Lamento mucho que Ángela María Robledo no hubiera hecho extensivo también a los hombres su llamado a protestar contra las muy ofensivas y vergonzosas palabras del dueño del exclusivo restaurante bogotano Andrés Carne de Res, a propósito de sus declaraciones que intentaban justificar la violación de una mujer, por su corta edad para andar sola por la ciudad, -que no lo estaba-, por las horas a las que le ocurrió moverse por la ciudad, -en su restaurante-, por su insinuante vestido, -el que le vino en gana-.

Porque este flagelo del abuso, de la violación, de la discriminación, del maltrato contra la mujer no es de incumbencia exclusiva de la mujer. También nos ofende a nosotros. Maltrato y abuso que transita por la agresión, por la discriminación y por la ofensa verbal, como la de Jaramillo, para desembocar en lo que para toda nuestra desgracia, vuelve a suceder en la ciudad.  Hay que insistir hasta la saciedad que estos hechos, incluyendo la de su misma justificación y posterior excusa, son nuestra vergüenza.  Porque si esa forma de habitar el mundo es execrable y condenable para aquellos que por su condición de exclusión social, por su marginalidad, por su falta de educación, se comportan como bien sabemos, al verbo de Jaramillo no le cabe explicación más allá de que todo ese cuento del respeto, de la conciencia, de la educación de la que se ufanan ciertos sectores de la sociedad, no es más que carreta.