Durante las semanas de esperanza y entusiasmo de la ola verde, ¡No todo vale! fue una de las consignas que mas representó a los simpatizantes. En estos días de debates y decisiones cruciales para el partido verde, que existe como fuerza gracias a la acción desinteresada de cientos de miles de activistas, es bueno recapitular que significó ese movimiento y cuáles deberes tienen los lideres verdes para con el.

La ola verde fue la movilización política espontánea más grande de los últimos años. No fue creada por nadie. Emergió de la insatisfacción profunda de una parte de la sociedad. Me atrevería a proponer que significó, entre otras cosas, el hastío con una política maquiavélica que disparó la corrupción, creó la parapolítica,  permitió hechos funestos como los asesinatos de los falsos positivos, la yidispolítica, el espionaje ilegal del Das y estuvo caracterizada por el caudillismo y el mesianismo. La ola verde, que nunca se expresó en un programa, si se manifestó en ciertas ideas nodales. La creencia de que nadie debe estar por encima de la ley, el rechazo al caudillismo  -no en balde el gran respaldo que recibió la propuesta de liderazgo colectivo de la consulta verde-  y la convicción de que en la sociedad no debe imperar la lógica del todo vale. Estaba también, en el trasfondo de las movilizaciones, la creencia en que los ciudadanos tienen derecho a participar en política de manera activa y consciente, y  no como borregos de los políticos.

El mandato de la ola verde compromete profundamente a los líderes que recibieron su apoyo. Y recordemos que ese respaldo no fue fácil de mantener, puesto que tuvo lugar una infame operación de desprestigio y porque, en los momentos decisivos, la campaña no estuvo a la altura del empuje de la ola. Y el mayor compromiso adquirido por los dirigentes verdes tal vez este en poner en práctica  los principios que emergieron de la ola. Debe entonces el partido verde propiciar la superación del clientelismo, debe cultivar una cultura contra la corrupción y propiciar un programa radical de reformas que abra oportunidades a los colombianos privados de ellas. Es claro también que frente a una política que premia el maquiavelismo, el del fin justifica los medios, los verdes estan en la obligación de impulsar y respetar reglas de juego internas, transparentes y participativas, y de ayudar a transformar la cultura del caudillismo y el mesianismo en una cultura de veras democrática. Y en todos estos aspectos deben predicar con el ejemplo, si no quieren seguir el camino cínico de quienes proclaman una cosa y hacen la contraria.

Ojala que no vayan a dejar entrar por la puerta trasera todo lo que la ola verde rechazó de frente, en las brillantes jornadas del 2010. La politiquería ha convertido la vida de muchos colombianos en una pesadilla. La ola verde nos ofreció la posibilidad de soñar la política de manera distinta, gobernada por principios y guiada por ideales. El mandato del ¡No todo vale! mantiene plena vigencia.