Por: Casa de las Estrategias.
Un monopolio del narcotráfico se logra con las armas que impongan unas reglas de mercado pero también con la política. El estilo colombiano le ha dado un peso al territorio y ha creado matrimonios duraderos entre mafiosos de barrio y narcotraficantes internacionales. El narcotráfico colombiano es como pocos una ruta de ascenso social y esto tiene dos ejes: clientelismo y vida barrial.
Imagen: Graffiti -Mostros Crew-
Nuestro profesor nos considera muy crudos o muy biches como para hablarnos de corrupción en serio. Se limita a explicarnos que hay dos tipos de corrupción para la Policía, al contado y en la nomina: tener suficiente dinero a la mano para el soborno o incluir a un policía en un pago rutinario.
Nos explica que todo capo procura además ir teniendo personas a los que les paga una carrera, normalmente en el gobierno local, lo que puede ser tan quirúrgico como pagarle la educación. Esto realmente se facilita cuando uno invierte suficiente en una campaña y luego el Alcalde y los miembros del gabinete municipal son amigos, “entonces pueden nombrar el sobrino en algún cargo y dejarlo concursar como funcionario de carrera después”.
Lo que sí aprendemos bien del profesor es que la relación entre política y narcotráfico no es un asunto de plata. Los contratistas pueden tener acceso a montos muy generosos y si no se quiere llamar la atención de los organismos de control más vale no gastar muchas veces más que el contrincante. Entonces el asunto está en que para estar tranquilo en una ciudad se requiere cierto tipo de penetración en el tejido socioeconómico de la ciudad.
Esta penetración es el camuflaje perfecto para tener mecanismos de presión indiscutibles que pongan en juego la estabilidad de un gobierno. Esto puede ser construcción, alimentos, transporte o tecnología, pero sobre todo es el barrio como una unidad algo aislada donde el orden social es un negocio y los negocios dependen de la arbitrariedad del orden social.
Un mafioso de barrio con los recursos del narcotráfico puede llegar a tal grado de monopolio violento que tenga control sobre toda la distribución de mercancía en el barrio. En el barrio ya sabemos que se ubican las plazas de vicio pero además se usa la violencia para ofrecer un orden y amenazar con el caos, esto crea una suma de centralidad financiera y fuente de protección que crea un liderazgo sobre la población, sobre todo mecánico, que puede mediar en el acceso a los votos de los políticos y la posterior gobernabilidad.
El profesor recuerda que uno de sus antiguos compañeros una vez estaba en el lugar desde donde “dirigía el barrio” y le llegó una caja con dos millones de pesos de un contratista del municipio que hacía una obra pública. Nos explica que se llegaba a tal punto de autoridad que no había que pedirla, pero que con eso se sabía que no iba a haber otros delincuentes menores que extorsionaran o incluso ladrones.
Imagen: Graffiti -Mostros Crew-
El profesor se transporta a una época de gloria comunitaria que dejó atrás y se pregunta por qué no recibir una compensación si se está cuidando el barrio bien. El asunto consiste en que el equipo nuclear tiene una pequeña fortuna en la exportación de la droga y luego en los negocios de blanqueo, un círculo bastante cercano se sustenta en el narcomenudeo y, finalmente muchos más pelados leales y dispuestos que empiezan a compartir una especie de identidad viven de lo que aporta la comunidad.
Claro que la comunidad aporta pero también recibe: si las cosas van bien la vacuna no es generalidad, por ejemplo sólo a los negocios, y se empiezan a repartir mercados, a organizar las navidades e inclusive a comprar una docena de casas en el barrio y poner a familias en la ruina a vivir ahí mientras la situación mejora. Hay toda una lógica de lealtad que traspasa la política y llega a evitar los competidores violentos de este negocio y mantener una reserva en la comunidad para varios asuntos.
“La vida en los barrios es diferente: todos nos conocemos, todos somos lo mismo.” Antes lo que no se le compraba al patrón era mercancía de contrabando, ahora el respeto y el poder depende de un proceso: ese proceso es el barrio, ser de ahí. Podemos correr el riesgo de subestimar la identidad de barrio para poblaciones producto del desplazamiento que han formado sus vecindarios con poca ayuda y no han experimentado tal cosa como el derecho a la ciudad. He ahí las rentabilidades de la miseria del narcotráfico.
Es desde ese barrio que se crean procesos de persuasión a adolescentes para ingresar a las bandas y hacerse a una carrera en el narcotráfico. Pero para entrar se necesita de la familia o de la amistad, por lo menos para entrar profundamente. Un asunto es estar relacionado y otra es tener una carrera promisoria. Los lazos de parentesco son centrales y si no son naturales hoy en día se tejen volviéndose cuñado de los cómplices.
En todo caso, nos queda de las enseñanzas del profesor que con familia o sin familia se trata de una rentabilidad de la amistad, como ritual y como símbolo: “¡No! ¡Y la amistad hermano! ¡Eso es una belleza! Eso es una belleza: todo el mundo llega y es abrazándose, en esas reuniones no hay viejas, cuando es de estar con los amigos son ellos.” Se describe una fraternidad sin límites donde lo económico no importa, hay desinterés y no hay envidias.
Es un punto de vista, difícil de comprobar: como alumnos despistados hablamos con el profesor de los casos en los que los mismos miembros de la organización lo matan a uno y entonces nos dejaba ver lo efímero pero también totalizante que puede ser estar en ese círculo interno de confianza.
¿Qué significa faltón?
Esta palabra tan colombiana es todo y es nada, como diría un muchacho, un faltón es un faltón, ¿si me entiende? Ser faltón no es un hecho o un comportamiento como incumplido o desleal, ser faltón es un gesto, es una sospecha y es no cumplir con todas las expectativas, es ser creído primero, picado segundo y faltón ya en una rápida transición, a ser un enemigo, dejar de ser parte de la hermandad.
Cuando hablamos de la salida nuestro profesor primero nos dice que se puede salir, él mismo es una muestra, sin embargo, luego va cayendo en cuenta de las complejidades de salirse. “Uno no se puede salir del negocio cuando está aburrido, hay que salirse cuando está contento y bien con todos”. Si no es así se generan sospechas, uno aburrido ya no está entregado a esas relaciones tan demandantes y resulta sospechosa la salida. En ese caso, inclusive, sacar los dividendos, para un negocio regulado con mucha testosterona, puede ser interpretado como un robo.
Imagen: Graffiti -Mostros Crew-
Quizá el negocio se trata de personajes hábiles para participar sin pertenecer, es decir personajes que infunden creencias en los otros, manteniendo una distancia ellos mismos. El liderazgo criminal a veces logra que un grupo crea en él firmemente, mientras que él difícilmente cree en alguien. El primero en ser desleal es el jefe, pero todos pueden ser faltones en cualquier momento.
Nuestro narcotráfico (como todo lo demás) cabalga sobre nuestros valores y va logrando que hombres de riesgo se establezcan usando la marginalidad. Hay dos cosas que resultan negocio para el narcotráfico: partir la ciudad en varios pedazos y que el colombiano promedio superponga la disciplina sobre la legitimidad y la fuerza sobre la deliberación, lo que se resume en valorar más el orden que la libertad.