ocurrió en Bogotá, en asociación con la alcaldía de la ciudad, bajo el nombre de El revés de la trama, con una curaduría que abrió el juego a 13 exposiciones en 11 sedes, 14 espacios de intervención, con 166 artistas y 300 eventos gratuitos.

La página de El revés de la trama, que también fue concebida como espacio de exposición, es un buen registro de la potencia de un espacio que celebró sus 79 años de existencia creando un corto circuito en el statu quo de cómo ha circulado el “arte contemporáneo” en Bogotá en los últimos 17 años.

Ese 2019, ARTBO, la franquicia reina de los medios en materia cultural, desfiló desnuda por el tapete cultural, la feria quedó reducida a su justa dimensión: un cóctel de inauguración de 72 horas en el marco de un evento mercantil para las galerías y coleccionistas de otros países invitados con todos los gastos pagos. La experiencia, moderada y limitada a sus obras de pared, sus espacios VIP, su precio de boleta excluyente y su uso gratuito, instrumental y autopromocional de lo joven, lo marginal y lo alternativo, fue una invitación más al “rappitenderismo” creativo a cambio de una supuesta “visibilidad”.

En contraste, el 45 Salón Nacional de Artistas, en sus dos meses continuos de actividad, mostró la temporalidad irrisoria de esa “semana del arte” de ARTBO, que monopoliza la economía de la atención año tras año con su ansiosa bacanal mercantil.

La periodista Dominique Rodríguez escribió varias Postales del Salón, la mejor y más completa crónica de lo que pasó en El revés de la trama, un recuento vivencial y generoso de cómo la “experiencia del Salón contenía nuevos ingredientes que retaban a la propia exposición y a la límpida idea del cubo blanco”.

El Salón convocó, intencionalmente, al encuentro y esto produjo, para algunos, una suerte de resistencia. Una afronta al tiempo. Si querías entender qué tenían para gritar las chicas de House of Tupamaras había que oír su Manifiesto del Remiendo. Si querías descubrir un dolor cantado era necesario oír a Marcia Cabrera como Mujer Cabra. El dolor colectivo lo propició Jota Mombaça con la quema de archivos de la violencia y si el dolor era en silencio, había que seguirle los pasos, sistemáticos, a Mónica Restrepo por todas las salas del salón en busca de los huesos desperdigados de La Patasola, para luego, verla molerlos, uno a uno, en un ritual de comunión. Si buscabas estrechar lazos y analizar procesos y afectos, con la confianza que producen el calor y el humo, bastaba sentarse al lado de Eyder Calambás, filósofo caucano que propició desdoblamientos honestos en sus conversaciones alrededor del fuego. Si querías conversar con un colectivo de artistas que se inventaron un modelo de relacionamiento en el que nos ponen a definir qué quisiéramos recibir, pero también qué estamos dispuestos a dar —no necesariamente a cambio— era clave subir hasta Monserrate con Juice & Rispetta, oírles el cuento y conversar sobre nuestros mundos para ganar confianza y luego participar en su Playa del Músculo Social, pensando, mientras amasabas una bolita de cebada, cuál es tu mayor miedo. Si querías ver cómo es que se carga un espacio de energía, y cómo la vida es la que lo llena y calienta todo, era indispensable pasarse por LIA la última semana del Salón, en donde – ‏‏‎ ‏‏‎ ‏‏‎_ ‏‏‎ ‏‏‎- o cometa, de Brasil, confeccionaba las batas doradas y los adornos del fabuloso carnaval de cierre.

El revés de la trama y el programa estatal del Salón Nacional de Artistas es una muestra clara y contundente de cómo la acción y ejecución continua de una política estatal —que va más allá de la coyuntura oportunista y colorida de un gobierno— puede cuidar que la percepción del arte no se limite al monopolio de un evento ferial propio del consumismo compulsivo. El Salón Nacional de Artistas, como lugar, permite la existencia de unas obras que, bajo otros formatos y modelos, serían secuestradas a tiempos y espacios ajenos a la naturaleza de su propia riqueza, que es distinta a la que obsesiona al sistema. Como dice Dominique Rodríguez:

“Hay un sistema que está creando las condiciones para que no tengamos espacios de encuentro y de reunión. Y para que, cuando lo hacemos, se lea como una conspiración a la cual hay que vigilar. Sin irnos hasta allá podemos decir que no le destinamos tiempo al ver, sentir, leer, atar cabos ni experimentar. Tenemos chueca la idea del pensar. O, también y desde el pragmatismo puro, se exigen tantos informes y siempre hay tan pocas manos para resolverlo todo, que, desistimos del encuentro para responder con nuestras obligaciones diarias. Y dejamos de vernos. De oírnos.”

