En conflictos largos existe la idea de que la puerta giratoria entre guerra y paz estará siempre abierta, pero no es así. La noticia, aún sin confirmar plenamente, de que Iván Márquez habría muerto como consecuencia de las graves heridas que le dejó un atentado, demuestra que a veces no hay segundas oportunidades.
Márquez intentó retornar a la senda de la paz, pero, al parecer, no le alcanzó el tiempo. Con mirada de corto plazo, se arredró ante las primeras dificultades de la vida civil y saltó al vacío. No entendió que en Colombia ya no hay espacio para las armas. Que, más allá de los gobiernos, es la sociedad la que está cansada de la destrucción y del miedo. Que, a pesar de todos los obstáculos que tiene la implementación del acuerdo del Teatro Colón, la corriente profunda del país empuja hacia una mayor democracia.
Otro ejemplo de que la puerta giratoria de las negociaciones puede cerrarse de repente es el del País Vasco. Allí no hubo negociación sino un final diluido, luego de reiterados esfuerzos fallidos de diálogo. Todo terminó con un cese definitivo y unilateral por parte de ETA en el que fueron decisivos por lo menos tres factores.
Uno, la izquierda legal se cansó de cargar con el fardo del terrorismo, que había puesto en entredicho su propia existencia. Dos, una fuerte acción policial que encontró por fin cooperación en países vecinos como Francia y que condujo a prisión al grueso de la militancia. Y, finalmente, una movilización masiva del país y las víctimas en su contra.
ETA decidió dejar sus acciones armadas en 2005, meses después de los atentados cometidos por Isis en el metro de Madrid, que cerraron del todo el espacio político para cualquier conversación. Al final, ese grupo armado era un movimiento envejecido, cuyos principales dirigentes estaban desconectados de la realidad, aferrados al fantasma del franquismo mientras en la sociedad se consolidaba la democracia y el País Vasco se convertía en una de las regiones más prósperas del mundo. Desde ese fin de la violencia, la izquierda Abertzale se perfiló como la mayoría política.

Estas experiencias deberían ser tomadas en cuenta por el ELN. Esta semana entró en vigor el cese del fuego entre esa guerrilla y el gobierno. Es un hecho histórico, no tanto porque es la primera vez que esto ocurre, sino porque esta será la prueba ácida sobre la seriedad y consistencia de su proyecto. Pondrá en evidencia el talante de sus dirigentes, su comprensión del momento histórico que vivimos. De este cese depende en buena medida el éxito o el fracaso de la propuesta de paz de Petro. De la apertura o cierre de la voluntad de negociación de un país hastiado de la guerra y la terquedad e hipocresía de los armados.
No encontrará el ELN una mayor disposición del Estado para tenderle un puente de oro hacia la vida legal. Pero así mismo, deberá entender la fragilidad del momento político. La violencia arrecia y el margen de maniobra del gobierno no es infinito. Hay escepticismo en muchos sectores por las condiciones pactadas: por la ausencia de un horizonte claro de desarme y por la temida combinación de armas y proselitismo ideológico.
Los elenos deben entender que en los territorios la violencia es promiscua, y las poblaciones no se detienen a discriminar si los desplazamientos, extorsiones o secuestros que sufren están o no dentro de un protocolo, o si se hace en nombre del altruismo o la más brutal codicia. Para efectos del sufrimiento infligido, eso no importa. Ojalá esa guerrilla esté a la altura de las circunstancias y no entre en regateos mezquinos sobre qué está permitido o prohibido en el cese y mande un mensaje claro de su compromiso con la paz y con el proceso democrático que está andando en el país.
La agenda reformista de Petro va mucho más allá de las negociaciones con los grupos armados. La sociedad está empujando cambios que se harán con los elenos, si ellos quieren, o sin ellos, si así lo deciden. Esta es su mejor oportunidad, y tal vez la última, para cumplir su aplazada cita con la historia.