En plenaria y sin reparo, el Concejo de Barranquilla hace unos meses le aprobó al alcalde el poder de endeudamiento para: la canalización de siete arroyos (con temporadas de lluvias y huracanes a la vista), la ampliación de Avenida del Río (con grietas metafóricas y literales), la construcción y renovación de estadios para los juegos Centro Americanos y del Caribe 2018, el Plan de Desarrollo 2016-2019 por 17,2 billones y hasta vigencias futuras.  La prensa local reportó casi que con júbilo el estado social de opinión y con titulares (¿o epitafios?) plasmó la ola de aprobaciones del Concejo.

¿Qué dicen los gremios, la academia, la tecnocracia del Gobierno Nacional, o los empresarios? Muchos dicen, “flores floreciendo”. Existen poquísimas voces que se atrevan a desentonar el unánime coro salsero y  triunfalista. 

“Qué bonito que fue lo bonito”, me dijo alguna vez mi abuelo, yo tendría 12 años. Él ya tenía derecho a ser nostálgico. Yo todavía no puedo ejercer la nostalgia de a mucho, pero tengo la obligación de ejercer la razón, y analizando sobre lo que ha ocurrido en la saga Star Wariana de la reciente administración, he llegado a una conclusión que hoy presento como propuesta: 

Disolvamos el Concejo de Barranquilla. Han aprobado todo sin muchos estudios. Ni siquiera el representante del Polo ha puesto cosas entredicho. Esto sin duda es una bendición y siento, ahora razonando y sin ser muy ilusionado e ilustrado en el tema, que la administración se podría ahorrar importantes recursos  si evacuamos  a todos los concejales que de facto están del lado “correcto” de la ecuación.  Así les podré contar a mis hijos la maravilla de democracia que se vivió, cuando todos estábamos juntos, unidos por un bien común, en donde el debate, el contrapeso y la crítica eran innecesarios…

“Hijos, imagínense que hubo una época en Barranquilla en donde el ambiente político era tan perfecto, que logramos deshacer el Concejo para así poder aprobar todo plan de manera expedita y donde el unanimismo reinaba, que incluso, ¡casi se vuelve su propio partido político!” 

Pensándolo bien, en realidad preferiría poder decirles a mis hijos que hubo una época cuando el debate era bienvenido, cuando los planes eran verdaderamente estudiados, cuando los dirigentes tomaban en serio su poderío para así abrir la democracia ante todos; una época en donde ser barranquillero era sinónimo de una gran conversación, donde todo lo podíamos hablar.

Porque acá nunca hubo coronas ni virreyes. Ni temas vetados.  Me gustaría decirles a mis hijos que su papá pudo proponer y debatir y cuestionar y después, cuando ya tenga el derecho de ser nostálgico, también decirles, “hijos, qué bonito que fue lo bonito”.