La profilaxis

Por una retorcida jugada del azar en menos de una semana se cruzaron de nuevo los caminos de Salvatore Mancuso y Álvaro Uribe. Esta vez el escenario no fue un club de Montería, ni la guerra contrainsurgente, ni las Convivir, ni las elecciones, ni la negociación, ni la extradición. Ambos, por motivos diferentes, se enfrentaron a la justicia, y, por ende, al pasado. El uno, Mancuso, con una transmisión en directo desde una cárcel de Estados Unidos, entregó un relato amplio y demoledor sobre el paramilitarismo en Colombia. El otro, Uribe, asistió a la lectura del fallo que lo mantiene en el purgatorio de la justicia: su investigación por fraude procesal y soborno sigue abierta.

Dieciocho años atrás, Salvatore Mancuso dio su primer discurso público en el Congreso de la República. Era un hombre joven, henchido de ambiciones, que se mostró vestido como un dandi, perfumado y altivo. En su intervención habló, al igual que sus dos compañeros de armas (Ernesto Báez y Ramón Isaza) como un héroe cuyo destino manifiesto era salvar al país de la amenaza guerrillera. “El juicio de la historia reconocerá la bondad y la grandeza de nuestra causa” vaticinó en aquella ocasión. La exaltación de su gesta fue ovacionada en el parlamento. La sangre que tenía en sus manos no mereció ni una línea, ni una palabra, ni una pregunta. 

Para entonces se discutía el proyecto de alternatividad penal que les daría a las AUC perdón y olvido sobre la base de que estos grupos habían sido un mal necesario. El argumento que muchas veces esgrimió el gobierno de Uribe, en cabeza del alto comisionado de paz y el propio vicepresidente, era que la verdad era insoportable para las víctimas y accesoria para una nación que solo debía mirar hacia el futuro. Pero la historia no tiene dueños, y por esos giros que dieron los acontecimientos, lo que se ha ido imponiendo, paso a paso, es la verdad y la memoria. El juicio de la historia, quien lo creyera, se inclina a favor de las víctimas y no de sus verdugos. 

Mancuso ha vivido una transformación que parece genuina. Traicionado por el gobierno que le prometió su entrada al paraíso, ha envejecido en la cárcel, bajo condiciones muy severas, pagando su vínculo con el narcotráfico. Desprovisto de su habitual arrogancia, nos hizo testigos de su expiación. Su narración, orgánica y coherente, no difiere mucho de lo que diferentes investigadores independientes han reconstruido sobre el entramado paramilitar. En lo sustancial, su verdad es verdad. Un relato aún incompleto, pues el papel del narcotráfico en la guerra es un capítulo pendiente.  ¿Son ciertos su arrepentimiento y su vergüenza? Habrá que ver, pero estas ciertamente son dos emociones indispensables para la reconciliación. 

Luego de esos días intensos escuchando a Mancuso vino la esperada decisión de Laura Barrera, jueza 41 de Conocimiento de Bogotá, que negó la preclusión del proceso contra Álvaro Uribe por fraude procesal y soborno. Un caso que se relaciona, justamente, con el paramilitarismo en Antioquia. El gran colombiano, el líder carismático calificado por áulicos como una “inteligencia superior” ha estado como los demás mortales del país, sometido al escrutinio, a la justicia, tal como debe ser en una democracia. Años atrás este era un escenario impensable.

Hay algo de poético en esa jueza sencilla, de lentes gruesos, en un despacho anodino, leyendo en su celular una extensa argumentación para instar a la Fiscalía, por segunda vez, a cumplir con su deber: investigar. Nos devuelve la fe en la justicia, en el Estado de Derecho y, sobre todo, en que el poder no es omnímodo, en que la historia al fin de cuentas le da su lugar en ella a cada uno de sus protagonistas. Y hay algo de vulgar en que un hombre con la influencia y la importancia política de Álvaro Uribe termine por dejar que su lugar en la historia se defina en los pasillos de los juzgados, entre expedientes de delitos ordinarios, tinterillos y abogados. ¿Es esa su real estatura?

Gran paradoja la de estos dos ángeles caídos, que se creyeron dioses. Mientras el uno entendió que la verdad es la ruta para la reconstrucción de la Nación; el otro podría llegar a ser condenado por la mentira. Porque ¿qué es el fraude procesal, sino un intento de engañar a la justicia? Mancuso puede terminar redimido en la JEP, mientras Uribe, en el otoño de su vida, se presenta errático ante el tribunal que tanto teme: el de la historia.

Marta Ruiz es comunicadora social de la Universidad de Antioquia. Fue periodista y editora en temas de Seguridad y Justicia de la Revista Semana durante siete años. Es autora del libro "Esta ciudad que no me quiere" (2002) coeditora de "Bajo todos los Fuegos" en el mismo año....