Lo que era una mera hipótesis es ahora un hecho ratificado por diferentes encuestas. El  uribismo .vs. antiuribismo ya no es el eje de la política colombiana y no definirá las próximas elecciones.
 

Lo que era una mera hipótesis es ahora un hecho ratificado por diferentes encuestas. El  uribismo .vs. antiuribismo ya no es el eje de la política colombiana y no definirá las próximas elecciones.
 
Con la mera bandera del uribismo ningún candidato ganará la Presidencia. Según la última encuesta publicada en Semana, un 41% de los encuestados votaría por un candidato uribista. Esa torta se la reparten Juan Manuel Santos y Noemí Sanin y ambos bajan en vez de subir en la intención de voto.  Santos, el bendecido con el guiño y público respaldo del Presidente, pasó del 37% al 30% y Noemí del 17% al 12%.
 
El antiuribismo alcanza todavía menos. El 18% de los encuestados definirían su voto por un antiuribista.  Esa torta la tienen los coleros de las encuestas que no tienen ningún chance de pasar a segunda vuelta como Pardo, Petro y Vargas, que seguirán cayendo hasta desaparecer en la segunda vuelta.
 
Me temo que ni los que están haciendo las encuestas ni los que las están contestando entienden qué quiere decir eso de candidato uribista o antiuribista. Hacen la pregunta por rutina, como si el mundo no hubiera cambiado, como si estuviéramos en tiempos del referendo y la inflada expectativa de Uribe III. El mundo cambió, pero las encuestas siguen atadas a los clichés del pasado. No preguntan por temas específicos, no testean alternativas de política concretas, no indagan la credibilidad de los candidatos en esos temas y políticas.  
 
Si los encuestadores hicieran su trabajo más objetivamente y con menos cálculo político, encontrarían que no sólo el uribismo sino tampoco la seguridad democrática es el tema definitorio de la campaña. Y no porque ese tema no esté en el top of mind de los electores sino porque a esta altura del debate parecen dar por descontado que los candidatos con chance de ganar la Presidencia no darán reversa en esa materia. Sus prioridades ahora son otras. ¿Quién se compromete creíblemente a dejar de repartir los recursos públicos como si fueran una piñata? ¿A dejar de enriquecer a los ricos y los amigos, mientras el desempleo y la pobreza de los demás crece? ¿A que el bienestar de la seguridad y la economía le lleguen a la mayoría? ¿A no abusar del poder? ¿A hacer las cosas al derecho? ¿A no amenazar y  desprestigiar a los que controvierten o investigan las ilegalidades o desaciertos del gobierno?  
 
Como los encuestadores y quienes los contratan temen el efecto político de preguntas sobre credibilidad de los candidatos en temas concretos, entonces no hacen ese tipo de preguntas. Siguen preguntando  mecánicamente por el pasado y no por el futuro.
 
Pero los ciudadanos están marcando las tendencias de la campaña y se les están saliendo del molde a los estrategas y encuestadores que creían tenerla clara. Los ciudadanos, no los encuestadores ni los otrora favoritos pusieron la corrupción, la confianza, el bienestar colectivo como prioridades. La ola ciudadana crece con firmeza y posiciona los temas que le importan, aunque por esos temas no pregunten los encuestadores, le falte claridad a los candidatos y apenas los asuman los debates televisados.