OPINIÓN

Reproches de fin de año

EcheverryJC(0).jpg

1. El taxi y el petróleo
Propongo un experimento mental. En su familia viven del trabajo de su esposa y de un taxi que Ud. maneja. Un día Ud. le dice a su esposa: Mi amor, el taxi genera polución en Bogotá y contribuye a los trancones. Por un deber ecológico voy a dejar de manejar ese carro. Ella pregunta: ¿Y qué más vas a hacer, si con eso ayudas a pagar las matrículas de los niños, el mercado y los servicios públicos?
Me voy a reinventar, responde Ud., me volveré disruptivo, resiliente y sinérgico.

¿Cómo antes de dejar el taxi no has pensado de qué vamos a vivir? ¡No friegues! Ahí están las llaves del taxi, vámonos a trabajar y nos vemos en la noche, replica ella.

La decisión de Colombia frente al petróleo se parece al taxista del ejemplo. Esa escena hipotética nos sirve de introducción a un valiente ejercicio del Comité Autónomo de la Regla Fiscal (CARF) donde analizó los efectos sobre el sector petrolero (el taxi del ejemplo) y la economía de la reciente reforma tributaria y la prohibición a la exploración que contempla el actual gobierno.

Hacia el 2030, dice el CARF, la “nueva normalidad” induciría una caída en la producción de petróleo de cerca de 360 mil barriles por día (kbpd), un tercio del potencial para ese momento. Las exportaciones totales caerían 6 mil millones de dólares y el déficit comercial sería 0.7% del PIB mayor.

¿Una Colombia no petrolera sería capaz de diversificar suficientemente sus exportaciones de agroindustria, manufactura o servicios para financiar tal ampliación del déficit comercial? ¿O, alternativamente, atraer 15 millones de turistas adicionales? ¿O motivar suficiente inversión extranjera para llenar esa caída?

De no suceder ninguna de estas tres cosas, o hacerlo insuficientemente, un número importante de colombianos deberían mudarse al exterior, huyendo de la devaluación y la falta de oportunidades, para que sus remesas llenen ese vacío. Las remesas actuales rondan el 3% del PIB y son enviadas por 5 millones de colombianos que viven en el exterior. Por lo tanto, habría que aumentar las remesas en aproximadamente un 25%, para lo cual tendría que haber un millón más de colombianos viviendo afuera y enviado plata para compensar. 

2. El cambio es la tasa de cambio

El verdadero cambio hasta ahora, en estos cuatro meses iniciales es: pagaremos más impuestos, mal diseñados; oímos la cacofonía de ministros mal coordinados; y pagamos el dólar más caro nunca visto. El cambio es la tasa de cambio.

Las 15 millones de personas que están esperándolo no palpan el cambio de donde saldarán los nuevos puestos de trabajo. En algún momento se van a impacientar. Cambiará su fe en el cambio y no les quedará sino rabia, desazón y desesperanza. Lo mismo que tenían al salir del COVID. Habremos descubierto que querían cambiar lo poco que funcionaba y reemplazarlo por cosas que no funcionan. 

3. ¿La ciencia a la basura?
Durante 40 años he participado en una comunidad de conocimiento dedicada a mejorar nuestro entendimiento de la economía. En cuatro décadas he sido testigo de cómo desde los estamentos políticos en el congreso de la República  y los gobiernos respetaban los conceptos, el debate, la búsqueda del mejor argumento técnico, y que primara el buen diseño de políticas públicas. No todo fueron aciertos, pero Colombia ha tenido muchos aciertos.

Registro con inmensa preocupación que la propaganda, la politiquería y el populismo están reemplazando a la discusión serena y abierta. La elemental premisa de no gastar lo que uno no tiene es la primera que se considera violable casi día diario. Algo que no haría una ama de casa responsable, un tendero o un empresario, parece ser ahora un mantra de la política pública. Hoy se anuncian prácticamente a diario gastos y más gastos, todos por billones de pesos. ¿Pagarle un millón de pesos al mes a cien mil jóvenes, a muchos como premio a haber sido parte de la primera línea, no es acaso la peor señal y enseñanza para ellos y para todos los demás?

Esa plata hay que producirla. Ni uno solo de esos pesos lo producen los políticos, los congresistas o los ministros. Somos los profesionales con nuestro trabajo cotidiano, los comerciantes, los empresarios con sus utilidades quienes creamos cada uno de esos pesos que el gobierno tan livianamente decide entregar a manos llenas aquí y allá.

Recuerden funcionarios, líderes, congresistas, técnicos, políticos que están gastando la plata de otros. Que lo deben hacer con prudencia y sin violar leyes elementales de la economía. Sin afectar la moral de trabajo de la gente o su moral de tributación. Que la libertad económica está consagrada en la Constitución y en el sentido común. Que los controles de precios que ahora se proponen, por ejemplo a alimentos y arriendos, son una forma de abuso de poder económico. El dirigismo económico termina destruyendo las economías nacionales.

Defendamos los principios económicos por los cuales hemos luchado tanto y que han diferenciado el manejo de la economía colombiana en Latinoamérica y el mundo.

4. Un Confucio

El actual grado de desgreño, confusión, mentira, atropello, abuso de lo privado y lo público, obliga volver a lo más básico, a desandar la malacrianza  y la mala pedagogía.

Estos no son tiempos de políticos, ni tiempos de estrategias o nuevos planes de desarrollo. La falla es más básica, es la materia prima en que nos hemos convertido, no solo en Colombia sino en este continente latinoamericano.

En varios países se presenta a los cambios de constitución como la panacea. Constituciones en que las piedras, los minerales, los ríos y los bosques, las plantas y los animales domésticos y salvajes tienen también derechos y más derechos que los humanos. Que son intocables. 

Luego las constituciones pedirán a las empresas que, sin tocar los derechos de los seres biológicos y los inanimados, cumplan con todos los derechos de vivienda, abrigo, alimentación, salud, educación, seguridad, propósito de vida, pensiones y felicitad plena y total. 

Si no se cumple habrá el recurso a la huelga, a protestar, destruir los comercios, parar calles y bloquear las carreteras, quemar buses, paralizar la economía y encarecer los alimentos. 

A ver si con todo más caro y parado y vandalizado las empresas pueden producir para cumplir con los derechos. Preferimos hacer insufrible nuestra vida pública y social, que hacerla posible. Optamos por exigir y degradar nuestros países hacia la irrelevancia y la inefectividad.

Si esa Constitución no sirve, se escribirá otra aún más garantista y obstruccionista. Como si la comida se sembrara con las letras de la constitución  o artículos de la reforma tributaria. 

La actual no es tarea de abogados, ingenieros, propagandistas, sicólogos o economistas. Es tarea de fundadores de cultura lo que demanda América Latina. De lo que en su momento hizo Confucio para la cultura del este de Asia. El colombiano Carlos Granés en su libro Delirio Americano expuso que por espacio de 125 años la pedagogía  de este continente ha sido delirante, así como la política y el arte. En el presente, ad portas del segundo cuarto del siglo XXI, doblamos la apuesta por el delirio. Es imperativo que cambiemos eso y optemos por la razón, la ciencia y la experiencia.

Compartir