Mientras en Oxford y Harvard llevan años buscando la fórmula mágica para salvar el periodismo de la quiebra, en Colombia alguien la encontró hace rato. ¿Fiar las suscripciones? ¿Pedir donaciones a los lectores? ¿Colonizar las redes sociales? Nada de eso. La solución es mucho más simple: vender carros. Noticias que son carros, carros que son noticia, combos carro-noticia.

El precursor de este exitoso modelo no podía ser otro que Julio Sánchez Cristo, una máquina registradora. Con el pragmatismo de un contador, Julio convirtió La W en una vitrina automotriz al aire. Los resultados hablan por sí solos:

Multipliquen estos salones del automóvil por diez al año, y esta cifra por el número de ciudades colombianas donde quepa un carro, en fila india o en un garaje. El resultado será un cheque repleto de ceros y el problema financiero resuelto.

La W vende carros como empanadas. Los regala – lleva 36 –, los rifa, los saca a dar una vuelta. Los periodistas transmiten desde el asiento de adelante o de atrás, desde el baúl, hablan debajo del chasis (el piloto de la información suele ser Jorge Hernán Peláez). Las ventas se hacen a cualquier hora, pero se prefiere la hora pico de la mañana o el trancón de la hora del regreso. Eso sí, en la programación hay que dejar espacio para criticar el caos de movilidad en Bogotá (en 2010 entraron 145 mil carros a la ciudad); que algún funcionario público ponga la cara:

La magia de la radio permite oler el caucho nuevo de las llantas, sentir en las nalgas el cuero del asiento de un último modelo. Ya lo intuíamos, pero Julio nos hace el favor de confirmarlo. Sin una buena máquina, estás perdido.

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(Carajo, y yo que coqueteaba en la Colina Campestre montado en un Lada Niva que quemaba combustible como un submarino).

Pero lo del ‘Concesionario La W’ no se trata simplemente de una burda estrategia de ventas. Cualquiera se puede poner una corbata y engominarse el pelo para vender aspiradoras. La clave está en que ese carro – el que siempre quisiste, el que pagaras en cuotas mensuales durante diez años – es tu anhelo de última hora:

Era de esperarse que alguien quisiera imitar a Julio. Vladdo tomó su bolígrafo y dibujó carros, y los promocionó en primera persona. Pero mientras la voz de Julio – ¡qué voz! – nos mete en un convertible rojo, al lado de una mujer hermosa, la del caricaturista nos sube a un bus en la Avenida Caracas. No todos tiene el don de la noticia sobre ruedas.

Les dejo mi aporte a esta empresa, la fusión de dos gigantes.

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