Olga L. González

Hay dos candidatos que invocan de manera sistemática y casi exclusiva la corrupción -o mejor, la lucha contra la corrupción como eje articulador de sus propuestas. Son ellos Rodolfo Hernández e Ingrid Betancur. Independientemente de si ella será o no candidata, su caso es revelador.

La obsesión de Ingrid con la corrupción no es un asunto nuevo. Desde antes de ser secuestrada, el motivo declarado de su lucha política era acabar con los corruptos que gobernaban. En sus campañas, distribuía condones para acabar con el mal. Y cuando se dio a conocer en la televisión francesa, lo hizo hablando contra la corrupción (en aquel momento, Ernesto Samper Pizano era objeto de una fuerte oposición con motivo de la financiación de su campaña por dineros del narco, el famoso “proceso 8 mil”). 

En Colombia, su lema anti-corrupción nunca pegó -de hecho, como candidata, ella nunca tuvo favoritismo. En el exterior, y principalmente en Francia, este discurso sí funcionó. En ese momento, Colombia era percibida en el exterior como un país gobernado prácticamente por las mafias, con unas guerrillas que asediaban, con un altísimo nivel de violencia. Ingrid Betancur, en su excelente francés, daba una fórmula fácil de entender: acabar con toda esa corrupción y empezar sobre bases nuevas. Para los franceses, no era necesario detenerse en más detalles: ignoraban casi todo de Colombia, lo importante es que ya había alguien valiente y decidido.  

Veinte años después, es decir en el curso de esta campaña electoral, Ingrid Betancur ha insistido con el mismo tópico. Afirma que el país “está secuestrado desde hace 60 años por la corrupción”. Lo primero que me llama la atención es que ella, que ha experimentado lo que es un secuestro largo y que ha batallado para que a esto no se le llame “retención” (hablo del lenguaje utilizado o no por las Farc), utilice esta imagen.

También me llama la atención que le ponga la fecha de 60 años. Esto nos remonta a 1961, es decir a los años del Frente Nacional. No sé porqué escoge precisamente esta fecha, pues asuntos de corrupción, y muy sonados, los hubo antes (la “rosca” de la contratación en Bogotá en los 20, la “danza de los millones”, el gran escándalo de la Handel de López Pumarejo & López Michelsen, los casos del “uñilargo” Rojas Pinilla y su protegido Luis Morales Gómez, etc). 

Además, su propio padre y su propia madre han participado, han trabajado, han sido condecorados y/o se han beneficiado de los gobiernos corruptos que tienen al país “secuestrado desde hace 60 años”. 

¿Por qué insiste ella tanto en este tema a la vez que ofrece tan pocas soluciones? Como muchos políticos que hablan de corrupción, las propuestas son meramente moralistas y punitivas, del tipo “yo no seré así”, “mi equipo es de buenos” o “los corruptos irán a la cárcel”. Este tipo de respuestas superficiales apelan a las emociones y generan aplausos entre algunos, pero no atacan las raíces del problema. Además, con esa respuesta se evaden muchas preguntas (si se les pregunta por una reforma tributaria, dicen “El problema es la corrupción”, etc). 

¿Pero qué medidas reales proponen los adalides del discurso anti corrupción? ¿Por qué no examinan las normas actuales referidas a la financiación electoral? ¿Acaso conocen las interesantes medidas que proponen los investigadores que trabajan sobre el tema? (Pienso por ejemplo en Julia Cagé). ¿Cuáles son las reglas que vislumbran para asegurarse de que la contratación pública no dé lugar a los abusos conocidos? ¿Dónde está el detalle de las formas de ingeniería política que imaginan? Aparte de acudir a la virtud presumida del salvador de turno (ellos mismos), ¿cuáles son sus propuestas? 

En el caso de Ingrid, la insistencia de su discurso puede deberse a la buena acogida que éste tiene aun en el exterior. Ingrid Betancur es posiblemente la figura política colombiana más conocida a nivel internacional. Si los extranjeros pudieran elegir a una salvadora de Colombia, seguramente ella sería la escogida. Y es que veinte años después de su aparición mediática, Colombia se conoce en el exterior como un país violento, con mafias, cocaína, una paz incierta, desigualdad y contestación, y ella aparece como una alternativa creíble. 

En Colombia, en contraste, Ingrid Betancur no logra despegar. Muchos la ven como a una privilegiada que sólo se manifiesta en época de elecciones. Otros le cobran la indemnización estatal que quiso tener luego de su secuestro. Así, su capital internacional es alto, pero su capital político nacional es bajo. Resta por ver si su intransigencia con la corrupción y con el voto de “maquinaria”, que la puede llevar a romper con su coalición, se desagrega en propuestas, más allá de una indignación moral. 

Es investigadora asociada de la Universidad Paris Diderot. Estudió ciencias políticas en la Universidad de los Andes, una maestría en historia latinoamericana en la Universidad Nacional de Colombia, una maestría en ciencias sociales en el Instituto de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de Marsella...