Noto un gran fetichismo con el metro... Como si la sola invocación de la palabra “metro”, y mejor, “metro subterráneo”, implicara el ingreso a la modernidad y el fin de los problemas de una gran urbe.
El metro como fetiche

Algunos, incluso concejales de Bogotá, suben fotos de zonas deprimidas del metro de Medellín para "demostrar" que si en Bogotá se hace un metro subterráneo, va a desaparecer la miseria, la informalidad, la violencia urbana... Pero las cosas no son así de simplonas.
Sin duda, el metro es un elemento central de la modernidad. Es un identificador de una ciudad y una obra de ingeniería que existe en prácticamente todas las capitales. Pero en ninguna parte del mundo el metro borra los problemas de la ciudad.
Conozco bien uno de los metros más viejos del mundo, el de París. Como casi todos los parisinos, me sé de memoria sus líneas. Evito algunas, por sobrecargadas (como la línea 13, a la que llaman “la línea del infierno”). Como los parisinos, prefiero los tramos aéreos desde donde se ve la ciudad y entra luz solar, en vez de los subterráneos (las líneas aéreas, una minoría, son incluso llamadas “las líneas turísticas”). No llego al extremo de decir que detesto el metro, como es lugar común hacerlo en París, aunque admito que, si puedo, más bien uso la bicicleta.
Conozco el olor a azufre de ciertas líneas (las del RER) y también otros olores (por desgracia, tengo buen olfato). Puedo afirmar que el olor a orines (suelen ser masculinos) ha disminuido notablemente: la gigantesca inversión en iluminación y renovación de las baldosas ha probablemente contribuido a ello. Conozco también el olor a humanos que no se han duchado por días y que puede impregnar medio vagón. Sé bien que hay personas que viven prácticamente en el metro; muchas se refugian en el metro cuando golpea el invierno. Una amiga húngara se había dedicado a acompañarlos unas horas al día: les llevaba charla, una almohada o ropa.
En el metro, hace años, padecí un episodio de acoso sexual (un tipo masturbándose y diciéndome cosas). En el metro he visto más ratones que ratas (pero dicen que a veces se pasea un zorro en sus túneles). He sido testigo de robos (hace poco una amiga colombiana quedó agradecida porque los niños de la banda de ladrones le tiraron la billetera y además le dejaron un billete de 5€). En muchas estaciones, sobre todo en las turísticas, los megáfonos reproducen un mensaje en cuatro lenguas para alertar sobre la presencia de “pickpockets”, ladrones.
El metro es también escenario de episodios tristes: es el método fácil del desesperado (hay un suicidio cada cuatro días en el metro de la región parisina). No sucede con el de París como el de Nueva York, donde ha aumentado el número de personas que empujan a otras con la intención de asesinarlos. El metro es un objetivo relativamente fácil para los terroristas: en 1995 se produjo en la estación Notre Dame un terrible atentado (8 muertos), un crimen cometido por un comando islamista. En épocas de tensiones (pienso en los atentados recientes, como el del Bataclan), algunos amigos deciden vetar al metro. Otras amigas nunca se suben al metro de noche, o no van a algunas estaciones (las más grandes, o las más solitarias), por miedo al abuso sexual. Terribles crímenes políticos se han cometido allí, como la represión y asesinato de militantes comunistas por parte del siniestro jefe de la policía Maurice Papon en 1962, en plena guerra de independencia de Argelia.
El metro es también el escenario de grandes luchas sociales. No tanto porque haya bloqueos como los hay hoy en día en las vías del TransMilenio, sino porque el sindicato de los empleados de las líneas de metro es muy poderoso y puede paralizar a la ciudad. Luchar por sus derechos y hacer huelga hace parte del “habitus”, es decir del repertorio normal de acciones en Francia. En lo que llevamos corrido del año, ya van dos paros gigantescos, a veces con cese total de algunas líneas de metro. Los sindicatos del metro de París son un actor social organizado y de la mayor relevancia.
El metro es también arte: hay quienes cantan furtivamente, pero la mayoría de los músicos del metro tienen autorización de la sociedad que administra el metro, la famosa RATP. En la estación Opéra he escuchado excelentes conciertos de intérpretes que por alguna razón no lograron ejercer su arte en la superficie. Un grupo de músicos ecuatorianos se hizo famoso en la estación République. Y siempre me gustó escuchar a un oriental que toca su serrucho en una estación de la línea 7.
Como se ve con el caso de París, el metro no es simplemente una obra de ingeniería ni es sólo un método de transporte. Es un mundo en el que se replican los conflictos y logros de una sociedad. Hoy Bogotá está enfrascada en una nueva discusión sobre el metro. Pero con demasiada frecuencia, se ignora que, aéreo o subterráneo, los problemas de la ciudad seguirán ahí, se trasladarán ahí: pobreza, informalidad, exclusión, violencia no van a desaparecer cuando se haga el metro, como parece sugerir este meme que trinan la congresista Katherine Miranda y el aspirante a la alcaldía Gustavo Bolívar.
En una futura columna quiero abordar el tema de la deliberación sobre el metro. Hoy esta discusión, como muchas otras, se hace a punta de “argumentos-memes” y cacofonía. Es posible, y sobre todo muy necesario, ir mucho más allá del fetichismo alrededor del metro.