“El éxito capitalista del arte” —escribe el crítico Donald Kuspit en El problema del arte en la era del glamour— “es el principal ejemplo social del éxtasis del consumo narcisista, es decir, del consumo que alimenta el sentido del yo de su glamour. Es un consumo infinito, inexorable, impaciente. Si el consumo rabioso del arte se detuviese, la autoridad capitalista quedaría anonadada por una sensación de vaciedad: sin su glamour artístico, el yo capitalista sería espontáneamente experimentado como vacío”.

9.3 La selfie estatal

Es diciente que el presidente Duque no visitara el Salón Nacional de Artistas. El revés de la trama no le servía para tomarse la selfie. El alcalde de Bogotá y las ministras y secretarias de cultura asistieron muy puntuales solo a los eventos de apertura. El “consumo infinito, inexorable, impaciente” propio del yo del glamour de estos políticos les da para figurar en otros escenarios, pero no para asistir a un lugar incierto, con un arte que no entienden ni quieren entender, con el que no quieren dialogar. Un arte que no solo es expresión sino también autoconfrontación y que nos hace desconfiar de las imágenes, que crítica la discursividad ampulosa y expone el revés de la trama del poder: el político no se atreve a posar y dárselas de culto ante una obra ambigua, irónica, poética que, en sí misma y en el contexto en que se da, se resiste a entregarse a la ideología de turno, a ser convertida en propaganda y en “cultura”.

El presidente Duque solo apareció en el Salón Nacional de Artistas como imagen, en un mural exterior, una obra abierta a la calle concertada con el Centro Colombo Americano de Bogotá. Un trabajo en proceso donde Iván Duque aparecía retratado como marioneta del político Álvaro Uribe, que a su vez era marioneta de una figura más grande, parecida a Donald Trump, que a su vez era marioneta de algo más que salía de cuadro; un trio de figuras que se sumaban a otros cuarenta personajes que formaban parte de la puesta en escena de un diálogo dibujado por dos artistas. El alcalde de Bogotá aparecía semidesnudo, con una camisa de leñador y un hacha levantada pronta a terminar con la mutilación de un árbol.

La obra pagada y comisionada con recursos públicos del Ministerio de Cultura, sin estar terminada, fue destruida por un tercero el lunes 23 de septiembre de 2019: una directiva del Centro Colombo Americano de Bogotá, envalentonada por un vacío jurídico causado por el sistema de contratación del Salón —que favorecía a los contratistas sobre las obras de los artistas—, mandó a cubrir el mural de blanco, sin la menor oportunidad de diálogo, y luego emitió un comunicado evasivo, que no reconocía cómo esa institución educativa había facilitado y preparado los espacios para la intervención artística, sino que además acusó a los artistas de atentar “directamente contra nuestra integridad, seguridad y reputación”. El blindaje jurídico también se extendió al Ministerio de Cultura, a la Alcaldía de Bogotá, a la Fundación Arteria, instituciones que —a pesar de ser cuestionadas por el equipo curatorial del evento, en debates y con derechos de petición, con 6472 firmas recolectadas, por una tutela— nunca admitieron que lo ocurrido había sido un acto de censura y que instituciones y personas, tanto como el Estado y los contratistas, estaban ahí para defender la libertad de expresión.

Las instituciones culturales se ampararon y autoexculparon con base en legalismos y leguleyadas como las expuestas en los contratos del Salón donde se les exigía a los artistas que sus obras fueran neutras y carecieran de “manifestaciones difamatorias, calumniosas, injuriosas y/o contrarias a los derechos a la honra, el honor y el buen nombre, al orden público y/o a las buenas costumbres”.

Se podría decir que sucedieron dos tipos de Salón, uno, el 45 Salón Nacional de Artistas, vital, arriesgado, vibrante, tan icónico como iconoclasta, hecho por los curadores para los artistas en un evento masivo, extenso y abierto a todo público. Y otro, uno menor, el “Salón Nacional de Contratistas”, el de la Economía Naranja, el de los intermediarios, el del arte neutro, un espacio donde funcionarios y contratistas del Ministerio de Cultura, la Alcaldía Mayor y tantos otros se desentendían de lo que ahí pasaba, de las garantías constitucionales que juran defender al momento de posesionarse como funcionarios, de las obligaciones de sus contratos.

9.4 Arte = terrorismo

El mural censurado siguió vivo, dejo de ser una obra comisionada a dos artistas del Salón y entró de lleno a regirse por la ley de la calle, un espacio abierto a todas las personas que lo quieran intervenir: hoy es una antología de revoluciones de los últimos dos años.

