La política colombiana, como la latinoamericana, está cargada de sangre. Sangre de líderes, jueces, sindicalistas, periodistas. Sangre que representa un proyecto de país distinto. Por lo tanto, una amenaza. Jorge Eliecer Gaitán (1898-1947), Jaime Pardo Leal (1941-1987), Luis Carlos Galán Sarmiento (1943- 1989), Rodrigo Lara Bonilla (1946-1984) y como no nombrar a quién desde el humor pudor decir aquello que resultaba indecible y que le causó su muerte, Jaime Garzón (1060-1999) y tantos, tantos, otros…
¿Cómo contamos los colombianos estas muertes? ¿Cómo las cuentan y las contaron los medios?: Hay dos variantes narrativas:
(i) Desde la indignación cómoda de los que creen que pueden alterar los destinos de una nación asesinando a sus líderes antes de que el pueblo pueda pronunciarse democráticamente, porque piensan que “muerto el líder desaparecen las ideas” y la amenaza-al proyecto de nación vigente.
(ii) Desde una narrativa que duele y a la que los colombianos muchas veces recurren para explicarse como pueblo: “lo que podríamos haber sido si no hubieran matado Gaitán, si no hubieran matado a Galán”.
Estas parecen ser las estrategias de la “in-acción” que los colombianos hemos encontrado para elaborar estas incomprensibles ausencias. Porque en realidad no tenemos maneras de saber lo que podríamos haber sido como país si la historia hubiese tomado otro rumbo, esta es una hipótesis contrafactual.
Para los medios, periodistas e intelectuales (¡en los políticos no se puede confiar!) pero aún nos queda mostrar las nefastas articulaciones del discurso de las amenazas construidas desde los odios y desde la guerra… nos queda imaginar otros nuevos modos de ser Colombia.