OPINIÓN

La miseria del modelo

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En 2015 un ilustre profesor británico, James Robinson, pronosticó que a pesar de que se firmara el acuerdo de paz con las FARC-EP el país seguiría sumido en la desigualdad y la violencia. Lo sustenta en un texto muy interesante que se titula "La miseria en Colombia". Robinson es coautor de "¿Por qué fracasan los países?" y dice que el nuestro tiene una economía extractivista que se sustenta a la vez en instituciones políticas extractivistas. 

El panorama es el de una nación donde unas pocas élites se benefician de todos los recursos del poder mientras la mayoría está por fuera. Un modelo que se reproduce históricamente no solo por la mezquindad de las élites sino por la precaria acción colectiva del conjunto de los colombianos. 

Este sistema explicaría el amplísimo mercado criminal que hay en Colombia, el eterno retorno de la violencia, y unos territorios que fácilmente terminan bajo la gobernanza de grupos armados. Es la causa de que seamos la capital mundial del narcotráfico, uno de los países con mayor desigualdad en el planeta, que tengamos la guerra más longeva del continente y un largo etcétera de cosas poco honorables en las que somos los más, los mayores y los que todavía. Es decir, ni las FARC, ni el Clan del Golfo ni Pablo Escobar han sido el problema sino apenas el síntoma de esa enfermedad letal que llevamos adentro: no hemos podido construir un Estado moderno. Todo eso por supuesto para Robinson contrasta con las dos inmensas riquezas que saltan a la vista en Colombia: la naturaleza y la gente. 

El diagnóstico de Robinson, que es un sesudo académico y no un filocomunista, coincide bastante con lo que planteó el presidente Gustavo Petro esta semana en Proantioquia. ¿Qué dijo el presidente? Que estuvo muy bien el acuerdo de La Habana pero que no nos alcanzó para lograr la paz. Se quedó incompleto porque tenemos que hablar del modelo que es el padre de la violencia, ese mismo que reproduce la desigualdad. El acuerdo de La Habana no es un tótem para adorar, sino parte de un proceso histórico de búsqueda de la paz, que no se paralizó en 2016 y que debe seguir.

Santos tuvo sus razones para considerar que las FARC-EP no eran interlocutores válidos para hablar sobre modelo económico (tampoco sobre modelo de seguridad); en parte por considerar que ese era un debate de país que se debía hacer en democracia. Un argumento un tanto engañoso dado que las armas han sido justamente uno de los factores centrales en la acumulación de capital en las regiones donde persiste el conflicto. Son temas que no se abordan para no incomodar en su zona de confort a aquellos 1.200 hombres blancos que manejan el poder en Colombia y que creen que ellos son los buenos, y el problema del país son un puñado de malos.

Las manzanas podridas. No admiten aún que el sistema extractivista es una trampa mortal incluso para los capitalistas pura sangre, porque finalmente esa manera devoradora de producir riqueza nunca será segura ni pacífica. Ese creo que fue también el mensaje principal que dejó el presidente de la Comisión de la Verdad, Francisco de Roux, en los múltiples espacios de conversación con personas del sector económico. 

Que yo recuerde, ningún gobierno les había puesto el tema a los empresarios. La mayoría de los líderes políticos han retroalimentado la creencia de que los negocios van por un lado, y el país por otro. O como dijo cierto ideólogo de la derecha: el país va mal pero la economía va bien. Muy pertinente por tanto que Petro ponga el tema. Y que lo ponga en casa de los paisas. Un departamento que tiene el mayor número de víctimas y también de victimarios, el mayor despojo y desplazamiento, las organizaciones más fuertes del narcotráfico, al mismo tiempo que la élite más moderna, emprendedora, y como vemos ahora, la más abierta al diálogo. Que convivan Dios y el Diablo en el mismo territorio no es una distorsión del sistema sino su esencia misma. Al lado de esa magnífica producción de riqueza, crece la miseria que ha lanzado a más de tres generaciones de jóvenes marginalizados a los brazos de las organizaciones criminales. 

Sería injusto decir que esta clase empresarial no ha hecho nada para cambiar esa realidad. Ha hecho “algo” pero ese algo no se comparece con la extracción de riqueza que tiene como correlato el despojo, la desposesión, la perpetuación del colonialismo y la explotación desmedida de la gente y la naturaleza. Ha habido cambios paulatinos en el sistema, pero no alcanzan para romper sus dinámicas más destructivas.  

Ojalá esta conversación iniciada en Proantioquia continúe. Hay apertura al diálogo, hay voluntad, y ojalá se construya un método que es lo que escasea por los lados del gobierno de Petro. Entre otras cosas, porque ese cambio en el modelo es la esencia del Plan de Desarrollo que se tramita en el Congreso: otro modo de producción, no basado en el capital como ha sido hasta ahora, sino en el trabajo, los recursos naturales, el territorio, la vida digna y la construcción de ciudadanía a partir de los derechos y no de los privilegios y la desprotección. Un modelo más justo no solo nos hará más pacíficos, sino más prósperos, y con mejores oportunidades para las empresas. 

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