Unas semanas después de la censura, los curadores del Salón afirmaron en una declaración pública: “La libertad de expresión es un derecho garante de otros derechos: el silencio, la omisión y tergiversación de los hechos, hacen cómplices al Ministerio de Cultura, la Fundación Arteria y el Centro Colombo Americano de un estado de cosas que alimenta el miedo y la violencia. Normalizar la censura tiene consecuencias directas en el arte y en la vida de los artistas activos en la esfera pública en todo el país”.

Estas consecuencias se vieron de forma paralela al Salón cuando el 4 de octubre de 2019 asesinaron a Dumar Mestizo en zona rural de Toribío. El artista y profesor de pintura del resguardo indígena de Jambaló era muralista e intervenía grandes paredes en las que dejaba mensajes de paz y resistencia. El artista también fue líder en la campaña contra el reclutamiento de jóvenes por parte de los grupos armados en la zona y ayudó a fortalecer los semilleros de autoridad en instituciones educativas.

La pedagogía estatal del cierre del 2019 fue clara: si al Ministerio de Cultura de la Economía Naranja no le preocupa que una obra de un evento propio sea censurada y calificada como vandalismo por la institución que la destruyó, ¿por qué debería preocuparnos al resto de los colombianos que otros artistas y obras estén en peligro y sean censuradas? La lección de graduar a los artistas de vándalos y el arte a terrorismo quedó bien aprendida y, desde entonces, es cada vez más frecuente que miembros del ejército, políticos y partidarios del partido de gobierno participen con total impunidad en jornadas pictóricas de fascismo monocromo por las calles del país.

El gobierno Duque y los intermediarios de la Economía Naranja no conciben un arte en lo público, callejero, anárquico, sin intermediario, sin permiso, fichas técnicas, boletas, contabilidad ni rastreo, un arte anónimo y sin estrellatos contables. Temen y reprimen cualquier actividad artística que pase de lo virtual a lo físico y sea visible en lo abierto, para cualquier audiencia, o en medio de un paro o manifestación donde se exprese el descontento y se ejerce el derecho a la protesta social.

Lo “desconocido conocido” del discurso de la Economía Naranja del gobierno Duque se traduce en un amplio abanico de violencias que deberá enfrentar cualquiera que pretenda usar el arte y la cultura por fuera de los causes del emprendimiento trazados por esta política empresarial de conquista territorial: acoso, chuzadas, intimidación, censura, allanamiento, indolencia, embrutecimiento, gentrificación, precarización, exclusión, recortes, despidos, renuncias, cierre, desaparición, muerte.

9.5 Inaudito Magdalena

Bajo este nombre se lanzó la próxima versión del Salón Nacional de Artistas que sucederá el próximo año entre abril y mayo y tendrá como eje las zonas altas, medianas y bajas del río Magdalena. El lanzamiento, con ministra de Cultura, directora de artes ministerial y el exministro Buitrago a bordo, sucedió en Honda, Tolima, a pocos metros de donde hace poco un director de un museo tuvo que huir por amenazas de la “gente de bien” de la zona.

La propuesta de los curadores y los artistas del Salón tal vez no coincida con la versión oficial de los funcionarios de la Economía Naranja de concebir el evento para “significar esa importancia del río, desvirtuar la memoria de violencias que se pudieron haber generado en parte de sus territorios y mostrarlos desde la riqueza cultural y artística”, como lo señaló una muy segura y “desvirtuadora” de violencias ministra Mayolo a uno de los pocos medios periodísticos que cubrieron el evento. Sin duda el Salón mostrará “la riqueza cultural y artística”, pero quizá de otro modo.

10. Alerta Naranja

Una de las últimas insistencias del artista Antonio Caro fue una pieza que llamó “Alerta Naranja”: un cartel que mostró durante los dos últimos años y que iba acompañado de un manifiesto y charlas donde él y otros invitados animaban la conversación:

“Mis trabajos generalmente son mucha intuición y algo de reflexión.

Luego, la socialización de los trabajos me permite tener una mayor coherencia conceptual sobre el tema mencionado.

Alerta: Naranja es un trabajo incipiente, por favor excusen las inconsistencias.

Es evidente el juego de palabras entre alerta y el color naranja de las industrias culturales.

De ese raciocinio puedo decir:

Primero, en los albores de la humanización de los homínidos, fue la cultura.

Luego nació el poder.

El poder consolidó el Estado.

El Estado creó la política como forma de manejo del poder.

El Estado creó el dinero.

El dinero creó la necesidad de su propio beneficio.

Es muy peligroso, por decir lo menos, que el Estado proponga como política bandera para la Cultura el beneficio económico.

Hablo de “nuestras culturas” porque somos el diálogo de muchas culturas.

Con mi trabajo simplemente quiero poner a circular el tema.”

Bogotá, 1971. Profesor, Universidad de los Andes. A veces dibuja, a veces escribe.luospina@uniandes.edu.co