Inicialmente, esta columna iba a tratar sobre el tema de la sociología del voto. Es decir, intentar conocer la forma en que, según ciertos parámetros socio-demográficos (como la edad, o el nivel de ingresos) se vota en Colombia y en otros países. 

Pero, como suele suceder en esta campaña electoral, se atravesó otro tema que acapara toda la atención. Hablar de sociología electoral cuando todos están comentando sobre “perdón social” sería anacrónico.

Y es que esta semana, como otras en el curso de los últimos meses, Petro ha logrado que las redes (pienso especialmente en Twitter, medio de expresión favorito del candidato) le dediquen miles de trinos a su última propuesta, e incluso ha logrado que el tema salte a grandes medios (en pasada columna analicé aspectos del funcionamiento de Twitter). 

Hay que decirlo: Petro y sus influenciadores son extremadamente reactivos y ágiles en Twitter. Petro es twittero compulsivo (no es algo nuevo: tiene ya varios años de experiencia). Dispone, además, de legiones de seguidores, pero también de fans incondicionales. Como sucede en otras campañas, el objetivo de los fans es defender a su líder y atacar a los opositores. Por tanto, la primera dificultad si se quiere ser petrista, es sobrevivir al matoneo de sus seguidores acríticos (son muchos). 

Dejemos, por ahora, este obstáculo (que no es menor). Supongamos que podemos pesar los argumentos, examinarlos, debatirlos –al fin de cuentas, el objetivo de la deliberación política es la confrontación de ideas. Aquí nos enfrentamos a una segunda dificultad: esto resulta muy difícil con Petro. La razón es que, a menudo, no son claras sus propuestas, o se desdicen con respecto a las de la víspera. 

Petro es muy hábil en decir una cosa y su contrario, o en dejar en el aire declaraciones ambiguas. Esta semana ha salido el tema del “perdón social”. En unas declaraciones, el candidato habla de propuestas antiguas de él, que coinciden con las de dirigentes políticos presos que sacan un comunicado pidiendo una reforma a la justicia y rebajas de penas. En declaraciones posteriores, asegura que el “perdón social” no implica impunidad. Sus defensores intentan explicar estas posiciones, pero enredan aun más el postulado. Adicionalmente, no se sabe con certeza si el episodio se debe declarar cerrado, o si habrá nuevas “revelaciones”, ya sea de la prensa, ya sea de la campaña. 

Algo parecido ha sucedido con las posiciones de Petro referidas al aborto. Su slogan oficial fue el “aborto cero”, una fórmula apolítica e irreal, que les suena bonito a las iglesias y a quienes les niegan este derecho a las mujeres. Su posición fue más clara luego, cuando salió la sentencia de la Corte: Petro la apoyó. Pero, acto seguido, nombró a un dirigente político evangélico como encargado del tema “familia” en su campaña. 

Estas ambigüedades de Petro son la consecuencia de dos asuntos: el primero, es que su palabra, como la de cualquier político, es una adaptación al público que tiene al frente, o al contexto. Es evidente que la palabra del hombre o la mujer política, sobre todo en época electoral, tiene mucho de demagógica. Se adapta al interlocutor, o a las circunstancias (si quiere votos del sector religioso, tratará de cautivarlos con promesas religiosas; si requiere votos de un auditorio de estudiantes, hará promesas en torno a la educación, etc). 

La pregunta, entonces, sería más bien hasta donde va a estirar los argumentos y las propuestas. En regla general, los candidatos se atienen a lo que ha acordado su movimiento, a lo que está contenido en su programa. En el caso de Petro, no sucede así. No existe un partido, ni una organización. Las decisiones importantes las toma un puñado de personas, o él solo. Existe, es verdad, un programa, pero asuntos como este del “perdón social”, que suscitan toda esta polémica, ni siquiera figuran en él. Parte del problema con Petro es que no sabemos con qué nos sorprenderá la semana entrante.

Sé muy bien que los petristas furibundos estiman que toda crítica a su líder es fruto de un complot de sus enemigos. Esto es una forma, también, de negar el debate. Cuando no se puede argumentar ni razonar, cuando solo se apela a las pasiones, cuando la palabra del líder se vuelve palabra sagrada, cuando se busca callar al contradictor, hay un problema de democracia. Para quienes defendemos un proyecto auténtico de izquierda democrática, es difícil ser petrista sin extenuarse en el intento.