Olga L. González

Dice Gustavo Petro que su referencia de cabecera para el período que viene es Alfonso López Pumarejo y su revolución en marcha. Que las lecturas que lo acompañan se refieren a ese período de la historia colombiana, el del primer gobierno del viejo López. 

Sin lugar a dudas, hay algo en el aire que se parece a lo que sucedió en la Colombia de los agitados años treinta. La Colombia amodorrada y conservadora, dominada por el obispo y el partido conservador, vio con espanto cómo se subió un liberal a la presidencia. En 1930, Enrique Olaya Herrera resultó presidente un poco por azar. Llevaba muchos años en Washington, y él mismo no entendía porqué las multitudes aclamaban esa candidatura caída del cielo (en realidad, craneada por tres hombres del partido liberal, uno de ellos, Gabriel Turbay). Por no haber vivido en el país últimamente, y por los temores de siempre, Olaya Herrera no se atrevió a hacer un gobierno de cambio real.  

El que sí se vino con toda la intención de cambio fue Alfonso López, cuatro años después (en esa época no había Pumarejo y Michelsen, se le decía López simplemente). El hijo del gran banquero, formado en Inglaterra, llegaba con otros aires a la presidencia. Era un tipo definitivamente mucho más moderno y audaz que todos los que lo habían antecedido. Pero sobre todo: llegó a la presidencia en una coyuntura muy particular, en medio de una crisis económica mundial devastadora, en pleno auge del movimiento campesino y sindical en Colombia, y en un momento de gran agitación de ideas. 

López no llegó solo. Llegó con un partido que había defendido sus posiciones por la vía de las las armas hacía un poco más de treinta años. Llegó con la fuerza de la calle, con los sindicatos y con los ciudadanos de a pie. Llegó con la herencia del gobierno de Olaya, que fue un gobierno popular (fue objeto de una multitudinaria despedida, y se presumía que iba a ser presidente una vez más). Sobre todo, López llegó con la energía de un sector de hombres que no estaban contaminados con los honores y los cargos, y que honestamente buscaban un cambio real. Y hablo de hombres, porque las mujeres, aunque combativas y cada vez mas organizadas -hicieron por ejemplo, un gigantesco congreso internacional feminista en 1930 en Bogotá- no tenían ni voz ni voto ni representación en los cargos del Estado. 

Estos hombres, “audacias jóvenes” los llamaban, empujaban al partido liberal, y a López, a tener posiciones realmente progresistas, a aplicar su programa, a no ensimismarse con las mieles del poder, a no quedarse encerrado en su medio familiar o social (tenía muchos amigos y conocidos, recordemos que uno de sus íntimos se llamaba Laureano Gómez). 

Fueron ellos, por ejemplo, quienes desde el Concejo de Bogotá abrieron la discusión con las autoridades eclesiásticas para que la libertad de cátedra se ejerciera, para que la universidad no censurara los temas referidos a los debates del momento. Esto sucedía en octubre de 1934, apenas dos meses después de que López inaugurara su presidencia con un gabinete casi mayoritariamente liberal. Recordemos también que pese a su voluntad reformadora, López no tenía inicialmente la intención de meterse con las altas jerarquías de la Iglesia. 

Otra era la percepción de los concejales liberales: ¿La Universidad Javeriana (creada en 1930) no iba a permitir que se abordaran ciertos temas? Pues bien, había que organizar una serie de conferencias en otro espacio (en el Teatro Municipal). Crearon la nueva cátedra para “tratar con plena libertad los temas prohibidos en la Universidad Javeriana, porque el Concejo considera que la república no puede seguir orientando sus juventudes de acuerdo con principios medievales, y que ya es hora de emprender el estudio de muchos problemas de interés nacional que, por motivo del estrecho criterio que ha caracterizado a los encargados de dirigir la instrucción pública, han quedado fuera de los programas escolares y ni siquiera pueden ser tratados en las facultades universitarias”. La lista de los expositores y temas es de una gran osadía intelectual. Copio el programa de las primeras charlas: 

José Mar disertará sobre “La destrucción de la feudalidad en Colombia”; Diego Montaña Cuéllar, sobre “El clero y la educación en Colombia”; Francisco Gómez Pinzón, sobre “El misticismo como manifestación patológica”; Alberto Aguilera Camacho, sobre “El problema campesino en Cundinamarca”; Julio Roberto Salazar Ferro, sobre “El clero y su influencia en la vida económica en el país”; Rafael Garzón, concejal obrero, sobre “Problemas de los barrios obreros”.

Los dos primeros años del gobierno de López Pumarejo sí fueron revolucionarios, habida cuenta de la situación en la que se encontraba Colombia. La reforma agraria no funcionó, pero otros aspectos sí fueron un vuelco muy grande. Aparte de la redefinición de linderos con la Iglesia, citaré dos muy importantes: una reforma fiscal y una inversión muy grande en educación. Para López, la prioridad de su gobierno era la inversión en educación. Los presupuestos se multiplicaron, se abrieron restaurantes escolares, se construyeron muchas escuelas. La otra reforma fue la fiscal. Carlos Lozano la sintetizaba así: “López metió las manos en los bolsillos de los ricos, les sacó cinco mil millones de pesos y los metió en los bolsillos de los pobres, que a cinco mil millones de pesos equivalían las prestaciones sociales impulsadas por López”. 

Petro tiene razón en invocar a ese López, al de ese impulso transformador (otra es la historia con el segundo gobierno de López, el gobierno del que nadie habla, el de 1942). La experiencia de López muestra que los grandes momentos de la historia de las naciones no se hacen a partir de meras individualidades, y tampoco se hacen a partir de la nada: la historia la hacen sectores organizados con norte político. Hoy como ayer, para que el cambio sea real, bien vale la pena fijar los mojones, apoyarse en los sectores no cooptados por la corrupción y la politiquería, y tener presente el acumulado de experiencias, aprendizajes, procesos sociales, pensamiento, sectores que buscan ese mismo objetivo. 

Es investigadora asociada de la Universidad Paris Diderot. Estudió ciencias políticas en la Universidad de los Andes, una maestría en historia latinoamericana en la Universidad Nacional de Colombia, una maestría en ciencias sociales en el Instituto de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de Marsella...