En sus coqueteos con el Partido Liberal, Petro invoca a las grandes figuras del pasado: López Pumarejo, Gabriel Turbay, Jorge Eliécer Gaitán. Justifica así la búsqueda de una alianza con el partido que históricamente ha representado a las mayorías excluidas del país.
No creo que la gran mayoría de los votantes de este joven país sepa de qué se está hablando: al fin de cuentas, alude a personajes que tuvieron protagonismo hace 80 años. Aunque algunos de esos nombres aún les dicen algo a unos, pocos podrían detallar las acciones de ese Partido Liberal que Petro alaba.
En un lapso de apenas 16 años en el poder (1930 – 1946), el Partido Liberal mejoró sustancialmente las condiciones de vida de los colombianos. Su programa económico y social fue ambicioso (premisas de una reforma agraria; leyes favorables a los trabajadores; intervención estatal para proteger a la industria; decidido proyecto educativo y laico; creación de instituciones como la Feria del Libro, la Radiodifusora Nacional, las Bibliotecas aldeanas…).
Los jefes de ese partido llevaron a cabo importantes reformas dentro de la administración del Estado (se recuerda que fue Gabriel Turbay quien realizó la profesionalización de la carrera consular o la creación de la cédula, que otrora fuera permanente motivo de conflicto interpartidista). En la esfera de la política internacional, el Partido Liberal en el poder logró asuntos como el Protocolo de Rio para darle solución a la guerra contra el Perú, oponerse al proyecto fascista del Eje, o acoger a exiliados que huían del nazismo y que contribuyeron a fortalecer la cultura nacional (como se puede ver en la exposición sobre el antropólogo francés Paul Rivet, fundador del Instituto Etnológico, que se exhibe por estos días en el Museo Nacional de Bogotá).
En esos años veinte y treinta, los movimientos sociales, en particular los sindicatos, eran fuerzas vivas, las manifestaciones eran gigantescas. Los dirigentes políticos celebraban las fiestas de los trabajadores. El Parlamento era el foro de la democracia. El público asistía a los debates políticos, donde se celebraba a los grandes oradores -y eran muchos, no solo Gaitán. Existían más periódicos que hoy en día, más tertuliaderos y cafés, se organizaban charlas sobre temas variados de cultura y de política (por ejemplo, los famosos viernes culturales del Teatro Municipal de Bogotá). La confrontación de ideas políticas, de proyectos de sociedad eran permanentes. En términos generales, se reflexionaba y se controvertía sobre la orientación de la sociedad. Y las propuestas del ala izquierda del Partido Liberal, encarnadas y defendidas por Turbay, Gaitán y otros, fueron el motor de transformación que hicieron de esos años, los de mejor recordación en el siglo XX colombiano.
Cuando Petro menciona los nombres de las grandes figuras del Partido Liberal, me vienen a la mente todas estas realizaciones. ¿Qué conserva el Partido Liberal de esa, su época gloriosa? ¿Qué pensadores, autores, tribunos, quedan en ese partido? ¿Qué grandes ideas lo mueven? Prácticamente, no queda nada. ¿Qué ha producido el otrora partido de las grandes figuras? ¿Qué legado dejan los Guerra Serna, los Escrucería, los Name Terán, los Luis Pérez? ¿Qué tiene que ver César Gaviria y su cruzada neoliberal (flexibilidad laboral, reducción del tamaño del Estado, privatizaciones, nula política social) con la “Revolución en marcha” de López Pumarejo?
En realidad, ese partido abandonó hace mucho los principios que le dieron su prestigio. Como sucede otros partidos políticos en Colombia, el liberal se ha convertido en un monopolio para participar en política, entendida ésta como sinónimo de “jugosos negocios públicos/privados”. Los partidos en Colombia, y no se escapa en absoluto el Partido Liberal, son empresas de enriquecimiento y relaciones públicas.
Petro agita las banderas prestigiosas de hace ochenta años con el fin de obtener el apoyo electorero del Partido Liberal de hoy. Y como todo se negocia en la alta política, es posible que la transacción se lleve a cabo. Al fin de cuentas, ese partido es hoy una patente de corso (además de una fábrica de avales), vendida al mejor postor. Nada queda de la memoria de sus años gloriosos. En su sede principal no existe siquiera un archivo que documente su historia. Tampoco existe una biblioteca en el Partido que más hizo por la lectura en Colombia (fue desmantelada hace años). Hoy, sobre ese olvido y esa desidia, se erigen el mito y el negocio electoral.