Un amigo me decía hace unos meses que el uribismo triunfó en Colombia, pese a que Uribe ya no es popular. La frase es muy sugestiva: el uribismo, en tanto proyecto político, habría sobrevivido más allá del personaje que inspiró ese proyecto.

Me vino a la mente esta frase cuando vi la defensa cerrada que hizo Gustavo Petro, candidato de la coalición de movimientos y partidos de izquierda, de Luis Pérez, político antioqueño ampliamente cuestionado por sus lazos con la parapolítica, por su forma corrupta de hacer política y por el triste operativo militar que llevó a cabo en Medellín en 2002, la Operación Orión.

Luego de unos días de agitación en redes en torno a este tema (ingreso de Luis Pérez al Pacto Histórico), el político liberal sacó un comunicado, una carta abierta a César Gaviria, en la que, a la vez que desmiente su ingreso al Pacto Histórico, propone que el partido liberal compita en las primarias con Gustavo Petro, en la consulta de esa coalición.

Esta movida de Luis Pérez es la consecuencia de la amplia censura, por parte de la mayoría de los influenciadores y amigos del Pacto Histórico, de dicha adhesión (circularon memes elocuentes). Lo interesante es ver cómo estos influenciadores se diferencian de la mayoría de los miembros oficiales del Pacto Histórico, es decir de los políticos profesionales.

Entre estos últimos, hay algunas excepciones, como Iván Cepeda, Camilo Romero, Inti Asprilla o Aida Avella: ellos han cuestionado fuertemente la integración de Luis Pérez, advirtiendo que “es una línea roja que no se debe cruzar”. Pero varios otros políticos profesionales la justifican, y la mayoría, y en especial quienes están esperando un aval o una posición destacada en las listas para el Congreso, callan.

Esta ruptura entre los influenciadores y militantes del Pacto Histórico y los políticos profesionales del mismo amerita un comentario más largo. Pero ahora me quiero concentrar solamente en los argumentos que esgrimió la cúpula del Pacto Histórico para justificar esta alianza. El primero de estos argumentos es muy sencillo, se puede resumir en un escueto: “El fin sí justifica los medios”.

Considerar que lo más importante es el objetivo, y que no importan los medios empleados en ello, ha sido el triste legado del ethos mafioso y del uribismo en tanto modalidad de hacer política. Para la mafia, conseguir dinero (y el prestigio que lo rodea) es la meta última, independientemente de los medios que se empleen para ello. El delito o el crimen, necesarios para “coronar”, son minimizados, pues lo que importa es enriquecerse. 

En el campo político se sigue la misma lógica: se está dispuesto a hacer una alianza sucia, a hacer trampa o mentir, para obtener el fin deseado (una curul, un puesto, una figuración). Este método ha dominado la vida política colombiana de los últimos 30 años. Se pacta con la mafia para financiar las elecciones (Ñeñepolítica en 2018); se miente para obtener una figuración (el caso Jennifer Arias es el más reciente); se establecen alianzas con criminales (¿o fue que ya olvidamos a dónde nos ha llevado la parapolítica?)

Un segundo argumento, un poco más rebuscado, consiste en decir que el Pacto no es un partido ni una coalición sino un supraproyecto, un algo entre un proceso de paz y un nuevo gobierno donde caben todos, y en por eso están abiertas las puertas para quienes defienden políticas uribistas, para cristianos antiderechos, etc. Por esa vía, se llega a conclusiones insólitas: que la llegada de Luis Pérez es como el estrechón de manos entre Mandela y De Klerk en Suráfrica o que Luis Pérez es una suerte de nuevo hombre, como se supone que fue Àlvaro Gómez Hurtado (posición defendida por María José Pizarro). 

Estos malabares argumentativos reflejan una enredada concepción del debate político. El propio Luis Pérez afirma que los políticos son los reyes de la argumentación. El libro que le dedica a su admirado Álvaro Uribe Vélez es, justamente, para caracterizarlo como un “soldado de la argumentación”. Ser capaz de retorcer cualquier asunto parece una virtud cuando es, en realidad, una forma de confundir a punta de falsas equivalencias.

Ambas estrategias, el “todo vale” y el “soldados de la argumentación”, ensucian el debate político. El primero es sacar los principios a la política. ¿Y qué es la política sin principios? No es política, es otra cosa: negocios, pacticos, ambiciones individuales, acuerdos por debajo de cuerda, intercambio de favores y de votos. Los colombianos estamos acostumbrados a que esto es “la política”, cuando es precisamente lo contrario: es la negación de la política.

Lo segundo, encontrar argumentos como quien saca conejos de un cubilete, es una forma de disfrazar la ausencia de principios. Siempre se podrá alegar alguna cosa para tener la razón. Pero, por una parte, los hechos son tozudos: existen muchas investigaciones sobre la forma de hacer política de Luis Pérez, y existe la memoria de las víctimas que hoy reclaman respuesta. Adicionalmente, en este juego de artificios se cae rápidamente en contradicciones: mientras Petro trina que Luis Pérez no participó en la operación Orión, Luis Pérez defiende su participación en la Operación Orión.

¿Qué caracteriza a la forma de hacer política del uribismo? La completa ausencia de principios éticos. El hacer alianzas con sectores untados de crimen, que supuestamente aseguran las primeras posiciones mediante mecanismos conocidos de todos. Hacer pactos con el gamonal A cuando se tiene una pelea con el gamonal B. Usar a los pobres para obtener votos, en vez de atacar las raíces estructurales de la pobreza.

¿Puede un proyecto alternativo usar esas mismas tácticas, con el argumento de que, si no se emplean, se pierden las elecciones y por ende, la oportunidad de cambiar el país? ¿Debe un proyecto alternativo aliarse con quienes representan un modelo de país excluyente, homofóbico, dedicado a enriquecerse a punta del empobrecimiento de las mayorías?

En realidad, cuando se adopta la política sin principios, cuando se hacen pactos contra natura, cuando se abandonan los ideales, no vale la pena llegar al poder, porque se ha hipotecado lo más importante: la integridad, la defensa de la vida, la confianza de la gente. Hay un gran anhelo para que la política en Colombia cambie, es una pena que le Pacto Histórico esté dispuesto a traicionar el momento histórico.