Por: Casa de las Estrategias.
Los pelados de Medellín
Los pelados de Medellín, menores de 26, son mayoría, pero nosotros nos interesamos por dos minorías: los artistas y los criminales. Los criminales tienen una gran ventaja y es que con sólo agarrar un arma, ya son criminales, no cabe duda y, además, son temidos o “respetados”.
El artista coge una lata de aerosol, un micrófono, un computador y no le concedemos fácilmente un espacio, tiene que competir, vérselas con el mercado, hacerse a un espacio minúsculo. En pocas palabras, el artista es valiente, mientras que el joven de la pandilla agenciada por el narcotráfico es manipulable.
Peligrosismo y juventud
Pero la discusión sobre los pelados está viciada por los eufemismos de lo políticamente correcto y, a la vez, por una mirada anticuada que personifica al joven como algo incomprensible, impredecible y por lo tanto peligroso.
A veces, no pareciera más que una mentira plantear que queremos salvar o proteger a los jóvenes, cuando lo que dicta la opinión, esa de masa, esa articulada por la vecina que ve desde su balcón a unos pelados reunidos, es salvarnos, protegernos de los jóvenes.
El joven es el protagonista en las cifra de homicidios, están cayendo como carne de cañón, en los tropeles del narcotráfico, pero ¿qué tan peligrosos son? ¿Qué tanto aportan como victimarios y no sólo como víctimas?
Hay que superar un drama moral colombiano, y muy propio de Medellín, que dicta que todo asesinado es malo con la expresión de que “por algo habrá sido”. Lo cierto es que la cifra de homicidios se abulta hoy en Medellín por pelados que su socialización está atravesada por las lógicas y estrategias del narcotráfico, pero la homogenización de estas muertes nos aleja cada vez más de una problemática donde el primer asomo siempre es el absurdo.
El combo y sus capas
Para hablar de pelados muertos en Medellín hay que hablar del “combo”. Para esto, nos sumergimos un poco en el lenguaje que emana del “combo” mismo. Más allá de discusiones técnicas, la palabra combo se usa para denominar a un grupo de pelados que generalmente se hacen en el mismo lugar, tienen una influencia o un impacto sobre una zona, están armados, tienen enemigos cercanos o distantes y, por lo general, tienen rentas ligadas al narcotráfico y siempre relación con alguien en las redes del narcotráfico.
En el centro de este combo siempre hay un cucho, un papá, que a la vez se relaciona con un abuelo o un cucho más grande y en el centro el jefe. En un primer círculo, están los cascones o los sayas, los que matan, en algunos combos sicarios y en la mayoría, los que se enfrentan en esa violencia desordenada de fronteras barriales.
En el siguiente círculo están los propios o los internos al combo que son los que extorsionan, cobran la vacuna o se encargan del expendio de drogas. En el tercer círculo están los chingas donde hay carritos y campaneros de tiempo completo, los primeros mensajeros, muchas veces de drogas y armas, y los segundos centinelas desarmados que operan como espías rudimentarios para avisar si viene la Policía, quién llega al barrio y sobre los movimientos de los enemigos.
El más importante acá, para la discusión es ese cuarto círculo final donde está la socialización, de una manera sociológica en la parte más externa (aunque en lo sicológico puede estar en el centro). Aquí están las mujeres, los consumidores, los drogadictos, alcohólicos, el que cuenta chistes y el pelado que, por construcción de lo público y por razones económicas, no tiene ningún otro lugar para estar.
Los pelados, depende de su círculo, casi nunca autores intelectuales y muy poco premeditados, cometen homicidio, cometen extorsión, cometen microtráfico, cometen complicidad, pero lo curioso (o lo que debería ser) es que cometen fiesta, rumba, farra, etc. Ser amigo del que no es, estar en el lugar equivocado en el momento inadecuado, puede significar la muerte.
Matón por tres meses
Además de la socialización peligrosa y algunos barrios o vecindades muy ligadas al dominio del combo, la medición que nos interesa ilustrar acá es que los jóvenes se están anulando entre ellos mismos. En la sabiduría popular se ha insertado fuertemente aquello del peladito que no duró mucho… ¡Cuánta tragedia y dureza en esto!
Michel Misse hace un año en una conferencia en EAFIT decía que lo que tienen los hombres jóvenes (adolescentes también) y pobres para aportar o casar, en el negocio del narcotráfico, es su cuerpo. Una posibilidad y una ruptura del sistema de movilidad social importante, es que el joven con su cuerpo ya tiene una inversión en un negocio, el de la violencia. Con el sólo el gesto del arma y de la agresividad, ya tiene un negocio y con un arma y un poco de liderazgo, ya tiene una “micro-empresa”.
Lo que vamos identificando, entrevistando a personajes de las distintas partes de la cadena de valor del narcotráfico y de las redes de la violencia, es que los pelados se entrenan sobreviviendo, están en una lógica un poco infantil de guerra, a veces sólo por mantener la maquina de sangre del narcotráfico aceitada y así entran en la ficción y la fantasía del enemigo, del morir y del matar.
En este escenario no hay nada ni nadie que evite que uno de estos pelados se involucre en un juego fatal, donde primero mata y luego, o en medio de la misma operación, termina muerto. Estimamos nosotros que un pelado de barrio, de un combo que mata, sumergido en esa misma socialización de esquina, dura en promedio seis meses luego de cometer su primer homicidio.
Desgraciadamente, sigue habiendo más pelados listos a empuñar un arma de los que el narcotráfico necesita, entonces el filtro funciona bien. Normalmente, un pelado de estos dura uno o dos homicidios. La venganza es un gran motor y estos pelados son muy vulnerables, están expuestos en el espacio público donde el control de la Policía es leve y efímero.