Cuando en la mañana del 7 de abril, Darío Arizmendi terminó la entrevista a Noemí Sanín, comentó con su equipo algo como: ¡la acorralamos. Los demás medios no lo lograron, pero nosotros sí!  

Cuando en la mañana del 7 de abril, Darío Arizmendi terminó la entrevista a Noemí Sanín, comentó con su equipo algo como: ¡la acorralamos. Los demás medios no lo lograron, pero nosotros sí!  

En esa frase se resume parte de los problemas que el cubrimiento electoral de los medios plantea, no sólo a movimientos cuya base es la no pelea (como el Partido Verde y Compromiso por Colombia) sino también a los receptores. No se trata de concluir que hay malos y buenos en el periodismo, que es dinámico, sino que las presiones mediáticas son tan grandes que muy pocos resisten a ellas. Si alguien tan trajinado como Dario Arizmendi  cae ¿ qué decir de los primíparos?

Para los actores electorales, la solución está en no dejarse encerrar en una confrontación, error que cometió Noemí y que -hasta ahora- no ha cometido Mockus. Así, cuando el gobierno puso sobre el tapete el tema del Caguán, todos los demás candidatos trataron de defenderse de una posible contradicción, a lo que Mockus simplemente contestó algo como: pues no me parece raro que la gente cambie de opinión, lo importante es argumentar por qué. En cambio, Santos se dejó meter en la encerrona y respondió  con un insulto (¡imbéciles!) lo que   retrata su personalidad, como la reacción de Noemí defendiéndose de la acusación de Arias (que la acusó de tratarlo de ladrón).

Pero ¿cómo se defiende el receptor ante esas virulencias mediáticas que no le permiten analizar qué tan aptos son para el cargo los candidatos? Una posibilidad es hacer comentarios obscenos, como los que reciben los diarios de algunos cibernautas, lo que sólo satisface una rabia interior, pero no lleva a nada. Otra, apagar el medio. Otra, acudir a otros medios alternativos como internet, lo que hacen los jóvenes, como sucedió con la Campaña Obama. Otra, volverse una fiera en el análisis de las estrategias, con la ayuda de autores como   Manuel Castells (“el poder de la comunicación“), pero ese es otro cuento. Por ahora, que quede la inquietud de escaparse de la encerrona. María Teresa Herrán