Haciendo alarde de fina capacidad diplomática, el gobierno ha logrado conjurar la crisis planteada por los países del ALBA que habían amenazado con no venir a la cumbre que tendrá lugar en Cartagena el mes próximo si Cuba no era invitada. El argumento que, al parecer, ha sido aceptado por los albinos es obvio: como Cuba no es miembro de la organización, se requería el voto unánime de los estados miembros para invitarla, requisito que no se cumple por el veto impuesto por los Estados Unidos.
Haciendo alarde de fina capacidad diplomática, el gobierno ha logrado conjurar la crisis planteada por los países del ALBA que habían amenazado con no venir a la cumbre que tendrá lugar en Cartagena el mes próximo si Cuba no era invitada. El argumento que, al parecer, ha sido aceptado por los albinos es obvio: como Cuba no es miembro de la organización, se requería el voto unánime de los estados miembros para invitarla, requisito que no se cumple por el veto impuesto por los Estados Unidos.
El mérito de la gestión colombiana no consiste, entonces, en la elaboración del producto sino en su venta; y en haber quedado bien con todos los gobiernos de un región en la que se presentan profundas diferencias ideológicas.
Mientras Estados Unidos mantenga el bloqueo impuesto décadas atrás a la Isla, no es factible que acepte la presencia de Cuba en el foro continental por excelencia. Y menos en plena campaña electoral pues, como se sabe, el peso político de la comunidad cubana de la Florida, que radicalmente se opone al régimen castrista, movilizaría su votación contra el Presidente Obama. Colombia, que tiene importantes intereses frente a los Estados Unidos -comerciales, militares, políticos- no podía colocarlos en riesgo forzando la situación.
De otro lado, Colombia mantiene con Cuba excelentes relaciones, que derivan de los persistentes aunque ineficaces esfuerzos de Fidel y Raul en pro de la finalización del conflicto armando en nuestro país. Tuvo sentido, por lo tanto, que Santos fuera hasta la Habana a dulcificar el mensaje. Y como Chavez estaba allí con motivo de su reciente intervención quirúrgica, hacerle las venias y cortesías del caso fue una excelente jugada de billar a tres bandas.
Así las cosas, y para bien de Colombia como anfitrión del evento, tendremos cumbre con la presencia de todos (o casi) los integrantes de la OEA. Pero de allí a creer que las deliberaciones serán apacibles hay un amplio trecho. La cuestión del ostracismo impuesto a Cuba se discutirá con ardentía.
La membrecía en Naciones Unidas está abierta a todos los Estados reconocidos como tales por el derecho internacional; es decir, sobre la base de que controlan de manera permanente una población y un territorio. De este modo, gobiernos autoritarios, que según el indice de democracia que publica The Economist, representan al 37.6% de la población mundial, son miembros de pleno derecho en la organización orbital. Como esta fue creada, no para promover la democracia, sino la paz, esta neutralidad sobre las formas del gobierno de los miembros es comprensible.
La OEA parte de una perspectiva diferente. Uno de los objetivos que según su Carta Constitutiva persigue, consiste en “Promover y consolidar la democracia representativa dentro del respeto al principio de no intervención”. Reforzando este paradigma, la Carta Democrática adoptada en el 2001 señala que “El ejercicio efectivo de la democracia representativa es la base del estado de derecho y los regímenes constitucionales de los Estados Miembros de la Organización de los Estados Americanos”.
Como la democracia representativa implica elecciones libres realizadas con regularidad, elevada y espontánea participación política, y respeto a las libertades civiles -expresión, movimiento, oficio- es imposible negar el carácter autocrático del régimen instaurado en 1959. En esas condiciones, no es factible que Cuba pueda ser admitida como miembro de la Organización. Para hacerlo habría que reformar los estatutos y derogar la Carta Democrática. Nadie se atrevería a proponer ese paso.
No obstante, la ausencia de Cuba del foro hemisférico es dañina, en especial para los Estados Unidos. Todos los demás estados del continente tienen con ella relaciones diplomáticas que, en general, son fluidas, entre otras por la razón fundamental de que Cuba abandonó definitivamente el proyecto de exportar su revolución; estamos a años luz de la aventura del Che Guevara en Bolivia. El repudio estadounidense a Cuba como consecuencia de su carencia de credenciales democráticas, implica una incoherencia profunda: sus vínculos con China, Rusia y Arabia Saudita, por ejemplo, que son gobernados de manera dictatorial, son de amplio espectro.
La solución a este problema es simple pero difícil de implementar: invitar a Cuba para que participe en la OEA como invitado permanente, con derecho a voz pero sin voto. El respaldo de Washington a esta iniciativa contribuiría a mejorar sus relaciones, que van de tibias a frías con varios gobiernos de la región; y abriría un canal que puede ser útil en pos de la normalización de sus relaciones con Cuba, lo cual necesariamente conlleva el levantamiento de un embargo fallido, arbitrio e injusto.
Infortunadamente, restricciones políticas internas impiden a los Estados Unidos en el momento actual moverse en esa dirección. Pero el año entrante, si Obama gana y logra el control del Congreso -condiciones hoy inciertas- podría haber una remota posibilidad. Ayudar a que ello suceda sería un buen proyecto para apuntalar los recientes éxitos del Presidente y su Canciller. Me parece que no hay nadie mejor calificado que Colombia para realizar esa tarea.