Durante años los colombianos fuimos azuzados para enfrentar algun poderoso enemigo. Así ocurrió con la lucha contra algunos capos del narcotráfico, pero mientras se perseguía a pablo se fortalecía a berna, mientras se mataba al mexicano ganaba el ajedrecista. Luego fueron puestas las farc en la mira. Y mientras se cazaba a tirofijo, la cosa pasaba de oscuro a los castaño. Al final quedaron muertos los pablos, los tirofijos, los castaños y, por un tiempo, parecieron triunfar los bernas, los mancusos y sus siniestros escuadrones de la muerte y de la política. Ahora todos ellos estan encerrados en una cárcel gringa, muertos o reinventados en bacrim. Ah, y no olvidemos, mientras se perseguía a los murcia se fortalecía a los nule.
Y cada vez que la sociedad era conducida a enardecerse con la cacería de algún criminal, los principales enemigos del bien público, las mafias de la corrupción, ampliaban su campo de dominio y, sin disparar un tiro, se tomaban el estado por dentro. Mientras el país entero, cual circo romano, esperaba con impaciencia que se diera de baja al delincuente de turno, los mafiosos de cuello blanco, grandes beneficiarios del sistema político, se hacían exitosamente con el poder. La privatización torcida de muchos de los servicios y actividades estatales abrió el camino para que el estado enriqueciera a algunos de una manera extra rápida, solo comparable a las velocidades de enriquecimiento del narcotráfico. La privatización torcida permitió y permite que el estado, en manos de las mafias de la contratación, entregue la prestación de servicios o la compra de bienes a unos cuantos afortunados. Estos pasan, de la noche a la mañana, aun si son una tapia, a convertirse de firmas modestas o de profesionales medianamente exitosos en multimillonarios protegidos por la lambonería colombiana ante el rico de turno y por una muralla de leyes, construida para garantizar el saqueo del estado. Muchas de las acciones públicas y de las licitaciones son solo una cortina de humo para expropiar al estado.
Las mafias de la corrupción, que tienen hoy al estado en sus manos, se han erigido en el Sistema. Su red de relaciones abarca todos los campos. Su estilo de vida está caracterizado por el hambre insaciable de carros deportivos, urbanizaciones campestres en alguna ‘pradera’ en la que solo la administración cuesta más que un potosí, cerca de 5 millones mensuales, séquitos de guardaespaldas, camionetas brutalmente anti ecológicas, facturas de millones en restaurantes, ostentosas compras con tarjetas negras en Miami y Nueva York y por supuesto, una impresionante red de contactos sociales construida a punta de efectivo. [¿Cómo la Dian no se da cuenta de nada?]
La gran mayoría de los políticos más influyentes del país y de las regiones pertenece a este Sistema. Pero no estan solos, el espíritu de riqueza fácil, a cualquier costo, que caracteriza al capitalismo global les acompaña. Así lo ve Jeffrey D. Sachs, director del Earth Institute de Columbia, “las empresas son los principales financiadores de las campañas políticas en lugares como EE UU, mientras que los políticos mismos son a menudo copropietarios, o por lo menos beneficiarios silenciosos, de los beneficios empresariales. Aproximadamente la mitad de los congresistas estadounidenses son millonarios, y muchos tienen estrechos vínculos con empresas incluso antes de llegar al Congreso. Como resultado, los políticos suelen mirar hacia otro lado cuando el comportamiento de las empresas cruza el límite. Incluso cuando los Gobiernos tratan de hacer cumplir la ley, las empresas cuentan con ejércitos de abogados para hacer olas a su alrededor. El resultado es una cultura de la impunidad, con base en la expectativa bien demostrada de que el crimen corporativo resulta rentable”.
La corruptocracia domina nuestro país. Ningún partido se salva de ella. Esto es algo diferente del endémico robo al estado, de la corrupción en sus justas proporciones que predicó Turbay el viejo. Aquí se trata de algo distinto, la corruptocracia es el Sistema, cuyas ramificaciones se extienden a amplias zonas de la sociedad, en las que se vive en la cultura del torcido y que tienen en la palabra ¡aproveche! su principio de vida.
Enfrentar ese Sistema, y no a solo a los pablos, tirofijos, bernas, ajedrecistas, murcias, nules, palacinos, es el desafío más formidable que tenemos como sociedad si queremos restaurar la democracia.