En cualquier país serio, las declaraciones del director de la Policía en la entrevista con Vicky Dávila le hubieran costado su puesto en menos de 24 horas.
Sus declaraciones no son simplemente folclóricas: riñen con la Constitución y con las leyes, además de que dan legitimidad a la violación de los derechos humanos.
Un director de la Policía que se persigna unas treinta veces en el curso de la entrevista, que para espantar al diablo. Que asegura que los operativos más importantes de los últimos años contra los narcos o las Farc fueron obra de los curas contra las brujas, de la magia blanca contra la magia negra. Que dice sin chistar que el diablo ha tocado a su ventana en tres ocasiones. Que asegura que hay abortados que descienden al infierno porque odian a sus padres. Que promueve exorcismos desde la Policía…
Todo este folclor propio de otra época daría para considerar si es la persona idónea para dirigir la Policía Nacional. Por eso, tienen razón quienes se interrogan sobre la salud mental del general. No sería la excepción: de hecho, muchos de los hombres armados de nuestro país tienen problemas de salud mental. No es una noticia que sorprenda: las fuerzas armadas tienen un día a día que es sinónimo de estrés.
Trabajan en un entorno difícil, a menudo en malas condiciones, con presiones de su jerarquía, con valores contradictorios con los de muchos de los ciudadanos que defienden. En la Policía, según informaba recientemente la procuradora delegada para el trabajo y la seguridad social, el 84 por ciento de sus miembros tiene algún tipo de trastorno mental. Adicionalmente, y por desgracia, la atención a los temas de salud mental de los colombianos es muy deficiente.
Ese clima de alta dosis de estrés y presiones genera desgaste emocional en las filas, actitudes de cinismo o desinterés por su trabajo, informa un estudio. También puede que derive en otros trastornos de la personalidad. El fanatismo religioso es uno de ellos. Colombia es tierra fértil para estas expresiones. Son numerosos los casos (y para solo citar uno, recordemos el del ex profesor de la Universidad de Atlántico, que después de armar una iglesia y recaudar fondos, huyó y hasta el día de hoy no hay noticias suyas -al menos, no en medios).
Esta proliferación de religiosidad fanática en Colombia tiene que ver con varios factores, entre los cuales figuran estos:
1) la idea, aun arraigada en muchos, de que el cristianismo es consubstancial a la nacionalidad colombiana; 2) la ausencia total de instancias que vigilen a las sectas religiosas (en otros países, como Francia, los socialistas votaron hace más de veinte años la ley contra la manipulación mental; en México, actualmente, se contempla una ley para asistir a las víctimas de manipuladores/estafadores); 3) la alta influencia de iglesias altamente proselitistas, especialmente de carácter evangélico y pentecostal (fenómeno que tiene ya más de cuarenta años en Latinoamérica); 4) la influencia de formas muy conservadoras de religión católica (que incluso rechazan el Concilio Vaticano Segundo); 5) la influencia de la cultura norteamericana en su forma de proselitismo religioso político; 6) la débil comprensión de lo que es el Estado laico (se tiende a creer, incluso por parte de gente con diplomas, que Estado laico es sinónimo de Estado ateo).
El fanatismo del director de la Policía se ha expresado en temas muy problemáticos de su entrevista (como sus consideraciones sobre el VIH, que han sido ampliamente comentados, sus aberrantes declaraciones sobre el condón, y sus posiciones sobre infidelidad y aborto). Adicionalmente, hay una evidente extralimitación de funciones. Basta con ver los trinos de su cuenta personal de Twitter, o las reglas explícitas o tácitas que rigen en la institución que comanda (decisiones importantes de la Policía son tomadas por “profetisas”, exclusión de quienes no comparten su proselitismo, como lo denunció Noticias Uno, la idea de que sus contradictores son manifestación del demonio y requieren un exorcismo, transporte de la virgen de Fátima en helicóptero), para entender que sus creencias sí interfieren con la institución.
El general Sanabria trae a Dios y la Biblia para fundamentar el modus operandi de la Policía: afirma cosas como que “toda autoridad viene de Dios”. Este enunciado podría sostenerse con la antigua Constitución, escrita casi exclusivamente por un hombre (el ultramontano Caro) pero no con la Constitución del 91, que fue escrita por una pluralidad de sectores representativos de Colombia y que deposita la autoridad en el pueblo.
Afirma también el general que “quien se opone a la autoridad, se opone a Dios. Nosotros vamos con la fuerza de Dios”. Y con la misma locuacidad, asegura que el libro del Éxodo autoriza a matar al ladrón. Habría que preguntarse si este tipo de convicciones arraigadas en él fueron las que llevaron al crimen sobre el joven Harold Morales, un menor de edad muerto por la Policía de Cartagena durante la pandemia. En su momento, hubo movilizaciones en Cartagena para exigirle explicaciones al entonces comandante de la Policía de Cartagena, general brigadier Sanabria.
Por desgracia, las cosas graves suceden en Colombia sin que se busque entenderlas (plano cognitivo), frenarlas (sanción social o penal), encausarlas (elaborar nuevas conductas de convivencia). Es un sistema anómico (en el sentido sociológico) en el que, a fuerza de dejar pasar cosas graves, la indignación es permanente (cada día hay un motivo de escándalo) pero ésta es inocua (no hay sanciones) y de hecho, no hay transformación (cambio de patrones o estructuras).
Las fuerzas armadas y de Policía han tenido un gravísimo historial de ataques a los derechos humanos. En la entrevista con Vicky Dávila, el general cuenta cómo sus hombres se entrenan para matar rezando padres nuestros (“Antes de salir a esas operaciones se bendicen las armas y se les dice: ‘Disparen, pero recen’”). En el mismo sentido, un interesante trabajo muestra cómo el obispado castrense bendecía y envalentonaba a los hombres antes de ir a ejercer la represión sobre los civiles.
Recordemos que la ONU responsabiliza a la Policía de al menos 28 muertes durante el estallido de 2021 en Colombia. ¿Cuántos llevaban la virgen en el pecho? ¿Cuántos recibieron la bendición para salir a reprimir?
El proselitismo religioso, la idolatría y el fanatismo nunca han sido buenos compañeros de los derechos humanos: más bien, todo lo contrario. Con fundadas razones, varios, desde distintos bordes ideológicos, han pedido la renuncia del director de la Policía. Más allá, va siendo hora de cambiar el slogan de esta institución, y ponerlas, junto con las fuerzas armadas, acorde con el espíritu de las leyes que rigen en Colombia. ¿Qué dice sobre todo esto el presidente del cambio en su calidad de jefe supremo de las fuerzas armadas?